Blogia
MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


HISTORIA DE LA NACIÓN LATINOAMERICANA

<h2><hr><u>HISTORIA DE LA NACIÓN LATINOAMERICANA</h2></u>

(PRÓLOGO - ÚLTIMA PARTE)



Por Jorge Abelardo Ramos

Se importaban, asimismo, las formas vacías de un liberalismo formal para pueblos que no habían conocido sino dictaduras semi-seculares o el parloteo incontenible de Parlamentos elegidos por el fraude, integrados por diputados venales. Todo se acarreaba de afuera, pero todo era pacotilla, pues nada se adaptaba a la realidad latinoamericana, como aquellos gruesos abrigos de piel que usaba el patriciado de Río de Janeiro en el siglo XIX, sudando a chorros en el trópico y harto satisfecho de que también se usaran en Londres, de donde se importaban.

Calurosos abrigos para tierras cálidas resultaron ser los productos socialistas, liberales y marxistas que llegaron desde lejos. En su primera etapa, unos respondían al preclaro modelo del laborismo de su Majestad Británica; otros a la inescrutable política soviética, ya muy lejano del brillo ígneo de aquel Octubre. Los demócratas profesionales, empapados de juricidad y de las polvorientas premoniciones de Alexis de Tocqueville, por su parte, diseñaban un pequeño Capitolio blanco para cada parroquia, trocada en República.

Esta combinación sincrética de cultura liberal inauténtica y de marxismo importado para intelectuales "en vía de desarrollo", según Augusto Céspedes, dio sus frutos. Pues junto a los ferrocarriles o usinas, los grandes imperios introdujeron en estas sociedades indescifrables un estilo de pensamiento que modeló la historia, las ideas políticas, la sociología, el proceso cultural, las artes y las costumbres. No pocas particularidades de América Latina encontraron obstáculos para desenvolverse por un camino propio bajo la insinuante y deslumbrante presión occidental. Desde la derecha o la izquierda, la extranjería reinó soberanamente, tanto en las estadísticas de exportación como en el modo de interpretarlas.

De tal suerte, América Latina resultó ser el suelo ideal de politiqueros, terratenientes y expertos extranjeros. La ciencia social se alejó todo lo posible del drama real, aún en aquellos casos que parecía estudiarlo. Envanecida por un supuesto "rigor científico", la ciencia social se vio impregnada hasta la médula del empirismo sociológico de cuño norteamericano, con su ficticio carácter neutro, o del marxismo-leninismo, petrificado en una escolástica indigerible, fundada en un "homo-economicus" archi-metafísico. La coincidencia entre ambos se manifestaba en el desconocimiento común de la cuestión nacional de América Latina. Reducían todo el drama, según los casos, a:

1) Un supuesto duelo entre la burguesía y el proletariado, en el interior de cada Estado.

2) Fundar el crecimiento económico mediante la repetición nativa del capitalismo europeo, en el marco político de una "democracia" formal de dudoso cuño.

3) Repetir de un modo elíptico la versión provincial de una historia falsificada.

Si el Dr. José Gaspar Rodríguez De Francia, del Paraguay, era un dictador neurótico para Carlyle, era natural que también lo fuera para la historiografía latinoamericana; la condenación legendaria de Juan Manuel de Rosas era de oficio; para los calvinistas de Nueva Inglaterra, el católico Lucas Alamán era un "reaccionario" puro y simple. ¡Debía serlo sin duda para los mexicanos!

La tentativa de reproducir las "formas" de los conflictos políticos, jurídicos o religiosos europeos o yanquis en América Latina, prescindiendo de sus contenidos históricos reales, tuvo pleno éxito. Un ejemplo notable: el enfrentamiento del despotismo ilustrado borbónico con la Compañía de Jesús, asumió un significado muy claro en Europa, aunque invirtió su signo en América Latina. En el Nuevo Mundo se expresó contra las Misiones jesuíticas. Pero aquí todo era diferente. Pues los jesuitas defendían a los indios, en lucha constante contra los "bandeirantes" del Brasil que los cazaban en las Misiones, para reducirlos a la esclavitud en las tierras del Oeste. El anticlericalismo, bajo este aspecto, y en América del Sur, era una simple máscara de esclavistas y latifundistas. Tal es otro de los temas de esta obra.

A propósito de la contradicción entre forma y contenido, es educativo recordar que en la sociedad esclavista del Brasil Imperial o Republicano, los propietarios de negros eran positivistas y gramáticos sutiles. El escudo brasileño lleva aún la divisa de Augusto Comte: "Ordem e Progreso". En la avanzada Argentina del siglo XX, matar de un balazo a un indio "colla", peón en una finca del Norte Argentino, carecía de consecuencias penales para el asesino, dueño de la finca, probablemente Senador nacional por su provincia, y, naturalmente, firmante de leyes y proyecto de leyes. En México, ¿no eran los "científicos", y sus amigos plutócratas del porfiriato, la crema de la inteligencia, en un océano de peones sin tierra y de indios sin destino? ¿No fue Sarmiento y no lo es todavía, uno de los venerados próceres de América Latina (sobre todo de la oligarquía argentina) aclamado hasta en la Cuba de Fidel Castro? ¿Pero no es Sarmiento el más indudable degollador de gauchos, y propagandista literario del degüello? ¿Nos han circulado, acaso, en América Latina sus cartas al General Mitre, otro semidiós del Parnaso Oligárquico, en las que le aconseja que "no ahorre sangre de gauchos que es lo único que tienen de humano"?

