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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


JORGE ABELARDO RAMOS Y LA UNIÓN SUDAMERICANA

<h2><hr><u>JORGE ABELARDO RAMOS Y LA UNIÓN SUDAMERICANA</h2></u>

Texto completo de la intervención del pensador cordobés Enrique Lacolla en el panel realizado el 2 de diciembre en Buenos Aires en homenaje a Jorge Abelardo Ramos y a la Unidad Sudamericana, organizado por CEDEA y Causa Popular



La unidad bajo la España parasitaria


El concepto de unidad de América latina ha estado presente en nuestra historia desde la Independencia. Era, por aquella época, la consecuencia natural de nuestra subordinación a España, que proveía a la vasta geografía iberoamericana de un relativo grado de unidad política, reforzado por la religión y por el cemento de la lengua que se hablaba en las dependencias regionales en que se dividía la América hispana: el virreinato del Río de la Plata, el reino de Chile, el virreinato del Alto Perú, la gobernación de Quito, el virreinato de Nueva Granada y el de Nueva España.

Esa vinculación a la Corona española era laxa y escondía apenas las tendencias centrífugas que recorrían a estos territorios, resultado de la existencia de núcleos de burguesía compradora situados en las ciudades portuarias y que propendían a comerciar sin someterse al monopolio español, recurriendo en ocasiones, si era necesario, al contrabando. No se distinguían, sin embargo, estos sectores, por una genuina voluntad de autonomía regional, sino que propendían a un localismo acendrado, que visualizaba la perspectiva económica que podría aparejar la independencia no como una oportunidad para proyectar un país integrado en torno a una economía autosuficiente, sino sobre todo para visualizarlo como un mercado en el cual descargar los mismos géneros con los que comerciaba; barriendo, si convenía a la ocasión, las industrias artesanales que atendían al mercado interno. La diferencia con el carácter de las colonias anglosajonas de la América del Norte no podía ser más marcada.

La responsabilidad de la misma España en este estado de cosas era enorme. Como apunta nuestro homenajeado Jorge Abelardo Ramos en su estupenda Historia de la Nación Latinoamericana, la industria española había sido arruinada o abandonada por el descubrimiento de América y la fluencia de los metales preciosos que desde allí hincharon las arcas reales, acrecentando el parasitismo de las clases ricas y acentuando la pobreza de las clases pobres. Sin industria, España no podía proveer a sus colonias de los elementos manufacturados que estas necesitaban. Pero este fenómeno, en vez de incentivar la creación de industrias en las colonias, por efecto de una rara, o no tan rara, traslación psicológica, vino a replicar en el continente americano los mismos rasgos que distinguían a los potentados españoles que monopolizaban el comercio con las colonias desde el puerto de Cádiz. Ese monopolio impedía el comercio entre las colonias entre sí y asimismo con puertos extranjeros, "pero sólo superficialmente era españolista -dice Ramos- puesto que el comercio exterior de ese monopolio estaba en mano de los proveedores europeos de España. Los monopolistas españoles tan solo remarcaban esas mercaderías y las revendían a las colonias… Los monopolistas de Cádiz eran, en realidad, un sector de la burguesía importadora de España y virtuales agentes comerciales de la industria inglesa, holandesa, francesa o italiana".

¿Debemos sorprendernos porque nuestras burguesías comerciales repitiesen esta condición y ese modelo de conducta? En la negación de la autoctonía que a lo largo del tiempo ha formulado nuestra clase dirigente, cabe rastrear quizá este volverse de espaldas al mercado interior y esa introyección de una actitud dependiente del extranjero. La mirada exógena sobre nuestra realidad reproduce en cierto modo la de aquellos ávidos comerciantes de la Península. A eso habría que añadir la herencia de aquella proclividad a la existencia suntuaria que hipnotizó por largo tiempo a los "palurdos españoles" (la definición es de Ramos) trasladados al nuevo mundo y ennoblecidos no ya por la conquista de América sino por su colonización.

En la España de la Ilustración

Pero esa era la mirada sobre América propia de la España inmóvil. La otra mirada, la de la España contagiada por los ideales de la Ilustración, la de la España popular que se manifestó en la guerra contra el invasor napoleónico, se proyectaba hacia el continente americano de forma muy distinta. Y como la primera, estuvo fuertemente enraizada entre nosotros y tuvo como parámetros a nuestras figuras señeras: San Martín y Bolívar. ¿Cuánto había de la comprensión unitaria del Imperio español en la visión unitaria de América que compartían los dos Libertadores?

