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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

mujeres como ellas


MUJERES CHILENAS

<h1><hr><u>MUJERES CHILENAS</u></h1>

Un lazo indivisible e inquebrantable desde la historia hasta el presente.
El 11 de diciembre, llegué a votar sola, al Estadio Nacional.

Cuando salí, una gran cantidad de mujeres me acompañaba.

Por María Eugenia Meza - ClariNet


Por primera vez en la historia, me decía emocionada mientras caminaba bajo el implacable sol en busca de mi mesa, podría votar por tres mujeres para los principales cargos de representación en el país.

Cuando entré a la caseta, sentí a mi madre a mi lado. Y a mi abuelita. Ellas, claro, no podían votar. De haber estado vivas, mi madre habría estado votando dos mesas más al sur que la mía. Y mi abuelita en Curicó, adonde viajaba puntual y sagradamente, cada vez que había elecciones.

Ambas fueron avanzadas de su época.

Mi abuelita había sido jefa de hogar y también jefa de una central y connotada sastrería de Santiago. Sacó adelante su familia no sin grandes esfuerzos y con el apoyo de su propia madre. Su hija –mi madre- fue profesora guía de planes educacionales modelos, discípula de Amanda Labarca y militante y dirigente socialista, desde muy joven. De ellas aprendí la fuerza, la decisión, los valores de la justicia social, del compromiso y de la coherencia. Aprendí que las mujeres podemos. Y que hacemos las cosas bien hechas, porque ambas fueron excelentes en sus desempeños fuera y dentro de la casa. Y de mi madre aprendí sobre la igualdad de capacidades de los géneros y la necesidad de que la sociedad diera a mujeres y hombres igualdad de oportunidades.

Así es que cuando puse mi decidido voto por Michelle Bachelet en la urna, sentí que iba de la mano de ellas. Porque ellas estarían tanto o más emocionadas que yo de ser parte del histórico momento en que podemos entrar a la Moneda representadas por la doctora Bachelet.
Pero no solo estaban ellas conmigo.

Sentí clarito que detrás de mí y de mis sueños y de los de ellas, estaba Belén de Sárraga trayendo consigo a las mujeres de las salitreras, de las Filarmónicas y los Clubes de Lectura nortinos. Estaban también las ocho serenenses y a las tantas de San Felipe que, en 1875, se inscribieron en el Registro Electoral porque se dieron cuenta de que las constituciones políticas del 28 y del 33 no decían de modo expreso que las mujeres estaban impedidas de votar. Como su intención no era ilegal, las inscribieron (después de 1884, sí que lo sería).
Estaban Paulina Starr, que ese mismo año de 1884 se tituló como la primera dentista; Eloísa Díaz y Ernestina Pérez, las primeras médicas; Matilde Troup y Matilde Brandau, las primeras abogadas; y la farmacéutica Gricelda Hinojosa. Y, por cierto Amanda Labarca, primera mujer en desempeñar una cátedra universitaria. Y Elena Caffarena con Olga Poblete traían a todas las luchadoras del Memch (Movimiento de Emancipación de la Mujer Chilena) que hicieron posible el voto y el derecho universal de ser elegidas que permitió que en 1951, cuando yo nacía, la radical Inés Henríquez fuera la primera diputada. Y Gabriela. Y María Luisa.

Venía también Julieta Kirkwood junto con las que dieron la pelea en los 60, los 70 y los 80 y que no están porque nos las arrebataron. Laura Rodríguez, Rebeca Giglioto y Sonia Viveros tejían igualmente la ronda.

Así es que salí del Estadio rodeada de mujeres. Mujeres que hicieron posible que estemos a un paso de protagonizar un cambio historico. Mujeres que araron y sembraron para que esto fuera posible. Mujeres que nos dicen que están felices por nosotras y por Chile. Que envían toda su fuerza para tender un lazo invisible e inquebrantable desde la historia hasta el presente. En medio de ellas, éramos una gran marcha por Avenida Grecia. Y sus voces en el viento decían “Michelle, Michelle, Michelle”.


ADELITA

<hr><h1><u>ADELITA</h1></u>

El presidente provisional General Eulalio Gutiérrez, acompañado de los generales Pancho Villa( a su izquierda) y Emiliano Zapata (a su derecha) durante el banquete ofrecido en Palacio Nacional después de la entrada triunfal
de las fuerzas convencionistas a la ciudad de México.

