¿PATRIA CHICA A PATRIA GRANDE?
Augusto Alvarado
a Andrés Solíz Rada
Cuando en la madrugada del dos de abril de 1982, con un operativo conjunto de sus fuerzas armadas, la Argentina recobró la soberanía sobre sus islas Malvinas, un sentimiento de fervor y esperanza se esparció por los cuatro puntos cardinales de la patria de San Martín. Y no sólo allí. En Perú y Bolivia, en Ecuador y Venezuela, en Centroamérica y en México, los pueblos y algunos gobiernos se expresaron inequívocamente en apoyo a la causa argentina.
Vivían entonces en la Argentina miles y miles de latinoamericanos, muchos de ellos en situación ilegal. La dictadura militar antinacional de Videla y sucesores no había sido generosa con los inmigrantes de los países hermanos, como no podía ser de otra manera, tratándose de un régimen pro oligárquico y antipopular. Deportaciones masivas, interminables exigencias burocráticas para obtener la residencia legal y definitiva, cuando no la persecución y asesinato de aquellos más comprometidos en la lucha política, en un programa represivo coordinado con otras dictaduras de la región (Plan Cóndor).
Entre estos residentes eran mayoría los paraguayos, bolivianos, uruguayos, chilenos y peruanos, muchos de ellos en situación ilegal o con residencias precarias. Pero el sentimiento de solidaridad y, por qué no, el de agradecimiento al país que pese a todo los cobijaba, y donde habían nacido hijos y nietos, generó en ellos la necesidad de expresarse orgánicamente en respaldo a la causa argentina y en contra del imperialismo británico. Así nació en Buenos Aires una Coordinadora de Residentes Latinoamericanos que en esos meses de angustia y esperanza emitió declaraciones, participó en marchas multitudinarias, organizó festivales artísticos y, lo más importante, promovió la inscripción masiva de sus adherentes en los registros de voluntarios para combatir en Malvinas, si fuese necesario. Desgraciadamente este nuevo ejército sanmartiniano nunca llegó a constituirse (ya nos veíamos marchando por la turba malvinense, con banderas de todos nuestros países, y a paso de vencedores).
Era de rigor que la Coordinadora naciera con una Declaración de Principios, para lo cual se designó una comisión que redactaría un documento inicial. En poco más de dos carillas se condensó la historia de la Patria Grande de la Malinche a Galtieri, pasando por Tupac Amaru, la lucha contra los españoles, Bolívar, San Martín, Sandino, Martí, las venas abiertas de América Latina, hasta llegar a Malvinas y el desafío de la unidad continental. Una belleza de síntesis.
Pero los problemas comenzaron cuando uno de los redactores incorporó en el texto la cuestión marítima boliviana como uno de los problemas irresueltos por la diplomacia latinoamericana, y que en el nuevo contexto de efervescencia continental debería comenzar a discutirse. Esa salida al mar debía ser en el Pacífico y por la antigua provincia boliviana de Antofagasta. (Como dicen ahora la canciller Alvear y el presidente Lagos, el hombre incorporó una discusión bilateral en un ámbito multilateral. Y ahí se estropeó todo, como veremos más adelante).
Se leyó la declaración, para su aprobación, ante una numerosa asamblea. Todo el mundo maravillado, sin objeciones, acuerdo por unanimidad con vítores y aplausos. Se repartían copias para hacerlas llegar a los medios de comunicación y los delegados comenzaban a levantarse de sus asientos cuando desde el fondo alguien pide la palabra. Era un hombre sencillo, de baja estatura, que dijo ser dirigente del Centro Chileno tal, y que representaba a numerosas agrupaciones de chilenos del interior de la Argentina, todos con personería jurídica, aclara. Dice que su organización ni ninguna otra agrupación firmarán un documento donde se avale otorgar una salida al mar para Bolivia que pase por territorio chileno. Que él y sus compañeros manifestaban su protesta, que se retiraban indignados y que se comunicarían de inmediato con todos los centros chilenos existentes en la Argentina para abandonar la Coordinadora mientras en la Declaración de Principios se mantuviera la reivindicación marítima boliviana.
Sorpresa, estupefacción en la asamblea. Intento expresar una opinión divergente a la de mi compatriota, quiero decir que Malvinas es lo más importante, que no vale la pena cuando soy violentamente increpado por otro chileno. Me dice que no tengo derecho a hablar, primero porque no represento a nadie y segundo porque soy un traidor a la patria. En segundos paso a ser un don nadie y más encima antipatriota. Se cita a una nueva asamblea para dentro de 48 horas.
