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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

jorge abelardo ramos


JORGE ABELARDO RAMOS

<hr><h1><u>JORGE ABELARDO RAMOS</h1></u>

GARCÍA MÁRQUEZ HISTORIÓGRAFO:
BOLÍVAR Y GARIBALDI
(Nuestro homenaje en el 175 aniversario de la muerte
del Libertador Simón Bolívar)

En 1989 salió a la venta “El General en su Laberinto”, genial obra de Gabriel García Márquez que relata los últimos días de la vida del Libertador Simón Bolívar. El éxito editorial fue inmediato. En poco tiempo se vendieron más de un millón de ejemplares. Sobre las razones de ese fenómeno Jorge Abelardo Ramos escribió la nota que transcribimos a continuación y que es nuestro homenaje, este 17 de diciembre, a un nuevo aniversario de la muerte del genial Simón Bolívar. (Tomado de “La Nación Inconclusa” – Jorge Abelardo Ramos – Ediciones de la Plaza – Montevideo – Abril de 1994) - (Mirando Al Sur)

¿Una agonía en lugar de una vida? No dejará de complacer al europeo dispéptico este relato de innegable belleza trágica, ya que en los “países centrales” hay un estereotipo firmemente establecido desde los tiempos de la trata de negros. Para ellos, “América Criolla” es exactamente como el plato picante que les ofrece aquí el escritor colombiano: mariposas gigantes, mulatas cimbreantes de bocas feroces, generales lascivos, árboles de los que mana leche, muerte y barbarie. Y también héroes derrotados. Sobre todo, héroes derrotados. ¡Buffón en estado puro! La naturaleza americana es subyugante. ¡Sí! Pero su historia resulta aborrecible. Exactamente lo mismo pensaba Borges cuando aludió desdeñosamente la “horrible historia de América”. Así se nos presenta un Bolívar espectral, cuya talla, roída por la tisis, disminuye cada día y, cuyo implacable retrato se dibuja con el filoso lápiz de García Márquez, de traición, mundanidad, obsesión erótica y baraja.

No resulta usual que se publique un libro en el mundo con una tirada de 1 millón de ejemplares en 32 lenguas. Tal interés ¿obedece al magnetismo de Bolívar? Cabe dudarlo.

¿Será más bien el prestigio del Premio Nobel, su particular vínculo con el Este y también con el Oeste? ¿Su cautivante pluma ejerce tamaño poder? No cabe duda que es gracias a García Márquez que la gente se ha precipitado a comprar el libro. No puede tratarse de Bolívar. Nuestros grandes hombres yacen bajo el peso de hagiografías sofocantes que les impiden respirar. La estructura cultural de nuestras repúblicas semicoloniales sólo cumple con los héroes escolares en cada aniversario fúnebre. No podía esperarse que los mismos intereses que derrotaron a San Martín, Artigas y Bolívar hiciesen otra cosa que cerrarles la boca en los somnolientos libros de texto y embalsamarlos en bronce. El sistema de puertos exportadores de América Latina, después de haber contribuido a expulsar a los españoles, volvió sus espaldas a los libertadores. Expatrió a San Martín, sepultó a Bolívar en Santa María, encerró a Artigas en la selva paraguaya.

En tanto, sus oficiales, auxiliados por comerciantes, hacendados y periodistas, fragmentaban la “gran Colombia” y se proclamaban jefezuelos de cada aldea. En lugar de una “Patria Grande”, tuvimos 20 repúblicas simiescas. Cada “Estado” exhibía orgullosamente su Constitución copiada. Y cada República vivía de un solo producto, casi en estado de naturaleza: con sus plátanos aquella, esta con su cobre, otra con su petróleo, o su carne, su estaño o su azúcar. Apoyada en cada producto exportable, se erigió una arborescencia política, jurídica, aduanera, literaria y militar llamada “Nación”. Sobre cada una de ellas se elevó la sombra de los Imperios anglosajones. La historia se trocó en fábula, Bolívar resultó, para el lector corriente, un ambicioso, celoso de San Martín, y nuestro Libertador, una especie de Santo, “renunciador” y asexuado, envuelto en su mortaja de asceta. Ambas imágenes resultaron tan falsas como el boceto despiadado que Marx trazó sobre Bolívar (lo llamó “canalla”) nutrido de la folletería inglesa. De algún modo, García Márquez continúa esta tradición, aunque en el plano de un arte refinado y, por lo mismo, más sutil y peligroso.

La novela-historia narra la desintegración física y moral de Bolívar, a través del río Magdalena hasta Santa María. Nada se le ahorra al lector: un moribundo lucha entre el sueño y la muerte; el poder se le escurre entre las manos; sus generales lo traicionan y desprecian en todas partes; exhausto, todavía le queda ánimo, entre vómitos de sangre, para alzar a las mulatas o damas mantuanas hasta su hamaca. Lisonjea y desacredita a un tiempo sus fieles, descree de todo y de todos.

