Blogia
MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


CRÓNICAS DE JOAQUÍN EDWARDS BELLO (*)

<hr><h2><u>CRÓNICAS DE JOAQUÍN EDWARDS BELLO (*)</h2></u>

El mito de Manuel Rodríguez y la
Batalla de Maipo



Abril, 1955

La historia ha de atreverse a decirlo todo, según Tácito. Maurois recomendó prescindir de simpatías y antipatías personales. Sé poco más o menos lo que dirán en este aniversario del día cinco de abril glorioso y a la vez plagado de obscuridades. Sé de memoria lo que dijo San Martín cuando comenzaba la batalla: "El sol por testigo y la tontería de Osorio". Sé lo que dijo al final, ante los cadáveres de sus pobres negros y de sus simpáticos rotos. La batalla nos ofusca. Pensamos en penachos, en alegorías, en enormes pinturas murales para escolares y versos marciales. Los estrategas hicieron especulaciones guerreras a posteriori. Notaron los errores de San Martín, de Primo de Rivera y de Ordóñez. Descubrieron que San Martín no debió ir por ahí, sino por acá. Me parece que ya es tiempo de ir descubriendo algo de lo que ocurrió antes, pero un mundo antes de la definición sangrienta en el campo de batalla, que según unos se llama Maipo y según otros Maipú. A ver, una pregunta: ¿Por qué razones llegaron jefes argentinos a darnos la libertad y no fuimos nosotros a dársela a ellos? No serían tan lerdos San Martín, ni Las Heras, ni sus granaderos, ni sus negros mendocinos, cuando ayudaron a nuestros bravos rotitos, a O'Higgins, a Freire y a Bueras, para salvar a nuestra patria. ¿Qué había ocurrido en Chile en 1818? ¿Cómo se comportaban los hombres chilenos de los primeros rangos durante los años anteriores a dicha batalla? La respuesta en síntesis se resume: intriga.

Esto es, impedimento sistemático por parte de vanidosos que condensaban su vitalidad en el aforismo: "¡Quítate tú para ponerme yo!" En el magistral estudio sobre O'Higgins, de Encina, tomo séptimo, encontré esta pepa de oro, página 299: "Si don José Miguel Carrera hubiera tenido algunas aptitudes de gobernante, de organizador y general, O'Higgins, ahogando sus antipatías de temperamento y su repugnancia moral, se habría convertido espontáneamente en instrumento suyo, como lo hizo con San Martín y con el mismo Carrera cuando participó de la creencia en su imaginario genio militar".

He leído todo lo que alcanzaron mis ojos respecto de Cancha Rayada y de Maipo. Barros Arana, Zapiola, Vicente Pérez Rosales, Abel Rosales, Mitre, y entre los más modernos Encina, Blanchard Chessi, Díaz Meza y abundante crónica con la última de Manuel Gandarillas, ilustrada y con citas de Antonio Bizama Cuevas. El gran poeta y colega Gandarillas ha recordado el uso del aguardiente en la batalla de Maipo. El documento del aguardiante apareció antes en un Zig-Zag de 1906 ó 1907. El uso del alcohol u otros excitantes en las batallas ha sido universal. En Venezuela, el guarapo ayudó a la independencia. En Waterloo, al final, Blucher hedía como un odre de alcohol. El general francés Marchand, héroe de Fachoda, al escultor que le hacía el busto, dijo: "A quien debieran levantar un monumento es al general Pinard". En argot, pinard es vino.

El ataque nocturno de Cancha Rayada, que dispersó las tropas de San Martín y dejó herido a O'Higgins, se debió en parte a la fiesta que celebraban, o santo de San Martín. El San José estuvo a punto de terminar con el ejército patriota si no hubiera sido por el general Las Heras. El argentino prefiere el mate al aguardiente. El militar Cruz se asombró al ver dispersos y derrotados esa noche a los mismos soldados vencedores en Chacabuco y denodados asaltantes en Talcahuano. ¿Hay un misterio de psicología en el asunto? Según Mitre, los negros de Cuyo fueron los mejores soldados en Cancha Rayada.

