Blogia
MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


LA VUELTA DE OBLIGADO

20 de Noviembre: Día de la Soberanía



Por Alberto Guerberof (*)

Amanecía el 20 de noviembre de 1845 cuando aparecieron los invasores. Una poderosa escuadra anglo-francesa se internaba en el Paraná al frente de un convoy de 90 buques repletos de mercaderías. El conjunto de la expedición estaba al mando del almirante Hotham. La flota británica, a cargo del almirante Inglefield, estaba compuesta por 9 naves de guerra a vela y 3 vapores portando 136 cañones Peysar de “última generación”, que acababan de ser entrenados en China, en la llamada Guerra del Opio, última tropelía del Imperio antes de su incursión en el Río de la Plata. La francesa, al mando de Lainé, incluía 3 grandes fragatas, corbetas y bergantines en número de 5, y dos vapores. En total 282 cañones-obuses Paixhans que disparaban proyectiles de 80 libras tanto o más potentes que los de sus aliados.

La defensa de la Confederación Argentina fue encomendada por Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires y encargado de negocios de la Confederación, al general Lucio Mansilla, un veterano de la guerra de la Independencia.

En la Vuelta de Obligado, donde el Paraná dibuja un recodo y se estrecha, Mansilla se preparó para resistir. Atravesó el río con 3 gruesas cadenas sostenidas por 24 lanchones. La singular barrera era custodiada por el único barco con el que contaba la milicia criolla, el Republicano. Sobre la orilla derecha del río se colocaron 2 baterías antes de las cadenas, una a la altura de las mismas y una cuarta por encima de ellas. La suma daba 30 viejos cañones de pequeño calibre atendidos por 160 artilleros y 2.000 hombres atrincherados, apenas armados con fusiles.

Soberanía y globalización en el Siglo XIX

¿Por qué se producía la intervención europea? En julio de 1845 los enviados de las potencias europeas, Ouseley y Deffaudis, presentaron a Rosas un ultimátum, exigiendo el retiro de los buques de Brown que sitiaban Montevideo, el retiro de las fuerzas argentinas destacadas por Rosas en la Banda Oriental, y la renuncia del general oriental Oribe a recuperar Montevideo con el apoyo del gobernador bonaerense. El gobierno de Rosas se mantuvo firme y no cedió a ninguna de las pretensiones imperiales. Con la máscara de una “mediación” en la prolongada guerra civil que se desarrollaba en la Banda Oriental, los comisionados de Londres y París encubrían objetivos más vastos, más globales. Estos se cifraban en la obtención de la libre navegación de los ríos, en este caso el Paraná, en la búsqueda de nuevas rutas de penetración comercial. En lo inmediato del mercado paraguayo.

En el trasfondo histórico de los acontecimientos de 1845 se desenvolvía la avasallante expansión del capitalismo británico y –socios y rivales al mismo tiempo- las aspiraciones de la Francia colonialista. Los ejes que guiaban la política exterior inglesa consistían en conquistar mercados para sus exportaciones y plazas para colocar sus empréstitos e inversiones. Para ello los conflictos que escapaban a esa estrategia, debían ser eliminados. Entre ellos estaba la lucha de Oribe por recuperar toda la Banda Oriental para su legítimo gobierno. De ahí que con la excusa de una “mediación” pacificadora se gestó la invasión anglo-francesa.

El clima de la misma fue creado por una copiosa campaña periodística y literaria destinada a probar la barbarie de los argentinos, en la que se destacaron desde Europa, la Revista de los Dos Mundos y desde Chile el diario El Progreso donde el emigrado sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento empieza a publicar un folletín titulado Facundo en el que contraponía la “civilización europea” a la “barbarie gaucha”. Corría mayo de 1845. Las potencias europeas ya estaban alistando la fuerza expedicionaria.

