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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


ISLAM Y NACIONALISMO

<hr><h2><u>ISLAM Y NACIONALISMO</h2></u> Por José Steinsleger

Sublevaciones y lucha anticolonial; guerra de guerrillas y guerras interárabes o de árabes contra persas; movimientos laicos o religiosos, conservadores o progresistas, más allá y más acá de la cultura occidental fueron, en el siglo xx, distintas facetas de una causa común: la emancipación del Islam y la autoafirmación político-cultural de los árabes.

Hace mil años, cuando los pueblos de la cristiandad discutían acerca del sexo de los ángeles, huían del agua y olían a diablos, el médico y filósofo uzbeko-iraní Abú Alí al-Husayn ibn Sina (conocido como Avicena, 980-1037) intercambiaba correspondencia con Abu I-Rayhan Mohamed ibn-Ahmed (El Biruni), joven astrónomo y naturista afgano que dictaba sus clases en los Baños de Anusha-jan (Jiva, Uzbekistán actual).

En la "Academia de Mamún" (Ghazna, cerca de Kabul), Avicena y El Biruni proseguían la ruta trazada por los sabios de la Antigüedad: estudiaban a los griegos, discutían de La Iliada y La Odisea, de Platón y de Aristóteles, de la física y el cielo, la estructura del universo, la caída libre de los cuerpos y de las partículas que no pueden descomponerse: los átomos.

No hay cómo perderse: eso que llamamos "civilización occidental y cristiana" jamás hubiese existido sin el legado cultural de Avicena y El Biruni, difundidos en Europa por el español Abú-I-Walid Muhammad ibn Rusd (Averroes, 1126-1198). Y sin Averroes y la escuela de traductores árabes de Toledo, tampoco hubiese existido la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), obra que aristotélicamente trata el tema de la conciliación entre la fe y la razón.

Educado en el dialecto "jwarizm" en tiempos de la dominación persa, el afgano El Biruni prefirió, no obstante, servirse deliberadamente de la lengua árabe como instrumento de pensamiento y medio de expresión de su vida intelectual, de fecundo intercambio cultural entre Oriente y Occidente. De igual modo procedieron los primeros pensadores modernos del Islam, temerosos de que la dependencia mental y espiritual hacia Occidente terminase por destruir la "umma" (pueblo, unidad, nación islámica).

Intelectuales como Yamal Afgani (1839-1897) propusieron a los musulmanes la adopción de la tecnología occidental, cuestionando la versión de los monjes y príncipes reaccionarios del Islam, que a su juicio toleraban la decadencia de la religión y perpetuaban la miseria y la opresión de los pueblos islámicos.

Saij Abduh, su discípulo más famoso, predicó la necesidad de educar al pueblo haciendo uso de la razón y la independencia del pensamiento en lugar de aceptar ciegamente las ideas del Corán. Entre sus objetivos figuraba la devolución a la lengua árabe de su antiguo esplendor, ya que sin ella no se podía comprender debidamente la religión.

De las ideas de Abduh surgieron nacionalistas como Kasim Amin, quien luchó por la liberación de la mujer, Amad Sayyid, defensor de las virtudes cívicas y la vida liberal y constitucional, y Aaad Zagul, quien participaría activamente en la revolución egipcia de 1919 contra el colonialismo británico.

Denso y complejo como sus antiguas civilizaciones, el nacionalismo árabe tuvo que remover pirámides de milenaria injusticia social. El primero en mencionar el concepto de "nación árabe" (que incluía tanto a musulmanes como a cristianos) fue el libanés Nayb Azuri, fundador del partido Liga de la Patria Arabe y autor del ensayo La revuelta de la nación árabe contra el Asia turca (1904).

En Siria, Edmon Rabat tomó parte en la formación del Bloque Nacional (1937) y publicó La unidad siria y el devenir árabe. Rabat cuestionó la división artificial del Islam por el colonialismo occidental y advirtió temprano sobre las consecuencias para la región de la creación del Estado de Israel.

En Irak, el exponente más notable del nacionalismo fue Sati al-Husri,
aristócrata educado en la corte otomana. Sati optó por la nacionalidad iraquí y se esforzó por demostrar que un individuo no puede gozar de libertad fuera de la estructura de una nación, que el panarabismo no perjudicaba al Islam y trató de convencer a los egipcios de que su país formaba parte de la nación árabe.

Otro iraquí, Abd al-Rahman al-Bazzaz, puso en guardia al nacionalismo contra el chovinismo y destacó que el nacionalismo árabe se basaba en una cultura árabe. Igualmente, el sirio cristiano Qustantin Zurayq afirmó que el profeta Mahoma había creado una cultura árabe y que esta cultura y su historia eran el pasado común de árabes y cristianos.

El nacionalismo emancipador de los árabes difería según el grado de desarrollo de sus naciones. Inglaterra y Francia intentaron coptar estas luchas (acuerdos Sykes-Picot, 1916), que recomendaron la creación de un Estado árabe independiente, regido por un monarca bajo la "protección occidental". Pero a Winston Churchill, paladín de las libertades democráticas, no le gustó la idea y recomendó el uso del "gas mostaza" (inventado por los alemanes) para solucionar el "problema árabe". Ni George ni papá Bush habían nacido entonces.

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