Este viaje de Caronte a los infiernos urde una visión horrenda del Libertador. Es precisamente García Márquez, muy atento a su trabajo, quien emplea la palabra, en un apéndice sobre fuentes, de la página 274: “El horror de este libro”.

En dicha página titulada “Gratitudes” el autor revela sus propósitos: “Más que las glorias del personaje me interesaba entonces el río Magdalena... Los fundamentos históricos me preocupaban poco, pues el último viaje por el río es el tiempo menos documentado de la vida de Bolívar”. No obstante, nos dice luego que consumió dos años en la lectura de documentos sobre la vida del Libertador, labor que lo autoriza más adelante a referirse al “rigor de esta novela”.

En materia de “rigor”, digamos que San Martín no fue el “Libertador del Río de la Plata”, como afirma García Márquez, sino de las Provincias Unidas, de Chile y de parte del Perú. Tampoco es cierto que Garibaldi, quien visitó a Bolívar en su lecho de muerte, fuera “el patriota italiano que regresaba de luchar contra la dictadura de Rosas en la Argentina”.

El joven Garibaldi, que deambuló por Sudamérica a mediados del siglo XIX, era un aventurero peninsular, a la cabeza de una turba de forajidos, que el propio Garibaldi, en sus “Memorias” llama “chusma cosmopolita”, conocida en todas las escuadras filibusteras con el nombre de “fréres de la cóte”. Esta banda temible saqueó Colonia y Gualeguaychú (en particular, poblaciones civiles desarmadas) a sueldo de los imperialistas franceses que ocupaban Montevideo.

Ese otro Garibaldi, que ayudó al Conde Cavour en 1870 a fundar la unidad del Estado en una península despedazada, es un personaje de la historia italiana. En el Río de la Plata trabajó para dividir. Allí, patriota, dicen. Aquí, sin duda, forajido.

En la historia colombiana García Márquez, se presenta como liberal. Al referirse al general Santander, un viscoso y pérfido Mitre bogotano, el gran novelista escribe que “sus virtudes civiles y su excelente formación académica suscitaron su gloria. Fue sin duda el segundo hombre de la independencia y el primero en el ordenamiento jurídico de la República”.

¡Qué interesante! Sin embargo faltaría agregar que participó en la organización del atentado contra la vida del Libertador Bolívar y que fue durante toda su carrera pública, abierta u ocultamente un adversario personal y político del Libertador, el hombre de confianza de comerciantes y picapleitos hartos de heroísmos, fiel de la burguesía comercial, amigo de Estados Unidos y favorito de la opinión europea librecambista.

No pocas desgracias póstumas se acumularon sobre Bolívar, comparables a las que martirizaron su vida. Si de un lado el pensamiento conservador y oligárquico de los puertos ha instalado el bronce de Bolívar en un lugar tan sospechoso como la OEA, del otro, la farándula izquierdista de la inocente América Criolla, lo ha condenado con frecuencia bajo la inspiración del hechicero de Tréveris.

García Márquez, en su ensayo bibliográfico de Fidel Castro, (escribe el historiador colombiano José Consuegra) ha dibujado el perfil del revolucionario cubano con exquisita cortesía y no ha entrado en su vida amorosa por “considerarla un ámbito privado”.

Con Bolívar no ha procedido con tantos miramientos. Sin duda, la “inteligencia” de América Latina percibe exactamente la dirección de la brisa. Una cosa es un hombre de Estado vivo, y otra un hombre de Estado muerto. Cuando García Márquez recibió en 1982 el Premio Dimitrov, de la Bulgaria “socialista” no se habían olvidado sus palabras: “Mi gran sueño es figurar en la Enciclopedia Soviética que será el único eco que la literatura tendrá en el porvenir”. Maravilloso artista, este genio de la lengua criolla no entrará al porvenir por su poder profético. La gran Enciclopedia Soviética, un monumento bizantino elevado a la grandeza moral de la Policía Secreta, ya ha muerto. García Márquez vive y vivirá. Para un intelectual del siglo XX, colocarse en cierto período bajo la protección de una gran potencia constituía un salvoconducto a la fama. Pero si se amparaba bajo la sobra de ambas, en el Este y en el Oeste, entre el Nobel y el Dimitrov, era mucho mejor. Si a lo dicho se agrega que García Márquez no sólo es un gran escritor, sino el favorito de todo latinoamericano, cabría acariciar la esperanza de que la América mestiza pueda ofrecer algún día a sus intelectuales un ámbito protector que los vuelva más dueños de sí mismos. Porque la literatura, como la ciencia, no es una “disciplina neutral”.

