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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


LAS LECCIONES QUE DA BOLIVIA

<hr><h2><u>LAS LECCIONES QUE DA BOLIVIA</h2></u> Por Enrique Lacolla

Hay en la crisis boliviana una muestra de afirmación popular que requiere ser oída. Es hora de hacerlo.


La política, y el curso histórico que después la resume, no son un asunto fácil. En especial cuando se trata de fraguar cambios revolucionarios, dando una forma a una agitación creciente y que demanda una salida.

Es sin duda conmovedor ver a los indígenas de El Alto y a los mineros bolivianos bajar al centro de La Paz reclamando la nacionalización de los hidrocarburos –única palanca que puede financiar el desarrollo del país del altiplano– y la convocatoria a una Asamblea Constituyente, en el marco de una situación límite en la cual el gobierno se tambalea, el Oriente profundiza su pretensión autonomista y merodean los rumores de golpe militar, al que se le asignan los signos ideológicos más distintos, desde el chavismo de izquierda al reaccionarismo de derecha cocinado en la Escuela de las Américas y fogueado en la represión antipopular.

La intransigencia del pueblo en la calle, de la que se hace vocera la COB (Central Obrera Boliviana) es hasta cierto punto morigerada por Evo Morales, la cabeza más visible del movimiento popular, quien acepta la ley de hidrocarburos tal como ha sido votada por el Congreso –pero hasta ahora resistida por el Presidente Carlos Mesa–, al cual sin embargo Morales sostiene en su pretensión de mantenerse en el cargo hasta completar el mandato de Gonzalo Sánchez de Lozada, de quien Mesa fuera vicepresidente y cuya investidura asumió cuando la rebelión popular arrojó a aquel de su sitial en octubre de 2003.

No faltan quienes tildan a Morales de vacilante o traidor por esta posición aparentemente contradictoria, mientras otros, por el contrario, lo señalan como la primera causa del desorden y solicitan poco menos que su cabeza.

Se diría sin embargo que la posición del dirigente cocalero es sensata y la única posible, por el momento, en la caótica situación que se ha producido. ¿Cuáles son las garantías, en efecto, de que si naufraga el gobierno de Mesa el país no se disloque? ¿Qué capacidad de supervivencia tendría un gobierno integrado por facciones contrapuestas y huérfano de apoyo exterior? Bolivia no es Venezuela, ni Brasil ni Argentina; está tironeada por el separatismo santacruceño –donde se acumulan las principales reservas energéticas del país– y el probable golpe militar que podría salir al paso de esa aventura secesionista, estaría marcado por muchas más incógnitas que certezas. Podría ser de orientación chavista, pero también su contrario. Y esto último abriría las puertas a una amarga confrontación.

La revolución pendiente

No hay duda de que América latina en su mayor parte está recorrida por corrientes populares que se oponen, visceralmente, a la dependencia del exterior y al dogma neoliberal que la expresara a lo largo de las últimas décadas. Esas corrientes se vinculan a la serie de puebladas y luchas que jalonaron nuestra historia a lo largo de casi dos siglos y que son reconocibles con el nombre de populismos; expresión peyorativa para muchos sociólogos al uso, pero cada vez más reivindicada por las corrientes de pensamiento que tratan de aproximarse a la comprensión de nuestra realidad de acuerdo a parámetros genuinos, esto es, no deformados por una perspectiva importada.

En la situación actual de Latinoamérica la valorización y comprensión de las formas originales de protesta, debe ser una herramienta primaria para intentar la modificación de esta realidad deformada por la dependencia.
Y en este sentido es fundamental que los grupos que pretendan postularse como elites dirigentes cumplan con un postergado deber: escuchar a las masas profundas de estos países.

Durante 200 años se han pretendido implantar formas de representación a menudo vacías y que no respondieron a una confusa pero vital aspiración a la unidad, la justicia social y la independencia. Hay que convencerse que su imposición forzosa es imposible. Aunque puedan mantenerse por la fuerza, la presión de abajo las hará saltar repetidamente.

¿Cómo convertir entonces este ir y venir, este avance y retroceso permanentes, en una progresión efectiva? No hay respuestas fáciles. La única certidumbre es que hay que estar atentos a lo que se mueve, y que no hay que desvalorizar el legado de nuestra experiencia histórica concreta, por incongruente que a veces parezca.

La peripecia boliviana de estos días se inscribe de lleno en esta perspectiva y es directa heredera de esas luchas. Es una muestra de la especificidad latinoamericana, aun abigarrada e incipiente, y definida más por lo que rechaza que por lo que quiere. No la perdamos de vista y aprendamos a escuchar su voz.

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