LA NACIÓN SUDAMERICANA
Discurso del Sr. Canciller Rafael Antonio Bielsa
Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales
Presentación del libro "La Nación Sudamericana"
07 Octubre 2004
Señoras y señores
Amigos y amigas
Estimado Carlos
Cuando fui invitado a presentar este nuevo libro de Carlos Piñeiro Iñiguez, titulado "La Nación Sudamericana", me pregunté: "¿Qué mejor invitación puede recibir un Canciller sino la propuesta de presentar un libro cuyo título resume -de manera acabada- el objetivo estratégico central de la política exterior que -sobre la base de los lineamientos trazados por el Presidente de la Nación- instrumenta día a día?
Como todos hemos aprendido -a veces de modo doloroso- no siempre nuestra primera reacción es la correcta. Por cierto, en más de una ocasión, hubiéramos deseado -ex post- que no se nos hubieran ofrecido ciertas oportunidades o, en su caso, haber rehuido a tiempo tentativos convites. Decía Teresa de Ávila que se va al infierno mucho más por las plegarias que Dios atiende, que por aquellas a las que no hace caso.
No es éste el caso. La lectura y relectura de esta nueva obra de un reconocido estudioso del pensamiento latinoamericano -que reúne tanto la condición de académico como el valor agregado que brinda la experiencia de un diplomático- reafirmó lo acertado de mi primera reacción.
"La Nación Sudamericana", además de reconstruir la idea de la integración regional -abarcada desde los entresijos de la historia política, económica, social y cultural hasta los desafíos de hoy- aborda, aportando claridad a la complejidad, diversas cuestiones que hemos transformado en prioridades de nuestra labor cotidiana en la Cancillería.
A título meramente enunciativo, y en atención a la necesaria brevedad en función del tiempo disponible, me referiré a algunos puntos salientes:
Carlos Piñeiro nos dice que "sin consenso de los pueblos, no hay integraciones sustentables". Esta frase resume mi convicción sobre la importancia crucial que reviste la participación de la sociedad civil en el proceso de integración regional. Conscientes de la relevancia de este tema, hemos creado -en el ámbito de la Cancillería- una Representación Especial para la Integración Económica Regional y la Participación Social, que contribuye de modo activo para consolidar la idea del Mercosur como patrimonio de la sociedad y no de la circunstancial autoridad. Esta Representación Especial desarrolla su labor en dos grandes ámbitos:
El Consejo Consultivo de la Sociedad Civil, que nació con el fin de informar sobre el desarrollo de las negociaciones del ALCA en el marco de transparencia propiciado por el Gobierno y cuyo espectro se amplió al conjunto de los temas que hacen a la política exterior, y el Foro Consultivo Económico y Social del MERCOSUR.
La decisión de crear la Representación Especial antes mencionada implica el reconocimiento de que, ante coyunturas de creciente complejidad en las que se juegan definiciones críticas relativas al desarrollo de nuestros países, resulta fundamental avanzar hacia consensos nacionales que generen entendimiento y compromisos entre los diversos sectores sociales.
Esta decisión se funda asimismo en nuestra concepción del Estado como el Yo común del sistema de libertades que posee una sociedad. Parafraseando al sociólogo Alvaro García Linera: "lo que importa es la capacidad del Estado de sintetizar a la sociedad Cuando esto no sucede, el Estado se presenta como parte, no como resumen y entonces el Estado vivirá bajo acecho de la sociedad y el lenguaje gubernamental se agazapará en el castigo, la disuasión y la amenaza de una parte de la sociedad contra otra".
El autor hace referencia también a la conciencia de nacionalidad común, destacando que "las fórmulas supra-estatales de organización regional que han cobrado impulso contienen una doble virtud: son fruto de la globalización -es decir: marchan con los tiempos- y, al mismo tiempo, le ponen límites razonables".Al respecto, desde la Cancillería, comprobamos y destacamos que la estrecha articulación de nuestra región constituye la alternativa más idónea para preservar nuestra identidad nacional, incorporándole una dimensión latinoamericana, fundada en nuestra comunidad de destino. El fenómeno de la globalización, sin las nociones de singularidad en la universalidad, y sin la influencia aleccionadora de una cultura humanitaria templada en la espiritualidad, nos hará sufrir las consecuencias malsanas de la tentación materialista.