Esa conciencia, que en ellos era con toda probabilidad sistemática y lúcida, también existía, a un nivel visceral, en las capas populares; pero su factibilidad a la hora de la guerra de la Independencia se vio trabada por la existencia de obstáculos que a la postre la paralizaron. El poderío económico y el secesionismo de los núcleos de la burguesía compradora -que, en el caso argentino, monopolizaba la renta del Puerto, cosa que le permitía dotarse de recursos militares y comprar voluntades-, se veían incrementados por los obstáculos geográficos de los que estaba sembrado un territorio enorme; por la exigüidad y dispersión de la población y por la inexistencia o escasa presencia de una producción manufacturera que excediese el nivel artesanal. Este conjunto de fatalidades determinó el triunfo de las tendencias centrífugas sobre las centrípetas en la América española, y decidió nuestra suerte por casi dos siglos. Pero la tendencia aglutinadora, esa oscura hermandad que vinculaba a los pueblos iberoamericanos, nunca se extinguió del todo y encontró voceros en el campo del arte y analistas en el plano de los estudios sociales, de los cuales nuestro Manuel Ugarte fue uno de los más preclaros.

La visión de Jorge Abelardo Ramos

Con el curso del tiempo, con el surgimiento de los proletariados modernos, con la progresiva abolición de las barreras naturales por obra del ferrocarril, las carreteras y el avión; con el surgimiento de los movimientos nacional populares que expresaron la voz de los sin voz, lo que Tulio Halperín Donghi ha llamado el orden neocolonial comenzó a entrar en crisis. Fue entonces cuando la reivindicación poética de la Amerindia empezó a convertirse en la reivindicación crítica de la misma. Y fue entonces cuando Jorge Abelardo Ramos ingresó a la palestra ideológica con varios libros fundamentales, en los que muchos de nosotros nos reconocimos y que proveyeron de una columna vertebral a lo que vagamente presentíamos.

El concepto de unidad latinoamericana se convierte por primera vez en un instrumento ideológico operante a través de la obra del "Colorado". Ramos no estuvo solo, desde luego; fue acompañado o anticipado por una pléyade de figuras entre las que cabe mencionar a Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós, Alberto Methol Ferré, Jorge Enea Spilimbergo y Alfredo Terzaga, entre otros, pero él fue el condensador y divulgador genial de una visión americana en la cual ingresaba la óptica interpretadora del marxismo con una fuerza que devenía de su adaptación de esa doctrina a nuestra propia circunstancia. Lejos de leer la realidad iberoamericana con anteojos europeos, como solían y suelen hacer los exponentes de todas las variantes del espectro ideológico que se obstinan, desde nuestros orígenes, en vernos con ojos ajenos, Ramos supo incorporar las categorías críticas del marxismo a partir de la experiencia de nuestra propia historia. "Lo nacional es lo universal…, visto desde aquí", dice un aforismo, que nunca será citado bastante, de Arturo Jauretche.

Una visión marxista de nuestra Historia

Esta percepción fue la que permitió a Ramos estructurar la primera visión marxista de conjunto de nuestra historia. Pero la apoyó en un talento que fue esencial al logro de su obra y que residía en sus excepcionales dotes de escritor. Ramos poseía un estilo pleno, rebosante de giros ingeniosos, estupendamente dotado para el sarcasmo cuando la ocasión lo requería; ágil y rico en un vocabulario que sabía otorgar plasticidad y consistencia a los hechos que describía. No tenía nada que envidiar, desde mi punto de vista, al acerado estilo de León Trotsky; pero no era en absoluto imitativo: brotaba de su propia mollera y de una captación sensual de la historia, que encontraba en sus dotes de narrador y en su capacidad para plasmar las ideas en conceptos fuertes, un magnífico vehículo de persuasión crítica.

