¿QUIÉN ESCRIBE LA HISTORIA?
Por Roberto Ampuero
La Tercera - Fecha edición: 02-10-2005
Pocas semanas después de la caída del Muro de Berlín, en 1989, llegó hasta mi departamento de la capital de Alemania occidental, tenso y pálido, un amigo germano oriental con una caja de zapatos en su maleta. Vivía en Berlín Este, donde gozaba de un buen pasar, pero ahora temía que allanasen su casa y dieran con esa caja que, dijo, pertenecía a su padre ya fallecido, un comunista simpatizante de la república española y miembro de la resistencia antinazi. En la caja había medallas y condecoraciones de la RDA, país que desaparecía en esos meses, y del Ministerium für Staassicherheit, la temida Stasi, "espada y escudo del partido".
Con la caja entre mis manos comprendí que tenía sólo dos opciones. La primera era aceptar la versión del amigo y permitir que el vínculo cultivado durante años con él por sobre el Muro continuara como siempre, caso en que mi reconocimiento hacia su persona debía continuar inalterable. La segunda opción consistía en suponer lo contrario: que eran condecoraciones que la Stasi le había otorgado por sus servicios y que él, con el Estado comunista en las últimas, necesitaba ocultar. Esto implicaba una verdadera confesión y que había actuado adecuándose a las conveniencias, confundiendo sus convicciones de izquierda con la entrega a un aparato represivo disfrazado de izquierda.
Mitrokhin
Recordé esta escena al leer extractos de El Archivo Mitrokhin II, libro que afirma que la KGB le entregó secretamente dinero a Salvador Allende cuando era senador y Presidente de la República. No se trata de casos idénticos, pero sí en alguna medida cercanos. Así como por bastante tiempo me pregunté si debía romper con el amigo o comprender las circunstancias en que había vivido, hoy no sé si corresponde condenar a Allende a la luz de estos archivos, considerados auténticos por la CIA, el FBI y el MI6, o comprender la polarizada lógica de los años 60 y 70.
Pese a que el libro de Vasili Mitrokhin, ex archivista jefe del espionaje extranjero KGB, recientemente fallecido, y el historiador Christopher Andrew, causa sensación en Gran Bretaña, pocas novedades aporta en lo referente a Chile. El espía se pasó al espionaje británico en 1992 llevándose consigo millares de páginas de los archivos de la KGB. Tal vez la novedad esté en que, basados en documentos, los autores precisan que la KGB entregó alrededor de US$ 300.000 a Allende, el Partido Comunista y un diario entre 1969 y 1971. La suma es muy inferior a la que donaron instituciones de Estados Unidos y Europa para impedir el triunfo de Allende, desestabilizar la economía y financiar el paro de transportistas. Además, todos los partidos de esa época en que Chile era escenario de la Guerra Fría, que libraban globalmente la Unión Soviética y EE.UU., recibían fondos del extranjero, algo que, al igual que hoy, no estaba prohibido.
Dólares de la CIA y oro de Moscú
En las décadas del 50, 60 y 70 existían en Chile dos conceptos básicos para explicar el financiamiento de los principales actores de la política nacional: "Los dólares de la CIA" y "el oro de Moscú". Se hablaba menos, es cierto, de lo que fluía de Alemania e Italia para financiar a democratacristianos y conservadores.
Esa visión simplista buscaba caricaturizar a ciertos protagonistas políticos como agentes pagados por superpotencias. Entonces todo aliado, fuese temporal o de largo plazo, era bienvenido, pues primaba la lógica de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo". Por ello sectores del exilio buscaron también ayuda en Libia y Corea del Norte, el exilio renovado golpeó puertas en la Bucarest de Ceaucescu, y sectores de la derecha liberal buscaron respaldo en la España de Franco. Es más, entre 1970 y 1973 todo militante de izquierda hubiese considerado un honor ser reclutado por el espionaje soviético, germano oriental o cubano, y militantes de derecha habrían aceptado gustosos colaborar con la CIA o la inteligencia militar. Para todos era, además, legítimo conseguir apoyo en dinero, tecnología u hombres de los países con los cuales se identificaban. Negar hoy este grado febril de politización, que justificaba todo con tal de golpear al enemigo dentro de Chile, es hipócrita.
Mientras políticos derechistas de hoy colaboraban con la dictadura, muchos políticos exiliados en el socialismo real recibían sueldo y beneficios de regímenes para nada democráticos. La ideología lo justificaban todo.
La imagen de Allende
El libro no alterará, además, la imagen de Allende por tres razones. Primero, porque era conocido su estilo de vida "aburguesado", que destacan los archivos; segundo, porque es indudable que Allende fue el único inspirador de su trayectoria política y no un agente al servicio de fuerzas foráneas, y tercero, porque nadie que tenga como meta enriquecerse mediante la política se suicida en lugar de huir al exilio "dorado", donde lo esperan cuentas abultadas en bancos discretos.
La decisión final de Allende revela no sólo consecuencia, sino también que carecía de un paraíso donde lo aguardasen depósitos secretos, como ocurre a menudo con ex mandatarios y generales de nuestras repúblicas. Ahora que abundan nepotismo, corrupción y tráfico de influencias, políticos que privilegian su bienestar, el de familiares o amigos por sobre lo que postulan en público, el idealismo de Allende raya en lo quijotesco, en la ingenuidad de alguien que no intuyó que el poder es muchas veces un mero pretexto para disfrazar objetivos inconfesables.
Un maniqueo podría ponerse suspicaz por el hecho de que la aparición del libro de Mitrokhin, en Londres, coincida con el lanzamiento, en París, de Cuba Nostra, libro de Alain Ammar que se basa en declaraciones de dos ex agentes cubanos. En él Juan Vives y Daniel Alarcón Ramírez afirman que Allende no se habría suicidado, sino que habría sido ejecutado por el oficial cubano Patricio de la Guardia al ver que el Presidente planeaba pedir asilo político desde La Moneda. El libro presenta a Allende como hombre acobardado y nervioso, en una imagen que no coincide con la que revelan las fotos de sus últimos instantes, en las que lleva casco militar y subametralladora, dispuesto a resistir, ni tampoco con su última alocución al país, en la que deja entrever la muerte. De la Guardia fue condenado a 30 años de prisión en el juicio-farsa al general Arnaldo Ochoa, y hoy vive en residencia vigilada en La Habana.
Después del Archivo Mitrokhin II y de Cuba Nostra cabe plantearse la pregunta de quién escribe entonces la historia definitiva. Pareciera que hoy lo hacen los archivos de policías secretas. Según esta lógica, la versión final de la historia reciente de Alemania estaría en los archivos de la Stasi, la de Rusia en los de la KGB, y la de Cuba en los de la DGI. Por lógica, la versión definitiva de nuestra historia de la Guerra Fría yacería en las bóvedas secretas de la Stasi, la KGB, la DGI, la CIA o la Dina. Es angustiante que la historia final la escriban los servicios secretos, más aún cuando sabemos que éstos la manipulan a su antojo precisamente para justificar las acciones que ellos mismos narran.