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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

enrique zorrilla


5 DE ABRIL: DÍA DE LA AMISTAD CHILENO-ARGENTINA”

<HR><H2><U>5 DE ABRIL: DÍA DE LA AMISTAD CHILENO-ARGENTINA”</H2></U> El Mostrador - 21 de Julio del 2005

Además de actividades orientadas a la cultura y la historia que serán organizadas por institutos educacionales, se entregará un Premio Binacional de las Artes y la Cultura

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Los cancilleres de Chile, Ignacio Walker, y de Argentina, instituyeron el 5 de abril como el "Día de la Amistad chileno- argentina", durante un encuentro celebrado en el marco de la XXV Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores del Grupo de Río que se llevó a cabo en Buenos Aires.

"Hemos coincidido con el ministro Bielsa en solemnizar este compromiso y por lo tanto, instituir el 5 de abril, fecha que corresponde al abrazo de nuestros libertadores San Martín y O'Higgins, el Abrazo de Maipú, como el Día de la Amistad chileno -argentina", explicó Walker.

El canciller explicó que el día será "conmemorado en los institutos educacionales de ambos países a través de actividades recíprocamente orientadas a la cultura y la historia".

La iniciativa fue propuesta por los Presidentes de Chile y Argentina, Ricardo Lagos y Néstor Kirchner, respectivamente, y confirmada por la comisión binacional parlamentaria chileno -argentina en su reciente encuentro en Santiago.

Además, ambos cancilleres concordaron otorgar un Premio Binacional de las Artes y la Cultura, justamente con el propósito de celebrar el Día de la Amistad.

Walker expresó sentirse satisfecho luego de haber sellado este compromiso "esto permite seguir afianzando lazos fraternos y de amistad futura con Argentina".

Además, agregó que "el constituir un día de la amistad entre nuestros pueblos es un paso más en un camino que iniciamos con el Tratado de Paz y Amistad de 1984, y que hoy se refleja en una relación bilateral de curso ascendente".


CHILOÉ

<hr><h2><u>CHILOÉ</h2></u> Por Enrique Zorrilla (*)

Pero los hispanos no volverían al Estrecho sino más tarde con Pedro Sarmiento de Gamboa. Entretanto, se limitaron en diseminar sus núcleos civilizadores hacia el interior de Chiloé, al abrigo del cinturón de islas y canales, haciendo suyo ese paisaje destrozado por la última glaciación del cuaternario.

Aquella fue una conquista pacífica y positiva. Los hispanos se unieron sin dificultad a los indios locales y allí, entre los vahos de los canales, las lloviznas y neblinas, el hispano terminó por perder la noción del tiempo. Si pudo dominar la tierra y el mar fue porque, además de su tenacidad y fe inquebrantable, se ligó al isleño y pudo transmitir a sus hijos, empobrecida pero no menos preciosa, la herencia cultural hispánica.

Cuarenta islas forman el complejo geográfico de Chiloé, dominado por la Isla Grande, que constituye su verdadero corazón. Al ver el mapa, pudiera creerse equivocadamente que la vida estuviera volcada hacia el mar, pero es hacia el interior abrigado donde desde hace siglos, ella se replegó. Allí, protegido de los vientos huracanados y los temporales incesantes del Pacífico, de los aguaceros terribles, Chiloé descubre sus mansas colinas verdes sembradas de papales.

A cada familia corresponde un pedazo de tierra, un puerto, un a embarcación. Las yuntas de bueyes llevan las carretas de legumbres hasta las embarcaciones y cuando vuelven se encargan de vararlas sobre las playas. Es una vida de tierra y de mar, de papas y mariscos, una vida anfibia que condiciona toda la vida y el carácter de Chiloé.

Es admirable observar la técnica chilota de navegación y la destreza con que aprovechan sus marinos los vientos contrarios, zigzagueando entre los canales.

