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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


VINDICACIÓN DE BOLÍVAR

<h2><hr><u>VINDICACIÓN DE BOLÍVAR</h2></u> Jorge Abelardo Ramos – “Historia de la Nación Latinoamericana”

(…) Lo que no podía entender este género de teóricos que fundaba sus especulaciones sobre los textos de la Academia de Ciencias de la URSS, es que si en la Rusia zarista, "cárcel de pueblos", la esencia de la política nacional del proletariado era el "derecho a separarse", en América Latina la médula de la posición marxista en la cuestión nacional consiste en el "derecho a unirse".

Para existir como naciones normales, los pueblos atados al yugo autocrático debían separarse de ese yugo que les impedía el desarrollo económico y cultural; para obtener los mismos fines, por el contrario, los pueblos de América Latina deben federarse. El enemigo de los pueblos alógenos de la Rusia zarista era la autocracia, que ejercía su poder reuniéndolos en su puño; el enemigo fundamental de los pueblos latinoamericanos es el imperialismo, que mantiene su control económico directo y su dominio político indirecto fundado en la separación de las partes constituyentes de la nación latinoamericana. Si la creación de una industria pesada en la Argentina resultó muy difícil, sea por los límites del mercado, por las dificultades de la comercialización en las condiciones del mercado mundial competitivo, o por la escasez de capitales, conviene imaginar qué tipo de industria pesada podría construirse aisladamente en Cuba, en Honduras, en El Salvador o en el Ecuador, para dar sólo algunos pocos ejemplos, y de qué manera, a menos que Ecuador sea condenado eternamente a plantar bananas, podrían los Estados latinoamericanos por sí mismos escapar al flagelo del monocultivo como no fuera por una unidad económica y una planificación nacional de todos sus recursos .

Ni desde el punto de vista del capitalismo, ni desde la perspectiva del socialismo puede concebirse un desarrollo aislado de las fuerzas productivas en cada uno de los 20 Estados.
Uno de los fenómenos habituales del "izquierdismo cipayo" de América Latina, consiste en su manifiesta perplejidad ante la unidad latinoamericana: ¿Se trataría de federar a los Estados después de hacer la revolución en cada uno de ellos o antes? ¿La lucha por la unidad de América Latina supone la postergación de la lucha por la revolución en cada uno de los Estados balcanizados? Basta plantearse estos insensatos interrogantes para comprender cómo responderlos.

El triunfo revolucionario en la Isla de Cuba (¡en una isla!) implicó inmediatamente la necesidad de romper la soledad insular del pueblo cubano. Todas las esperanzas de los cubanos se depositaron en un rápido triunfo revolucionario en Venezuela. Es completamente natural que esta espontánea actitud se fundara en la evidencia: si la revolución triunfaba en Venezuela o en Centroamérica, se impondría una planificación conjunta de sus economías con la de Cuba, quizás una moneda común, una política aduanera semejante, probablemente una federación política a corto plazo. Este acercamiento no tendría un carácter supranacional, como el Mercado Común Europeo, constituido por antiguas naciones de lengua e historia diferentes, sino esencialmente nacional, integrado por partes separadas de un mismo pueblo y que solamente unidas pueden alcanzar rápidamente las diversas etapas del crecimiento económico. La lucha se entabla, como es natural, en los cauces inmediatos creados por la balcanización; pero esa lucha debe tener una meta: la unidad, federación o confederación de los pueblos de habla hispano-portuguesa. Esto no excluye el Estado de Haití, cuyo francés es menos importante que su "créole", hablado por el pueblo y que vincula a los haitianos a la patria común, para no referirnos a los derechos históricos que corresponden a Haití gracias al papel desempeñado por Alexandre Pétion en la independencia de América.

De otro modo, la lucha por la creación de 20 Estados "socialistas" de América Latina supondría la inauguración de la "miseria marxista" o el establecimiento de algún "tutor" (Brasil o Argentina) rodeado de una nube de pequeños Estados enclenques. Pero esta unión no será el fruto de los razonadores estériles de la diplomacia, de los técnicos híbridos que semejan "cuchillos sin hoja", ni de las conferencias incesantes de la CEPAL, que sólo ha logrado el auto-desarrollo de los bien remunerados desarrollistas, sino el resultado de la revolución triunfante. La unidad de América Latina llega demasiado tarde a la historia del mundo como para que sea el coronamiento del desenvolvimiento automático de las fuerzas productivas de su anémico capitalismo.

La categórica necesidad de esa unión se abre paso aún a través de los gobiernos más reaccionarios: la Cuenca del Plata, las grandes represas que intercomunican al Brasil, Uruguay, Paraguay y la Argentina, el Pacto Andino, la crónicamente postergada canalización del Bermejo, la conexión de las Cuencas del Orinoco, el Amazonas y el Plata, el Mercado Común Latinoamericano y la moneda común, no podrán ser detenidas por fuerza alguna. La coincidencia y la unidad política de los Estados permitirán el pleno despliegue de los grandes proyectos que permitan a la América Criolla desenvolver el formidable emporio físico que descubrió Alejandro de Humboldt. Pero esa unidad política pasa por el meridiano de la revolución nacional latinoamericana.

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