En su favor, es preciso reconocer que fundó la Sociedad Protectora de Animales, entidad que aún subsiste, pues el célebre educador era más compasivo con los perros que con los gauchos. Numerosos "marxistas" de nuestro tiempo rinden culto a Sarmiento, a Mitre y a otros Santos Padres de la historia que se cree. Escojo al azar algunas perlas; pero toda la historia de América Latina ha corrido por las manos de monederos falsos.

En definitiva, ¿acaso el carácter semi-colonial de la América Latina disgregada y la pérdida de su conciencia nacional no se prueba en no pocas de sus Universidades? Muchas han sido sensibles como la cera para grabar en ellas la tipología de las preferencias u ocurrencias europeas o norteamericanas, académicas o iconoclastas, en materia sociológica, económica o política. Aunque esta influencia deformante se expresara en el pasado desde una óptica de respetabilidad conservadora y luego asumió la atrevida máscara de un "izquierdismo abstracto", en sustancia no ha variado el espíritu cortesano, ya que los grandes temas de la Nación inconclusa, permanecen intocados para ellos. Esa coincidencia esencial entre unos y otros, radica en ignorar que sólo se devela el enigma histórico de América Latina con la fórmula de su unidad nacional.

Resulta irrelevante que unos se consagren a plantear el "desarrollo" de cada una de las Repúblicas latinoamericanas mediante los auxilios del capital extranjero; o mediante el crecimiento independiente del capitalismo nacional; o a través de la revolución socialista, si cada uno de los arbitristas rehúsa considerar a América Latina como el espacio político de una Nación no constituida.

José Stalin había pretendido transformar el inmenso imperio zarista en un "socialismo en un solo país". Sus herederos, y los adversarios de sus herederos (los trotskistas) así como los adversarios de ambos, herederos a su vez de Mao, fantasearon hacer de América Latina el paraíso de veinte socialismos, de veinte gobiernos obreros y campesinos, de veinte dictaduras proletarias, es decir, concibieron todos los requisitos prácticos y teóricos para fracasar puesto que estos veinte Estados no tenían y no pueden tener un destino singular.
Son "naciones no viables". Pero forman, entre todas una Nación formidable. De otro modo, véase el destino actual de Cuba, encerrada entre el monocultivo y el mar, entre la venta de azúcar y su insularidad sofocante.

No era por cierto el "fantasma del comunismo" el que recorría Europa, según las palabras de aquél ardiente joven Marx. Lo que recorría Europa en 1848 era el fantasma del nacionalismo, de la revolución burguesa, que seguía su carrera hacia el este y sur y ante la que se abría un largo camino histórico. Es bastante significativo a este respecto que al día siguiente de redactar con Engels el Manifiesto Comunista, estallara la revolución antifeudal en Europa y Marx viajara al sur de Alemania para redactar la Nueva Gaceta del Rhin, órgano de la burguesía democrática alemana.

Si la burguesía ha resuelto ya en el Occidente capitalista su cuestión nacional hace siglos (puede añadirse hoy la unificación alemana), en el mundo colonial y semi-colonial el problema continúa en pie. La división de Corea, artificialmente creada por el imperialismo; los problemas por constituir una Confederación Indochina; la incumplida unidad nacional del pueblo árabe; la inmensa cuestión africana, fragmentada en Estados que no responden a ninguna realidad económica, política, geográfica, ni siquiera tribal; la necesidad de una Federación Balcánica que armonice los antagonismos étnicos; en suma, la propia cuestión nacional irresuelta en América Latina dice bien a las claras que solo el imperialismo, fundado en sus gigantescos Estados nacionales, puede oponerse, como se opone, a la unidad nacional de los pueblos débiles. Divide et Impera: la formula romana sirve aún a quienes la emplean en nuestro tiempo. De donde se deduce que las fórmulas del "internacionalismo obrero" o del estéril "marxismo leninismo", constituyen reglas funestas para entender y obrar en la vida contemporánea de América Latina. ¿Como ha sido posible que un instrumento tan fino y dúctil como el pensamiento de Marx haya adquirido semejante tosquedad al atravesar el Atlántico? Baste señalar que la creación de "marxistas leninistas" en tubos de ensayo se manifestó, por ejemplo, en México, cuyo Partido Comunista fué fundado por el japonés Katayama, el hindú Roy y el norteamericano Wollfe. En la Argentina, el italiano rusificado Codovilla imprimió al partido respectivo un indeleble sello de ajenidad y lo instaló en el último medio siglo en la órbita oligárquica.

En América Latina el nacionalismo no es separable del socialismo ni de la democracia. Tales aspiraciones indisociables reflejan de modo combinado las claves de su necesario salto histórico hacia la Revolución unificadora y la liberación social de toda explotación; sin ellos no podemos reconocer ni explorar la historia enterrada en nuestra tierra dolorosa y dividida.

Para concluir: el presente libro es una tentativa para examinar la vida de América Latina desde múltiples ángulos. Se trata de penetrar en su núcleo interior atravesando la espesa capa de prejuicios que lo ocultaron durante un dilatado período histórico. El autor se dio como objetivo escrutar "la Nación sin historia", analizar su olvidada trama, verla como un todo sufriente y viviente y estudiar las fuerzas nacionales que ha engendrado. Procuró llamar a las cosas por su nombre propio o inventarle uno adecuado a su específica naturaleza, pues, como decía el padre Acosta en una carta al Rey: "A muchas destas cosas de Indias, los primeros españoles les pusieron nombres de España".
Buena lección para no repetirla con la historia, la sociología y las ideas de la América Criolla: el lector no contemplará aquí leones calvos, sino la bestia soberbia que los quechuas llamaron puma.

0 comentarios