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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


LAS DEBILIDADES DEL MERCOSUR

Por Enrique Lacolla
Mayo 2005

El Mercosur no está pasando por un buen momento. Al parecer, los gestos de cordialidad esbozados en Brasilia, durante la cumbre sudamericano-árabe que se realizó allí el pasado martes, acercaron a los mandatarios argentino y brasileño. Pero los constantes roces en materia de cupos de importación, proteccionismo y asimetrías comerciales entre los socios principales de la asociación están desgastando el sentido de ésta y dan aliento a sus enemigos para volver a la carga con propósitos desintegradores, apuntados a diluir el acuerdo hasta reducirlo a un mero rótulo.

A la larga, es casi seguro que el Mercosur y la Comunidad Sudamericana de Naciones que debería configurarse como el ejemplo más alto de la voluntad de cohesión regional, llegarán a consolidarse. Pero las amenazas contra ambos son muchas y el tiempo es breve. Si no se cobra conciencia de algunas cuestiones esenciales, el recorrido hacia esa necesaria integración se verá sembrado de obstáculos y podrá empantanar el proceso durante un lapso imposible de prever.

Los temas centrales que hay que tener en cuenta son básicamente dos. El primero es que América latina se divide entre un segmento que habla castellano y otro que habla portugués. Ambos se equivalen en número, pero el segundo, que es Brasil, es un Estado-nación cumplido, con una política exterior madura que deviene de la tradición imperial de los Braganza, mientras que los países hispanohablantes son el fruto de la desintegración del imperio español, se dividen en una miríada de estados, carecen en general de coordenadas firmes en su política exterior (o cuando la tienen, como en el caso de Chile, está muy prevenida contra sus vecinos) y no cuentan, de manera aislada, con la masa de recursos humanos y materiales de que dispone Brasil.

El rol de líder de la comunidad sudamericana compete entonces, en forma clara, a Brasil. Pero será ilusorio que quiera ejercerlo sin tomar en cuenta las necesidades y aspiraciones de esos vecinos y, en primer lugar, de la Argentina.

No nos queda bien enojarnos y dar una pataleta por haber perdido, como consecuencia de nuestros propios y monumentales errores, el papel preeminente que tuvimos en América latina hasta la década de 1960. Pero ello no significa que no debamos esforzarnos por estructurar una política que sí pueda representar los intereses del sector hispanohablante y, asimismo, convertir a nuestra única ventaja competitiva frente a Brasil (nuestra declinante pero aun efectiva cohesión social), en un factor capaz de aportar cuadros intelectuales aptos para generar tecnología de punta.

Brasil podría entonces ser el líder del continente, pero la Argentina debería acompañar y complementar esa función al convertirse en el portavoz de sus hermanos en la lengua y en un concentrado de capital intelectual.

El frente cultural

Ahora bien, para que esta ecuación sea posible, hay que atender al segundo punto a que nos referimos. Que no es otro que el frente cultural. Entre países cuyas poblaciones fueron habituadas a una suerte de antagonismo -en el cual la pasión futbolística no representó un factor menor- y que, para colmo, se ignoran por completo salvo en algunos tipismos que podríamos considerar folklóricos, no es difícil fomentar las rivalidades. ¿Qué grado de conocimiento hay en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay sobre la historia de los restantes países? ¿Hasta qué punto existe una conciencia de que se trata de historias comunes y en qué medida se disciernen los mecanismos que la movilizaron? En una época en que, un poco de manera absurda, se ha puesto de moda pedir perdón por los crímenes cometidos por las generaciones anteriores, todavía hay quienes defienden -en Brasil, en especial- la guerra de la Triple Alianza, que arrasó al Paraguay y exterminó al grueso de su población masculina.

El conocimiento de nuestro pasado común y la capacidad para situar al presente dentro de esa perspectiva es indispensable para vernos como entidades consanguíneas, que se necesitan en forma mutua a fin de compensar las falencias de la una con los atributos de la otra.

Brasil, a despecho de su peso, es vulnerable a la presión externa, y ésta, si se produce en algún momento, buscará ejercerse a través de los vecinos susceptibles de ser instrumentados contra él.

Una asociación estratégica entre Argentina y Brasil, que tome en cuenta el desarrollo social, industrial y cultural de los dos países y no sólo los intereses coyunturales de algunos empresarios, es esencial para fundar un proyecto provisto de futuro.

De no ser así, todos seremos golpeados por un nuevo fracaso histórico
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