¿Pertenecieron los changos del norte, chancos, chonos y chilotes, indios habitantes de las costas chilenas, al mismo grupo de alacalufes y yaganes? Los antropólogos no se han puesto de acuerdo pero existen suposiciones que hacen proceder a los alacalufes y yaganes de migraciones venidas desde Oceanía y Australia. En todo caso, el mismo carácter marítimo y nómade acerca de todos estos grupos que tuvieron entre ellos contactos culturales y sanguíneos. Se sabe que desde hace siglos los chilotes han emigrado hacia el Sur, obedeciendo a un atavismo de aventura y a un misterioso destino que lo empuja a poblar la América destemplada. De este modo, se han convertido en los navegantes naturales y en los pescadores de los canales y archipiélagos, ejerciendo profunda influencia sobre las agrupaciones étnicas que las habitaron y habitan. La desaparición de los chonos que desde hace siglo y medio ha dejado desierto el archipiélago que lleva su nombre, es un misterio que pertenece al fenómeno de la absorción chilota.

La vida isleña, la distancia, en suma, el aislamiento, confabularon para dar a Chiloé una originalidad geográfica y humana característica. Sobre el trasfondo indígena crecieron las familias mestizas, se levantaron de madera las ciudades, las iglesias y escuelas. La obra de aculturación hispana debió ser muy profunda. Los nuevos hispanoamericanos, esto es, los mestizos de Chiloé y España, fueron los más fieles hijos de España. No sólo contuvieron los desembarcos de corsarios que amagaron las costas chilenas sino que resistieron hasta 1826 a la misma emancipación chilena, leales a su rey, a las costumbres y lengua de España, cuyas tradiciones y arcaísmos linguísticos conservan. Posiblemente, desde el punto de vista del mestizaje, no ha ofrecido España un híbrido tan magníficamente bárbaro.

Más indio que hispano por la dosis de sangre, el empeño e iniciativa del chilote pertenece al espíritu que España modeló silenciosamente por siglos en la Isla. No tuvieron otro contacto con el mundo que con los españoles y con los corsarios holandeses, ingleses y franceses, contra quienes habían peleado de igual a igual y de los cuales llevan grandes cicatrices en la sangre.

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Una pequeña lancha a remos me llevó a Castro, cuyo pequeño promontorio de casas ha sido devastado por el fuego en innumerables ocasiones. El sol de verano hacía azular el mar y destacaba los desteñidos veleros chilotes que entraban y salían del puerto. Desembarqué y trepé arriba del muelle de madera, entre el fuerte olor a mar y las hoscas miradas chilotas. Me observaban los hombres, calados en sus chombas de lana cruda y sus boinas desteñidas. Picana en mano, una mujer puso en marcha una carreta de pequeñas ruedas de tronco, rumbo a la calle principal que trepaba hacia la colina. Recuerdos del pasado no era posible hallar. Los incendios producidos por los corsarios y el descuido de velas y ahora de cortocircuitos no habían dejado sino cenizas llevadas por el viento. Modestísimas vitrinas ofrecían buen surtido de artefactos importados. ¿Pero cómo podrían adquirirlos estos modestos leñadores y campesinos y marinos que circulaban en pequeñas carretas o pequeñas embarcaciones? Este comercio debía estar reservado a los turistas y contrabandistas ocasionales del continente chileno. Pero me olvidaba que los chilotes regresaban de sus correrías con los bolsillos repletos.

Me asomé por la campiña ondulada que se esconde detrás de Castro. Esa campiña, excesivamente explotada y subdividida, ha sufrido la desarborización implacable del hombre. En este aspecto, Chiloé hace excepción a la América destemplada y es un territorio de transición, porque si bien el sol no alcanza a hacer madurar bien los cereales, no es menos cierto que ya ilumina en verano la región y que el hombre ha dominado allí la naturaleza. Naturalmente, esa campiña de monocultivo papal, atacada por el terrible flagelo del tizón, y la pesca, no puede dar en las actuales circunstancias los recursos suficientes a los chilotes. Por una u otra razón, desde siglos, el chilote ha debido buscar fortuna en otros lugares, lo que por otra parte es la inclinación ancestral de este nómade del mar.

