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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

alejandro dolina


MAGIA

<hr><h1><u>MAGIA</h1></u>

 Por Alejandro Dolina

De: “El libro del fantasma” – Ediciones Colihue – Buenos Aires – 1999.
 

El mago Rizzuto no conocía ningún truco. Su número era bien sencillo: golpeaba su galera con su varita azul y esperaba que apareciera una paloma.

Naturalmente, la total ausencia de dobles fondos, de mangas hospitalarias y de juegos de manos conducía siempre al mismo resultado desalentador. La paloma no aparecía.

Rizzuto solía presentarse en teatros humildes y en festivales de barrio, de donde casi siempre lo echaban a patadas. La verdad es que el hombre creía en la magia, en la verdadera magia. Y en cada actuación, en cada golpe de su varita azul estaba la fervorosa esperanza de un milagro. Él no se contentaba con las técnicas del engaño. Quería que su paloma apareciera redondamente. 

Durante largo tiempo lo acompañaron la desilusión y los silbidos. Otro cualquiera hubiera abandonado la lucha. Pero Rizzuto confiaba. 

Una noche se presentó en el club Fénix. Otros magos lo habían precedido. Cuando le llegó el turno, dio su clásico golpe con la varita azul. Y desde el fondo de la galera apareció una paloma, una paloma blanca que voló hacia una ventana y se perdió en la noche. 

Apenas si lo aplaudieron. 

Las muchedumbres prefieren un arte hecho de trampas aparatosas a los milagros puros. 

Rizzuto no volvió a los escenarios. Tal vez siga haciendo aparecer palomas en forma particular.

 


ARENA

<h1><u><hr>ARENA</h1></u>

Dibujo: addul_al-mozayen 

Por Alejandro Dolina

De: “El libro del fantasma” – Ediciones Colihue – Buenos Aires – 1999.

(Al leer este bello texto del Negro Dolina me acordé: de la “Turca” Faride Zerán, de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile; de la familia Zalej Arteaga y de María Teresa Muñoz Chelech de Puerto Natales. A todos ellos, mi cariño eterno) – Augusto Alvarado – “Mirando al Sur”.

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Los paganos admitían la existencia de divinidades toscas, imperfectas, chapuceras.

Los dioses no sólo estaban sujetos a toda clase de vaivenes éticos sino que también cometían numerosos errores en el ejercicio de su profesión: creaban universos endebles, se dejaban engañar por los humanos, desconocían el futuro, fallaban en sus cálculos.

Las grandes religiones monoteístas acuñaron la idea de la inhabilidad divina, de un poder sin grietas.

No es nuestro propósito ejercitarnos ociosamente en la lógica para entretenernos con esas paradojas que tanto divierten a los gandules agnósticos.  Ahorraremos al lector la modesta perplejidad de pensar si Dios es capaz de crear un objeto tan pesado que Él mismo no pueda levantar.

Sin embargo, la historia de la arena comienza con una distracción de un Dios omnipotente.

Las tradiciones islámicas dicen que, habiendo finalizado la creación, el Señor advirtió que faltaba la arena. Los hombres estarían privados de la deliciosa voluptuosidad que sienten al caminar junto a los mares. El fondo de los ríos sería siempre ríspido, los arquitectos carecerían de un material indispensable, los caminos no podrían suavizarse, las huellas de los enamorados serían invisibles.

Dispuesto a remediar su olvido, Dios envió al arcángel Gabriel con una enorme bolsa de arena a que la desparramara allí donde fuera necesario.

Pero el Enemigo trabaja siempre para estropear la obra divina. Mientras Gabriel volaba con su carga inconcebible, el diablo le agujereó la bolsa. Esto sucedió exactamente sobre la región que hoy es Arabia. Casi toda la arena se volcó sobre ese lugar, de modo tal que las nueve décimas partes del país quedaron convertidas para siempre en un desierto.

Advertido de esta catástrofe, Dios resolvió ofrecer a los árabes algunos dones compensatorios.

Les dio un cielo lleno de estrellas como no hay otro, para que miraran siempre hacia lo alto.

Les dio el turbante, que bajo el sol del desierto es mucho más valioso que una corona.

Les dio la tienda, que es mejor que un palacio.

Les dio la espada. Les dio el camello. Les dio el caballo.

Y les dio algo más precioso que todas las otras cosas juntas: la palabra, el oro de los árabes.

Otros pueblos modelan en la piedra o los metales. Los árabes modelan en el verbo.

El poeta (el chair) es sacerdote, juez, médico, jefe. El poeta es poderoso: puede traer alegría, tristeza, encono. Puede desencadena la venganza y la guerra. Puede matar con la palabra.

Los errores de Dios, como los de los grandes artistas, como los de los verdaderos enamorados, desencadenan tantas reparaciones felices que cabe desearlos.