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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


CARPENTIER, ENTRE LA NATURALEZA Y LA HISTORIA

<hr><h2><u>CARPENTIER, ENTRE LA NATURALEZA Y LA HISTORIA</h2></u>

El pasado domingo se cumplieron cien años del nacimiento del autor de "El siglo de las luces"



Ernesto Hernández Busto (*)

La Vanguardia
- 29 diciembre 2004

Cuando en 1991 Guillermo Cabrera Infante reveló que Alejo Carpentier en realidad había nacido en Lausana, Suiza, muy pocos le creyeron. Cabrera es famoso por su maledicencia y Carpentier -de cuyo nacimiento se cumplió un siglo el domingo- había sido durante muchos años su rival político, el único gran escritor cubano que apoyaba sin fisuras la revolución y cuya obra, elevada a la categoría de monumento nacional, despertaba un respeto reverencial en el extranjero. En un país donde las biografías literarias son un género casi extinto, resulta comprensible que ciertas anécdotas del escritor oficial se alejen del relato de su vida contada por él mismo. Aunque lo interesante no es el lugar de nacimiento, sino la mentira: un escamoteo que revela esa manía del escritor latinoamericano por acomodar su biografía a los avatares de su proyecto literario.

Varias crónicas han aireado los flecos de una infancia idílica de Carpentier, hijo de emigrados, que presumía de una abuela pianista, discípula de Cesar Frank, y de un padre arquitecto "que empezó a trabajar el violoncello con Pau Casals". En realidad, Carpentier vivió en las afueras de La Habana, pasó unos años en el liceo parisino Jeanson de Sailly y regresó a la capital, donde su madre sobrevivió dando clases de francés. El padre, envuelto en un lío de faldas, desapareció en Panamá y al joven Alejo, según recuerda Heberto Padilla, no le quedó más remedio que ponerse a vender leche de casa en casa.

Truncos sus estudios universitarios de arquitectura, en La Habana de los años 20 había dos antesalas del inframundo profesional: el periodismo y la política. Por ambas pasó Carpentier. Su talento como cronista le ganó las páginas de Chic y Carteles. Como cualquier comunista de la época, viajó a México a conocer a Diego Rivera, suscribió protestas y acabó en la cárcel, donde escribió una novela de tema afrocubano con el poco inspirado título de ¡Ecue-Yamba-O! Luego fue a París y contactó con los surrealistas.

En París pasó Carpentier casi una década: perfeccionó su erre, se convirtió en un experto en radiodifusión y esposó a una musa de la belle époque, Eva Fréjaville. Por esos años viajó varias veces a Madrid, donde hizo amistad con Lorca, Alberti o Bergamín.

Sin embargo, en 1945 Carpentier corta su vínculo con la farándula habanera para irse a Caracas a trabajar en la publicidad y la radio. Durante sus 15 años en la Venezuela de Pérez Jiménez pondrá a un lado sus inquietudes revolucionarias para dar forma a su vocación literaria, incluyendo su famosa teoría de lo real maravilloso americano. Paradójicamente, fue con un relato, Viaje a la semilla (1944), que comenzó el proyecto novelístico más importante de la literatura cubana. Pasión por la historia, imaginería barroca que se regodea en la decoración arquitectónica, distancia de la narrativa psicológica e interés por el tiempo como la materia suprema de la ficción... Todo está ya en ese cuento concebido como un tour de force. Luego vendrá El reino de este mundo (1949), relato de la revolución haitiana, en cuyo prólogo reconocemos la astucia de quien toma distancia del surrealismo sin desechar sus hallazgos.

En 1953 Carpentier publica Los pasos perdidos, tal vez su mejor novela y la primera que aborda uno de sus grandes temas: el enfrentamiento entre naturaleza e historia. La obra relata el viaje a la selva de un compositor y musicólogo que, hastiado de la vida urbana, se interna en el Orinoco para comprobar sus teorías sobre los orígenes de la música y reanimar su propia creatividad. Lleno de resonancias autobiográficas, ese libro es también el momento en que, como en una obertura operística, la literatura latinoamericana descubre la relación de la cultura cortesana con el paisaje selvático.

Un émulo de Sainte-Beuve buscaría en la infancia oculta de Carpentier la raíz de una escritura voluntariamente arcaizante. Al pasado confuso correspondería la pulsión de la investigación histórica y la referencia a modelos arquitectónicos y musicales que caracterizan lo que González Echevarría, su mejor crítico, ha llamado "la figura de un escritor sistemático", es decir, "el que vuelve una y otra vez a los mismos temas y repite un discurso propio armado con reiteraciones que llegan a crear una combinatoria previsible".

Esa mezcla de voluntarismo y previsibilidad estilística que define el proyecto de Carpentier le convierte, al menos dentro de la literatura cubana, en el modelo del escritor profesional, omnicomprensivo, capaz de poner la novela latinoamericana al nivel de las exigencias sinfónicas. Pero también le da a zonas de la prosa carpenteriana un aire de grandilocuencia dieciochesca.

La otra gran novela de Carpentier (si dejamos a un lado su brillante incursión en la novela de dictadores, El recurso del método, y un admirable trío de nouvelles -El acoso, Concierto barroco y El arpa y la sombra-), es sin duda El siglo de las luces. La publicó en 1962, en Cuba, donde había vuelto tres años antes, con el triunfo de la revolución. Algunos críticos han visto en esta saga una parábola sobre los peligros saturninos de todas las revoluciones. Pero esa interpretación contrasta demasiado con la última fase del proyecto novelístico de Carpentier.

La altura de esa gran novela histórica que es El siglo de las luces pone de relieve el fracaso de otra, La consagración de la primavera (1978), intento de épica sincrónica, con alarde de planos paralelos y un aburrido enaltecimiento de la indistinción entre el individuo y la masa. En Cuba era esperada como la gran novela de la revolución, la suma alquímica del gran escritor y el funcionario. Fue el único fiasco del Carpentier maduro.

Carpentier murió en 1980. Su centenario debería ser una ocasión para volver sobre sus grandes novelas, rebuscar en sus ensayos y emprender, tal vez, su biografía definiva.

(*) Escritor cubano residente en Barcelona.

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