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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


LA MAGIA DE LOS FAROS

<hr><h2><u>LA MAGIA DE LOS FAROS</h2></u> Osvaldo Wegmann Hansen

Aunque parezca una ironía, los faros que iluminan las rutas del mar, que sirven a los marinos para confirmar la posición de sus naves durante la noche, fueron inventados por un no vidente: Gustav Dalen, quien precisamente perdió la vista en una explosión, cuando realizaba ensayos destinados a lograr el éxito de su invento. Lo consiguió años después, porque tenaz y porfiado, insistió ciego en los propósitos que alentó durante gran parte de su vida. Lamentablemente no pudo ver su maravillosa idea convertida en realidad. Su nombre cayó en el olvido, mientras las costas del mundo se iban poblando de faros.
Los canales magallánicos en la actualidad poseen una excelente iluminación nocturna, gracias a la preocupación de nuestra Armada Nacional, que no sólo se ha dedicado a instalar los fanales en los sitios más necesarios, sino que con su personal o con sistemas automáticos, los mantiene en funcionamiento ininterrumpido. La construcción de faros aquí comenzó prácticamente en el Estrecho de Magallanes, debido al auge que ha tenido y aún tiene como ruta de navegación. Los más importantes son el de cabo Dúngenes, que señala la entrada a la boca oriental, desde el Atlántico y el Evangelistas, que facilita la arribada desde el Pacífico.
El faro Evangelistas es seguramente el más solitario y el más difícil de abastecer en el mundo. Llegar hasta el mismo es toda una aventura. Vivir allí varios meses es duro y sacrificado. Sin embargo hay gente que se acostumbra, que se aquerencia, que se encariña, como si sobre ella ejerciera una extraña magia. Hubo un hombre que estuvo allí 31 años, otro 20. A ambos los retiraron poco menos que a la fuerza. Al abandonar el solitario peñón los consumió la nostalgia.
Es larga la historia de Evangelistas, que está funcionando cerca de 90 años. Entró al servicio el 18 de septiembre de 1896. Su constructor fue el ingeniero de la Armada Jorge Slight y el ejecutor de las obras de albañilería un artesano yugoeslavo llamado Doimo Ursic. Slight era subinspector de faros y le correspondió elaborar el proyecto. Una expedición de la Armada exploró previamente el lugar, para ubicar el mejor sitio donde levantar el faro. Slight estuvo de acuerdo en que fuera en la cumbre de uno de los islotes Evangelistas, a 61 metros sobre el nivel del mar, desde donde sería visto a 21 millas de distancia. Cuando leyó su informe, hubo personas incrédulas, que no comprendían como iba a poder construirse un faro en medio de un mar tormentoso, en un sitio casi inabordable, donde sería poco menos que imposible transportar los materiales. Pero Slight y sus hombres, con la misma tenacidad de Gustav Dalen, que es seguramente característica de los hombres de los faros, persistió y triunfó. El centinela austral quedó ubicado en los 52 grados 24 minutos sur y 75 grados 6 minutos oeste, en una época en que la navegación por el estrecho era más intensa que hoy día y traficaban aún los barcos a vela. Es justo mencionar la forma inteligente e intrépida en que actuó el teniente segundo Baldomero Pacheco, al mando de la escampavía que apoyó los trabajos.
Uno de los hombres que actuó con Slight fue el inglés William Mac Kay, quien se encariñó con el faro y solicitó plaza de guardián. La Armada lo contrató como tal y estuvo allí 31 años. No quería ser relevado, mientras se iban cambiando las dotaciones. Algunas veces los comandantes de las escampavías lo traían a Punta Arenas a la fuerza. Aquí se sentía mal. Se encerraba en las cantinas y no hablaba con nadie. Lo jubilaron contra su voluntad, después de más de 31 años de servicios.
En mi vida periodística me correspondió varias veces entrevistar a gente de los faros. Son hombres sencillos, amables. No le dan importancia a las dificultades de la jornada. Viven tranquilos, sanos y fuertes. Cumplen un plan intenso de trabajo, que les impide aburrirse. Tienen a su cargo varias observaciones meteorológicas diarias, que comunican enseguida a Punta Arenas, para beneficio de la navegación marítima y aérea; hacen guardia atentos a la pasada de los barcos y a los posibles llamados por radio o telegrafía. Y en las horas de descanso, se dedican al único placer de esas soledades, que es la radio y la lectura.

Tomado de "De ayer y de hoy - Crónicas de Osvaldo Wegmann Hansen" - Recopilación de Jorge Díaz Bustamante - Punta Arenas, 1999.

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Raquel -

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