Realmente ¿por qué sería para García Márquez el Dr. Francia, dictador del Paraguay, un personaje risible y abominable y en cambio Fidel Castro un paradigma de jefe de gobierno? Las dos grandes figuras, el dictador paraguayo y el caudillo cubano, son dos revolucionarios, dos héroes, cada uno en su siglo. Requiere coraje moral y un enérgico desbrozar del pasado y del presente la no sencilla tarea de entender a ambos.

¿Garibaldi, “patriota” italiano y Rosas “dictador” a secas? Estos juicios erróneos nacidos de la influencia deformante del pensamiento europeo, revelan la urgente necesidad de una descolonización historiográfica en América Latina.

En muchas ocasiones García Márquez no ocultó sus opiniones políticas. A la luz de su Bolívar ¿podrá reiterar que la guerra de Malvinas fue una aventura “estúpida” y la invasión de Afganistán una proeza “socialista”? La gloria del escritor no podría constituirse en un factor paralizante de la crítica en disciplinas ajenas a la literatura, como la política o la historia, en cuya “selva oscura” se interna García Márquez sin vacilar y con poca fortuna.

“El General en su laberinto” es, sin duda, una obra de arte. Reposa sobre la agonía de un hombre que ambicionó fundar una Patria Grande, una “Nación de Repúblicas”.

¿Y por qué esta trama de estupenda prosa americana, suculenta de pájaros, perfumes, apetitosas mujeres y paisajes que sólo en América viven, debía ser el itinerario de una agonía? ¿Sólo muerte y derrota puede ofrecer nuestra tierra al ansioso paladar de la cruel Europa, inventora de la guillotina? La pequeña burguesía latinoamericana, colonizada por la izquierda y la derecha, siempre ansiosa y peripatética ¿esperaba quizás este bocado exquisito, pero amargo en su núcleo, para decirse a sí misma, con un suspiro, que la revolución fue nada más que un hermoso sueño?

En el fondo ¿no será ese el secreto del millón de ejemplares? ¿No le resultará agradable, a cierto tipo de lector, saber que al fin y al cabo aquí nada es posible y que los genios más atrevidos encontrarán de todos modos su agonía y hasta un poeta diestro para describirla?
 

Sin embargo, Bolívar es un héroe vivo. Esta época exige mucho de ellos. Solo queda por agradecer al ilustre escritor colombiano, (nuestro verdadero Cervantes), por ese millón de lectores: ahora saben que en Santa María murió en 1830 un hombre más grande que Bonaparte. No dudamos que el vientre de la América que lo produjo es insaciable y fértil y seguramente engendrará muchos otros.


REDESCUBRIMIENTO DE UGARTE

<h1><u><hr>REDESCUBRIMIENTO DE UGARTE</h1></u>

Manuel Ugarte (1878 - 1951) 

EN UN NUEVO ANIVERSARIO DE SU MUERTE

(2 DE DICIEMBRE DE 1951) 

“Los latinoamericanos deben tender a formar una confederación contra el panamericanismo, porque el Río Grande no solamente es la frontera de México sino de la América Latina” – Manuel Ugarte.


Por Jorge Abelardo Ramos
Febrero de 1985
 

Tengo en mis manos un retrato amarillento y algo borroso, de ambigua retícula. Una muchacha francesa, con una chispa maliciosa en los ojos, observa arrobada a un criollo sereno, bien plantado. Es su marido. Joven todavía, en su pelo rizado se advierten canas. El criollo, de traje, corbata y ancho cuello de camisa a la moda, luce bigotes recortados a la 1914 y un aire formal. Ella se llama Therese. El marido es Manuel Ugarte, un argentino en el destierro. La escena se fija en un solemne estudio de Niza. Son años felices. Las catástrofes del siglo XX aún se incuban en el inescrutable provenir. Pero Ugarte vive su estadía europea con melancolía. 

No era para menos, pues en la irresistible Argentina del Centenario, orgullosa y rica, el emporio triguero del mundo, no había lugar para él. No solamente porque, como decía Miguel Cané, escribir una página desinteresada en Buenos Aires equivalía a recitar un soneto de Petrarca en la Bolsa de Comercio, sino a causa de que Ugarte iría a desenvolver su vida contra la lógica de la factoría euro-porteña: era socialista, aunque criollo y católico; argentino, pero hispanoamericanista. Si bien es cierto que lucharía por la neutralidad en las dos guerras inter-colonialistas del siglo, debería hacerlo contra la opinión dominante del rupturismo demo-izquierdista favorable a las potencias democráticas; más tarde, asumiría la defensa de la industria nacional y de la clase obrera en un país agropecuario, librecambista y antiobrero. En fin, al final de su vida, apoyó al Coronel Perón y fue su Embajador en México. La obra de Ugarte no fue publicada nunca en la Argentina. El único libro que vio la luz entre nosotros, lo publiqué yo en 1953 cuando Ugarte había muerto ya hacía dos años.