A los dos días el hombre aparece con telegramas de apoyo a su posición de aquellas provincias de la Argentina con mayor presencia de chilenos: Santa Cruz, Chubut, Neuquén, Mendoza, Salta, algunas localidades de la provincia de Buenos Aires, Bahía Blanca y Mar del Plata. -Este tipo es un agente del consulado chileno, un espía de Pinochet o un provocador-, pienso.
Impasse. La comisión redactora se reúne en secreto. Sale humo blanco a los pocos minutos. Se mantiene la mención a la salida al mar de Bolivia como una reivindicación justa, pero nada se dice sobre la responsabilidad histórica de Chile en la solución del problema ni mucho menos a que necesariamente dicha salida debía ser por territorio soberano de Chile.
Con el tiempo comprendí que mi compatriota no era agente del consulado, ni provocador, ni pinochetista (de hecho era un simpatizante comunista). Era un chileno común, uno más de ese casi setenta por ciento (y tal vez nos quedamos cortos) que, según encuestas actuales, cree que Chile no debe ceder territorio soberano para que Bolivia acceda a una salida al mar por el Pacífico. Un hombre intelectualmente colonizado, alimentado en la autosuficiencia y el desprecio desde la cuna, el colegio, el púlpito, la milicia, la literatura, la militancia política. Un chileno hecho y derecho que no se rinde, mierda. El ciudadano que se estremecía escuchando por la radio los episodios heroicos de Adiós al Séptimo de Línea. El hombre para el cual todos los argentinos son maricones porque se rindieron en Malvinas. En fin, el tipo de ciudadano que necesita Ricardo Lagos para justificar su postura autoritaria e indiferente frente a las demandas bolivianas. No vaya a ser cosa que por ser generosos con Bolivia la concertación democrática pierda las elecciones presidenciales del 2005.
No nos engañemos. No es la sólo la derecha chilena y los milicos. No es sólo la oligarquía y los fascistas. Es la plebe, el roto, la dueña de casa, el trabajador común, que han sido modelados intelectualmente durante más de un siglo de fino trabajo de colonización pedagógica por las clases dominantes chilenas. En Chile no llora nadie / porque hay puros corazones.
Chile, desde Pinochet hasta hoy, es el niño mimado de la Casa Blanca, no sólo por sus éxitos económicos (no es casual que haya sido el primer país de Sudamérica en establecer un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos). También lo es desde el punto de vista político. Para Bush, Chile es también un importante aliado. Cuando con intermitencias, idas y venidas, el continente vislumbra el camino de la unidad, dignidad y soberanía (Venezuela, Cuba, Argentina, Brasil, ¿Bolivia?) Chile se ha transformado en un verdadero ariete de la balcanización como ha escrito de modo brillante José Steinsleger en La Jornada, de México, el 22 de junio de 2003: Con la firma del tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos (Miami, 6 de junio de 2003), Chile convalidó, finalmente, el modelo a seguir en América del Sur y el papel divisionista que las oligarquías del país andino jugaron en la subregión desde la expulsión de Bernardo O'Higgins del poder (1823).
Ahora bien, ¿se necesitará un siglo o más para revertir este verdadero trabajo de joyería ideológica de la oligarquía chilena? ¿Seguiremos siendo los chilenos los arietes de la fragmentación? Indudablemente no. La historia es sabia y en determinados momentos nos ofrece la posibilidad de aprender (o desaprender) en poco tiempo lo que le ha costado siglos de trabajo consolidar. Son los momentos revolucionarios en que los pueblos y sus líderes conmueven al mundo. Fue lo que ocurrió en Chile entre 1970 y 1973 bajo la presidencia de Salvador Allende. Relata Andrés Solíz Rada (Allende, el presidente solitario) que el escritor Néstor Taboada Terán visitó al presidente chileno en los primeros días de su mandato. Allí Allende le manifestó que Bolivia retornaría soberana a las costas del mar Pacífico, para luego añadir que los escritores y todos los hombres de buena voluntad deben venir a Chile y explicar sus anhelos, discutir, crear las condiciones subjetivas en el pueblo para llegar al feliz entendimiento. Ahora no somos gobierno de la oligarquía minoritaria, somos el pueblo. No nos guían intereses de clase dominante. No les pedimos nada, queremos solamente reparar el despojo cruel del que ha sido víctima el pueblo boliviano (páginas 63 y 64 del libro La Decapitación de los Héroes del autor citado).