Ellos son los hijos de "Chilué", esto quiere decir, lugar donde allegan las gaviotas. Gente humilde y tranquila
. Empobrecidos por la fatiga agrícola, la subdivisión familiar, el virus de la papa, emigran hacia el sur, sin otra ayuda que su propia iniciativa, dejando a sus mujeres el cuidado de la casa, de los hijos, el trabajo agrícola y la fatigosa navegación. Chiloé está lleno de mujeres abandonadas, resignadas a esperar pacientemente a sus hombres que partieron sin fecha de retorno hacia lugares desconocidos. Ellas se han hecho cargo del yugo, del timón y del niño varón. Son ellas las que han convertido esos niños en los dioses perpetuadores del sexo, de la raza, de la familia. Trabajan para ellos, los miman y reverencian, sometiéndose a sus caprichos. Esos niños son los años del hogar, los perpetuadores del recuerdo paternal y del macho ausente y hacia ellos esas mujeres transfieren orgullosamente la soledad y el abandono de que han sido víctimas, mientras sus hombres, como bárbaros auténticos del norte, salieron a la aventura, sin otro recurso que su tremenda vitalidad, a conquistarse la patagonia chilena y argentina y la Tierra del Fuego.

Anfibios, con un pie en la tierra y otro en el mar, alimentados de peces, mariscos y papas, duros y sobrios, industriosos, con una vitalidad descomunal, los chilotes se han convertido en los habitantes insustituibles de las regiones destempladas, en los vikingos de las tierras australes americanas.

(*) De su libro “La América Destemplada” – Editorial Andina, Buenos Aires, 1967 – Páginas 12 a 15.


EL CAYLEN

<hr><h2><u>EL CAYLEN</h2></u>
Hemos publicado en "Mirando al Sur" otros textos de Enrique Zorrilla, tomados de su libro "La América Destemplada" (Editorial Andina, Buenos Aires, 1967). En otros libros relata su peregrinar por América. En este caso describe de modo brillante a la Patagonia, su paisaje, su gente, su historia.


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Las aguas de Angelmó reflejaban grotescamente las enormes moles de cemento del muelle volcadas como dados gigantescos por el último maremoto y que formaban una barrera que impedía el paso hacia el Sur.

La naturaleza se ha empeñado siempre en herir el territorio de Chile, demoliéndolo implacablemente. "Un solo terremoto tiene más efecto que la acción del mar y del tiempo durante un siglo", observaba Darwin al pasar por Chile. "Uno solo, explicaba, basta para destruir la prosperidad de un país". Así lo habían ratificado los sismólogos japoneses al comprobar los destrozos de nuestro territorio en 1960. Los pilotos extranjeros habían agregado que la destrucción era peor que cualquier explosión atómica. Pero los hombres que en todo tiempo habitaran Chile habían resistido. Podrían hundirse las costas y desmoronarse las cordilleras, los chilenos seguirían aferrados a su suelo, dispuestos siempre a comenzar. Pero el avance hacia el Sur había sido extraordinariamente difícil.

A mis pies terminaba la vía propiamente terrestre puesto que el camino y el riel encuentran en Puerto Montt su terminal y se abrían las amplias rutas del aire y del mar para proseguir hacia el Sur.

Más allá se abría otro mundo. Un mundo recién salido de la cáscara de los hielos. El Sur ya era un término inadecuado de ubicuidad. Además, el austro anunciaba, en sus ráfagas angustiadas, la existencia de un continente aprisionado por los hielos polares. Más allá del Sur se hallaba la América Destemplada y la América Antártica.

