MANDRAKE, NO ESTÁS SOLO
Por Andrés Monares Ruiz
EL Mostrador - 25 de Abril de 2005
La propuesta de una posible subida de impuestos no cayó bien sobre todo entre el gran empresariado (obviamente por el patriótico motivo de resguardar el bienestar de todos los chilenos). Así, sus críticas sobre Nicolás Eyzaguirre, ministro de Hacienda, no se dejaron esperar. Pero además, hace rato que se viene criticando a la Concertación -personificada al respecto en el citado funcionario- por no incrementar el gasto social para llegar a sectores necesitados de la población. Esa encerrona hizo aflorar el mal humor del ministro. Pues, ¿cómo se podría gastar más en esos grupos mientras se coartan los medios de conseguir más dinero? Cual revival de Los martes de Merino (tributo que también Lagos viene realizando cada vez más seguido) señaló molesto que no es Mandrake, en referencia al mago de las historietas.
Evidente es la contradicción: un estado no puede incrementar su gasto si no tiene más entradas. Punto para Eyzaguirre. Sin embargo, es un poco paradójico que una vez establecido un tipo de estado que se priva de intervenir y se automutila gozoso, se caiga en cuenta que se exageró en el empeño. Ya hemos dicho en este espacio que al seguir el extremo neoliberalismo de Friedman -primero la dictadura y luego los maquilladores de la Concertación- en Chile se actuó con el tejo pasado. Ahora cualquier revisión del dogma, por mínima que sea, es considerada una aberración: los problemas causados por el neoliberalismo, o sus insuficiencias, se solucionan sólo con más neoliberalismo. O sea, en este caso, crecimiento y no impuestos: ¡jamás impuestos! Política monetaria, nunca fiscal.
Mas, al contrario de los modelos teóricos, los hechos vienen mostrando hace rato que subsidiar sólo a los más pobres de entre los pobres ya no es suficiente (si alguna vez lo fue). Y, como botón de muestra del éxito del modelo, hasta la clase media viene clamando hace tiempo por ayuda. A la larga, la juerga consumista a la que se nos invitó no se quedaba sólo en artículos de mall a tres meses precio contado. Implicaba también los antaño llamados servicios públicos: salud, educación, pensiones, vivienda. Pues, se llegó a considerar normal que todo se pague. Todo y caro. Como el lucro máximo sería el único incentivo de los privados, su materialización en un egoísmo máximo siempre pasa los costos a los consumidores en el precio. El detalle es que se viene pagando con sueldos que no suben.
Por supuesto que el gran empresariado pondrá el grito en el cielo ante cualquier posibilidad de subir impuestos. Para ellos ha sido muy beneficiosa esta sociedad sin más unidad ni proyecto común que entregarles cuantiosas granjerías. Privilegios que un estado, mera comparsa de sus negocios, ha llegado a legitimar a través de la legislación. No obstante, como supuestamente desapareció la política esgrimen argumentos técnicos: subir los tributos desincentiva la inversión, pone trabas a la productividad o coarta a los emprendedores.
Ya nadie se acuerda que los impuestos (más todavía su aspecto en verdad relevante: en qué se gastan) son parte de una concepción que concibe un país como una comunidad solidaria con intereses obviamente comunes. Por el contrario, en las actuales condiciones, ¿en qué radica la conveniencia de ser chileno?, ¿entrega el país algo más que un escenario donde residir?
A pesar de que muchos sigan con la cantinela de aumentar la productividad, ¿no es ya tiempo que una vez por todas nos convenzamos de la ineficacia de esa única opción para redistribuir la riqueza? Yo hubiera usado falacia en vez de ineficacia, mas utilizaré ese término técnico para no ser acusado de populista por los realistas (a pesar que es evidente quiénes son en verdad los populistas de promesas falaces y quiénes los que critican desde los hechos).