No es casualidad que el verdadero presidente socialista se haya manifestado de ese modo frente al aislamiento boliviano. Allende era fundador y también heredero del mejor pensamiento latinoamericano del Partido Socialista de Chile, que nace a la vida política en 1933 de la mano de Marmaduque Grove (inspirador de la República Socialista de 1932), Erich Schnake y Eugenio Matte Hurtado e influenciado fuertemente por las ideas de Haya de la Torre y el APRA. La bandera del partido se engalanaba con un mapa de la América Latina donde se destacaba en su centro un hacha de guerra mapuche.
Poco y nada queda de ese socialismo. ¡Cómo no pensar hoy en Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda y Aniceto Rodríguez! Sin embargo reconforta saber que el Jefe del Partido Socialista, Gonzalo Martner; el Ministro de Educación, Sergio Bitar; el Alcalde de Iquique, Jorge Soria y el diputado penquista Alejandro Navarro reivindican en estos duros momentos lo mejor de la tradición socialista y se unen en la historia a Gabriela Mistral y Vicente Huidobro, a Domingo Santa María y Aquiles Vergara Vicuña, a Enrique Zorrilla y Oscar Pinochet de la Barra. Y cómo no mencionar a los maestros Pedro Godoy y Leonardo Jeffs, que hace más de cuarenta años, desde la cátedra y el periodismo han mantenido enhiestas, contra viento y marea, las banderas de la Patria Grande y defendido la justa causa boliviana de su propio mar. Y cómo no alegrarse, también, al comprobar que Armando Uribe y Belarmino Elgueta continúan difundiendo, con su pluma certera, el mejor pensamiento socialista para Chile y el continente.
Con el comandante Chávez, Salvador Allende y Jorge Abelardo Ramos, con Alberto Guerberof y Manuel Ugarte, con Fidel y el Ché quisiera sumergirme en las gélidas aguas del Pacífico en un mar boliviano y bolivariano. Así nadaremos a favor de la corriente de la Historia.
a Andrés Solíz Rada
Cuando en la madrugada del dos de abril de 1982, con un operativo conjunto de sus fuerzas armadas, la Argentina recobró la soberanía sobre sus islas Malvinas, un sentimiento de fervor y esperanza se esparció por los cuatro puntos cardinales de la patria de San Martín. Y no sólo allí. En Perú y Bolivia, en Ecuador y Venezuela, en Centroamérica y en México, los pueblos y algunos gobiernos se expresaron inequívocamente en apoyo a la causa argentina.
Vivían entonces en la Argentina miles y miles de latinoamericanos, muchos de ellos en situación ilegal. La dictadura militar antinacional de Videla y sucesores no había sido generosa con los inmigrantes de los países hermanos, como no podía ser de otra manera, tratándose de un régimen pro oligárquico y antipopular. Deportaciones masivas, interminables exigencias burocráticas para obtener la residencia legal y definitiva, cuando no la persecución y asesinato de aquellos más comprometidos en la lucha política, en un programa represivo coordinado con otras dictaduras de la región (Plan Cóndor).
Entre estos residentes eran mayoría los paraguayos, bolivianos, uruguayos, chilenos y peruanos, muchos de ellos en situación ilegal o con residencias precarias. Pero el sentimiento de solidaridad y, por qué no, el de agradecimiento al país que pese a todo los cobijaba, y donde habían nacido hijos y nietos, generó en ellos la necesidad de expresarse orgánicamente en respaldo a la causa argentina y en contra del imperialismo británico. Así nació en Buenos Aires una Coordinadora de Residentes Latinoamericanos que en esos meses de angustia y esperanza emitió declaraciones, participó en marchas multitudinarias, organizó festivales artísticos y, lo más importante, promovió la inscripción masiva de sus adherentes en los registros de voluntarios para combatir en Malvinas, si fuese necesario. Desgraciadamente este nuevo ejército sanmartiniano nunca llegó a constituirse (ya nos veíamos marchando por la turba malvinense, con banderas de todos nuestros países, y a paso de vencedores).