En este sentido, podemos extrapolar a nuestro hemisferio las siguientes afirmaciones de Jürgen Haberlas y Jacques Derrida: "La solidaridad del ciudadano del Estado nacional limitado a la solidaridad con la propia nación, deberá extenderse en el futuro a los ciudadanos de otras naciones del continente . La cultura (en el caso citado, la cultura europea) tuvo que aprender dolorosamente de qué manera se puede establecer una comunicación en la diversidad, institucionalizar diferencias y estabilizar tensiones. También el reconocimiento de las diferencias -el reconocimiento mutuo del otro dentro de su carácter diferente- puede convertirse en característica de una identidad común".
Carlos Piñeiro también se refiere en su obra a la dimensión cultural del MERCOSUR. Nada más afín a la agenda de la Cancillería de hoy. Nosotros concebimos al Mercosur como un proyecto estratégico de vasto alcance que trasciende el plano económico-comercial y constituye la base desde la cual nos proyectamos hacia nuestro objetivo más abarcativo: la creación de un espacio sudamericano que maximice la capacidad de la región de incidir de modo efectivo en el escenario internacional.
En este proyecto -que desarrollamos en forma discreta pero a la vez continua, persistente y profunda- la dimensión cultural reviste importancia superlativa.
La integración de nuestra América Latina refuerza la idea de universalidad como síntesis de lo diferente y esa misma integración, para ser "turbión del espíritu" americano, debe asumirse desde su nivel primario y determinante, es decir, desde la cultura. Sólo así construimos una auténtica amistad, algo muy diferente y más poderoso que la mera ausencia de rivalidad. Consciente de la importancia de este aspecto, quisiera mencionar -a título de ejemplo- un par de iniciativas que hemos plasmado con Brasil en el Acta de Copacabana suscripta en marzo de este año. Los Presidentes Kirchner y Lula advirtieron que la consolidación de una cultura de amistad requiere de una educación para la integración.
Con tal propósito, convinieron instituir el "Día de la Amistad Argentino-Brasileña" que se celebrará el 30 de noviembre de cada año, en conmemoración del encuentro que mantuvieran en Foz do Iguazú los Presidentes Alfonsín y Sarney y en cuya ocasión se suscribiera la Declaración de Iguazú, que dio origen al proceso de integración regional como lo concebimos actualmente. Los institutos educativos argentinos y brasileños dedicarán esta jornada conmemorativa a actividades destinadas a difundir recíprocamente la cultura y la historia del país asociado. Este mismo espíritu inspiró la decisión de crear el Premio Binacional de las Artes y la Cultura, destinado a reconocer la obra y trayectoria de artistas e intelectuales de ambos países.
Señoras, señores
Hemos cambiado la matriz sobre la cual articulamos nuestra política exterior. No adscribimos a concepciones providencialistas del relacionamiento externo y sus consiguientes ilusiones de poder aparente.
Existe hoy conciencia colectiva de que, para que nuestra voz sea escuchada y nuestros países ocupen el espacio que les corresponde en el escenario internacional, debemos trabajar -con las dosis adecuadas de realismo, visión de futuro, creatividad y grandeza de miras- en pos de fortalecer y de profundizar la empresa integradora a la que nos hemos comprometido públicamente.
En nuestra labor cotidiana buscando materializar nuestra empresa, la empresa de nuestros ciudadanos, nos guía la certeza de que la integración no es una panacea que resuelve mágicamente nuestros problemas. La integración es una dinámica de cultura política donde marchan en un equilibrio -difícil, pero auspicioso y esperanzador- el fortalecimiento de los Estados junto a la construcción de instituciones supranacionales; la defensa de los intereses
económicos y estratégicos nacionales y su potenciación dentro del marco del proceso integrador.
Estoy convencido que hemos avanzado razonablemente en el camino que nos hemos trazado. Para fundar esta afirmación, quisiera mencionar algunos ejemplos. Y cuando pienso en ejemplos, evoco hitos salientes, indicadores de que estamos transitando una senda adecuada.
Evoco así el Consenso de Buenos Aires, un punto de inflexión en la política exterior de la región a partir de la afirmación inequívoca respecto de la integración regional como opción estratégica de inserción en el escenario internacional.
Recuerdo también el Compromiso de Buenos Aires, firmado con Bolivia, que constituye mucho más que un acuerdo de provisión de energía. Constituye por cierto un acuerdo de futuro compartido. En este mismo orden de ideas, no podemos soslayar la importancia de las iniciativas que -sobre la base de lo acordado en el Acta de Copacabana- estamos instrumentando con Brasil para fortalecer la coordinación de nuestras políticas. La serie de acuerdos firmados con Chile hemos que, al tiempo que consolidan nuestra sociedad estratégica, constituyen la puesta en marcha de proyectos que inciden de manera directa en la calidad de vida de nuestros ciudadanos.