 

 

Esta semblanza pertenece al libro de Kintto Lucas, Mujeres del Siglo XX, Editorial Abya Yala, Quito, 1997.

Ciudad de México, 1963.

Ella mira el papel firmado por el presidente y sonríe.

Lo lee una y otra vez para convencerse que es verdad, y una y otra vez vuelve a sonreír. El papel, que es algo así como una carta, dice que ahora tiene una pensión por haber sido veterana de guerra, y dice que se reconoce su valor, y que se agradece el servicio a la revolución... Ella lo deja caer al piso y recuerda el siglo en sus inicios, que es como recordar sus años jóvenes. Y escucha a Zapata cuando dice: ’Luchamos por la tierra y no por ilusiones que no dan de comer’, y ve a la división del norte con Pancho Villa, y se quema con aquel sargento que acarició su piel y puso fuego en sus noches, escalando su cuerpo hasta la locura. Y recuerda y olvida... Y ya no sabe de donde viene, entonces se cree que todo es una ilusión, como la revolución, que ahora es institucional.

Y antes de olvidar toda la poca memoria que le queda sigue recordando...

El hambre era de casi todos y la comida de casi ninguno. Los días estaban fregados, pero de repente comenzó el alboroto. Y ella, que andaba chamaquita, se metió a la pelea, que era contra Porfirio Díaz (un general de muchos años mandando, lleno de latas y latones). Que era también contra la abundancia de falta de comida.

Y ya a los catorce años ella andaba en ese lío, como andaban tantas, y cargaba su fusil como si fuera un niño parido de sus entrañas, y un sargento villista de nombre Antonio, se metió en su cuerpo y lo exploró, y ella exploró el de él. Y su historia se hizo corrido, que es como si fuera imagen de México. Y ella, La Adelita, se hizo vida en los cantadores del país que decían: ’Popular entre la tropa era Adelita,/ la mujer que el sargento idolatraba,/ porque a más de ser valiente era bonita/ y hasta el mismo coronel la respetaba./ Y se oía que decía, aquel que tanto la quería:/ Si Adelita se fuera con otro/ la seguiría por tierra y por mar./ Si es por mar en un buque de guerra,/ si es por tierra en un tren militar’. Y su historia no fue solo canto, también se hizo himno en la división del norte. Y las bandas de música lo tocaron, y los soldados lo silbaron y los cantadores de cada parte lo hicieron de ellos, que fue como hacerlo de todos los mexicanos...

Ahora, después de 32 años trabajando para el Estado, mira ese papel donde le dicen que le otorgan un premio que se llama pensión; mira una foto de su regimiento; mira a lo lejos como queriendo encontrar los años; mira los sueños, que de tanto tiempo caminado se institucionalizaron, que es como volverse viejo siendo joven; y el corrido surge en su pensar.

Y como vino, el recuerdo se fue... Y la pensión, y la memoria, y las geografías, se hicieron una sola. Y ya nadie supo de que rincón de México era, y ya todos la hicieron nacer en su lugar. Y ella fue la imagen-mujer de la revolución, que es como decir una poesía surgida de las llamas, que supieron quemar en el lecho y la batalla...

Adela Velarde. Para algunos es solo una leyenda, para otros el personaje femenino con mayor proyección en la revolución mexicana. Según cuentan, y quedó guardado en la memoria de los tiempos, era una enfermera que a los 14 años militó en las tropas de Pancho Villa, donde el sargento Antonio del Río Armenta interpretaba en su honor, la canción ’La Adelita’. Más allá de la leyenda o la realidad, algunas décadas después de terminada la revolución, Adela Velarde o ’La Adelita’, quien trabajaba en una oficina pública, recibió una pensión como veterana de guerra, por su servicio a la revolución.



MANUELA SAÉNZ

<hr><h1><u>MANUELA SAÉNZ</h1></u>

Retrato Manuela Sáenz

(Según Oswaldo Viteri) 

 

LA INSEPULTA DE PAITA


Pablo Neruda

Ella se fue, diseminada,
entre las duras cordilleras
y perdió entre sal y peñascos
los más tristes ojos del mundo,
y sus trenzas se convirtieron
en agua, en ríos del Perú,
y sus besos se adelgazaron
en el aire de las colinas,

y aquí está en la tierra y los sueños
y las crepitantes banderas
y ella está aquí, pero ya nadie
puede revivir su belleza.

