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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


AL PASADO NO SE LO SEPULTA: SE LO SUPERA

<h2><hr><u>AL PASADO NO SE LO SEPULTA: SE LO SUPERA</h2></u>
Tabaré Vázquez, Jorge Brovetto y José Mujica
por Arotxa (Rodolfo Arotxarena) Fuente: El País


Por José Mujica (*)

Fuente: Reconquista Popular

Amigos: es tiempo de fogones, fogones de memoria, de recuerdos de la Patria Vieja, de la gesta artiguista -el Reglamento de Tierras, la Ley de Aduanas, que sean los más infelices los más privilegiados-, un proyecto de Patria abortado, Patria Grande y Federal.

Es tiempo de cultivar la memoria, aunque al pasado no se lo sepulta sino que se lo supera; tiempo también de entender que hay una patria gaucha de a caballo y una patria gringa que sobrevino, entreverada -la de nuestros bisabuelos los que nos dieron apellido, trajeron oficios e ideas de organización social-. Es tiempo de recordar a un país singular, pequeño, que tuvo su construcción constitucional antes de ser país.

Costó mucha sangre afirmar los derechos civiles, las libertades públicas. Pero tuvo un proyecto nacional de hecho; una larga etapa de 70 años sin inflación. En 1920 había 10 millones de vacas, 7 mil hectáreas de viñas, tal vez 7 u 8 mil hectáreas de montes frutales, 40 mil toneladas de exportación de harina, (en tiempos del caballo y el buey). El país creció y se desarrolló, fundó empresas públicas a partir de comprar iniciativas privadas, fue gestando un sistema de enseñanza, una condición social que en mi niñez (ya lejana) hacía que los pobres de acá viviéramos mejor que los pobres de Inglaterra y que el ingreso medio de nuestros trabajadores estuviera a la par del de los países desarrollados. Por esos tiempos teníamos 4 mil y pico de kilómetros de línea férrea. ¡Un país sin deuda! (¡nos debían a nosotros!). La gran pregunta: ¿qué nos pasó, qué nos fue pasando?

La acumulación histórica de un proceso devastador

La larga marcha de ese Estado con proyecto nacional -que en sus mejores momentos, a veces se definía como “escudo de los pobres”- fue desembocando en el Estado clientelístico y por momentos, también, enfermizo de corporaciones con poder de “lobby”. Fueron mis tiempos de gurí y de muchacho como de tantos otros que nos dábamos cuenta que se nos iba un país y una historia.

Cincuenta años estuvimos casi flotando sin visión nacional; esta crisis que ha culminado hoy, no empezó ayer ni anteayer, es la acumulación de un proceso devastador donde cambiaron las leyes de intercambio (décadas de 1950 y 1960) pero donde además el país no hizo los cambios más elementales que necesitaba.

El paquidermo no construyó el porvenir

Nos quedamos contemplando nuestro pasado. Así como hubo un Maracaná en el fútbol ¡cuántos maracanazos! quedaron como abortos de iniciativas. El país de pronto vivió de la nostalgia, pero no vivió hacia el porvenir. Así aquel Estado eficiente, punta de lanza, que abría surcos y que tenía responsabilidad en la acción económica y en la acción social, se fue transformando en un paquidermo -altamente costoso- con una concepción (en parte) de Estado amortiguador y en gran medida de Estado clientelístico. Pero el mundo cambiaba aceleradamente y hemos llegado a este hoy.

Acabamos de enterrar 25 años de patria financiera y nadie se hizo responsable de ese intento de nueva Luxemburgo, país cola de paja dedicado a currar (a veces dinero negro de la región), instrumento de servicio en contra de legítimos intereses regionales, refugio para mucha plata negra, constituido en plaza financiera de tal magnitud que fue el desideratum, país de espeso secreto bancario que cuando un banco se fundía, el Estado se tenía que poner. Hay una historia de la deuda pública que es precisamente paralela a esos picos de crisis bancaria.