Después del desastre nocturno, la situación en Santiago era aterradora. Creyeron que se repetiría el caso de Rancagua. Las Heras salvó la situación. Dejemos de lado lo simbólico y monumental para imaginar cómo llegaría a Santiago en general Las Heras, bragado y de mirada terrible. Chamuscado y patilludo, insomne, casi en cueros. Sable en mano daba órdenes como truenos y amenazaba de muerte a los desertores. La deserción era otro enemigo terrible como los Burgos y Talaveras. Las Heras estaba cocinándose un charqui frito, cerca del mate, en el momento de la sorpresa. ¡Ahijuna! Con feroz energía, el hombre de las cejas como cerdas montó y se hizo obedecer en las sombras de la noche triste chilena. No aflojó. Libró a tres mil quinientos hombres, base de la libertad. De un galope llegó a Santiago y acampó en La Pampa, lo que ahora es el Matadero. En llegando quedó esperando órdenes. Llegó San Martín y le dio diez pesos para que comprara un uniforme. La ciudad de Santiago había pasado una noche de pesadilla. Saqueos, tiros perdidos, gritos de auxilio, estertores de agonizantes. ¡Misericordia! ¡Misericordia! Zapiola contó que los batallones de milicianos, formados de prisa, no sirvieron. Unos huían de noche a remoler. Otros huían a engrosar el ejército ... de Osorio. La población, en un noventa por ciento, no sentía la guerra. El pánico de Santiago ha quedado descrito por testigos como Pérez Rosales y Zapiola. No hubo mulas ni caballos suficientes para los que huían a Mendoza. Los partidarios del rey se quitaron las caretas y los ladrones se dedicaban de preferencia a asaltar las casas de los patriotas. Los monarquistas esperaban los resultados como en la copla de La Mascotta: "En las batallas estar detrás mientras peleen los demás, y en la victoria estar al frente ... ¡Es conveniente!" Hubo indiferentes de gran calidad, como don Diego Portales. Zapiola lo llamó "Machiavello de chingana". El libro de Zapiola "Recuerdos de treinta años" es el documento más franco y libre de su tiempo.

Pérez Rosales dice: "Espantaba ver al gentío, de a pie y a caballo, que se lo llevaba todo por delante, en el camino de los Andes". La familia de Pérez Rosales pagó catorce mil pesos por unas mulas. Su madre estuvo a punto de morir despedazada en la cordillera.

Manuel Rodríguez, un mito nacional, según Encina y según toda persona franca que conozca la historia, deseaba la derrota del ejército de San Martín y de O'Higgins para quedar, con Carrera, dueño de una pequeña tropa, sin valor militar, pero que se imponía a la primitiva imaginación popular. Los soldados de Rodríguez usaron una divisa espantable, compuesta de una calavera de trapo blanco en fondo negro, como la que usan nuestros niños piratas de primavera. Eran como un coro de zarzuela con uniformes de Húsares de la Muerte. Un cuco. En todo, quinientos de caballería. Estos salvadores de la patria tenían más ganas de molestar a O'Higgins que de combatir a los españoles. Los oficiales eran en su totalidad carrerinos.

Conozcámonos. En estas condiciones, con O'Higgins herido gravemente y Rodríguez en sus espaldas, preparaba San Martín la batalla decisiva. La noche anterior, dice Encina, "llegaba hasta los escasos transeúntes el murmullo de las plegarias que desde los hogares subían al cielo, rogando por el marido, el hermano, el padre o el novio que estaban en el campo de batalla".

Amaneció el día milagroso: 5 de abril de 1818. Copia feliz del Edén. Cielo limpio, cantos de diucas, olor a frutas y flores.

San Martín tenía dos amigos seguros en Chile, a los que nunca olvidó: el huaso Estay y O'Higgins. Era O'Higgins el más capaz de reconocer jerarquías, de obedecer y de organizar, virtudes que a veces parecen ser ajenas a nuestra raza. Esta capacidad de obediencia y de organización fue obstaculizada por personas que tuvieron un concepto silvestre personal del patriotismo: los carrerinos. Manuel Rodríguez era el cónsul general o representante del carrerismo en Chile, el año 1818, en ausencia de los ídolos. San Martín era para los carrerinos un patán cuyano y O'Higgins un guacho bruto.