 


LA LEYENDA DE MANUELITA SÁENZ

<hr><h2><u>LA LEYENDA DE MANUELITA SÁENZ</h2></u> Por Mercedes Santos Moray (*)
Bogotá, Colombia, 18 DE AGOSTO DE 2005

Desde una mirada contemporánea, muchas latinoamericanas de hoy se identifican con aquella célebre quiteña, Manuela Sáenz, legendariamente conocida como la “Libertadora del Libertador”.

Una vida intensa de 59 años fue la de aquella mujer que nació en Quito, Ecuador, a fines del siglo XVIII y moriría en la pobreza y el olvido oficial en Lima, Perú, en 1856, al apurar la ingratitud de los hombres y también la manipulación de la historiografía.

Durante los episodios de su existencia, vinculados en esencia a la obra revolucionaria de Simón Bolívar que no sólo fue su amor, sino la posibilidad para que ella misma alcanzara protagonismo histórico en medio de las contiendas y el complejo proceso de la independencia de la América del Sur.

Manuela Sáenz fue la expresión de la osadía y la manifestación más consciente del sentido de autoestima de las féminas, muchas silenciadas al narrarse aquellos días fundacionales, pero presentes no sólo en el ámbito afectivo, dentro del monto de aquellas largas y cruentas jornadas políticas, sociales y militares.

Reconocida por el propio Bolívar como su compañera, desde la relación íntima y la identificación de ideales, Manuelita, quien había nacido de padre español y conservador, legitimista, y de una quiteña igualmente ansiosa de rebeldía y sentido de pertenencia, en la juventud asumió como suya la ideología del movimiento independentista.

Tanto Manuela como su madre hicieron suyos esos ideales, y se enfrentaron a la actitud paterna. Por abrigar tales ideas, la muchacha fue internada en el convento de Santa Catalina, y en su clausura aprendió a leer, a escribir y además de los rezos, a pensar.

Con sólo 20 años fue casada con el comerciante inglés Jaime Thorne, hombre mucho mayor que ella y con tal unión que le dio ciertos márgenes de independencia, más que en su propio hogar, se trasladó a Lima.

En esa ciudad no reinaban los ideólogos de la revolución sino el lastre del colonialismo, enquistado en esa urbe que sería uno de los bastiones, hasta el final de la contienda y la batalla de Ayacucho, de las ideas más retrógradas.

Primero, durante la campaña peruana del general José de San Martín y en calidad de miembro activo de la conspiración contra el virrey José de la Serna e Hinojosa, y al declararse la independencia del Perú, prestaría Manuela Sáenz valiosos servicios a la causa independentista.

Esto le merecería, en 1822, la orden del Sol; en la inscripción que ostenta la condecoración se resumen los valores de aquella sudamericana: “Al patriotismo de las más sensibles”.

Posteriormente, y separada de su esposo, de visita en su natal Quito, se produce el encuentro de Manuela con Bolívar, cuando el Libertador emergió en el panorama como la máxima esperanza de los revolucionarios del continente e hizo su entrada en aquella ciudad ecuatoriana el 16 de junio de 1822.

Así, ella se uniría a los ejércitos bolivarianos e, incluso, alcanzaría el grado de “coronel”, según se afirma, y se le ve a caballo y sable en mano, en medio del motín que se produce en Quito.

Cuando el Libertador partió hacia el Perú, Manuela se le reuniría también, y su figura estaría presente en todo aquel complejísimo proceso político y militar, tanto en Lima como en Trujillo.

El profuso intercambio epistolar avala la fluidez de la relación de los amantes, en un contexto donde imperaba, a pesar de las batallas revolucionarias que se producían, los códigos éticos de una sociedad patriarcal, donde mujeres como Manuela Sáenz resultaban verdaderamente transgresoras.

En el palacio de la Magdalena, cerca de Lima, cohabitaría con Bolívar, y luego de la salida del general venezolano, en septiembre de 1826, ella permanecería en un medio que, como el limeño, le resultará hostil y en el que, finalmente, siempre en defensa del ideario bolivariano, enfrentará a la reacción, hasta ser apresada y enviada posteriormente al destierro, en 1827.

Primero se instalaría la heroína en su natal Quito y luego en Bogotá, en 1828, para después reencontrarse con Bolívar, y enfrentar ambos las intrigas y el tejido de la traición contra el Libertador, hasta producirse el célebre episodio de los conjurados.

