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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


SURGIMIENTO Y DESAPARICIÓN DE LA GRAN COLOMBIA

<hr><u><h2>SURGIMIENTO Y DESAPARICIÓN DE LA GRAN COLOMBIA</h2></u>

(1819 - 1830) - UNA VISIÓN ALTERNATIVA



En conmemoración de los aniversarios 185° de la creación de la República de Colombia y 174° de la muerte de su Padre Fundador El Libertador, Simón Bolívar



Por Fermín Toro Jiménez - Embajador Representante Permanente de la República Bolivariana de Venezuela ante Naciones Unidas.

PRIMERA PARTE



El proyecto de Monarquía en Colombia fue una amenaza a la autodeterminación popular conquistada a sangre y fuego por los pueblos de la América Hispana, amenaza que fue repudiada explícitamente por el Libertador. Pero la secesión de Venezuela que fue un golpe cierto y mortal, significó simplemente la desaparición misma del Estado nacido de esa autodeterminación popular. A los ojos británicos pareció la vía mas expedita para remover radicalmente el obstáculo de una organización política que, a pesar de sus carencias, de haber sobrevivido habría constituido, independientemente de la forma política adoptada, un centro de poder irrefutable en América del Sur. Este golpe de gracia fue el resultado de una habilidosa diplomacia que al mutilar y disolver la República dejó simultáneamente en reemplazo una constelación de pseudo Estados sin consistencia interna, al garete, excéntricos e inermes, aislados unos de otros, sometidos a un régimen de dependencia y subordinación económica y política sin futuro ni viabilidad política. Retomemos ahora la secuencia de dicha acción diplomática, cuyos perfiles no fueron otros que los de una conjura de lesa patria por parte de quienes la secundaron en Venezuela, lo que hasta ahora ha estado oculto como resultado de una amnesia colectiva inducida por la Historia oficial.

Si desplegamos un mapamundi correspondiente al año 1830, descubriríamos enseguida cómo aparecieron en aparente sincronía dentro del sistema internacional de Estados naciones, varios nuevos Estados, con algunas características similares, ubicados en distintas regiones de la geografía mundial. Grecia, al fondo del Mediterráneo Oriental dentro de los confines del Imperio Otomano y próxima a los Estrechos y a Rusia por el Mar Negro; Bélgica situada frente a las costas británicas, deslindada entre el Canal de la Mancha, los Países Bajos y Francia; la República Oriental del Uruguay entre el Imperio del Brasil, el Paraguay y las Provincias Unidas del Río de la Plata y Venezuela, un inmenso territorio sin límites hacia el Sur, de frente al arco de colonias británicas del Caribe y disociada de la Nueva Granada.

Los rasgos particulares que identificaron por igual los llamados “procesos nacionales” según la Historia Universal eurocéntrica, de formación de Grecia, Bélgica, Uruguay, Ecuador y Venezuela consistieron en la carencia originaria de identidad socio política y de intereses nacionales, lo que todavía perdura en mayor o menor grado, en diversos continentes y latitudes del planeta donde perdurarán los regímenes neocoloniales surgidos de la descolonización de la segunda mitad del Siglo XX.

Estados creados desde afuera por la “benevolencia” de un poder extraño y ajeno a ellos como reflejo de estructuras internacionales, es decir como repúblicas de fachadas requeridas y diseñadas por los intereses imperiales británicos. Reflexionemos por un instante sobre la identidad de un belga, de un griego, de un oriental o uruguayo de un ecuatoriano o de un venezolano en aquel momento y difícilmente podríamos reunir rasgos identificatorios decisivos de una formación político-social específica. A lo sumo podríamos vincular a los griegos con reminiscencias de un pasado clásico conocido en la historia de Esparta y Atenas y sus respectivas civilizaciones de la Antigüedad. Pero nada tenían que ver los griegos de 1830 con ese pretérito como no fuera el testimonio de las ruinas de templos, ágoras y circos entre las cuales apacentaban las cabras de un pueblo pastoril por lo demás reculturizado por siglos de dominación otomana; poco podemos también decir de los belgas a quienes, según su procedencia difícilmente podríamos distinguir de un francés o de un holandés de las regiones aledañas, si recordamos a un uruguayo, todavía hoy nos cuesta algún trabajo distinguirlo de un argentino. Es un hecho conocido en el debate historiográfico uruguayo que una de las tesis o posiciones asumidas se funda todavía con o sin razón en la interrogante si se trata de un Estado viable, en razón de sus orígenes. Si finalmente, nos topáramos con un venezolano de aquel momento y aun de muchos años después, salvo el recuerdo del “ejemplo que Caracas dio” como dice nuestro Himno nacional producto de episodios de guerra civil con rasgos posteriores de insurrección anticolonial, en poco nos diferenciamos de los colombianos de la montaña, de la costa o de los llanos. Si hay algún destello de una primera identidad afirmada desde finales del Siglo XVIII en la Historia vernácula venezolana, correspondería en propiedad a los orientales; los demás eran y fueron, a pesar de su indeclinable voluntad de autodeterminación, virreinales o de rasgos virreinales. Excluimos expresamente a la élite cívico-militar libertadora cuya acción libertadora integró en un solo destello la América del Sur de origen hispánico, alumbrada por la conciencia de sus pueblos en rebelión anticolonial.