Había en el Ramos escritor mucho de la facundia española y latinoamericana, ponderada por el método marxista. Pero recuerdo haberle oído manifestar una vez que, tras muchos años de reprocharse su propensión a la desmesura expresiva, había decidido no preocuparse más por esa conciencia purista que le susurraba al oído cuando escribía, y aceptar esa forma de manifestarse como la legítima emanación de su propia naturaleza iberoamericana. Aunque fue también esta aceptación de su propia naturaleza tumultuosa que lo llevó quizá a excederse a veces en su propensión a la diatriba, cosa no siempre aconsejable en un constructor político.

Todos sus libros llevan la impronta de su visión latinoamericana. Desde América latina, un país, un libro secuestrado por la comisión Visca, de infausta memoria, emanación de los aspectos más negativos del primer peronismo que tuvieron mucha gravitación en la creación de las condiciones que llevaron a su derrocamiento en 1955, a la Historia de la Nación Latinoamericana, pasando por Revolución y Contrarrevolución en la Argentina que si bien se ocupa de este pedazo de América no deja verlo inserto en una peripecia continental, la apreciación como conjunto del destino iberoamericano estuvo en el centro de su interpretación de la historia. Y digo iberoamericano no porque esta formulación se oponga a la más abarcadora de latinoamericano, sino porque en ella se sitúa también Brasil, cuya existencia reproducía muchos de los rasgos que distinguían a nuestras oligarquías dependientes y también la proyección de otra fragmentación, de otra división hasta cierto punto artificialmente inducida: la del reino de Portugal respecto del de España, favorecida por el interés británico.

La nueva realidad latinoamericana

Hoy, las divisiones y las tendencias centrífugas que fueron casi fatales en el pasado, está perdiendo su razón de ser. No sólo porque los puntos señalados más arriba –comunicaciones, demografía, infraestructuras productivas, cuyos datos conspiraron durante mucho tiempo contra la unidad latinoamericana- están revertiendo su signo y de menos pasan a más, sino porque el modelo semicolonial que ha presidido nuestro desarrollo y contra el cual estos países se han rebelado confusamente muchas veces, exhibe el agotamiento de sus posibilidades y sólo tiene para ofrecernos mercados desregulados, desindustrialización, derogación del Estado, asimetría social y pauperización generalizada.

Pero, cuanto más herida esté la bestia, más peligrosa se hace. El brutal disciplinamiento del patio trasero efectuado en los ’70 con expedientes militares, fue seguido por una oleada falsamente democratizadora que, valiéndose de la condición postraumática de nuestros pueblos, culminó la labor desintegradora y le añadió, como remate, la sanción de una legalidad ficticia.

Las naciones latinoamericanas han empezado a salir del estado catatónico provocado por la represión de "los años de plomo" y se buscan para configurar un reducto regional que permita resistir las mareas de una globalización asimétrica, regulada desde arriba. Esa búsqueda enfrenta enormes obstáculos, pero estos provienen ahora del imperialismo y de las complicidades internas con este, no de dificultades de orden objetivo. Esto representa un salto decisivo, cuantitativamente mensurable, pero que requiere de una cualidad dirigencial que seguimos echando de menos para tornarse en plenamente efectivos.

Expresiones de esta resolución las hay –por ejemplo, el rechazo en el foro de Quito de las pretensiones estadounidenses sobre la transformación de las fuerzas armadas de nuestros países en prolongaciones policiales del Pentágono, ocupadas en combatir el "narcotráfico-, y también cabe contar entre ellas el rechazo que el ex presidente Eduardo Duhalde formuló contra la arremetida del secretario de Comercio norteamericano, Robert Zoellick, efectuó contra el Mercosur. Pero sigue faltando la vertebración político-ideológica que transforme estas tendencias en una corriente sostenida.

En este contexto, la obra de Ramos respira nuevamente y se transforma, en realidad, en un recurso necesario para volver a acercarnos a la raíz de la problemática latinoamericana. Más allá de la sorprendente inflexión que tuvo su trayectoria al final de su vida -que no se puede disimular ni negar-, los aportes que efectuó a la comprensión viva de nuestra historia son definitivos. Revolución y contra y la Historia de la nación latinoamericana son hitos insoslayables que han de sostener la lucha de las generaciones actuales y futuras, proveyéndolas de un instrumento interpretador de las claves de nuestro pasado y, por consiguiente, de nuestro futuro. Pues, como afirmara Hernández Arregui, la historia fue la política de ayer, así como la política de hoy será la historia de mañana."

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