En realidad, se había convertido en un muerto civil mucho tiempo antes. Sin el respaldo de un partido, de una capilla, de los grandes diarios, o del orden vigente, ningún editor manifestó nunca el menor interés por publicar algún libro de Ugarte. Semejante maravilla se explica porque la formación del gusto público, en 1914 o en la actualidad, corría por cuenta de los intereses creados por la oligarquía anglófila y su dócil clientela de la clase media urbana, en suma, el cipayo ilustrado, que se cultiva a la orilla de los grandes puertos de la América Latina. La norma de prestigio consistía en que lo bueno se impone. Según el sociólogo alemán Levin Schucking, corresponde formularse la pregunta siguiente: ¿no será que aquello que se impone es lo que después se considerará bueno?

Mi relación personal con Ugarte se redujo a una carta y una frustrada llamada telefónica. En 1949 le envié a Cuba, donde era Embajador, un ejemplar de América Latina: Un país. Me agradeció el libro con unas líneas. En 1951, vivía yo en España. Un día de diciembre lo llamé por teléfono a su casa, pero había viajado a Niza, donde conservaba un pequeño departamento. Tito Livio Foppa, el Cónsul General en Barcelona, me informó días más tarde que Ugarte había muerto en Niza. No me ocultó el consul su creencia en un suicidio. Esto último nunca fue esclarecido. Al regresar de Europa, en 1953, edité El Porvenir de América Latina. Escribí un estudio preliminar, como tributo de homenaje al gran precursor, desaparecido en la oscuridad más completa. Al año siguiente, en noviembre de 1954, organicé una Comisión de Homenaje. Recibimos los restos de Ugarte en el puerto de Buenos Aires, que llegaron con aquella Therese Desmard cuya foto hoy miro a través del tiempo.

Declinaba el gobierno de Perón. Un silencio sepulcral reinaba sobre la República, en cuyo subsuelo toda la reacción conspiraba. Pugnaban por derribar a Perón tanto la agónica partidocracia democrática, como la izquierda cosmopolita y el nacionalismo puramente retórico de ciertos grupos de la derecha antiobrera. En ese momento, Therese Desmord regresó al país con los restos de Manuel Ugarte.

Enseguida organizamos en el salón “Príncipe George” un Funeral Cívico en su homenaje. Hablaron en el acto Carlos María Bravo, Rodolfo Puiggrós, John William Cooke y yo. Corría el mes de noviembre. A pesar de la tensión reinante, congregamos unas cuatrocientas personas. Salvo el Presidente Perón, que envió un telegrama de adhesión, ni el gobierno ni el peronismo oficial se hicieron presentes. Y, va de suyo, nadie de la “inteligentzia” llamada argentina. Soplaba un viento gélido y en el espíritu colectivo palpitaban sórdidos presagios. La contrarrevolución democrática estaba en marcha. El año 1955, año clave para explicar la profundidad de la crisis orgánica que se abatió sobre la sociedad argentina, ya estaba a la vista. 

Al rendir justicia histórica a la solitaria lucha de Manuel Ugarte, no perseguía yo un simple propósito de vindicación personal, por legítima que fuese. Ugarte resumía en su largo exilio el infortunado destino del pensamiento nacional. Y nosotros veíamos reflejarse en su peripecia individual la suerte que corrían los disconformistas y rebeldes de todos los tiempos en un país semicolonial. Exiliados en el espacio o en el tiempo, en la geografía o la historia, emigrados interiores gracias al olvido organizado, la desfiguración o la murmuración histórica, todos los revolucionarios, que ambicionábamos una patria nueva de un modo u otro, diferencias políticas aparte, sufríamos tribulaciones similares a las de Ugarte.

Decidí titular el ensayo sobre el Precursor, Redescubrimiento de Ugarte. Desprendido del volumen de Ugarte El Porvenir de América Latina, al que servía de prólogo, el ensayo hizo una vida propia y fue reeditado varias veces en la Argentina y en España. Ofrezco a la paciencia del lector aquel prólogo de 1953, con los retoques piadosos que la geriatría literaria exige a un viejo texto.


LA PLUMA DE UN MAESTRO

<hr><h1><u>LA PLUMA DE UN MAESTRO</h1></u>

Por Jorge Abelardo Ramos
“Advertencia” para una nueva edición de su libro “Las masas y las lanzas”, Buenos Aires, Octubre de 1981.
 

He pensado y escrito este libro muchas veces. Cada vez imaginaba que sería leído ávidamente por algún argentino muy joven, atraído hacia la búsqueda de la historia patria por la marea y contra marea del turbio presente. Siempre ocurre así: es el presente, con su borroso perfil, su confusión, propia de lo inacabado y de lo que está naciendo, el mayor impulso que recibe la generación nueva para indagar el pasado y explicar su propio destino en el mundo que descubre ante sus ojos.