Debemos sumar a esta enunciación, de por si limitada como toda selección, otros ejemplos, y me refiero a:
el Encuentro de Caracas, germen de la idea de trabajar en forma conjunta ante los organismos internacionales de crédito;
la Declaración Conjunta sobre Cooperación para el Crecimiento Económico con Equidad firmada en Río de Janeiro, donde se sentó el principio de que el pago de la deuda no se haría a expensas del crecimiento;
los sustantivos avances logrados en materia de ampliación gradual del MERCOSUR, en forma paralela a los importantes pasos dados en pro de su fortalecimiento institucional para superar lo que Carlos Piñeiro denomina las "tareas pendientes del Mercosur".
Estos ejemplos, complementados con otros tantos, que todos los aquí presentes conocen, podemos concluir que no estamos lejos, más aún, estamos muy cerca de nuestro concepto de "nación sudamericana". Basta para ello con extrapolar a nuestra región, la siguiente definición clásica de nación; "algo que tiene un pasado de glorias comunes que reconoce, que tiene un deseo de construir juntos en el presente y que tiene una visión compartida del futuro".
Señoras y señores
Nos encontramos ante una oportunidad histórica para cimentar la nación sudamericana y la unión de América Latina. Si no la aprovechamos, será porque no somos capaces, no por ausencia de oportunidad. En este siglo XXI, la integración ya no es una causa. Constituye un imperativo de la realidad, indispensable para
avanzar en nuestro empeño por vigorizar el proceso de crecimiento económico con equidad social y garantizar niveles de vida dignos para el conjunto de nuestros ciudadanos.
Enfrentamos un gran desafío: consolidar, en todos nuestros países, una auténtica democracia de ciudadanos y no meramente de electores. Para lograr este propósito, utilizando todo el potencial de nuestras capacidades, la región debe trabajar en forma coordinada en pos de un orden internacional solidario y multilateral, promoviendo el imperio de la legalidad y privilegiando un modelo cooperativo, superador de la mera coexistencia. No tenemos opción: nuestro camino es la integración inteligente. Caso contrario, deberemos conformarnos con la intrascendencia permanente.
Amigos:
Tenemos la capacidad y los recursos para escribir nuestra propia historia en el marco del proceso de globalización. No hay destino individual para los países de la región. Mi convicción personal es que el futuro pertenece a los continentes. Debemos por tanto trabajar para que nuestro continente tenga futuro. Para ello, debemos -con coraje y creatividad- aprovechar la oportunidad que nos ofrece la comunidad de principios que compartimos con nuestros socios de la región. Sólo así haremos realidad -de manera conjunta- el sueño de una América del Sur más solidaria, moderna e integrada, capaz de proyectarse al mundo con el vigor que nuestros pueblos merecen y esperan.
La tarea no es sencilla. Al sesgo puramente comercial y
arancelario que caracterizó al proceso de integración desde sus inicios, deberíamos sumarle, de manera decisiva, la construcción y el perfeccionamiento de instituciones políticas que den forma, tal vez, a ámbitos supranacionales en lugar de los actuales intergubernamentales. El MERCOSUR, de ese modo, ganaría agilidad, efectividad, y también, por ejemplo, la vigencia inmediata e irrestricta de sus normas. Si así no lo hacemos, no podremos aspirar al respeto de las generaciones más jóvenes. En tal sentido, quisiera evocar las palabras de un gran poeta paraguayo, quien también fue un entrañable amigo de la Argentina y un ferviente apóstol de la fraternidad americana.
Me refiero a don Elvio Romero, quien afirmara: "En los días venideros, cada cual tendrá su sitio; aquellos que derramaron su vida por conseguirlos y su juventud volcaron sobre los anchos caminos. Esos llevan en la frente duro metal encendido, simientes de sembradura, relentes de sol invicto. Los que se han puesto de lado, eludiendo su camino, irán como pobres sombras sin saber ni lo que han sido, sin tener en la vejez el respeto de los hijos".
Estimado Carlos:
La lectura de "La Nación Sudamericana" constituye el mejor testimonio de tu compromiso profesional y de tu decisión personal de "no eludir el camino". Te deseo el éxito que la calidad de tu obra preanuncia.
Muchas gracias."
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