LA IMPORTANCIA POLÍTICA DE LA HISTORIA
LA IMPORTANCIA POLÍTICA DE LA HISTORIA
Por Jorge Abelardo Ramos (*)
Es un fenómeno reciente en el país la comprensión de la importancia política de la historia. El carácter semicolonial de la Argentina y de América Latina no podía manifestarse tan sólo en la esfera de su economía, pues el imperialismo extranjero, al modelar a la sociedad colonial, deformó asimismo su cultura y su historia, maestra de la vida. No cabía esperar otra cosa, si bien se mira, pues la dominación imperialista en un país semicolonial, (donde no pernoctan las tropas extranjeras), se habría vuelto imposible sin cierto grado de conformidad ideológica con la situación existente, que sólo una concepción interesada de la historia, la literatura y la sociedad puede lograr. Este es el rasgo fundamental que diferencia a una colonia de un país semicolonial o dependiente y por el cual un partido revolucionario libra su combate en dos frentes simultáneos: el de la política y el de la cultura nacional, incluida la reelaboración de una nueva historia.
La juventud histórica del país determina que los problemas del pasado y las valoraciones de las clases y sus héroes de ayer se combinen y se empleen en las luchas políticas del presente. Esta participación de las generaciones muertas en las luchas de las generaciones vivas obedece al incumplimiento de las tareas clásicas de la revolución democrática; en nuestro caso, el de la Unidad Latinoamericana y la creación del Estado Nacional. A la balcanización consolidada por el imperialismo, sucedió la justificación teórica del provincialismo nacional en la historia escrita. Y a la derrota de las fuerzas nacionales en cada provincia latinoamericana se agregó su lapidación literaria, que se prolonga hasta nuestros días a pesar del desarrollo capitalista nativo y del desplazamiento de las clases oligárquicas del antiguo predominio absoluto del poder. Tal es el caso de la Argentina, donde la oligarquía terrateniente y la burguesía comercial han perdido el control exclusivo del poder sin que la burguesía industrial haya podido a su vez obtenerlo por entero.
Llegada demasiado tarde a la escena, la burguesía nacional quizás ya no lo logre jamás, mientras que, por el contrario, la oligarquía cuenta todavía con el viejo dispositivo cultural e ideológico creado a lo largo de su prolongada dominación. Es así que la lucha por la emancipación política y económica del país y del continente, a la clase obrera y a su partido le corresponden no sólo la primogenitura en la revolución nacional, sino también el primer puesto en la lucha crítica contra la vieja historia falsificada y su constelación de mitos. Esta búsqueda de una historia verídica y científica no está espoleada por ningún afán académico extraño a la política revolucionaria, sino que dimana de las necesidades de la revolución misma. Todos los partidos y las clases actuantes en la Argentina invocan sistemáticamente a la historia, cuyos prototipos, ideas o símbolos intervienen en las luchas contemporáneas, lo que revela la vitalidad actual de los intereses que encarnan.
Si la formación del radicalismo está vinculada con la crisis del roquismo, del mismo modo que la aparición del partido conservador, ¿acaso el surgimiento del Partido Socialista primero y del Partido Comunista más tarde, no se vinculan con un proletariado europeo, desvinculado orgánicamente de la historia argentina? Es así que por primera vez y como fruto de la penetración imperialista, una nueva clase social argentina crea partidos que no pueden filiarse en las tradiciones nacionales sino en las tradiciones extranjeras. Esta fisura no será salvada nunca por los partidos obreros, ni el marxismo proclamado en sus declaraciones servirá para inteligir las leyes del proceso histórico argentino. Muy por el contrario, tanto el Partido Socialista como en Partido Comunista aceptarán las ideas históricas que la oligarquía terrateniente impuso al país como credo oficial. Semejante impostura sólo puede explicarse en virtud de la quiebra de la tradición oral. Viva aún en los partidos argentinos a pesar de los manuales escolares, será inexistente para los artesanos europeos de la clase trabajadora que formarán los partidos obreros y que ajenos al tejido vital de la sociedad que venían a integrar, sólo pudieron conocerla por sus textos.
El nacionalismo liberal de Roca, fundado en la Argentina precapitalista del Interior y en los soldados del Desierto, se extingue sin que el yrigoyenismo semiliberal, semiclerical, sea capaz de engendrar una historia nacional veraz. En suma, la burguesía nacional, muy débil todavía, aunque toma el poder varias veces, es totalmente incapaz de sustituir en la enseñanza y en el aparato de la cultura general, una concepción histórica diferente a la sostenida por la burguesía comercial mitrista que será la que realmente impondrá sus normas de valor. A los artesanos europeos de los partidos obreros, a sus hijos y a sus nietos, se les enseñará la historia que todos conocemos, y sus partidos asimilarán las categorías de la civilización y la barbarie, modernizándolas con los vocablos recién importados: capitalismo y feudalismo. Por su propia condición de partidos europeos en América, el esquema despectivo de la oligarquía portuaria será admitido integralmente por los comunistas y socialistas, que antes ni después sabrán aplicar el pensamiento nacional de Lenin a la política argentina ni a su historia.
