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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


LO QUE SE QUEMA

<hr><h2><u>LO QUE SE QUEMA</h2></u> Por Marcela Muñoz Molina (*)

Febrero de 2005

Veo las imágenes del incendio en Torres del Paine y me duele el estómago igual que cuando algunas de mis hijas tiene fiebre. Ya sé que nadie llora por un árbol que se seca, se quema o se muere, pero al igual que los niños o los seres humanos ¿ no son todos uno? y al igual que con los hijos, ...¿no son todos los niños, también, un poco hijos nuestros? ¿ Por qué habría de ser diferente con los árboles, el pasto o los cerros?... ¿no jugamos todos en las mismas pampas?... ¿no metimos, todos, los pies en los mismos ríos?. Da lo mismo, si es el Paine, el centro de Natales, laguna Sofia, Diana, Balmaceda, Consuelo o Tranquilo...es la cuna la que se quema, esa que va con uno a donde uno vaya. Son las fotos que se quedaron en la memoria de los nueve años. Un tiempo en que la infancia no parecía, sino que era, el paraíso. Es el lugar, donde uno buscaba acercarse a una liebre o a un guanaco, sólo para verlo un poquito más de cerca. Es el lugar donde mi abuelo persiguió una avestruz pequeña, para que yo pudiera tocarla y dejara de llorar. Es la cuna, la misma que ha hecho posible que una mezcla de extraños colores y olores, nos recuerden el sentido de la libertad inicial y total, y sea esa libertad, una compañera para toda la vida. Es saberse protegido, no solo por la familia o los amigos, sino por la naturaleza en todas sus formas, saberse aceptado, sentirse parte en la misma medida de una masa de hielo milenaria como de la hojita que ayer apareció en el ciruelo. Es ese lugar al que se vuelve cada tanto, para guardar sagrado silencio y perderse, buscar las señales del comienzo de la historia y sacarse la otra historia de encima. Es el paisaje que nos recibió al nacer.

Y ahora lo veo quemarse, a través de la televisión. Y me duele el estómago, como cuando mis hijas tienen fiebre. Hago ese recorrido secreto por los lugares de la infancia y el respeto que nadie nos enseñó a tener, porque no hacía falta. Porque no se daña la casa en la que uno vive, ni la tierra que te alimenta, ni el árbol que te cobija. Se disfruta, se crece, se guarda, se protege como a los niños, no importando de quien sean hijos. Así parte el respeto que culmina con el respeto a los otros, al planeta, a todas las formas de vida.

Hoy liberan a uno de los chilenos detenidos en Perú, por rayar un lugar que, sin duda, no solo es sagrado para ese pueblo, sino que debería serlo para todos. Después de muchos días de cárcel y varios millones de pesos, seguramente éste y otros chilenos, lo pensarán dos veces antes de utilizar de nuevo una pintura en spray. ¿Qué pensará el turista checo, que por ciento veinte mil pesos, recuperó su libertad, después de que una mala maniobra de su parte provocara la destrucción de cinco mil hectáreas de bosque nativo? Y qué pensaremos y haremos nosotros, los hijos del lugar, para apurar el tiempo y que lo que va muriendo, vuelva a la vida. O para devolver con cuidados, el mismo cuidado que nos fue brindado, generosamente, cuando todavía jugábamos con los bichitos y los animales, entre los árboles de ese mismo bosque que hoy se quema y que según escucho, se seguirá quemando por un mes más.

(*) Tomado de milodoncitychachacha.blogspot.com

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