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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


¿DÓNDE ESTARÁ LA BACINICA?

<hr><h2><u>¿DÓNDE ESTARÁ LA BACINICA?</h2></u> Por Enrique Lafourcade

El Mercurio
- Enero de 2005

Obedeciendo leyes absolutas supe de más de un anciano que moría plácidamente bajo los nogales, durmiendo la siesta en su gran sillón de mimbre, holgado, entre almohadas de plumas de ganso, gallina, patos, con las piernas resguardadas por una sólida manta de Castilla.

Los "abuelos" conformaban una importante clase espiritual, aprovechando el Año Nuevo para escaparse de este mundo. Sus muertes no provocaban excesivo dolor. Quizá, unos lagrimones privadísimos. "Con más de noventa, qué se podía esperar". Si alguien lloraba eran los nietos y tataranietos. Aunque a todos se les extinguía la tristeza con la fiesta funeral y el reparto posterior de bienes.

Los epinicios, recién llegado el Año Nuevo, tenían un sentido renovador. Abuelos y abuelas solían acumular muchos objetos. Muy codiciados los bastones de marfil, de caoba, con empuñaduras de plata. Los biombos chinos, las alfombras francesas, las porcelanas y las bacinicas inglesas, con bellas flores. Estas últimas, aunque saltadas, se aprovechaban para transformarlas en maceteros donde crecían a sus anchas cardenales, clemátides azules, pelargonios, y hierbas de olor y sabor para las "agüitas" medicinales.

Yo recuerdo el interés con el que observábamos ese jardín al fondo de nuestra casa, hospedería de violetas, claveles, cedrones y rudas, tomillos, perejil y cilantro, orégano, de un cuanto hay. Allí, en tales territorios se habían aposentado los púdicos, cristianos y privadísimos traseros de tíos y tías-abuelas. En lenguaje de salones los traseros de estas venerables señoras se denominaban "po-pó" o "popy". Dejo constancia que la palabra "poto" nos estaba vedada. Palmada en la boca. Unos exquisitos pusieron de moda, en vez, la expresión "el honorable".

La reliquia de Joaquín

La recuerdo bien. Me la mostró su viuda, Marta Albornoz. Este gran vase-de-nuit de la más perfecta y poderosa porcelana inglesa, decorado con flores, se advertía limpísimo, inodoro. Su viuda me aseguró que "tuvo muy poco uso". Me interesé en adquirirlo. Por esos tiempos yo solía organizar unos garden-parties en mi casa, invitando a poetas, pintores, músicos y bellas musas. Ofrecía unas "guaguas" (vino tinto o blanco con frutas de tarro, clavo de olor, hielo y bastante azúcar). Usaba unos jarros de vidrio enormes (cinco litros). A vaciar "la guagua" acudían alcohólicos titulados y muchachas en flor o con pétalos de menos, a las que llamábamos "las musas". Me imaginé el éxito que habría sido el ofrecer este interminable aperitivo (era lo único que ofrecía, más la conversa) en la exquisita ponchera bacinica de Joaquín.

Su viuda desechó la oferta de compra, sonriendo con cierta melancolía ¿Dónde estará este objeto de museo? El viaje final de los abuelos y abuelas suponía entre otros remates el subastar los "andadores de madera" de medio púlpito y las grandes camas, algunas auténticas obras de arte, y el escritorio alemán y el gramófono y el piano.

El catre de la abuelita

Leo en la prensa el aviso de una nieta en apuros que ofrece en cien mil pesos el catre donde murió su abuelita. Hecho con viejos bronces, sólido somier de fierro y, acaso, un dosel de alambres y metales repujados. Allí murió de 99 años, la abuela Julia. El catre "no suena mucho", explica la nieta.

Recuerdo encuentros con estas piezas de museo, ornamentadas con iniciales de oro y plata y flores pintadas al óleo. A estos lechos de Blanca Nieves "había que subirse". En el primer piso, los gatos. Y una o más bacinicas. Estas camas eran tan solemnes como los tronos, con doseles, envueltas en sedas francesas. Los antiguos se "subían" a este territorio para hundirse en bellos sueños.

En los valles del norte grande y chico, en casa de fundo, es posible descubrir alguna de estas ornamentadas camas. Sé de dos, muy hermosas, en ciertas casas secretas del valle del Limarí.

Vi catres en museos, en casas de Elqui, de Copiapó, por San Pedro de Atacama. No se venden, integrados como están a los poderosos dormitorios, entre viñas, olivares, alfalfas, con atmósferas misteriosas donde se pasean Efigenia con Rosalía, donde descansan Lucila con Soledad.

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