Perseguido por esa obsesión me propuse exhibir ante ese supuesto lector, mi contemporáneo, en orden coherente, la multitud de hechos no escritos o maliciosamente interpretados por la historia oficial, aquella tediosa historia que se reza en escuelas y universidades. Aunque extraje los hechos de los papeles y libros antaño publicados, el olvido de las generaciones y la censura oligárquica habían filtrado sutilmente tales documentos hasta volverlos poco menos que inéditos.
 

En Las masas y las lanzas relato la aventura de los argentinos en el período comprendido entre la hispanoamericana Revolución de Mayo y la dictadura porteña del general Mitre. Son los años del famoso y mal comprendido San Martín –revolucionario, conspirador, camarada de armas de Bolívar-, ni varón casto, ni jubilado europeo, siempre calumniado, siempre sigiloso, en lucha infatigable por la independencia y unidad del continente-Nación. Son los años de Artigas, el caudillo rioplatense, proteccionista y unificador, padre político de Andresito, el indio misionero y encarnación de la esperanza de los últimos indios guaraníes. Son los años de la rebelión gauchesca en la guerra civil contra los patrones de la Aduana de Buenos Aires, importadores de la pacotilla inglesa que destruía la industria argentina del Interior productivo.
 

Explico en este volumen el significado del gran conflicto entre el Puerto y las Provincias que se extiende por décadas, así como la patraña del dilema entre “Civilización” y “Barbarie” que aún hoy justifica el desdén de Buenos Aires por los criollos de las patrias de provincia. Juan Manuel de Rosas, el dictador de Buenos Aires, es descripto en su complejidad de estanciero y político y, aunque jamás soltó la Aduana nacional de su mano, no se olvida que enfrentó a franceses e ingleses en el Paraná.


En las últimas páginas asoma su barba bíblica el soldado federal José Hernández. El genio poético del autor del Martín Fierro anonadó a los cultos doctores de la época y sus labios infundieron inmortalidad al desconocido hijo de la pampa. El volumen se cierra con la figura venerable del Chacho Peñaloza. Caudillo de los Llanos riojanos, fue degollado por orden del pedagogo Sarmiento, su cabeza clavada en una pica y expuesta al horror público en una plaza de Olta. Pero ni el Chacho moriría del todo, ni Sarmiento era solamente un degollador. El autor se propuso entrelazar la historia personal de héroes y villanos y recortar sus figuras sobre la trama estructural de los intereses económicos y regionales de las clases sociales y poderes mundiales de la época. Para nacer, las Provincias Unidas del Río de la Plata tuvieron que deshacerse del viejo imperio español, sólo para encontrarse con los Imperios anglosajones en la boca del gran río, con sus dientes filosos, su diplomacia y hasta su literatura. Aquí se cuenta lo que ocurrió.


J. A. RAMOS Y EL 12 DE OCTUBRE

<HR><h1><u>J. A. RAMOS Y EL 12 DE OCTUBRE</h1></u>

Tomado de “DE BOLÍVAR AL MERCOSUR” - Entrevista efectuada por “La Patria Grande” en el mes de octubre de 1992

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Octubre es un mes de significativos aniversarios. El V Centenario de la llegada de los españoles a estas tierras; la formidable manifestación popular que funda un nuevo movimiento nacional (el peronismo), que cambia la historia del país; la lejana revolución que marcó a varias generaciones de intelectuales latinoamericanos. América Latina, el peronismo, los avatares del Este, fueron algunos de los grandes temas sobre los que La Patria Grande consultó al Embajador Jorge Abelardo Ramos, Presidente del Movimiento Patriótico de Liberación y uno de los más brillantes observadores de la realidad social y política latinoamericana.

-¿Qué opinión le merece el surgimiento de grupos indigenistas que se oponen a los festejos por el V Centenario del Descubrimiento de América y que conmemoran el 11 de octubre como último día de la América Libre?



En realidad el imperialismo contemporáneo, que es el que sucedió de alguna manera a la influencia española desde las revoluciones de emancipación, tiene múltiples tácticas para perpetuar la división de la América Latina. Una de ellas es la hipertrofia del tema indigenista. Nadie ignora que la Patria Grande, vale decir la herencia hispana-lusitana que hemos recogido los latinoamericanos como propia, ha sido fragmentada por obra de dos factores determinantes: uno de ellos son los intereses extranjerizantes de las oligarquías portuarias de toda América Latina y el otro es la intervención decisiva que han puesto en nuestra impotencia y balcanización las grandes potencias imperialistas. La alianza de las oligarquías internas y de los imperialismos externos procuró desde los tiempos de San Martín y Bolívar separar a las partes territoriales que habíamos heredado de España y Portugal, porque de ese modo las repúblicas insulares podían ser mas fácilmente dominadas que una gran entidad confederada como la que tuvo la posibilidad de realizar la sociedad norteamericana. Una y mil veces desde los tiempos de Manuel Ugarte y de Torres Caicedo se afirmó, pero no entró eso en la educación popular ni en las estructuras culturales de las repúblicas latinoamericanas, que si EEUU había logrado su gran progreso material era porque se llamaban, respondiendo al contenido, los Estados Unidos de Norteamérica y Torres Caicedo y Ugarte reiteraban que nosotros éramos los Estados desunidos de la América del Sur, entendiendo el sur no en un sentido puramente geográfico sino en el mas amplio de lo político, cultural y lingüístico. Para nosotros el sur comienza en México, en el río Bravo.

