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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


PERÓN Y EL PERONISMO

<h2><hr><u>PERÓN Y EL PERONISMO</h2></u> por Jorge Arrate

elmostrador.cl – 5 de octubre de 2004

El incidente a propósito de la asunción de Ignacio Walker como canciller de Chile puede traer secuelas preocupantes. Al calor de lo ocurrido algunos, so pretexto de defender al ministro recién designado, comienzan a dar curso a un nacionalismo pequeño. Es una oportunidad favorable para atizar la beligerancia de "barras bravas" que, al igual que en los partidos de fútbol, aprovechan la ocasión para denostar al país ocasionalmente adversario.

Argentina y Chile son naciones distintas. Si bien comparten muchos rasgos culturales, en otros se diferencian claramente. Sus intereses son coincidentes en una amplia franja de materias, pero en otros aspectos son o podrían ser contrapuestos. Hay algo que ambos comparten y que no puede ser modificado por mayorías democráticas o por dictaduras, ni siquiera por la unanimidad de sus ciudadanos: son vecinos por los siglos de los siglos.

Por eso uno siente pena -y vergüenza, naturalmente- cuando a veces se escucha esa estúpida fórmula acuñada por chilenos que se creen "exitosos": Chile es un país al que le va bien, pero habita un "mal barrio". Pena y vergüenza porque quienes así piensan reniegan de un rasgo de nuestro ser, la calidad de latinoamericanos. Estupidez porque ni siquiera el "arribismo" odioso de los autores de la frase podría modificar la realidad.

Una de las grandes diferencias entre los dos países es su historia y su cultura políticas. El orden chileno instaurado tempranamente en el siglo XIX no tuvo parangón en una Argentina anárquica y donde operaban las fuerzas centrífugas. Chile continuó siendo en el siglo XX una sociedad más disciplinada, con una hegemonía conservadora que sólo fue amenazada a fondo por el gobierno del Presidente Allende. Argentina, en cambio, vivió una gran conmoción social con el proceso migratorio que significó una verdadera revolución cultural que remeció todo el país. Y, luego, con Perón.

Para los chilenos no ha sido fácil comprender el fenómeno Perón. No se trata de amar a Perón. Su participación en un incidente de espionaje cuando fue Agregado Militar en Santiago (actividad cuya práctica pareciera no haber terminado, como queda claro del episodio bufo ocurrido en el consulado argentino de Punta Arenas hace algunos meses) posiblemente sigue sustentando la antipatía de algunos. Su modo militar de pensar, las ambigüedades de su trayectoria política, una cierta falta de sobriedad en su actuar público, habrán de alimentar apreciaciones negativas de otros.

Ya en los años 50, cuando Perón visitó Chile, hubo polémicas e incidentes relacionados con su figura, como el desafuero de la senadora María de la Cruz y las sospechas de influencias peronistas en sectores del "ibañismo". Se recuerda menos, sin embargo, que en aquel viaje Perón e Ibáñez suscribieron un tratado de integración económica que, aunque nunca se aplicó, era visionario. Precedió en quince años al Pacto Andino, en veinticinco al Mercosur, en casi medio siglo a los acuerdos comerciales bilaterales que hoy causan tanto beneplácito.

En la propia Argentina debieron pasar muchos años antes que Perón recibiera, como ha ocurrido, el reconocimiento de casi todos los sectores políticos como una de las grandes figuras de la historia de su país. Efectivamente, Perón -y su esposa, Eva Duarte- generaron en Argentina un proceso social revolucionario de extraordinaria magnitud que, complementado con el aporte cultural de los inmigrantes, ha dotado a Argentina y a su pueblo de formas de convivencia, conductas sociales e individuales y estilos de relación entre clases sociales, que lo hacen un país con una extendida cultura cívica. Perón y Evita levantaron también la conciencia del argentino respecto a las formas imperialistas de relación entre naciones.

La derecha clásica argentina no perdona a Perón y al peronismo el incendio del Jockey Club, el despliegue insolente de los "descamisados" por los barrios ricos. El radicalismo, los socialistas y los comunistas consideraron a Perón como un resabio del fascismo. Era la segunda mitad de los cuarenta, recién terminada la Guerra Mundial. Todos se coaligaron para enfrentar a Perón, con el apoyo abierto del Embajador de Estados Unidos. Unos veían amenazados sus intereses económicos, otros el destino democrático de la Argentina. Perón, sin embargo, nunca fue un dictador. Triunfó siempre en elecciones democráticas y, si bien ejerció el poder con exagerada autoridad, jamás rompió las normas institucionales básicas.

El peronismo es el movimiento político más complejo de América Latina, como lo prueba la infinidad de estudios académicos realizados en el mundo entero destinados a analizarlo. Su fuerza social y cultural ha sido tan grande que sus enemigos principales -las dictaduras militares argentinas- lo proscribieron por largo tiempo e intentaron exterminar físicamente a sus sectores más de izquierda.

Reestablecida la democracia, el peronismo con Perón, brevemente hasta su muerte, y luego sin Perón, hasta hoy, se ha constituido en un heterogéneo movimiento de fuerte raigambre social, asociado en todas sus variantes a la identidad popular argentina, que por sí solo es capaz de ofrecer diversas opciones a la ciudadanía. Desde el ex Presidente Menem, de orientación claramente liberal, pasando por importantes sectores demócrata cristianos, hasta el Presidente Kirchner, con definiciones de centro izquierda.

Ni los argentinos, menos aún los chilenos, han terminado de comprender cabalmente el desarrollo y complejidades del peronismo, esa fuerza encarnada por sesenta años en la conciencia del pueblo argentino. Es no sólo posible, sino también inevitable, la existencia de visiones diversas. Aquella que expresó Ignacio Walker en mayo pasado es una de ellas. Cada uno de nosotros, cuando actúa como simple ciudadano, es libre de expresar lo que quiera. Es de lamentar, sin embargo, que su autor, un hombre culto y de reconocida carrera política y académica, deba ahora encabezar la Cancillería chilena, una de cuyas tareas primordiales es manejar las relaciones con Argentina y su gobierno.

Deseo sinceramente que este episodio no siga dando ocasión para descalificaciones. No las creo necesarias, pero probablemente serán inevitables algunos arrestos de nacionalismo pobre y vacío. Frente a ellos es indispensable no dejarse atemorizar y reproponer un nuevo espíritu latinoamericanista que defienda aquella identidad que compartimos, no mire a naciones hermanas como adversarios y se reconozca en la herencia de Bolívar, O'Higgins y San Martín.

1 comentario

Juan -

Parece que al autor se le olvida que Argentina en la Epoca de Peron recibio cientos de Refugiados alemanes, criminales de las Waffen SS, muchos ingenieros nazis que fabricaron armamento en Argentina con el fin de invadir a Chile, los argentinos no son blancas palomas..