Seguir sin mirarnos al espejo

De ser un país sin deuda, de economía estable, hemos evolucionado a ser uno de los países proporcionalmente más endeudados de la Tierra. Mi generación tiene el triste privilegio de haber contemplado una tendencia a consumir la acumulación que hicieran nuestros bisabuelos y dejar a nuestros nietos cuentas que tendrán que pagar hasta el 2033. ¡Hasta cuándo, compatriotas! ¡Hasta cuándo vamos a seguir sin mirarnos al espejo y andar soñando una bonanza que va a venir de afuera, que supuestos inversores generosos han de llegar un día. Sin darnos cuenta que estamos solos frente a la historia.

En todo caso, en el mundo en que vivimos, -tan liberal para vendernos, pero no para comprarnos- podremos tener la tentativa de cambiar en parte la conducta del Uruguay pero, objetivamente, el mundo seguirá por su propio camino. En esa historia de intercambio desigual y en el proyecto de tirar la crisis para adelante hemos perdido la última década, década feroz: la del atraso cambiario. Cuando el gobierno del Dr. Lacalle se hizo cargo del país un productor de novillos vivía vendiendo 20 novillos al año y cuando ése terminó y llegó el segundo gobierno del Dr. Sanguinetti, el mismo productor -para comprar lo mismo- tenía que vender 56 novillos. (Podría traducirlo a litros de leche y es todavía más dramático o en atados de acelga y es peor.)

Esta fue la razón de que el país productivo se hiciera harina, se llenara de deudas, que desaparecieran probablemente más de 150 mil puestos industriales y terminara desapareciendo una franja ¡enorme! que trabajaba para el mercado interno. Vivimos la apariencia de un progreso mientras nos prestaban para comprar importado y después nos prestaban plata para que nos endeudáramos comprando lo importado.

No es la fatalidad: es el modelo

El descalabro no fue consecuencia de la crisis argentina ni de la aftosa, ni de la sequía ni de la mar en coche, ni de los términos de intercambio: en términos groseros se pueden promediar como estables a lo largo de la década del 90. La verdadera causa fue el modelo que habíamos adoptado. Y si la crisis bancaria argentina nos sepultó fue como consecuencia de la debilidad estratégica de un país subordinado al sistema financiero, cuya actividad principal era traer dinero de afuera -banca “off shore”.

Nadie se ha hecho responsable de ese modelo; todos miran para arriba, todos le echan la culpa a la fatalidad, la mala suerte, y no a la política que aplicaron los hombres durante tanto tiempo. No negamos la vigencia de factores adversos unidos a la mala suerte, pero la mala suerte fue tener semejantes gobernantes, que no tuvieron una pizca de honestidad intelectual para reconocer enfáticamente: “Nos hemos equivocado en ésto y en esto”. ¡Nadie se hace responsable!

Pobre, no: empobrecido

Entonces, en este momento de fogones para meditar, para pensar en la Patria Vieja, pero fundamentalmente para juntar fuerzas y pensar en los cimientos de una Patria nueva que tiene que elegir lo mejor de lo viejo, hay que empezar por recordar al sistema productivo. El país debe grabarse a fuego que en los últimos 50 años las tres veces que hubo atraso cambiario se terminó estrellando; hay que tener la honestidad intelectual de marcar a fuego por qué razones fueron esas etapas.

La comodidad de detener una inflación no se puede pagar con el precio macabro de una deflación y de una caída fenomenal de todos los valores económicos, y como consecuencia, de los valores sociales. Es demasiado amargo lo que le ha pasado al Uruguay en la historia de crisis más larga que ha padecido, cuyas consecuencias nos han devastado: en gente, en capital, pero sobre todo en esperanza y en valores. El 70 u 80% de la gente que está en el Comcar tiene menos de 25 años y el alud emigratorio se ha llevado una parte sustantiva de nuestra nata más joven.

No estamos en un país pobre: estamos en un país empobrecido que no ha enfrentado sus circunstancias sino que esencialmente se ha dedicado a un juego de barajas y tirar cuentas que tendrán que pagar las generaciones que vienen. De esto, ¡hay responsabilidad política!