Hacía tiempo que debía haber partido hacia las regiones destempladas de la América del Sur para completar mis itinerarios americanos. Pero el destino parecía oponerse siempre a mis propósitos. Para forzarlo, había debido partir con un pie fracturado que no me había dejado enyesar. Yo debía realizar este viaje y hacía todos los esfuerzos para sobreponerme a los contratiempos que cada año se iban interponiendo a mis objetivos. Y ahora, frente a los destrozos brutales del maremoto, en el puerto de Angelmó, comprendí que no eran solamente reconocimientos históricos y geográficos los que iba yo a satisfacer. Detrás de mí dejaba la tierra firme y la civilización integrada. Partía hacia la América destemplada, recién descubierta de los hielos, en plena formación geológica y humana, apenas (y sin embargo cuánto) rasguñada por la historia. Al momento de embarcarme, sentí que dejaba atrás una parte de mí mismo.

Me encontraba por fin en la órbita de la gran constelación americana, a la vista de sus dominios desolados. En esa órbita, el pasado y el presente formaban un solo todo vago, difuso, estridente, en que el hombre parecía no dejar huellas.

Es indescriptible la fragmentación del Chile destemplado. Islas, tras islas y más islas. Enjambre de fiordos, canales, archipiélagos, islas deshabitadas, hostiles, carentes de playas, montañosas, envueltas en vahos perpetuos que repentinamente y como por milagro dejan ver a veces las copas de los coihues, cipreses, robledales y las crestas nevadas que se elevan amenazantes sobre el dorso de los andes patagónicos. Canales tallados a pique entre farellones perpendiculares de centenares de metros que chorrean sinúmero de cascadas que se van a estrellar sobre el mar de los canales. Farellones a los que desesperadamente se aferran por un milagro de equilibrio árboles y bosques, en una titánica lucha contra el roquerío y el hielo, recubriendo la desnudez de los lugares y humanizando la roca. Es la humedad que permite ese milagro de vida y arraigamiento, esa proliferación vegetal, los colchones de musgos, los inmensos helechos, las gramíneas arborescentes, las selvas, estilando crónica humedad, salpicadas de magnoláceas lustrosas, canelos verdes, loros verdes que guardan tan íntimo pero lejano contacto con el trópico americano.

La conformación de los archipiélagos confiesa, sin embargo, su reciente origen glaciar. El hielo se había retirado de las grandes hendiduras y los bosques habían germinado entre los resquicios en lucha abierta contra el mar que se precipitó y ocupó el hueco dejado por las masas de hielo en retirada, anegando valles y transformándolos en canales marinos de agua agridulce. El deshielo no ha terminado e inmensas masas azulosas siguen descendiendo lentamente de los Andes hacia el Pacífico y los lagos interiores de Chile y Argentina, desprendiendo con estruendo témpanos que se disuelven lentamente. Allí las obras inanimadas de la naturaleza, las rocas, el hielo, el viento y el agua, seguían, como lo advirtiera Darwin, su guerra coaligada contra el hombre y conservando su autoridad absoluta.

Me hallaba en los confines de la Cristiandad, en los límites del "Caylen" (1). En las regiones desoladas y salvajes cuyas tormentas habían asombrado a los más expertos marinos de todos los tiempos. Por el lado de Chile era la fragmentación masiva, la vida insular marítima, lóbrega, batida por el viento, la lluvia, la nieve, la soledad y el aislamiento. Por el lado de Argentina, no era ya la pampa suave y fértil, sino la patagonia desolada y yerma de pedregales, batida también por el viento incesante, enemigo de la tierra. La América destemplada austral nace en Argentina, en los límites del lago Llao Llao y por el lado de Chile lo hace del mismo seno de Reloncaví. La tierra de más al Sur, por ambos lados de la cordillera, estaba por hacerse y poblarse. La gran estrella del Sur lo señalaba e invitaba a los hombres a la empresa de conquistar, amar y fecundar esas regiones salidas apenas del regazo de la creación.

(1) "Caylen": el fin del mundo. Era el término con que los indios denominaban los territorios de más al sur del golfo de Reloncaví.