El bloqueo de puertos y países, la apertura forzosa de ríos interiores y la creación de estados-tapón son componentes esenciales de esa estrategia. La “independencia” del Uruguay había tenido ese origen. Ahora se buscaba la segregación de Corrientes y Entre Ríos de la Confederación, y convertir a Montevideo en puerto franco internacional. Se propiciaban las soberanías ficticias para desintegrar a las naciones históricas y reales que se presentaban como obstáculos para la expansión mundial del capitalismo europeo presentado como sinónimo de “progreso”. ¿Aquellos viejos argumentos, no son exhumados hoy, en la era del capitalismo neoliberal, para justificar los bloqueos de Cuba, Irak o Libia y otras delicias intervencionistas de la posguerra fría? Es a la luz de estos rasgos de la política inglesa de la época, que podrá entenderse la naturaleza del conflicto que enfrentó la Confederación Argentina. A mediados del siglo XIX todo el planeta estaba claramente dividido en metrópolis imperiales y opresoras y en pueblos y naciones oprimidos. Las tierras del Plata pertenecían claramente a esta última categoría, y es en ese contexto que debe medirse –cualquiera sea la valoración que se haga de su política interna- la dimensión del patriotismo de Rosas, que rechazó con dignidad y resistió valientemente la extorsión globalizante de la potencia hegemónica de su tiempo.

Una victoria nacional

Los argentinos se encontraron en definitiva ante una instancia crucial. Para el historiador A. J. Pérez Amuchástegui: “Ya no quedaba alternativa, había llegado la hora de poner las cartas sobre la mesa y decidir cada cual con su conciencia, si peleaba del lado de la soberanía nacional o del lado de los que venían a arrasarla. Nacionalismo o colonialismo eran los términos reales del problema, y nadie se podía llamar a engaño”.
Nadie lo hizo. Ni la emigración unitaria en Montevideo, que mendigó y colaboró con la fuerza intervencionista extranjera, ni el Libertador San Martín que desde el primer momento se solidarizó con la causa de la Confederación Argentina antes de legar su sable a Juan Manuel de Rosas. Dos actitudes diametralmente opuestas que reaparecerían en ocasión de la Guerra de Malvinas y cada vez que el interés nacional entraba en disputa con un poder foráneo.

El día del combate de Obligado, 20 de noviembre, dio comienzo con un intenso bombardeo por ambas partes. La superioridad de la artillería enemiga, en tres horas de fuego nutrido, se impuso a las baterías de la costa. Por dos veces la marinería de los invasores intenta el desembarco pero es repelida por los gauchos-soldados de Mansilla que hacen derroche de heroísmo e infligen fuerte daño al enemigo. Este tiene 150 hombres fuera de combate y 4 naves muy averiadas. Por su parte, las tropas argentinas sufren la muerte de 240 hombres, 400 heridos y la destrucción de las baterías. Mansilla es seriamente herido y Juan B. Thorne, el valiente artillero que ensordece en la batalla, recibirá para siempre el apodo de El sordo de Obligado. Habían sido 10 horas de lucha sin cuartel que cubrieron con cadáveres las barrancas del Paraná.

Forzado el paso, y después de reparar las naves dañadas, la flota imperialista remonta el río. Ha sufrido la deserción de numerosos mercantes, y al resto le espera un completo fracaso comercial al que concurren la pobreza de los pobladores y la hostilidad de los criollos hacia los extranjeros intrusos. El investigador canadiense H. S. Ferns coincide con que: “Los resultados políticos y económicos de esa acción fueron, por desgracia, insignificantes”. En otras palabras, Inglaterra y Francia habían tenido una muy ajustada victoria militar y una clara derrota política. Los gauchos de Mansilla con cadenas y viejos fusiles y la hábil diplomacia de la Confederación habían obligado a las dos primeras potencias mundiales a firmar poco tiempo después la paz y a retirarse del Río de la Plata, envueltas en el fracaso y en el abatimiento.

(*) Revista “Compartir” – Octubre de 1997.

0 comentarios