Era de rigor que la Coordinadora naciera con una Declaración de Principios, para lo cual se designó una comisión que redactaría un documento inicial. En poco más de dos carillas se condensó la historia de la Patria Grande de la Malinche a Galtieri, pasando por Tupac Amaru, la lucha contra los españoles, Bolívar, San Martín, Sandino, Martí, las venas abiertas de América Latina, hasta llegar a Malvinas y el desafío de la unidad continental. Una belleza de síntesis.
Pero los problemas comenzaron cuando uno de los redactores incorporó en el texto la cuestión marítima boliviana como uno de los problemas irresueltos por la diplomacia latinoamericana, y que en el nuevo contexto de efervescencia continental debería comenzar a discutirse. Esa salida al mar debía ser en el Pacífico y por la antigua provincia boliviana de Antofagasta. (Como dicen ahora la canciller Alvear y el presidente Lagos, el hombre incorporó una discusión bilateral en un ámbito multilateral. Y ahí se estropeó todo, como veremos más adelante).
Se leyó la declaración, para su aprobación, ante una numerosa asamblea. Todo el mundo maravillado, sin objeciones, acuerdo por unanimidad con vítores y aplausos. Se repartían copias para hacerlas llegar a los medios de comunicación y los delegados comenzaban a levantarse de sus asientos cuando desde el fondo alguien pide la palabra. Era un hombre sencillo, de baja estatura, que dijo ser dirigente del Centro Chileno tal, y que representaba a numerosas agrupaciones de chilenos del interior de la Argentina, todos con personería jurídica, aclara. Dice que su organización ni ninguna otra agrupación firmarán un documento donde se avale otorgar una salida al mar para Bolivia que pase por territorio chileno. Que él y sus compañeros manifestaban su protesta, que se retiraban indignados y que se comunicarían de inmediato con todos los centros chilenos existentes en la Argentina para abandonar la Coordinadora mientras en la Declaración de Principios se mantuviera la reivindicación marítima boliviana.
Sorpresa, estupefacción en la asamblea. Intento expresar una opinión divergente a la de mi compatriota, quiero decir que Malvinas es lo más importante, que no vale la pena cuando soy violentamente increpado por otro chileno. Me dice que no tengo derecho a hablar, primero porque no represento a nadie y segundo porque soy un traidor a la patria. En segundos paso a ser un don nadie y más encima antipatriota. Se cita a una nueva asamblea para dentro de 48 horas.
A los dos días el hombre aparece con telegramas de apoyo a su posición de aquellas provincias de la Argentina con mayor presencia de chilenos: Santa Cruz, Chubut, Neuquén, Mendoza, Salta, algunas localidades de la provincia de Buenos Aires, Bahía Blanca y Mar del Plata. -Este tipo es un agente del consulado chileno, un espía de Pinochet o un provocador-, pienso.
Impasse. La comisión redactora se reúne en secreto. Sale humo blanco a los pocos minutos. Se mantiene la mención a la salida al mar de Bolivia como una reivindicación justa, pero nada se dice sobre la responsabilidad histórica de Chile en la solución del problema ni mucho menos a que necesariamente dicha salida debía ser por territorio soberano de Chile.
Con el tiempo comprendí que mi compatriota no era agente del consulado, ni provocador, ni pinochetista (de hecho era un simpatizante comunista). Era un chileno común, uno más de ese casi setenta por ciento (y tal vez nos quedamos cortos) que, según encuestas actuales, cree que Chile no debe ceder territorio soberano para que Bolivia acceda a una salida al mar por el Pacífico. Un hombre intelectualmente colonizado, alimentado en la autosuficiencia y el desprecio desde la cuna, el colegio, el púlpito, la milicia, la literatura, la militancia política. Un chileno hecho y derecho que no se rinde, mierda. El ciudadano que se estremecía escuchando por la radio los episodios heroicos de Adiós al Séptimo de Línea. El hombre para el cual todos los argentinos son maricones porque se rindieron en Malvinas. En fin, el tipo de ciudadano que necesita Ricardo Lagos para justificar su postura autoritaria e indiferente frente a las demandas bolivianas. No vaya a ser cosa que por ser generosos con Bolivia la concertación democrática pierda las elecciones presidenciales del 2005.
No nos engañemos. No es la sólo la derecha chilena y los milicos. No es sólo la oligarquía y los fascistas. Es la plebe, el roto, la dueña de casa, el trabajador común, que han sido modelados intelectualmente durante más de un siglo de fino trabajo de colonización pedagógica por las clases dominantes chilenas. En Chile no llora nadie / porque hay puros corazones.
