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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


HISTORIA DE LA NACIÓN LATINOAMERICANA

<h2><hr><u> HISTORIA DE LA NACIÓN LATINOAMERICANA</h2></u>

PRÓLOGO (SEGUNDA PARTE)



Por Jorge Abelardo Ramos

Relataba el dramaturgo mexicano Rodolfo Usigli, que los intelectuales de su época acostumbraban a referirse a sí mismos como miembros de la generación de "postguerra". Ahora bien, decía Usigli, en México no hemos tenido una guerra, sino una Revolución. Pero aunque en Europa habían sufrido una guerra y no una Revolución, los cultores del espíritu en México se sentían hijos de una guerra vivida por otros, en lugar de serlo de una Revolución que había conmovido su país hasta los cimientos. Todo resultaba una copia miserable.

Sólo así podía concebirse que el historiador boliviano Alcides Arguedas, alquilado por el magnate minero Simón Patiño, como historiador "con cama adentro", fuera el vocero de la cultura boliviana en el mundo o un anglo-bizantino del género de Borges hiciera de arquetipo de la literatura argentina. El darwinismo social hizo furor y aún domina el pensamiento inconfeso de las "élites" criollas. El programa de Borges no adolecía de oscuridad. Lo resumió en dos epigramas: "América Latina no existe"; y la segunda: "Somos europeos en el destierro".

Desde que Europa tomó posesión de América Latina a partir de la ruina del Imperio español, no solo controló el sistema ferroviario, las bananas, el café, el cacao, el petróleo o las carnes. Consumó una hazaña mucho más peligrosa: influyó sobre gran parte de la intelligentsia latinoamericana y tendió un velo sutil entre la trágica realidad de su propio país y sus admirados modelos externos. Así, hasta los rebeldes de aldea, y hasta las doctrinas de "liberación", llevaban la marca del amo al cuello. Con el sello de Occidente, eran como cartas de navegación erróneas, preparadas para extraviar a los viajeros.

Todo lo latinoamericano o criollo fue despreciado o detestado. Desde la Ilustración o aún antes, no faltaban antecedentes para ello. Desde Buffon o el Abate de Paw, hasta el más lozano egresado de alguna Facultad de Sociología o Historia en la última parroquia, desdeñaban la inmensa tierra bárbara.

Los europeos en tiempos de la Conquista, la Ilustración o luego, no podían siquiera imaginar que otros mundos no recorriesen, ni en su fauna, flora o historia, diferentes caminos que los que había conocido el continente-modelo. Aplicaban al Nuevo Mundo su propia clasificatoria: así, para Buffon o Voltaire, en América Nueva pululaban leones calvos y tigres minúsculos. Por el contrario, los reptiles y alimañas eran de tamaño gigante. Indios asexuados e insectos enormes, la Terra Nova, era para algunos, demasiado joven; para otros, demasiado vieja.

A Hegel se le antojaba que aquí no había historia, sino pura naturaleza, que como se sabe, aborrece al Logos. Marx y Engels, por su parte, cuando no encontraban manipulaciones de hierro en alguna sociedad extra europea, la situaban en el "estadio medio de la barbarie", lo que les venía de perilla a incas y aztecas.

El conde de Keyserling explicaba ¡todavía en 1930! a las bellas propietarias de tierras de la refinada Buenos Aires, que América era el continente del tercer día de la creación, ardua jornada que Dios empleó en crear el mar, la tierra, las plantas y la flora. También, según el noble germánico, éste era el asombroso suelo de la "sangre fría". Don Pío Baroja no iba a quedarse atrás: juzgaba al americano del Sur como "un mono que imita" y a América Latina como un "continente estúpido".

La denigración europea se fundaba en la necesidad de ignorar y desacreditar aquello que esquilmaba. La auto denigración de la intelligentsia latinoamericana reposaba, por su parte, en el hecho de que estaba obligada a vivir de la clase directamente dominante, la oligarquía, que no era una clase nacional sino por su residencia e intereses. Cuando la intelligentsia en las última décadas, observa la desespiritualización y codicia del mundo occidental, se "izquierdiza" por un momento y ronda en la periferia del stalinismo, al que supone ambiguamente encarnación del ideal socialista. La catástrofe de la sociedad burocrática inicia otro movimiento pendular hacia la "democracia" capitalista. "Occidentales" o "marxistas", gran parte de los intelectuales pierden su antigua seguridad científica. Pero conservan su aversión académica (académica burguesa o marxista) hacia la sociedad criolla tal cual brotó de manos de la historia. Su utilitario objetivismo la mantiene distante del movimiento histórico vivo en nombre de "un rigor" puramente verbal, que le permite, por lo demás, conservar su "universalidad" y los medios de vida. En el último de los intelectuales latinoamericanos de tipo universitario resuena un eco del Abate Paw.

Excepción hecha de los grandes latinoamericanistas del 900 -Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Joaquín Edwards Bello, José Ingenieros, Manuel González Prada, Rufino Blanco Fombona y muchos otros- gran parte de la intelligentsia consumía sus vigilias torturada por las obsesivas modas de la Grande Europa.
Por ejemplo: a fines del siglo XIX resurgía el helenismo en Francia y en toda Europa. La crisis entre la burguesía liberal y la Iglesia Católica, asumía la forma indirecta de una revalorización estética de los nobles modelos de la antigüedad.

Y como no podía ser menos, en América Latina aparecieron puntualmente los helenistas nativos: en el Altiplano boliviano, un profeta tonante y barroco, Franz Tamayo, a la vez indio y terrateniente de indios, escribía Las Oceánidas; Lugones, en la Argentina ganadera, publicaba Estudios Helénicos y El ejército de la Ilíada; en México, la más grande figura intelectual de la Revolución nacida en 1910, Vasconcelos, invertía por una senda propia el legado franco-griego: exaltaba la búsqueda de un camino nacional en Prometeo vencedor.
A su turno, Alfonso Reyes concebía refinadísimas tragedias griegas; Ricardo Jaime Freyre soñaba brumosas mitologías escandinavas.

La patente francesa "imprimía carácter" a la inteligencia latinoamericana y la esterilizaba en el acto; y el librecambismo anglosajón cegaba enseguida toda cultura industrial nativa.
En la historia latinoamericana, sobre todo a partir de 1880, aparecieron una veintena de microsociedades en cada una de las cuales no faltaban ni una "burguesía nacional", ni un "proletariado", ni una "pequeña burguesía", según estatuía la prestigiosa clasificación marxista europea. Claro está que todo lo latinoamericano aparecía en un nivel más bajo, bajo una forma monstruosa o insólita, sea como un Tirano Banderas o un puñado de coroneles-terratenientes que desafiaban todas las clasificaciones.

Si Europa producía un arte simbólico, inspirado en las formas del hombre primitivo, en ciertas partes de América Latina esto era pura pintura figurativa, ya que el exquisito salón de arte moderno de Lima, pongamos por ejemplo, no estaba demasiado lejos del selvícola de Iquitos o del cazador de caimanes del Amazonas. Estas sociedades imitativas ofrecían asombrosos contrastes. A partir de la "balcanización", se dictaron códigos burgueses que debían servir a estructuras latifundistas fundadas en la servidumbre personal. Tales códigos habían sido en Europa el resultado de una revolución que había dividido las tierras de la nobleza para entregarlas a pequeños propietarios. En América Latina esos códigos eran empleados para garantizar la estructura agraria arcaica.

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