Lo que queremos expresar con lo dicho, es que los Estados nombrados no fueron otra cosa, en el momento de su aparición y por mucho tiempo después criaturas del Imperio británico, emanaciones de éste, fachadas cosméticas de un estatuto neocolonial, sin vida propia y con fuerte dependencia del Imperio en grados variables. Si observamos en particular el momento mismo de la creación de los Estados en cuestión veremos que constituyeron cada uno la solución a un nudo de contradicciones diseñadas por el gabinete británico en respuesta a necesidades de seguridad o de propósitos de expansión económica. Grecia aglutinada, débilmente alrededor de la Hetairía, resultó ser un producto de un compromiso político entre los intereses en pugna de Rusia en su expansión hacia el Mediterráneo y su rivalidad consiguiente con el Imperio Otomano, guardián en los Estrechos del acceso al Mar Negro, que resistía a la expansión Rusa a pesar de su descomposición interna desde el siglo XVIII, y los intereses imperiales ingleses en el Mediterráneo Oriental que desde sus bases en las islas jónicas rivalizan con Rusia y utilizan el respaldo a la Sublime Puerta para frenar las intereses del imperio moscovita. Es una resultante también de la expansión del Imperio de los Habsburgo y sus intereses danubianos en contraposición a Rusia y al Imperio Otomano y de la reaparición de Francia como potencia mediterránea a partir de 1818, generalmente subordinada a las decisiones inglesas. El desenlace de las contradicciones, el reconocimiento del movimiento filohelénico por Canning en 1825, el tratado franco-anglo-ruso de 6 de julio de 1827, la derrota de la flota otomana en Navarino en 1827 y la paz de Adrianópolis en 1829, fueron los hilos que condujeron al surgimiento de un Estado griego tutelado por la Gran Bretaña y dotado como tal de un gobernante escogido por la Casa real inglesa, una tajada territorial arrancada al Imperio Otomano y una pieza política inglesa en el Mediterráneo Oriental para mantener el control sobre los Estrechos y cerrar el paso a las pretensiones rusas de acceso y dominio del Mediterráneo.

Si atendemos el caso de Bélgica, arribaríamos a una conclusión parecida. La insurrección belga de 25 de agosto de 1830, de por si insuficiente para triunfar sin apoyo externo, desató otro mundo de contradicciones entre Francia, Inglaterra, los Países Bajos y Rusia principalmente, que fué la primera fractura del estatuto territorial establecido en 1815. Contradicciones entre los Países Bajos y quienes habían formado parte de éstos en el pasado; entre Francia, pescando en río revuelto por el engrandecimiento territorial con la posible incorporación de las regiones francesas de Bélgica y la Gran Bretaña que veía amenazada su flanco de seguridad por las aspiraciones francesas sobre la costa de Flandes; finalmente contradicciones entre Rusia como potencia legitimista defensora del statu quo postnapoleónico, Francia e Inglaterra. La salida al conflicto, fue también diseño británico a saber: la independencia de Bélgica un régimen de neutralidad y un príncipe propuesto por los británicos como soberano del nuevo Estado: Leopoldo de Sajonia-Coburgo.

Si nos trasladamos al Río de la Plata el escenario de la guerra entre el Imperio brasileño y las Provincias del Río de la Plata por la Banda Oriental desde 1825 hasta 1828, prolongaba el viejo conflicto territorial entre los antecesores, Imperios coloniales español y portugués en América del Sur. El conflicto termina con la Convención Preliminar de Paz de 27 de agosto de 1828 de donde emerge prácticamente por arte de magia la República Oriental del Uruguay como Estado tapón entre el Imperio del Brasil y las Provincias argentinas. La acción decisiva en este parto político a pesar de la figura el liderazgo y la huella del prócer de José Gervasio Artigas y quienes lo secundaron, fué la intervención británica a través de la mediación de Lord Ponsonby. El mundo de las contradicciones entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Imperio brasileño entre aquellas y éste y el movimiento de José Gervasio Artigas y los intereses ingleses tras y uno otro bando, concurrieron a la construcción del nuevo Estado, que al momento era difícil diferenciar de una provincia argentina.