Al mismo tiempo que el stalinismo introducía en la política argentina las fórmulas abstractas del marxismo europeo, sometidas a las ya mencionadas variaciones tácticas de la burocracia soviética, se adaptaba al sistema de ideas históricas creado por la oligarquía mitrista, cuyo carácter extranjerizante satisfacía la visión extra nacional del stalinismo. El Partido Comunista incorporará a su ideología oficial la historia oligárquica, sin encontrar resistencia en sus filas, precisamente porque esa historia era anticriolla y proeuropea. Los europeos, europeizantes, cosmopolitas, o pequeños burgueses del stalinismo se sentirán interpretados en la condenación mitrista de las montoneras, de los caudillos, de Solano López y la guerra del Paraguay, de Rosas como de Roca. Esa identificación en la historia equivalía a la coincidencia política de la oligarquía con el stalinismo en las horas decisivas de la política contemporánea, cuando los nietos de los montoneros, trocados en obreros industriales, bajaron de las provincias bárbaras como otrora las peonadas yrigoyenistas, para protagonizar el 17 de Octubre de 1945. La misma burguesía comercial del Puerto que enviara los Ejércitos de línea contra las provincias federales, prolongará su influencia y sus intereses en la burguesía comercial, financiera y terrateniente del siglo XX, dotada de Universidad y de prensa, de partidos y de instituciones. A su izquierda tendrá también sus unitarios, que serán los unitarios stalinistas, permanentes partidarios de la unidad, aunque sea a palos, como querían los rivadavianos siempre que los palos fueran contra el pueblo.
Pacifistas en la época de la revolución mundial, partidarios de la representación proporcional contra los partidos de masas, unitarios y liberales a fuer de cosmopolitas, sostenedores de la intervención militar extranjera contra su propio país, ayer en la Vuelta de Obligado como luego en la Vuelta de 1945, alvearistas en lugar de yrigoyenistas, antirroquistas y antirrosistas, rivadavianos y adversarios de los caudillos, antirreformistas cuando la Reforma del 18 tenía un sentido latinoamericano y reformistas cuando la Reforma se vuelve cipaya, stalinistas en lugar de marxistas, he aquí la figura y contrafigura del Partido Comunista en la política argentina.
(*) De su libro Breve historia de las izquierdas en la Argentina, Tomo II Editorial Claridad, Buenos Aires, 1990. Capítulo XIV La historia argentina y el stalinismo, páginas 175 a 180.
Es un fenómeno reciente en el país la comprensión de la importancia política de la historia. El carácter semicolonial de la Argentina y de América Latina no podía manifestarse tan sólo en la esfera de su economía, pues el imperialismo extranjero, al modelar a la sociedad colonial, deformó asimismo su cultura y su historia, maestra de la vida. No cabía esperar otra cosa, si bien se mira, pues la dominación imperialista en un país semicolonial, (donde no pernoctan las tropas extranjeras), se habría vuelto imposible sin cierto grado de conformidad ideológica con la situación existente, que sólo una concepción interesada de la historia, la literatura y la sociedad puede lograr. Este es el rasgo fundamental que diferencia a una colonia de un país semicolonial o dependiente y por el cual un partido revolucionario libra su combate en dos frentes simultáneos: el de la política y el de la cultura nacional, incluida la reelaboración de una nueva historia.
La juventud histórica del país determina que los problemas del pasado y las valoraciones de las clases y sus héroes de ayer se combinen y se empleen en las luchas políticas del presente. Esta participación de las generaciones muertas en las luchas de las generaciones vivas obedece al incumplimiento de las tareas clásicas de la revolución democrática; en nuestro caso, el de la Unidad Latinoamericana y la creación del Estado Nacional. A la balcanización consolidada por el imperialismo, sucedió la justificación teórica del provincialismo nacional en la historia escrita. Y a la derrota de las fuerzas nacionales en cada provincia latinoamericana se agregó su lapidación literaria, que se prolonga hasta nuestros días a pesar del desarrollo capitalista nativo y del desplazamiento de las clases oligárquicas del antiguo predominio absoluto del poder. Tal es el caso de la Argentina, donde la oligarquía terrateniente y la burguesía comercial han perdido el control exclusivo del poder sin que la burguesía industrial haya podido a su vez obtenerlo por entero.
Llegada demasiado tarde a la escena, la burguesía nacional quizás ya no lo logre jamás, mientras que, por el contrario, la oligarquía cuenta todavía con el viejo dispositivo cultural e ideológico creado a lo largo de su prolongada dominación. Es así que la lucha por la emancipación política y económica del país y del continente, a la clase obrera y a su partido le corresponden no sólo la primogenitura en la revolución nacional, sino también el primer puesto en la lucha crítica contra la vieja historia falsificada y su constelación de mitos. Esta búsqueda de una historia verídica y científica no está espoleada por ningún afán académico extraño a la política revolucionaria, sino que dimana de las necesidades de la revolución misma. Todos los partidos y las clases actuantes en la Argentina invocan sistemáticamente a la historia, cuyos prototipos, ideas o símbolos intervienen en las luchas contemporáneas, lo que revela la vitalidad actual de los intereses que encarnan.