A mayor crecimiento del gran empresariado viene aumentando la cesantía o al menos se ha estancado el empleo: su meta es el lucro, no crear trabajo o sólo servirse de él para lucrar. ¿Cuántas veces habrá que repetirlo? Como asimismo que por resultado de este modelo y su exigencia de competitividad que determina bajos salarios, ¡Chile es uno de los países con peor redistribución del ingreso del mundo! Esta grave y vergonzosa situación -silenciada descaradamente por el empresariado, el gobierno, la oposición y la intelectualidad liberal- ha llegado a tal nivel que en el exterior ya nos empieza a acusar de dumpig laboral.
Entonces, no sólo el gobierno está complicado por no tener dinero para afrontar gastos necesarios (requerimientos que sólo ayer supuestamente estaban prontos a desaparecer por la magia del mítico círculo virtuoso del crecimiento económico). Por eso, calma Mandrake. Si te sirve de algún consuelo, no eres el único con tales problemas. En realidad, en Chile gracias a tu granito de arena (nada despreciable como ministro de Hacienda) son millones los que tampoco tienen dinero suficiente para cubrir todas sus necesidades. Ahora bien, no sé si cuando se den cuenta de lo que implica tu trabajo te comprendan o solidaricen contigo en el presente trance en que te encuentras. Pero, por ahora, aún no se percatan de que hay algo raro en estar orgullosos por las cifras macroeconómicas del país y al mismo tiempo tener que hacer magia para llegar a fin de mes con sus suelditos.
Tal vez, para no sentirte un mago solitario, puedes conversar con tus numerosos colegas: los jubilados, los pensionados, los estudiantes de educación superior, los usuarios de las ISAPRE, los pequeños y medianos empresarios, los empleados, los subempleados... Y no te preocupes, no tienes que ir a esos suburbios marginales tan lejanos y desagradables para encontrar a esas personas. La clase media vive mucho más cerca. Ellos, como los pobres, sufren del mismo modo por ese extraño fenómeno económico inversamente proporcional: a menos chorreo más se ahogan.
(*) Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
EL Mostrador - 25 de Abril de 2005
La propuesta de una posible subida de impuestos no cayó bien sobre todo entre el gran empresariado (obviamente por el patriótico motivo de resguardar el bienestar de todos los chilenos). Así, sus críticas sobre Nicolás Eyzaguirre, ministro de Hacienda, no se dejaron esperar. Pero además, hace rato que se viene criticando a la Concertación -personificada al respecto en el citado funcionario- por no incrementar el gasto social para llegar a sectores necesitados de la población. Esa encerrona hizo aflorar el mal humor del ministro. Pues, ¿cómo se podría gastar más en esos grupos mientras se coartan los medios de conseguir más dinero? Cual revival de Los martes de Merino (tributo que también Lagos viene realizando cada vez más seguido) señaló molesto que no es Mandrake, en referencia al mago de las historietas.
Evidente es la contradicción: un estado no puede incrementar su gasto si no tiene más entradas. Punto para Eyzaguirre. Sin embargo, es un poco paradójico que una vez establecido un tipo de estado que se priva de intervenir y se automutila gozoso, se caiga en cuenta que se exageró en el empeño. Ya hemos dicho en este espacio que al seguir el extremo neoliberalismo de Friedman -primero la dictadura y luego los maquilladores de la Concertación- en Chile se actuó con el tejo pasado. Ahora cualquier revisión del dogma, por mínima que sea, es considerada una aberración: los problemas causados por el neoliberalismo, o sus insuficiencias, se solucionan sólo con más neoliberalismo. O sea, en este caso, crecimiento y no impuestos: ¡jamás impuestos! Política monetaria, nunca fiscal.
