UNA LÁGRIMA EN LA GARGANTA
No para dar por pensado,
sino para dar en qué pensar
Agenda de Reflexión
Número 194, Año III, Buenos Aires, jueves 24 de junio de 2004
El 24 de junio de 1935, en Medellín, Colombia, se estrelló el avión con el que inauguraba una nueva gira latinoamericana Carlos Gardel [1895-1935] La conmoción mundial fue tremenda. Se apagó así su vida legendaria -leyenda que él mismo regó con frases como "nací en Buenos Aires a los dos años y medio de edad"-, pero no se apagó su voz invicta, la que sustenta el mito que nunca termina, la que cada vez canta mejor. Esa voz que alguna vez le hizo decir al gran Enrico Caruso -que algo entendía de esas cosas-: "Usted tiene una lágrima en la garganta".
Fábula para Gardel
De Horacio Ferrer
Ayer me preguntaste, hijito mío,
por primera vez,
quién es
ese Gardel, ese fantasma
tan arisco,
empecinado
con seguir guardado
en la cueva con asma
de su disco
polvoriento.
Lo que yo sé,
te lo cuento:
algunas veces,
cuando te has dormido,
las noches en que hay pena
llena,
se aparece
ese escondido
duende, medio juglar
y medio loco,
para matear
con tu padre y conversar
un poco.
Ah, si lo pudieras
ver
con su sencilla elegancia fantasmera,
a saber:
en una chalina ligera
de plumas de torcaza sola
sus hombros arrebuja.
El traje es de
cuerdas de guitarras españolas
que
alguna bruja
ñata
y hippie le ha tejido.
La corbata
es de claveles
encendidos,
para abrigar los
cascabeles
de su voz.
Y dos
zapatos, muy de peregrino,
que no son zapatos, sino
que son caminos.
¿Qué en dónde nació?
Hijo mío, ¡qué se yo!
De acuerdo a lo que él mismo me ha contado,
parece que nació trepado
a una veleta
niña
que apuntaba al Sur;
y que un poeta
y un gallito de riña
y un augur
le enseñaron a vivir
y a sonreír.
Será por eso
que salió un poco travieso
¿viste?
como vos
y como yo,
un cachito triste.
Su sonrisa,
hijo, es una
pícara y honda y rara
raya de tiza
iluminada con luz de la otra cara
de la luna.
Y canta, canta,
canta con su voz de siete gritos,
pero canta, siempre, con ese humilde modo
de quien tiene, por sabio, en la garganta,
dos ojitos
que han visto, ya, del hombre, todo, todo.
Su canto, te diría
que parece
un claro
aljibe
en donde crecen
los tangos pibes
que no se cantaron,
todavía;
y, también, aquellos tangos que ya fueron,
esos que escriben,
en el paragolpes de su camión,
los camioneros
del Cerro y de Constitución.
Después,
el alba ya,
a las cinco en punto,
se me va. Se va.
Y, tal vez,
en su forma melancólica de irse,
se adivina, un cacho,
que ese duende,
tan muchacho,
entiende
mucho de un asunto
muy sumamente serio, que es morirse.
Ayer me preguntaste, hijito mío,
por primera vez,
quién es
ese Carlitos, ese fantasma
tan arisco,
empecinado
con seguir guardado
en la cueva con asma
de su disco.
Y entonces te conté
cuanto sabía.
Mas hoy, mirándote,
pensándote,
besándote,
sé un poco más.
Y es que el hijo
del hijo
de tu hijo, un día,
un día de Junio soleado,
frío y seco
que vendrá,
lo mismo que vos
preguntará
por él.
Y una caliente
zafra de ecos,
ecos de la voz de nuestra gente,
ecos de tu voz,
chiquito, y de la mía,
inexorablemente,
contestará:
Gardel, Gardel, Gardel.
sino para dar en qué pensar
Agenda de Reflexión
Número 194, Año III, Buenos Aires, jueves 24 de junio de 2004
El 24 de junio de 1935, en Medellín, Colombia, se estrelló el avión con el que inauguraba una nueva gira latinoamericana Carlos Gardel [1895-1935] La conmoción mundial fue tremenda. Se apagó así su vida legendaria -leyenda que él mismo regó con frases como "nací en Buenos Aires a los dos años y medio de edad"-, pero no se apagó su voz invicta, la que sustenta el mito que nunca termina, la que cada vez canta mejor. Esa voz que alguna vez le hizo decir al gran Enrico Caruso -que algo entendía de esas cosas-: "Usted tiene una lágrima en la garganta".
Fábula para Gardel
De Horacio Ferrer
Ayer me preguntaste, hijito mío,
por primera vez,
quién es
ese Gardel, ese fantasma
tan arisco,
empecinado
con seguir guardado
en la cueva con asma
de su disco
polvoriento.
Lo que yo sé,
te lo cuento:
algunas veces,
cuando te has dormido,
las noches en que hay pena
llena,
se aparece
ese escondido
duende, medio juglar
y medio loco,
para matear
con tu padre y conversar
un poco.
Ah, si lo pudieras
ver
con su sencilla elegancia fantasmera,
a saber:
en una chalina ligera
de plumas de torcaza sola
sus hombros arrebuja.
El traje es de
cuerdas de guitarras españolas
que
alguna bruja
ñata
y hippie le ha tejido.
La corbata
es de claveles
encendidos,
para abrigar los
cascabeles
de su voz.
Y dos
zapatos, muy de peregrino,
que no son zapatos, sino
que son caminos.
¿Qué en dónde nació?
Hijo mío, ¡qué se yo!
De acuerdo a lo que él mismo me ha contado,
parece que nació trepado
a una veleta
niña
que apuntaba al Sur;
y que un poeta
y un gallito de riña
y un augur
le enseñaron a vivir
y a sonreír.
Será por eso
que salió un poco travieso
¿viste?
como vos
y como yo,
un cachito triste.
Su sonrisa,
hijo, es una
pícara y honda y rara
raya de tiza
iluminada con luz de la otra cara
de la luna.
Y canta, canta,
canta con su voz de siete gritos,
pero canta, siempre, con ese humilde modo
de quien tiene, por sabio, en la garganta,
dos ojitos
que han visto, ya, del hombre, todo, todo.
Su canto, te diría
que parece
un claro
aljibe
en donde crecen
los tangos pibes
que no se cantaron,
todavía;
y, también, aquellos tangos que ya fueron,
esos que escriben,
en el paragolpes de su camión,
los camioneros
del Cerro y de Constitución.
Después,
el alba ya,
a las cinco en punto,
se me va. Se va.
Y, tal vez,
en su forma melancólica de irse,
se adivina, un cacho,
que ese duende,
tan muchacho,
entiende
mucho de un asunto
muy sumamente serio, que es morirse.
Ayer me preguntaste, hijito mío,
por primera vez,
quién es
ese Carlitos, ese fantasma
tan arisco,
empecinado
con seguir guardado
en la cueva con asma
de su disco.
Y entonces te conté
cuanto sabía.
Mas hoy, mirándote,
pensándote,
besándote,
sé un poco más.
Y es que el hijo
del hijo
de tu hijo, un día,
un día de Junio soleado,
frío y seco
que vendrá,
lo mismo que vos
preguntará
por él.
Y una caliente
zafra de ecos,
ecos de la voz de nuestra gente,
ecos de tu voz,
chiquito, y de la mía,
inexorablemente,
contestará:
Gardel, Gardel, Gardel.
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