Si la formación del radicalismo está vinculada con la crisis del roquismo, del mismo modo que la aparición del partido conservador, ¿acaso el surgimiento del Partido Socialista primero y del Partido Comunista más tarde, no se vinculan con un proletariado europeo, desvinculado orgánicamente de la historia argentina? Es así que por primera vez y como fruto de la penetración imperialista, una nueva clase social argentina crea partidos que no pueden filiarse en las tradiciones nacionales sino en las tradiciones extranjeras. Esta fisura no será salvada nunca por los partidos obreros, ni el marxismo proclamado en sus declaraciones servirá para inteligir las leyes del proceso histórico argentino. Muy por el contrario, tanto el Partido Socialista como en Partido Comunista aceptarán las ideas históricas que la oligarquía terrateniente impuso al país como credo oficial. Semejante impostura sólo puede explicarse en virtud de la quiebra de la tradición oral. Viva aún en los partidos argentinos a pesar de los manuales escolares, será inexistente para los artesanos europeos de la clase trabajadora que formarán los partidos obreros y que ajenos al tejido vital de la sociedad que venían a integrar, sólo pudieron conocerla por sus textos.
El nacionalismo liberal de Roca, fundado en la Argentina precapitalista del Interior y en los soldados del Desierto, se extingue sin que el yrigoyenismo semiliberal, semiclerical, sea capaz de engendrar una historia nacional veraz. En suma, la burguesía nacional, muy débil todavía, aunque toma el poder varias veces, es totalmente incapaz de sustituir en la enseñanza y en el aparato de la cultura general, una concepción histórica diferente a la sostenida por la burguesía comercial mitrista que será la que realmente impondrá sus normas de valor. A los artesanos europeos de los partidos obreros, a sus hijos y a sus nietos, se les enseñará la historia que todos conocemos, y sus partidos asimilarán las categorías de la civilización y la barbarie, modernizándolas con los vocablos recién importados: capitalismo y feudalismo. Por su propia condición de partidos europeos en América, el esquema despectivo de la oligarquía portuaria será admitido integralmente por los comunistas y socialistas, que antes ni después sabrán aplicar el pensamiento nacional de Lenin a la política argentina ni a su historia.
Al mismo tiempo que el stalinismo introducía en la política argentina las fórmulas abstractas del marxismo europeo, sometidas a las ya mencionadas variaciones tácticas de la burocracia soviética, se adaptaba al sistema de ideas históricas creado por la oligarquía mitrista, cuyo carácter extranjerizante satisfacía la visión extra nacional del stalinismo. El Partido Comunista incorporará a su ideología oficial la historia oligárquica, sin encontrar resistencia en sus filas, precisamente porque esa historia era anticriolla y proeuropea. Los europeos, europeizantes, cosmopolitas, o pequeños burgueses del stalinismo se sentirán interpretados en la condenación mitrista de las montoneras, de los caudillos, de Solano López y la guerra del Paraguay, de Rosas como de Roca. Esa identificación en la historia equivalía a la coincidencia política de la oligarquía con el stalinismo en las horas decisivas de la política contemporánea, cuando los nietos de los montoneros, trocados en obreros industriales, bajaron de las provincias bárbaras como otrora las peonadas yrigoyenistas, para protagonizar el 17 de Octubre de 1945. La misma burguesía comercial del Puerto que enviara los Ejércitos de línea contra las provincias federales, prolongará su influencia y sus intereses en la burguesía comercial, financiera y terrateniente del siglo XX, dotada de Universidad y de prensa, de partidos y de instituciones. A su izquierda tendrá también sus unitarios, que serán los unitarios stalinistas, permanentes partidarios de la unidad, aunque sea a palos, como querían los rivadavianos siempre que los palos fueran contra el pueblo.
Pacifistas en la época de la revolución mundial, partidarios de la representación proporcional contra los partidos de masas, unitarios y liberales a fuer de cosmopolitas, sostenedores de la intervención militar extranjera contra su propio país, ayer en la Vuelta de Obligado como luego en la Vuelta de 1945, alvearistas en lugar de yrigoyenistas, antirroquistas y antirrosistas, rivadavianos y adversarios de los caudillos, antirreformistas cuando la Reforma del 18 tenía un sentido latinoamericano y reformistas cuando la Reforma se vuelve cipaya, stalinistas en lugar de marxistas, he aquí la figura y contrafigura del Partido Comunista en la política argentina.
(*) De su libro Breve historia de las izquierdas en la Argentina, Tomo II Editorial Claridad, Buenos Aires, 1990. Capítulo XIV La historia argentina y el stalinismo, páginas 175 a 180.
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