-Bien...pero ¿Cuál es la causa de la desunión?



Nosotros, los Estados desunidos del Sur hemos pagado dolorosamente el haber logrado la independencia de España y Portugal sin haber consumado al mismo tiempo la unidad. No estamos desunidos porque somos subdesarrollados sino que somos subdesarrollados porque no logramos la unidad. En ese sentido la unión es la única estrategia y doctrina revolucionaria de América Latina.

El tema del indigenismo nos lleva a preguntar porque existe en Alemania, en Suecia, en Inglaterra, en Holanda un interés tan vehemente en proteger a los indígenas de América Latina. Seguramente no se trata de un acto de generosidad pura; sabemos que no han sido Inglaterra, ni los países nórdicos, ni Bélgica, ni Holanda quienes se han destacado por un amor especial por los indígenas de los continentes marginados.

Sabemos que la India fue subyugada por Inglaterra durante 400 años. Como dijo alguna vez un historiador inglés "las llanuras de la India están blanqueadas con los huesos de los tejedores de algodón", muertos de hambre a causa del exterminio de las viejas industrias por los tejidos de algodón de Lancashire.
Quiere decir que si Inglaterra por medio de las armas y del libre cambio impuso su dominio al inmenso continente hindú, nos parece raro que ahora este preocupada por los indígenas de América Latina.

-¿Cómo aparecen las diferentes tesis?



Nacen de las preguntas: ¿Esto que es? ¿Un encuentro de dos culturas?, ¿Es un descubrimiento?, ¿Es una conquista?, ¿Es un genocidio? La respuesta es que es un poco de todas esas cosas, pero es sobre todo una fusión. Es un descubrimiento de América por parte de los europeos y es un descubrimiento de Europa por parte de las civilizaciones precolombinas. Es un encuentro sangriento de culturas, como son todos los encuentros de culturas diversas. No es pura y exclusivamente un encuentro, una conquista o una colonización, como tuvo lugar por parte de Inglaterra respecto de la India, donde después que se van los ingleses, esta mantiene integras sus lenguas, sus religiones y su cultura, como si los británicos no hubieran estado nunca allí, salvo en Calcuta, en Bombay o en Madrás, donde las clases altas educadas en Inglaterra y parte de las clases medias "cultas" hablan el inglés y otras lenguas. Salvo esto no hay restos de los ingleses. Lo mismo podríamos decir de Indonesia, del Congo Belga, de Malasia o de Birmania. En cambio aquí no, aquí estamos hablando la lengua de aquellos que vinieron, portugués y español. ¿Por qué? Por razones que no vienen al caso aquí, que son razones teológicas, ellos no tuvieron el menor inconveniente en fusionarse, en hacer el amor con las mujeres indígenas y eso produjo en los primeros treinta o cuarenta años de la llegada de los españoles y los portugueses, la aparición de los hijos de la tierra, de los mancebos de la tierra, como se los llamaba, o sea de los criollos. Y esos criollos, que al principio eran hijos de españoles e indias, poco a poco se fueron mezclando más porque llego el aporte africano y entonces aparecieron los mulatos, tercerones, como se les llamaba, cuarterones y quinterones, que eran sucesivas mezclas, descendientes de mulatos con descendientes de criollos y mestizos, de indias con mestizos de negros. Así se hizo una especie de Babel racial o sanguínea en que consiste, como dice Vasconcelos, la raza cósmica.

Somos una fusión de las razas del mundo originadas por el pueblo mas mestizo que había en Europa, que era el pueblo español. Desde fenicios, visigodos, árabes y judíos, todos vinieron con los españoles y mezclaron sus sangres con la nuestra. Decir portugués en la América colonial era sinónimo de judío. De modo que aquí encontramos todas las mezclas, por lo que ser antisemita, o antiitaliano o antiespañol es renegar de parte de lo que somos.

Se trata de un formidable crisol de razas que ha determinado que el rasgo específico y distintivo de América Latina sea que somos mestizos.