El 25 de septiembre de 1828 intentarían asesinarlo, lo cual dio protagonismo para siempre a Manuelita Sáenz, cuando hizo huir a Bolívar por una ventana del palacio de Gobierno.

Después vendrían días aciagos para ella al conocer, en Guadas, tierras neogranadinas, en 1830, de la muerte de Bolívar, y comenzar en medio de la reacción la lucha, por medio de la palabra impresa, en defensa de los ideales del gran caraqueño, lo que la llevaría a la expulsión del territorio.

Desde Kingston, la capital de Jamaica, donde residiría todo un año, escribiría al general Juan José Flores, presidente del Ecuador, quien le otorgó un salvoconducto.

Pero cuando se produjo el regreso a la tierra natal, no puede entrar a Quito; las credenciales no son válidas ya que el mandatario ha perdido el poder.

Pobre, con sus bienes confiscados en Colombia, se instalaría Manuela Sáenz en Paita, al norte del Perú, donde viviría de un modesto comercio de tabacos.

Y, vencida la salud, bajo la depresión que conlleva tanta miseria e infamia humanas, contrajo difteria, enfermedad que produjo la muerte de esa valerosa mujer, contemporánea nuestra.

(*) Escritora y periodista cubana, Doctora en Ciencias Históricas
.


MANUELA SÁENZ, UNA HISTORIA MALDICHA

<hr><u><h2>MANUELA SÁENZ, UNA HISTORIA MALDICHA</h2></u> Presentación: Manuela Sáenz es, por lejos, la mujer más grande del siglo XIX suramericano. Su historia de amor y revolución -dos palabras que sólo pueden andar en pareja- me viene azorando desde hace veinte años. La nota que envío da cuenta de la aparición de una nueva novela sobre la Libertadora del Libertador, una mujer cuya vida, cuya entrega y cuya muerte aún esperan al director cinematográfico que convierta, con la magia de las luces y las sombras, la epopeya de nuestro continente que Manuelita vivió, quizás, como nadie. Todo lo que se diga de ella y de su historia es poco. Su vida fue una hipérbole, como una hipérbole fue la gesta increíble que nos dio la independencia.

Julio Fernández Baraibar – Reconquista Popular

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Por Marcelo Larrea
Argenpress
– Enero de 2005

Con un trabajo arduo, persistente, apasionado, realizado durante por lo menos 6 años, Tania Roura, ha producido una imagen de la Manuela, que tanto nuestros pueblos requieren para redescubrir su propia génesis y vencer las adversidades que los oprimen.

(Palabras del escritor Marcelo Larrea, director de la editorial La Iguana Bohemia, en la presentación de la novela, 'Manuela Sáenz, una historia maldicha' de Tania Roura, realizada en la Fundación Guayasamín en Quito).

La editorial 'La Iguana Bohemia', presenta con un profundo amor la novela 'Manuela Sáenz, una historia maldicha' de Tania Roura. Es el tercer libro que publica en su biblioteca, sobre esa mujer que nació aquí en Quito y encarnó en su vida, la más grande revolución de la historia latinoamericana. Le han precedido 'Versos de Manuela', un libro de poesía pura del escritor venezolano, Edmundo Aray, construido con las propias palabras de Manuela e ilustrado por la artista cuencana, Sara Palacios. Y, 'Manuela Sáenz, esa soy yo', un guión cinematográfico del mismo Edmundo Aray, que sintetiza para el lenguaje de las imágenes, las diversas, maravillosas e infinitas aristas de esa mujer que desafío y cambio al mundo.

Dije que presentamos éste libro, con un profundo amor, por el amor de
Manuela con Simón Bolívar. Aquel revolucionario que estremeció las entrañas de nuestros pueblos y con ellos expulsó al imperialismo español y fundó la República. La única República que todo ciudadano honesto debe reconocer. Aquella que empieza en el Orinoco y se extiende hasta la nación de Quito. Que hoy yace mutilada, desangrada, expuesta a la ocupación militar extranjera y al saqueo colonial de sus riquezas, como si acaso, se hubiesen borrado las huellas de la revolución bolivariana, pero que, sin embargo, en Venezuela, por ejemplo, en la manos del bravo pueblo, empieza a renacer.