Veamos la conducta de Rodríguez. Dice Zapiola: "El regimiento de Rodríguez no concurrió a la batalla. Esperaba la llegada de Juan José y Luis Carrera, cuya libertad creía inminente. En todo caso, contaba con don José Miguel. El regimiento de húsares sería la base de una revolución contra aquel orden de cosas".

Dice Encina: "A Manuel Rodríguez lo único que le interesaba era que el nuevo desastre de San Martín, que creía indudable, lo encontrara en el poder". "Era incapaz de organizar nada. Armó al pueblo para dejar vacíos los almacenes, de manera que San Martín no pudiera rearmar a sus soldados". "Después de eliminar a San Martín y O'Higgins, barrerían de Chile a los españoles, si antes no huían aterrados con las proclamas que don José Miguel sabía lanzar". "La intensidad del odio anulaba todo ideal". "Ellos se retirarían a Coquimbo con caudales y con todo lo que pudieran acarrear". "El Ministro del Interior Miguel Zañartu comprendió, después de Cancha Rayada, que el peligro no estaba en el desastre mismo, sino en Manuel Rodríguez". "Los realistas y los carrerinos contaban con la derrota de San Martín".

La victoria llegó, gracias a San Martín, a Las Heras y a O'Higgins, en gran parte. O'Higgins levantó a un muerto. El resto lo hicieron el roto chileno y los argentinos. Al finalizar el año 1817, el ejército constaba de dos mil setecientos argentinos y seis mil quinientos catorce chilenos. La formación de este ejército, dice Encina, da a San Martín títulos para ser considerado el primer general y el máximo libertador de América. Sin sombra para Bolívar, el genio.

Datos son éstos más útiles, en 5 de abril, que los discursos, los cañonazos y las charangas. Es una manera de espejo de ayer para mirarnos la cara de hoy. Si ha crecido Manuel Rodríguez en el corazón popular es a causa de un apego entrañable a la oposición y a lo que llamamos bochinche. Ya dijo Miranda: Bochinche, bochinche, no saben más que bochinche. Últimas palabras antes de la prisión. Bochinchero típico, enemigo del orden jerárquico, fue Urriola, y hay calle Urriola en todo pueblo chileno. Mi padre decía que entre la maldad y la virtud no hay términos medios. "Son como el permanganato y el chocolate".

Las mentiras, o mitos, traen familia y aumentan sin cesar. Nuestro buen pueblo ha engordado la gloria de Manuel Rodríguez. En ello influye la emotividad de la muerte. Muerte violenta. Asesinato y animita. El eterno revolucionario es endiosado. Se dijo que San Martín había huido a Buenos Aires, que O'Higgins estaba en cama y que Rodríguez a la cabeza del pueblo, había derrotado a Osorio en Maipo. Lo creyeron así durante algunos años. "Corrió en textos de enseñanza".

De mi parte digo: soy apolítico. Nunca voté desde 1920. No odio bastante a una persona para desearle que vaya a La Moneda a servir de pararrayos de pasiones como la vanidad, la envidia y la codicia. Es imposible contentar a mi tierra desde el Poder.

San Martín escribió a un amigo de Buenos Aires lo siguiente, desde Santiago: "Me hago violencia en habitar este país: en medio de su belleza, todo me repugna en él; los hombres, en especial, son de un carácter que no confronta con mis principios, y me producen un disgusto continuado que corroe mi triste existencia". "Dos meses de tranquilidad en el virtuoso pueblo de Mendoza me volverían la vida".

San Martín quiso ser amigo de Manuel Rodríguez. Este lo sabía y recurría a él en los momentos difíciles. Los enemigos de San Martín inventaron la fábula de su intervención en el asesinato de Til-Til. Navarro, el matador, urgido para que declarara contra O'Higgins, confesó que había recibido la orden del coronel Alvarado y de Monteagudo. San Martín se esforzó sin cesar para atraer a Manuel Rodríguez. Tenía simpatías por el eterno guerrillero.

(*) Chileno. Premio Nacional de Literatura y de Periodismo. La siguiente crónica ha sido tomada de: Mitópolis, Editorial Nascimento, Santiago de Chile, 1973. Páginas 81 a 87
.

0 comentarios