Si nosotros hipertrofiamos el rol del indio o el rol del europeo estamos negando lo que somos. Nosotros somos el indio y somos el europeo, somos el inmigrante del siglo XX, el del siglo XIX y el del siglo VXI. Nuestra fuerza es ser lo que somos. Y aquel que quiera quitarnos la evangelización, nos quita una parte esencial de nuestra cultura. Quién pretenda despojarnos de los aportes traídos por los inmigrantes, sean españoles, portugueses, italianos o judíos, nos esta quitando en nombre del indigenismo (o sea en nombre de una raza en estado puro, que sin duda resultó vencida), parte de nuestra individualidad nacional y, en consecuencia, es un enemigo de América Latina.

El indigenismo por eso es impulsado por el imperialismo contemporáneo hasta transformarse, en muchos de los casos, en uno de sus instrumentos.

Es preciso en este momento dejar en claro los derechos de incorporación a la civilización latinoamericana de las minorías indígenas, predominantes sobre todo en Perú y en Bolivia y en el mismo México, donde hay alrededor de 10 millones de aborígenes que conviven en un gran pueblo de 83 millones de habitantes. México, que es esencialmente un país mestizo, ya no es un país indígena.

Donde el indígena logra ingresar a la vida económica, inmediatamente absorbe la lengua española o portuguesa. De esta manera se favorece al romper el aislamiento al que algunos lo quieren someter. Este es uno de los tantos derechos que las oligarquías criollas les han negado. También se los han negado a los gauchos y a los pobres, que junto con los indígenas, forman esa masa explotada por estas oligarquías nativas junto con el imperialismo extranjero.


JORGE ABELARDO RAMOS

<hr><h1><u>JORGE ABELARDO RAMOS</h1></u>
Jorge Abelardo Ramos

¿Por qué se plantea hoy la unidad de América Latina?
(De “Historia de la Nación Latinoamericana”)



La unidad del Estado se forma en Europa como resultado del desarrollo del capitalismo. Al trocarse en potencias imperialistas, impiden a su vez a otras regiones del planeta históricamente rezagadas que ingresen al camino del capitalismo y se constituyan en Estados Nacionales unificados. Tal es el caso del Medio Oriente árabe o de los Estados de la América Criolla. El imperialismo se opone al crecimiento del capitalismo en las colonias. Gracias al resorte propulsor e involuntario de las grandes crisis mundiales (1914, 1939, el crack del 1929) aparecen en los países coloniales o semi-coloniales formas embrionarias de capitalismo industrial. Grupos de burguesías locales se vinculan al mercado interno. Por su parte, el gran capital imperialista, estrechamente vinculado a las oligarquías agrarias, mineras o financieras, se opone al desenvolvimiento de estas nuevas burguesías, empleando todos los medios, sean políticos, económicos o militares.

Esta lucha de clases se da con frecuencia, pero no se trata de la lucha de clases habitualmente conocida como el duelo entre la burguesía y el proletariado según el modelo europeo, sino de una lucha menos mencionada en los libros y más vista en la realidad, que es la lucha entre la clase oligárquica y la nueva burguesía. En este sentido, podría decirse que la dictadura militar en la Argentina, guiada por la pandilla de Martínez de Hoz, ha luchado con tal éxito contra la burguesía nacional, que ha terminado por destruirla. Pero esto no podría significar en modo alguno que Martínez de Hoz ha llegado al socialismo, sino, por el contrario, que la oligarquía ha logrado dejar sin trabajo a dos millones de obreros y obligado a los industriales a transformarse en importadores, financieros, estafadores, o, en otros casos, a emigrar. A diferencia de todos los países de Europa o Estados Unidos, donde la norma es el triunfo económico y político de la burguesía urbana sobre sus antiguos adversarios de la nobleza agraria, en América Latina la burguesía industrial es minoritaria en todas partes y rara vez está en condiciones de ocupar el poder, sino mediante caminos indirectos como en el caso del Ejército y del peronismo entre 1945 y 1955, en la Argentina.

Resulta evidente, ante todo lo dicho, que la unidad de América Latina no se plantea hoy como exigencia del desarrollo de las fuerzas productivas en busca del grandioso mercado interno de las 20 Repúblicas, sino justamente por la razón opuesta. A fin de lanzarnos resueltamente por el camino de la civilización, la ciencia y la cultura, exactamente para desenvolver el potencial económico de nuestros pueblos sea por la vía capitalista, por medio del capitalismo de Estado, por la ruta de un socialismo criollo o por una combinación de todas las opciones mencionadas, América Latina necesita unirse para no degradarse. No es el progreso del capitalismo, como lo fue en Europa o Estados unidos el que exige hoy la unidad de nuestros Estados, sino la crisis profunda y el agotamiento de la condición semi-colonial que padecemos.