Ese amor de Manuela y Simón, fue una dramática, doliente, crítica,
apasionada, ensoñación viva. Atravesó los senderos más diversos que el amor puede encontrar, el beso, la política, la sensualidad, la filosofía, la sexualidad, la guerra, la poesía. Y por cierto, revolucionó también el sentido del amor, al conferirle todos los sentidos y al reivindicar el derecho al amor, despreciado en las culturas monogámicas que han legislado tratando al amor como una cosa, como un objeto de 'propiedad privada' y no como un sentimiento humano, tan esencial, que sin él, la vida no es posible.

Presentamos la novela 'Manuela Sáenz, una historia maldicha', con amor, por el amor que no podemos dejar de sentir por Manuela. Por ella, la mujer que entregó su vida a esa revolución que buscó acabar con la esclavitud de nuestras naciones. Una revolución que empezó siglos antes, en la resistencia de los pueblos originarios y de la misma sociedad mestiza. Ya en 1592 en Quito, proclamó su desobediencia al rey y en una insurrección popular, su derecho a coronar a su propio Rey, iniciando una batalla anti-colonial que continua en luchas heroicas año tras año durante siglos y sigue pendiente hoy.

Manuela, empezó a vivir la ensoñación de la revolución, en todo su esplendor en la revolución del 10 de agosto de 1809, que abrió el camino a la independencia. En todo su dolor, con la ocupación de Quito por las tropas de los Virreinatos de Lima y Bogotá, la provocación y la masacre despiadada comandada por Arredondo, a un estilo genocida indiscriminado que manchó de sangre las paredes de la ciudad heroica, el 2 de agosto de 1810, con el propósito de estrangular a la revolución naciente. Genocidio que por la crueldad de sus cualidades, no ha podido ser igualado por los Pinchotes de nuestro tiempo. En su tragedia gloriosa, en eventos de dimensiones mundiales como la Batalla del Pichincha, a la cual Manuela acude, bella, como era, presta a la lucha, con vituallas y mulas, a exponer su propia vida, e incluso con un lápiz y un papel para describir el suceso épico en el mismo campo de batalla.

No, no podemos dejar de amar a esa mujer, la estratega política, que
construyó el puente para que Bolívar y Sucre fuesen al Perú y al alto Perú, a afirmar su independencia y garantizar la derrota definitiva de la Corona en Ayacucho, donde ella, por su participación en el campo de batalla, armas en la mano y bajo el fuego cruzado del enemigo, obtuvo por mérito propio, el grado de Coronela.

No, no podemos dejar de amar a la mujer que reivindica a la mujer y a la liberación de la mujer y, prueba con su vida que, no cabe ninguna
discriminación sexista. A la Manuela solitaria del exilio eterno, que en Paita reposa y espera.

Entonces, no hemos podido sino, amar el trabajo arduo, persistente,
apasionado de Tania Roura, realizado durante por lo menos 6 años, para producir una imagen de esa Manuela, que tanto nuestros pueblos requieren para redescubrir su propia génesis y vencer las adversidades que los oprimen. La labor de tejer letra por letra, las palabras que dibujan a una Manuela de carne y hueso. Valiente, desconsolada, triste, iracunda. Capaz de destrozar las conspiraciones para matar a la revolución en el cuerpo de Simón Bolívar, como en la noche septembrina. Capaz de fusilar la traición de Santander. Capaz de avanzar a fundar la utopía en Bolivia. La labor de horas, días y años de Tania, por investigar y descubrir los rostros de ella, simplemente de ella: la madre de la Patria.

Se trata de una novela que cautiva, que nos lleva a la búsqueda de Manuela. Escrita al estilo con el que Tania ha vivido y vive, escribe y pinta, con las libertades que el género de la novela otorga al autor, a su imaginación, a su fábula, y que incluyen además, algunas deliberadas omisiones, unas justas, otras tal vez, no. Se trata de una novela que es un ser vivo y está expuesta a la polémica, porque se dirige a abrir una perseguida historia que la historiografía oficial ha proscrito, para arrebatarnos de la memoria, las huellas de nuestro propio sentido. Por todas las causas que se entrecruzan, es una novela para leerla con amor, como si se estuviese leyendo a una amante. Se la puede leer y releer varias veces, sin miedo a descubrir que en el destino de esa amante, está una nación que combate, que sufre y resiste.

Por Manuela Sáenz, por la Patria de ella, la grande, que merece nuestros mejores talentos y sacrificios, tenemos el honor de presentarles esta noche este nuevo hijo de La Iguana Bohemia, impreso por Laser editores, 'Manuela Sáenz, una historia maldicha', de Tania Roura.