Chile, desde Pinochet hasta hoy, es el niño mimado de la Casa Blanca, no sólo por sus éxitos económicos (no es casual que haya sido el primer país de Sudamérica en establecer un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos). También lo es desde el punto de vista político. Para Bush, Chile es también un importante aliado. Cuando con intermitencias, idas y venidas, el continente vislumbra el camino de la unidad, dignidad y soberanía (Venezuela, Cuba, Argentina, Brasil, ¿Bolivia?) Chile se ha transformado en un verdadero ariete de la balcanización como ha escrito de modo brillante José Steinsleger en La Jornada, de México, el 22 de junio de 2003: Con la firma del tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos (Miami, 6 de junio de 2003), Chile convalidó, finalmente, el modelo a seguir en América del Sur y el papel divisionista que las oligarquías del país andino jugaron en la subregión desde la expulsión de Bernardo O'Higgins del poder (1823).
Ahora bien, ¿se necesitará un siglo o más para revertir este verdadero trabajo de joyería ideológica de la oligarquía chilena? ¿Seguiremos siendo los chilenos los arietes de la fragmentación? Indudablemente no. La historia es sabia y en determinados momentos nos ofrece la posibilidad de aprender (o desaprender) en poco tiempo lo que le ha costado siglos de trabajo consolidar. Son los momentos revolucionarios en que los pueblos y sus líderes conmueven al mundo. Fue lo que ocurrió en Chile entre 1970 y 1973 bajo la presidencia de Salvador Allende. Relata Andrés Solíz Rada (Allende, el presidente solitario) que el escritor Néstor Taboada Terán visitó al presidente chileno en los primeros días de su mandato. Allí Allende le manifestó que Bolivia retornaría soberana a las costas del mar Pacífico, para luego añadir que los escritores y todos los hombres de buena voluntad deben venir a Chile y explicar sus anhelos, discutir, crear las condiciones subjetivas en el pueblo para llegar al feliz entendimiento. Ahora no somos gobierno de la oligarquía minoritaria, somos el pueblo. No nos guían intereses de clase dominante. No les pedimos nada, queremos solamente reparar el despojo cruel del que ha sido víctima el pueblo boliviano (páginas 63 y 64 del libro La Decapitación de los Héroes del autor citado).
No es casualidad que el verdadero presidente socialista se haya manifestado de ese modo frente al aislamiento boliviano. Allende era fundador y también heredero del mejor pensamiento latinoamericano del Partido Socialista de Chile, que nace a la vida política en 1933 de la mano de Marmaduque Grove (inspirador de la República Socialista de 1932), Erich Schnake y Eugenio Matte Hurtado e influenciado fuertemente por las ideas de Haya de la Torre y el APRA. La bandera del partido se engalanaba con un mapa de la América Latina donde se destacaba en su centro un hacha de guerra mapuche.
Poco y nada queda de ese socialismo. ¡Cómo no pensar hoy en Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda y Aniceto Rodríguez! Sin embargo reconforta saber que el Jefe del Partido Socialista, Gonzalo Martner; el Ministro de Educación, Sergio Bitar; el Alcalde de Iquique, Jorge Soria y el diputado penquista Alejandro Navarro reivindican en estos duros momentos lo mejor de la tradición socialista y se unen en la historia a Gabriela Mistral y Vicente Huidobro, a Domingo Santa María y Aquiles Vergara Vicuña, a Enrique Zorrilla y Oscar Pinochet de la Barra. Y cómo no mencionar a los maestros Pedro Godoy y Leonardo Jeffs, que hace más de cuarenta años, desde la cátedra y el periodismo han mantenido enhiestas, contra viento y marea, las banderas de la Patria Grande y defendido la justa causa boliviana de su propio mar. Y cómo no alegrarse, también, al comprobar que Armando Uribe y Belarmino Elgueta continúan difundiendo, con su pluma certera, el mejor pensamiento socialista para Chile y el continente.
Con el comandante Chávez, Salvador Allende y Jorge Abelardo Ramos, con Alberto Guerberof y Manuel Ugarte, con Fidel y el Ché quisiera sumergirme en las gélidas aguas del Pacífico en un mar boliviano y bolivariano. Así nadaremos a favor de la corriente de la Historia.
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Prof. Pedro Godoy -
PG