Cambios a fondo: ahorro, inversión, créditos para aumentar la producción

Se necesitan cambios muy a fondo que empezarán un día pero tendrán que ir eslabonándose. La “Patria productiva” así dicho, es apenas una consigna; significa previamente la Patria del ahorro y la inversión que tiene que salir de nuestros callos y de nuestro lomo. Significa haber aprendido que no se puede gastar lo que no se tiene y que en todo caso el crédito externo apenas puede y debe utilizarse para aumentar el patrimonio productivo; no para tapar agujeros fiscales.

También significa que hay que acudir y sacudir lo más viejo, pero hay que entender que en este país, por largos años, el sector exportador no le puede dar salida más que al 40% del sector activo del Uruguay (y ello teniendo en cuenta todo el impacto de repercusión de los servicios), que la pregunta es desde hace 40 años, qué hacemos con el resto. Aquel intento del segundo batllismo –distribuir engordando al Estado y sacándole al sector exportador- es también un camino imposible, un fracaso.

Inventar trabajo, generar ahorro

Si no podemos vender al exterior todo lo que necesitamos y no hay tiempo para esperar: hay que inventar trabajo interno en parte de nuestros consumos finales hasta que el mundo cambie o podamos diversificar la matriz exportadora de este Uruguay.

Ningún proyecto es sustentable si no se basa en el trabajo y en el ahorro, pero en un trabajo generador de valor genuino. Eso es punto de arranque; es poner a trabajar toda la capacidad ociosa empezando por transformar al Estado, no en el sentido de echar gente sino que tiene que haber una revolución del campo de la organización del Estado.

Es increíble que mientras el mundo empresarial en los últimos cien años ha hecho tres o cuatro revoluciones en materia de organización de los factores que componen la gesta del trabajo, prácticamente en el Estado uruguayo ¡no pasa nada! No hay cosa más envejecida que el estilo de trabajar del Estado uruguayo -no por culpa de los trabajadores, nadie los convoca a participar un carajo en nada-. Es un Estado donde se asciende envejeciendo, donde se cambian los administradores por el hecho de que no tuvieron votos para salir diputados o senadores; un Estado a contramarcha de lo que tiene que ser un Estado moderno, en un país donde la historia hace que el Estado sea determinante. Los orientales tuvieron Constitución antes de tener Patria; la nación se hizo de arriba hacia abajo y no al revés.

Cambiar al Estado

El que quiera cambiar al Uruguay tiene que entender que tiene que cambiar la matriz del Estado. El Estado tiene que ser el primero que cambie porque éste es un país no afecto al riesgo, con una burguesía raquítica, falta de iniciativa y acostumbrada a acomodarse. Ésta tiene que sentir la picana de un Estado que no la sustituya pero que la lleve a rempujones.

Hacia el mundo de la inteligencia

Hay que introducir en el balero la técnica en el mundo del trabajo, porque el mundo despierta al tiempo de la inteligencia. Una de dos: o entramos a cambiar de raíz la conducta del Estado, de la sociedad uruguaya y de cada uno de nosotros y peleamos por ética y valores, o vamos rumbo a ser como África. Un país que venda atados de troncos o carne en el gancho sin diferenciar, no va a ninguna parte. Pero no se puede gargantear progreso que no se tiene; el progreso se arranca. Ésta es la deuda colosal que tenemos con los que van a venir luego de nosotros: somos responsables de la vida nueva, de la que está viniendo, pero mucho más responsables somos del mundo y el tipo de país que vamos a dejarles.

Repartir selectivamente hacia adentro: recursos para pagar la deuda

Tenemos un número, un compromiso de carácter electoral: ¡no sirve pa’un carajo si en última instancia no se entiende que lo electoral es pa’ganarse el derecho a bailar con la más fea!