La guerra de las Malvinas, en el cuadro de esta lenta decadencia, ha irrumpido y vuelto a plantear todo de nuevo y aquella figura retorizada, abrumada en el bronce, venerada en la rutina escolar inmovilizada y divinizada, es decir Simón Bolívar, ha cobrado vida en el Atlántico Sur. Vuelve a montar a caballo. Toda la América Latina ha recobrado la memoria histórica perdida. Ahora se entiende al fin el significado de voces olvidadas y precursoras: Torres Caicedo, Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Haya de La Torre. Y se podrá comprender que ni el nacionalismo, ni la democracia, ni el socialismo poseen el menor significado en América Latina, si no se reencarnan en un programa general de Revolución Nacional Unificadora de La Patria Grande. La guerra de Malvinas, con el fulgor del relámpago, enseñó a los latinoamericanos que realmente tienen una patria común.


EL SINDROME BOKASSA Y FFAA

<hr><h2><u>EL SINDROME BOKASSA Y FFAA</h2></u> Por Pedro Godoy P.
CEDECH - Centro de Estudios Chilenos


En la década del 70 Jean B. Bokassa se convierte en Presidente de la República Centroafricana. Ejerce la dictadura y, a poco andar, se proclama emperador. La ceremonia es una mezcla de mascarada y dispendio. Este pacotillero émulo de Napoleón -entre la corona de oro macizo, la capa de armiño y los banquetes para un centenar de invitados VIPs- se gasta la mitad del erario. Ello contrasta con un país cuya población es indigente y, en grado de miseria, supera a Haití. El fenómeno permite convertir esta tragicómica ceremonia en paradigma de cómo las elites se deleitan dando la espalda a sus pueblos.

Nuestra América -antes de Bokassa- ha vivenciado el dicho síndrome. No solo por la abismal desigualdad entre pobres y acaudalados, sino porque el mismo Estado, en su afán de maquillarse como "moderno", imita a Europa en la exterioridad. Esto no es de ahora, sino una constante. Capitales cuyo centro rebosa de edificaciones suntuosas, orquesta sinfónica y elenco de ballet, pompa de cancillería y palacios donde funciona el Parlamento y la Corte Suprema de Justicia... En suma, puro estuco y a pocas cuadras la pobreza y la desesperanza. Las provincias y los campos, lóbrega periferia.

Hoy se alude a un plan de modernización de nuestras FFAA. Las inversiones son fastuosas. Aeronaves, fragatas, submarinos nucleares y tanques. Todo "supertop". Además, tropas a Puerto Príncipe. Si el cobre alcanza alto precio ¡mejor! Se gasta y con frenesí. Total: el Fisco paga. El amargo contraste: enrolamiento restringido, "rancho" miserable, exiguos salarios al personal de planta, inadecuados equipo e indumentaria... En suma, FFAA tercermundistas y en la cúpula el despilfarro y, se supone, las "coimisiones". La clase militar padece el síndrome Bokassa asi lo verificaría la hecatombe de Antuco.


EL SINDROME BOKASSA Y FFAA

<hr><h2><u>EL SINDROME BOKASSA Y FFAA</h2></u> Por Pedro Godoy P.
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En la década del 70 Jean B. Bokassa se convierte en Presidente de la República Centroafricana. Ejerce la dictadura y, a poco andar, se proclama emperador. La ceremonia es una mezcla de mascarada y dispendio. Este pacotillero émulo de Napoleón -entre la corona de oro macizo, la capa de armiño y los banquetes para un centenar de invitados VIPs- se gasta la mitad del erario. Ello contrasta con un país cuya población es indigente y, en grado de miseria, supera a Haití. El fenómeno permite convertir esta tragicómica ceremonia en paradigma de cómo las elites se deleitan dando la espalda a sus pueblos.

Nuestra América -antes de Bokassa- ha vivenciado el dicho síndrome. No solo por la abismal desigualdad entre pobres y acaudalados, sino porque el mismo Estado, en su afán de maquillarse como "moderno", imita a Europa en la exterioridad. Esto no es de ahora, sino una constante. Capitales cuyo centro rebosa de edificaciones suntuosas, orquesta sinfónica y elenco de ballet, pompa de cancillería y palacios donde funciona el Parlamento y la Corte Suprema de Justicia... En suma, puro estuco y a pocas cuadras la pobreza y la desesperanza. Las provincias y los campos, lóbrega periferia.

Hoy se alude a un plan de modernización de nuestras FFAA. Las inversiones son fastuosas. Aeronaves, fragatas, submarinos nucleares y tanques. Todo "supertop". Además, tropas a Puerto Príncipe. Si el cobre alcanza alto precio ¡mejor! Se gasta y con frenesí. Total: el Fisco paga. El amargo contraste: enrolamiento restringido, "rancho" miserable, exiguos salarios al personal de planta, inadecuados equipo e indumentaria... En suma, FFAA tercermundistas y en la cúpula el despilfarro y, se supone, las "coimisiones". La clase militar padece el síndrome Bokassa asi lo verificaría la hecatombe de Antuco.