Mas, al contrario de los modelos teóricos, los hechos vienen mostrando hace rato que subsidiar sólo a los más pobres de entre los pobres ya no es suficiente (si alguna vez lo fue). Y, como botón de muestra del éxito del modelo, hasta la clase media viene clamando hace tiempo por ayuda. A la larga, la juerga consumista a la que se nos invitó no se quedaba sólo en artículos de mall a tres meses precio contado. Implicaba también los antaño llamados servicios públicos: salud, educación, pensiones, vivienda. Pues, se llegó a considerar normal que todo se pague. Todo y caro. Como el lucro máximo sería el único incentivo de los privados, su materialización en un egoísmo máximo siempre pasa los costos a los consumidores en el precio. El detalle es que se viene pagando con sueldos que no suben.
Por supuesto que el gran empresariado pondrá el grito en el cielo ante cualquier posibilidad de subir impuestos. Para ellos ha sido muy beneficiosa esta sociedad sin más unidad ni proyecto común que entregarles cuantiosas granjerías. Privilegios que un estado, mera comparsa de sus negocios, ha llegado a legitimar a través de la legislación. No obstante, como supuestamente desapareció la política esgrimen argumentos técnicos: subir los tributos desincentiva la inversión, pone trabas a la productividad o coarta a los emprendedores.
Ya nadie se acuerda que los impuestos (más todavía su aspecto en verdad relevante: en qué se gastan) son parte de una concepción que concibe un país como una comunidad solidaria con intereses obviamente comunes. Por el contrario, en las actuales condiciones, ¿en qué radica la conveniencia de ser chileno?, ¿entrega el país algo más que un escenario donde residir?
A pesar de que muchos sigan con la cantinela de aumentar la productividad, ¿no es ya tiempo que una vez por todas nos convenzamos de la ineficacia de esa única opción para redistribuir la riqueza? Yo hubiera usado falacia en vez de ineficacia, mas utilizaré ese término técnico para no ser acusado de populista por los realistas (a pesar que es evidente quiénes son en verdad los populistas de promesas falaces y quiénes los que critican desde los hechos).
A mayor crecimiento del gran empresariado viene aumentando la cesantía o al menos se ha estancado el empleo: su meta es el lucro, no crear trabajo o sólo servirse de él para lucrar. ¿Cuántas veces habrá que repetirlo? Como asimismo que por resultado de este modelo y su exigencia de competitividad que determina bajos salarios, ¡Chile es uno de los países con peor redistribución del ingreso del mundo! Esta grave y vergonzosa situación -silenciada descaradamente por el empresariado, el gobierno, la oposición y la intelectualidad liberal- ha llegado a tal nivel que en el exterior ya nos empieza a acusar de dumpig laboral.
Entonces, no sólo el gobierno está complicado por no tener dinero para afrontar gastos necesarios (requerimientos que sólo ayer supuestamente estaban prontos a desaparecer por la magia del mítico círculo virtuoso del crecimiento económico). Por eso, calma Mandrake. Si te sirve de algún consuelo, no eres el único con tales problemas. En realidad, en Chile gracias a tu granito de arena (nada despreciable como ministro de Hacienda) son millones los que tampoco tienen dinero suficiente para cubrir todas sus necesidades. Ahora bien, no sé si cuando se den cuenta de lo que implica tu trabajo te comprendan o solidaricen contigo en el presente trance en que te encuentras. Pero, por ahora, aún no se percatan de que hay algo raro en estar orgullosos por las cifras macroeconómicas del país y al mismo tiempo tener que hacer magia para llegar a fin de mes con sus suelditos.
Tal vez, para no sentirte un mago solitario, puedes conversar con tus numerosos colegas: los jubilados, los pensionados, los estudiantes de educación superior, los usuarios de las ISAPRE, los pequeños y medianos empresarios, los empleados, los subempleados... Y no te preocupes, no tienes que ir a esos suburbios marginales tan lejanos y desagradables para encontrar a esas personas. La clase media vive mucho más cerca. Ellos, como los pobres, sufren del mismo modo por ese extraño fenómeno económico inversamente proporcional: a menos chorreo más se ahogan.
(*) Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
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