En este país habrá una fajina sin precedentes: fumigar, pasar la rasqueta, lavar los pisos, echar aire nuevo. Eso será una batalla llena de resistencia, pero ya no nos queda tiempo, hemos perdido demasiado tiempo. Así como la selección uruguaya es un desastre, el desastre está acampado en todas partes, correlativo con una mentalidad burocrática de seguir tirando la pelota pa’adelante, con un sistema político que le echa la culpa a la sequía, la aftosa, la mar en coche, pero que no asume.

No vamos tampoco a ninguna parte en este mundo donde la piedad no existe; nadie nos va a regalar prosperidad. Hay que entender que la prosperidad hay que pelearla y hay que empezar por ser equitativo en la base, en lo que está más sumergido.

El verdadero modelo es aprender a repartir selectivamente pa’adentro, porque una economía basada en una pata sola -la exportadora- tiene la debilidad del mundo en el cual nos toca vivir. Tiene que haber otra pata, hacia adentro: la intraexpansión de la economía y el desarrollo hacia adentro.

Ése es el otro capítulo que hay que abordar; nunca va a venir capital de afuera, digno, pa’remendar nuestras vergüenzas hasta que suturemos parte del brutal endeudamiento público que tenemos, porque lo que más asusta a cualquier inversión es el tamaño de la deuda, que les hace decir “¡Socorro! Éstos no pueden respetar ningún acuerdo porque no tienen la masa de recursos para pagar lo que deben”.

Al pueblo blanco y colorado: una mano

Entonces al Uruguay hay que levantarlo a partir de los cascotes que tenemos y de nosotros mismos. Lo otro es ¡mentira!, ¡mentira piadosa! Esto lo digo como punto de arranque; no es que estemos contra la inversión directa, es que la verdadera inversión directa que venga de afuera para agrandar al patrimonio productivo no puede venir a un país que vive en el mejor de los casos organizando la lástima, que vive exportando a su gente joven, que como mercado interno se niega a sí mismo.

Todo esto implica cambios políticos muy serios, que no se pueden dar con el crecimiento vegetativo de la vieja izquierda, (tendríamos que haber tenido cada uno 25 ó 30 hijos). La única manera como puede darse es pidiéndole al pueblo blanco y colorado -desesperadamente- que nos dé una mano para empezar a cambiar a partir de octubre. Para eso no hay que renunciar a nada y tampoco que ninguno renuncie de su religión y de su manera de ver el mundo. No hay una cultura; hay diversas subculturas y hay que respetarlas.

Tenemos que ser mucho más amplios que antes, cuando aprendimos el valor geométrico de la suma que significa la amplitud, cuando aprendimos la lección de oro de que no éramos un partido sino un frente -sumatoria estratégica de cosas distintas, con distinto origen- con una tarea común hacia delante. La unidad posible no está en una misma interpretación de la Historia, no está hacia atrás.

Vuelvo a repetir: el pasado no se entierra ni se sepulta, se supera, y la superación es siempre una síntesis, un camino hacia delante, un crédito hacia el futuro, un compromiso con el porvenir. No te olvides de estas cosas: más que por nosotros los veteranos, por los que están llegando. Más abiertos que nunca, pero tampoco te metas a resolver en tiempos de decisiones internas, lo que tiene que hacerse en cada uno de los otros partidos. Hay que tener honestidad intelectual y compromiso con nosotros mismos; si el constituyente dijo “elecciones internas” elige cualquier número -el que más te guste- pero dentro del Frente o del Encuentro; no vayas a la aventura de otras decisiones porque ello les corresponde a esos pedazos de pueblo que se sienten ligados a esos mensajes políticos. Elige lo que se te cante, siempre hacia delante, por el porvenir.

(*) Dirigente del MPP (Movimiento de Participación Popular – Frente Amplio – Uruguay)

1 comentario

Nivia Gazzaneo -

Que te puedo decir Pepe? hoy despues de 2 años me lei hasta el .
Suerte en tu gestion y un abrazo. Desde Valencia España
Nivia Gazzaneo