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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


LOS OTROS SOLDADOS, LOS OLVIDADOS

<h2><hr><u>LOS OTROS SOLDADOS, LOS OLVIDADOS</h2></u>
Foto: Gral. Carlos Prats


por Andrés Monares Ruiz

El Mostrador – 8 de Octubre de 2004

El último 30 de septiembre el Ejército de Chile rindió homenaje oficial al General Carlos Prats González. Tuvieron que pasar treinta años para ello, por una razón bastante obvia: fue asesinado por la DINA, organismo que dependía directamente de Augusto Pinochet. Los antaño subordinados de Prats, planearon y ejecutaron el asesinato de quien fuera su superior, su camarada de armas, de un miembro de la familia militar (matando también a su esposa). El olvido posterior en que el Ejército lo tuvo no hacía más que resaltar su culpa. Al tiempo que, como otros tantos hechos, esa actitud hizo coherente que lamentablemente se hable con propiedad de un gobierno militar y no de la dictadura de Pinochet.

Mas, el 30 de septiembre el General Cheyre eludió el delicado asunto de quién ordenó matar a Prats y organizó el crimen. Dejando la duda si sus palabras conciliadoras y de homenaje responden a un sentimiento verdadero, pero con una insuficiente autocrítica institucional; o, a una limpieza de imagen que al tiempo deje tranquilos a sectores “duros” del Ejército activos o en retiro (con lo inapropiado y peligroso que sería que un Comandante en Jefe tuviera que hacerlo). De esa forma, respecto al bombazo que quitó la vida lo denominó un “irracional asesinato” y declaró: “El Ejército de Chile rechaza una vez más [sic] la sevicia de los autores de este vil crimen, cuyo ejecutante material y confeso goza de libertad al amparo de una ley extranjera”.

Ese “ejecutante material” es Michael Townley, quien actuó en tanto miembro de la DINA, es decir, como agente del Estado de Chile. Por lo que sólo fue el último eslabón de una cadena que sube por otros militares implicados (algunos altos ex oficiales ya declarados reos en Chile) hasta el jefe de dicha organización criminal: Augusto Pinochet. El silencio de Cheyre respecto a esto respondería, siguiendo sus dichos, a su explícito rechazo a “transformar (...) en villanos a los que hasta hace poco cumplimentábamos”. No obstante, ¿es posible mantener tal actitud y hacerla pasar por legítima cuando esos cumplidos eran para asesinos comprobados?. O sea, ¿su villanía sería supuesta al radicar en meras opiniones tendenciosas? Las miles de fojas de cuantiosos juicios testimonian por sí solas.

En su alocución el actual Comandante en Jefe del Ejército también habló de “cientos de chilenos y chilenas, civiles y militares caídos” fruto de la “irracionalidad” de un período. Pocos podrían hoy no estar de acuerdo en la crisis vivida. Sin embargo, el culpar a una época tiene el problema moral de exculpar a los hechores de crímenes atroces, horribles en sí mismos, en su sistematicidad y ensañamiento. No estamos hablando de cualquier falta, ni de esa falacia de los “excesos” esporádicos de mandos medios. Hablamos de crímenes de lesa humanidad organizados y ejecutados desde el Estado. Tan terribles que no hace falta tener un posgrado en derechos humanos para rechazarlos. Basta la más mínima humanidad para sostener que nadie, piense como piense o haga lo que haga (hasta los mismos torturadores y asesinos de la dictadura), merece ser tratado así.

Uno de esos “militares caídos” es recordado hoy en el Parque por la Paz Villa Grimaldi. Es en ese sitio y no en algún lugar relacionado al Ejército, porque no perdió la vida defendiendo el gobierno de Pinochet. Por el contrario, fue muerto por sus camaradas de armas. Se trata de otro miembro de la familia militar: el Cabo Segundo Carlos Alberto Carrasco Matus. Como tantos otros jóvenes, por simplemente estar cumpliendo su servicio militar en 1973, se vio atrapado por las circunstancias y fue obligado a ser partícipe de delitos.

Carlos Carrasco fue destinado a la DINA y ejerció funciones de guardia en Villa Grimaldi. Dentro de la más extrema y casi inimaginable maldad que se vivía a diario en dicho lugar, él se mostró humanitario con los “prisioneros”. Testimonios indican que al ser sorprendido (¿se puede a alguien “sorprender” por estar “cometiendo” un acto humanitario?) el coronel Marcelo Moren Brito ordenó que, en presencia del resto de los guardias, se le golpeara con cadenas hasta morir. La sádica y brutal lección para esos espectadores, obligados a participar en el asesinato, era que no se aceptarían “traidores”.

El Parque por la Paz Villa Grimaldi, con sus hermosos jardines, es en cierta medida una forma de recordar a la vez que de intentar superar tanta maldad. Cuando lo visité, una sobreviviente de ese horror fue narrando parte de lo que les ocurrió a las cuatro mil quinientas personas que estuvieron allí secuestradas entre 1973 y 1979 (226 de ellas desaparecidas o ejecutadas). Cuatro mil quinientas en la más atroz indefensión ante la cotidiana rutina de vejaciones, arbitrariedades y tormentos, ante la muerte. Cuatro mil quinientas a las que nunca se le formularon oficialmente cargos. En ese relato que se va haciendo en los lugares respectivos del Parque, se pueden llegar a palpar esas abstracciones jurídicas denominadas secuestro, apremios ilegítimos, homicidio.

Esos hechos nos recuerdan que el mal existe. No la mera denominación legal de delito, ni ése de nuestras miserias y mezquindades diarias. Sino el mal con mayúscula, el casi inimaginable. Por eso, me parece que Carlos Carrasco es una muestra real de que hasta en las peores condiciones, en las más difíciles, viles y perversas, la bondad humana puede manifestarse. Aunque incluso llegue a costar la vida por una espantosa muerte. Por eso, tal vez el mejor lugar para recordar a Carrasco y su ejemplo sea justamente la Villa Grimaldi.

Carlos Prats González, con su alta investidura, procuró (mal o bien) contribuir a encontrar una salida pacífica para el país. Carlos Alberto Carrasco Matus, un suboficial convertido en carcelero, trató de paliar con pequeños pero inmensos gestos el sufrimiento de otros seres humanos. Dijo Cheyre en el homenaje al primero refiriéndose a su asesinato y al de su esposa: “nada puede justificar este horrendo crimen (...) sólo una mente turbada pudo concebir que al quitarles la vida los privaría a ambos de sobrevivir a la muerte en el pensamiento de los hombres y sus conciudadanos”.

¿Se referirá así un día algún Comandante en Jefe del Ejército para expresar su homenaje a Carlos Alberto Carrasco Matus y a los otros militares muertos por sus propios compañeros de armas? Por ahora, esa deuda sigue pendiente para con los otros soldados, los olvidados. Esos que tuvieron que callar y actuar contra sus convicciones para salvar su vida, los que perdieron su trabajo, los que sufrieron cárcel, los que fueron asesinados.

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(El discurso del General Cheyre se puede encontrar en www.ejercito.cl; información sobre Villa Grimaldi en www.villagrimaldicorp.cl)
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(*) Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.

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