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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


LOS CAMINOS DE AMÉRICA LATINA

<hr><h2><u>LOS CAMINOS DE AMÉRICA LATINA</h2></u> Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior
– Córdoba – Argentina
19 de Junio de 2005

La semana anterior, en la nota dedicada a la crisis de Bolivia, poníamos énfasis en el riesgo que suponen las pulsiones centrífugas que tironean a aquel país.

Se trata de un grave problema, pero cuya peligrosidad no está sólo en el hecho en sí, sino en la compleja articulación en que se presenta. Lo que está en juego es el destino boliviano, pero también el del incipiente emprendimiento unitario de Sudamérica, esbozado en la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN).

En efecto, si el futuro está abierto a la formación de un bloque regional que sea capaz de alternar en el mundo globalizado, también es verdad que su configuración puede asumir formas muy diferentes, que van desde una integración bolivariana o sanmartiniana, que construya a la región como un espacio sociopolítico autónomo, a la primacía de la principal de las naciones que lo componen, Brasil, o a la dispersión de los pueblos sudamericanos en una suerte de neonaciones que prolongarían la balcanización que nos aflige, en términos aún más deprimentes que los actuales. Es decir, a través de la conformación de subregiones agrupadas por los etnicismos o por el privilegio económico que algunas disfrutarían respecto de otras.

En este encuadre, son perspectivas posibles una república andina aymara y quechua, que se elevaría por encima de los actuales límites de Bolivia y Perú; una República de Santa Cruz de la Sierra; una República de la Patagonia y quién sabe si un contralor internacional de la Amazonia.

Perspectivas posibles, desde luego, no significa que sean probables, pues se puede estar seguro de que Brasil, por ejemplo, no consentiría semejante amputación de sus atribuciones territoriales. Pero la tendencia existe y es fogoneada de muchas maneras, desde las más discretas a otras que no lo son tanto, por personeros locales del imperialismo y por mensajes subliminales que se emiten en ciertos medios de comunicación.

¿Se ha reparado, por ejemplo, en la frecuencia con que los documentales televisivos de origen europeo o norteamericano usan el término “Patagonia” como un vocablo en sí mismo, haciendo abstracción de la nación argentina que la incluye?

El valor de un nombre

Como alguien señalara en otra parte, las discrepancias en torno del nombre que debía llevar la declaración fundacional de la Comunidad Sudamericana de Naciones indicó la existencia de tendencias sutilmente contrastantes respecto del proyecto que ésta involucra.

Al principio, se había proyectado llamarla Declaración de Ayacucho, pero se terminó designándola como Declaración de Cuzco.

La disputa etimológica puede esconder contenidos muy concretos. Cuzco implica imponer una nota donde lo dominante es el indigenismo precolombino, mientras que Ayacucho hubiera implicado una reconexión directa con lo más ejemplar de la historia iberoamericana: la victoria de los pueblos del subcontinente en una batalla donde se integraron alrededor de la bandera de la soberanía y los derechos humanos, en la perspectiva democrática y moderna de las luchas paridas por la Revolución Francesa.

Los indigenismos remiten a un pasado superado y son susceptibles de ser instrumentados. Aunque se deben sostener sus legítimas reivindicaciones en favor de sectores postergados de manera infame a lo largo de siglos, su presencia política no puede aislarse del resto de las comunidades iberoamericanas. Y mucho menos si su emergencia “revolucionaria” va acompañada de una desconexión lingüística y cultural del resto de América latina.

El nuevo siglo está lleno de arenas movedizas. Los grandes rediseños el mapa están a la orden del día. La ex Yugoslavia, el Cáucaso, Asia central, son casos demostrativos de la inestabilidad de todo y de la existencia de un plan maestro para desintegrar cualquier cosa que pueda oponerse a la globalización, tal como se la entiende en el mundo desarrollado.

Hay que construir el bloque regional para contrarrestar esas tendencias. Pero no podrá ser un bloque regional débil, escindido en partículas que no se comunican o donde se establecen dependencias internas, sino un bloque compuesto por naciones que acuerdan mutuamente sus políticas de desarrollo. De lo contrario, nos encontraremos sometidos a la hegemonía norteamericana o al interés de Brasil, tal vez capturado por el sueño de ejercer una especie de hegemonía subordinada.

Mucho –o todo– dependerá del signo ideológico que nuestros países sean capaces de darse. Socialista, en el sentido amplio del término, no sería una mala palabra.

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