PATAGONIA
CONSERVAR LA NATURALEZA PARA SUS AUTÉNTICOS DUEÑOS
Por Juan Gabriel Labake Marzo 2004
ÚLTIMA PARTE: LA NUEVA TEXAS
De todas las causas que me llevaron a redactar ese informe, la que ha seguido su camino, en forma cada vez más peligrosa para nosotros, es la compra masiva de tierras por parte de personas y empresas extranjeras (angloamericanas, casi todas) con aparentes y dudosos fines de conservación ambiental.
Hasta 1995, los extranjeros no podían comprar tierras en las zonas de frontera, sin solicitar un permiso especial al gobierno nacional. La región más sensible y cuidada era, justamente, la Patagonia, pues en ella se había dado desde antiguo la propiedad de grandes extensiones en manos de extranjeros. El caso más conocido es el de la Corona Británica que poseyó durante más de un siglo una inmensa estancia de al menos 200.000 hectáreas en la Patagonia.
Pero ese año (1995), y muy extrañamente, el entonces presidente el Dr. Carlos Menem y su ministro del Interior el Dr. Carlos Ruckauf (luego canciller, en 2002), dictaron una norma por la cual las empresas extranjeras podían comprar libremente cuanta tierra quisieran en cualquier parte del país, con sólo informar de ello al Ministerio del Interior, el cual debía llevar un registro de tales compras. Pero, por falta de presupuesto, desde 2001 ese registro no se actualiza...
A fines de la década de 1980, la Deep Ecology Foundation, del angloamericano Douglas Tompkins, compró en Chile unas 400.000 hectáreas, que van desde el Océano Pacífico hasta el límite con la Argentina, en la zona patagónica, a la misma altura de nuestra rica zona de lagos y bosques cordilleranos. Otras empresas ligadas, o vinculadas, con Tompkins, compraron, a su vez, otras 400.000 hectáreas en la misma zona chilena. De ese modo, y desde hace ya una década, el territorio chileno está cortado en dos por la propiedad privada del señor Tompkins, quien ha cercado su territorio, y para acceder a él se debe solicitar autorización a su dueño que, al parecer, es soberano. El señor Tompkins ha expulsado a los antiguos pobladores de su territorio, a pesar de que lo ocupaban pacíficamente desde tiempos inmemoriales, aduciendo que los seres humanos son los que contaminan el ambiente...
Poco después el señor Tompkins, a través de su empresa comercial Patagonia Land Trust, comenzó a comprar grandes superficies en nuestra Patagonia. Hoy tiene ya 800.000 hectáreas, y uno de sus colaboradores ha declarado que tienen planes para comprar hasta un total de diez millones de hectáreas (el 10% de toda la Patagonia), para lo cual han destinado un presupuesto de 110 millones de dólares, a razón de once dólares la hectárea.
A su vez, en esa misma región, el angloamericano Sr. Ted Turner, magnate de las comunicaciones, ha adquirido 70.000 hectáreas porque le gusta la pesca de la trucha... La firma italiana Benetton posee 800.000 hectáreas, siempre en la Patagonia, para la cría de ganado lanar.
Tompkins en los últimos tiempos ha comprado, además, 100.000 hectáreas en los llamados Esteros del Iberá, una de las mayores reservas de agua potable de la Argentina, ubicados en la provincia de Corrientes, en el Nordeste, que limita con Paraguay, Brasil y Uruguay.
Una firma británica ha adquirido, por su parte, 70.000 hectáreas en la provincia de Misiones, también en el Nordeste (lindante con la de Corrientes) y que posee el mayor reservorio de bosques de nuestro país.
Es muy difícil creer que tan tremendas compras de territorio estratégico y muy rico responda sólo a fines altruistas de conservación ambiental. El señor Tompkins, por ejemplo, con las compras efectuadas en Chile y las que lleva a cabo en la Argentina, puede muy pronto ser dueño de una franja que vaya desde el Pacífico hasta el Atlántico, cortando ambos países en dos: al norte del territorio de Tompkins y al sur de él. Una nueva Texas podría estar a la vuelta de la esquina.
La cuestión está planteada y constituye sin duda el mayor y más duro desafío que enfrentamos hoy los argentinos: poblar, aprovechar integralmente y cuidar y conservar nuestro territorio, y simultáneamente defenderlo de la voracidad de los acreedores externos de nuestra deuda.
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