Por último volvemos la mirada a la aparición de la República de Venezuela por la secesión de la clase dirigente venezolana y la consiguiente disolución de la República de Colombia. La fragmentación y extinción de Colombia, así como la creación de Venezuela fueron también obra británica. En esta acción política y diplomática también tuvieron una importante participación los Estados Unidos de América en su doble condición de aliados y simultáneamente de rivales de Inglaterra. En este caso los hechos se produjeron igualmente como una salida a un complejo de contradicciones inextricables. Dentro de ellas, entre otras, mencionamos los conflictos entre las nacientes oligarquías venezolana y neogranadina, el antagonismo comercial y político entre Inglaterra y los Estados Unidos; el conflicto potencial entre las posesiones coloniales británicas en el Caribe, Colombia y las iniciativas del gobierno francés bajo la restauración que renacía de las guerras napoleónicas, que después para disputar a Alivión, territorios y pueblos de ultramar. Sin embargo, la ejecución del plan de desmembración de Colombia fue exclusivamente británico; la forma que adoptó fué una conspiración cuyo actor principal fue el Almirante Charles Elphistone Fleeming, nacido en 1774 y fallecido en 1840, Jefe de la Estación naval británica en las Antillas y miembro del Parlamento y su esposa de nacionalidad española Catalina Paulina Alessandro. Sus cómplices internos no fueron otra cosa que un cenáculo minúsculo de personajes civiles y militares de Caracas y Valencia, ajenos a toda voluntad popular motivados por el líder visible de los conspiradores, General José Antonio Páez, enemigo jurado del Libertador y de Colombia, seducido y financiado por sus “amigos” ingleses. Es necesario colocar este complot en el centro de nuestra historia como bisagra que explica el surgimiento de Venezuela como Estado en 1830 y como instrumento de demolición de Colombia a fin de no seguir escamoteando la verdad y falsificando nuestros orígenes como Estado. La dinámica de esta confabulación que se desarrolló entre 1829 y 1830 concluyó exitosamente.

Las instrucciones vinieron seguramente de Londres donde se analizó la situación de Colombia y se tomaron las decisiones pertinentes. Si nos situáramos en Londres como observadores y tratáramos por un momento de ponernos, como se dice, en los zapatos de los autores y ejecutores de la política exterior británica, no nos habrían inquietado al principio las informaciones ambiguas y contradictorias recibidas a diario, sobre la creación de un nuevo Estado en Angostura a fines de 1819, consolidado en 1821 en Cúcuta, que pretendía abarcar las cabeceras; fachada norte de América del Sur, ya que su supervivencia dependía al momento de la suerte de las victorias y reveses en que se debatían las armas republicanas, que tarde o temprano tendrían que enfrentarse al poderoso baluarte realista del Perú.

Pero una vez que el correo de ultramar informó del postrero clarín español en América en diciembre de 1824 y la creación de la República de Bolivia en agosto del año siguiente, serios motivos de inquietud deben haber aparecido para el futuro del Imperio. En un vasto territorio asolado por las guerras de independencia y dividido por facciones, se irguió de pronto como una arquitectura política de dimensiones colosales (si atendemos a la medida de los Estados que existían para la fecha, incluidos los Estados Unidos) que alteraba el equilibrio universal. La República de Colombia, como Estado protonacional, representó una eclosión política natural, contemporánea paralela y sincrónica al ascenso de las nacionalidades en Italia, en Polonia, en las posesiones desintegradas del Imperio Otomano en los Balcanes y en los Países Bajos austriacos, dolor de cabeza para las testas coronadas del absolutismo europeo, recién restauradas unas o reforzadas otras por la restauración. El Gabinete Inglés no podía enjuiciar en lo adelante, con la misma displicencia calculada que había demostrado un Canning ante los verdugos de la Santa Alianza, cuando lo invitaban a la represión de los movimientos nacionales en el continente europeo.

2 comentarios

valeria -

no me gusto porq no hubo especificacion y no dice lo esencial

janna paola -

mas especificación