NUDOS DE LA IZQUIERDA
Por José Steinsleger
En Utopía (1516), el político y religioso Tomás Moro esbozó una tibia reflexión sobre la miseria de Inglaterra. Moro fue canciller, consejero y amigo de Enrique VIII, aquel monarca que decapitaba esposas cuando se cansaba de ellas y murió de desnutrición pese a su apetito legendario por la comida y las mujeres (falta de vitamina C y no sífilis, como se creía, según la historiadora Susan Maclean Kybett, Time, 11.9.89).
Moro fue el primer político de la modernidad con una sensibilidad de izquierda. El vocablo de su libro (inspirado en La república de Platón y en La ciudad de Dios de San Agustín), trascendió más que los pormenores de la historia. Pero desde entonces no sabemos bien qué quiere decir una palabra que denota imposibilidad desde el momento de su formulación.
De la utopía de Moro a la parusia de Marx, la izquierda racionalista (no la racional) ha vivido haciéndose bolas. Y en cada ocasión en que sus ideales salen maltratados, echa mano a los vocablos utopía y autocrítica (de raíz confesional), con el fin de explicar lo que aparentemente es inexplicable ¿De qué sirve esto? En alguna de las escasas ocasiones en que su espada descansaba de eliminar bárbaros, Marco Aurelio escribió: No sueñes con ver establecida la república de Platón.
Moro desaprobó los proyectos matrimoniales y religiosos del rey y fue sentenciado a la horca y el descuartizamiento. En el juicio se ventilaron las ideas disolventes de Utopía. En 1535, a punto de subir al cadalso, Moro se
hizo la autocrítica, convirtiéndose en pionero de los arrepentidos de la izquierda: ... esa bagatela literaria que, casi sin darme cuenta, escapó de mi pluma. Conmovido, Enrique VIII conmutó la sentencia y ordenó la decapitación.
En nuestros días, el drama de Moro puede ser interpretado así: la derecha, cuya misión es conservar o tomar el poder real, destruye lo mejor del presente. Y la izquierda, que es liberal, cree que salvará su pellejo si acepta la carta del
menú plural. ¿Qué tenemos hoy? ¿Mole globalizado a la parisiense, barbacoa integrada a la efemeí, ceviches chilenos a la tonibler, y otros platillos amenizados con los violines de Savater ética sounds, las sevillanas de Felipillo González y las marineras de "Vargas Llosa y sus libertarios?
Al empezar el siglo XXI, conforme la derecha solipsista pudre el tejido social, la izquierda insomne se pregunta qué va primero, si la utopía o la autocrítica. Primer nudo de la izquierda: el amasijo de humanitarismo y
racionalismo y la pretensión de que todo puede ser explicado. La derecha es más simple. Estimula el instinto primario de las personas y cultiva ideales que suelen estar a la altura de sus intereses. La violencia, método que no descarta, le interesa cada vez menos pues para lo mismo sirve la televisión y los planes educativos que la representan. Segundo nudo de la izquierda: quiere cambiar la realidad pero le otorga a la conciencia un lugar aleatorio si es que no prescinde de ella.
La derecha defiende las cosas como están. Suprime sin piedad lo que la cuestiona y fortalece lo establecido en su provecho. Tercer nudo de la izquierda: critica a las cosas tal como están, con una epistemología colapsada que nace en la cabeza de Platón, estalla en la de Marx y se gelatiniza en el marasmo conceptualista del siglo XX.
Si la democracia le favorece, la derecha decreta que la democracia es principio y fin de todas las cosas. Si le es adversa grita contra todas las dictaduras, con énfasis en todas. Todas menos las del capital, que son casi todas.
Cuarto nudo de la izquierda: piensa en la democracia con el lenguaje de la derecha, extinguiendo la fuerza impulsora que podría haber en los debates necesarios.
La tortuga le está ganando a Aquiles. Pero la izquierda insomne no se da cuenta y acepta la democracia en el terreno que la derecha le propone. Finalmente, la derecha entendió que debía aceptar la democracia, noción que antaño, cuando le
repugnaba, la izquierda subestimaba. La derecha cambia de piel y la izquierda siente que no le queda más que la utopía y la autocrítica. Ni la derecha de hoy es la de ayer, ni la izquierda de ayer es la de hoy. Pero cuando la derecha funde los ideales del medioevo con los de la izquierda del siglo XIX, aparece el quinto nudo de la izquierda: ya ni siquiera sabe qué debe condenar, resignándose a comer en la cocina las sobras del festín democratizador."
En Utopía (1516), el político y religioso Tomás Moro esbozó una tibia reflexión sobre la miseria de Inglaterra. Moro fue canciller, consejero y amigo de Enrique VIII, aquel monarca que decapitaba esposas cuando se cansaba de ellas y murió de desnutrición pese a su apetito legendario por la comida y las mujeres (falta de vitamina C y no sífilis, como se creía, según la historiadora Susan Maclean Kybett, Time, 11.9.89).
Moro fue el primer político de la modernidad con una sensibilidad de izquierda. El vocablo de su libro (inspirado en La república de Platón y en La ciudad de Dios de San Agustín), trascendió más que los pormenores de la historia. Pero desde entonces no sabemos bien qué quiere decir una palabra que denota imposibilidad desde el momento de su formulación.
De la utopía de Moro a la parusia de Marx, la izquierda racionalista (no la racional) ha vivido haciéndose bolas. Y en cada ocasión en que sus ideales salen maltratados, echa mano a los vocablos utopía y autocrítica (de raíz confesional), con el fin de explicar lo que aparentemente es inexplicable ¿De qué sirve esto? En alguna de las escasas ocasiones en que su espada descansaba de eliminar bárbaros, Marco Aurelio escribió: No sueñes con ver establecida la república de Platón.
Moro desaprobó los proyectos matrimoniales y religiosos del rey y fue sentenciado a la horca y el descuartizamiento. En el juicio se ventilaron las ideas disolventes de Utopía. En 1535, a punto de subir al cadalso, Moro se
hizo la autocrítica, convirtiéndose en pionero de los arrepentidos de la izquierda: ... esa bagatela literaria que, casi sin darme cuenta, escapó de mi pluma. Conmovido, Enrique VIII conmutó la sentencia y ordenó la decapitación.
En nuestros días, el drama de Moro puede ser interpretado así: la derecha, cuya misión es conservar o tomar el poder real, destruye lo mejor del presente. Y la izquierda, que es liberal, cree que salvará su pellejo si acepta la carta del
menú plural. ¿Qué tenemos hoy? ¿Mole globalizado a la parisiense, barbacoa integrada a la efemeí, ceviches chilenos a la tonibler, y otros platillos amenizados con los violines de Savater ética sounds, las sevillanas de Felipillo González y las marineras de "Vargas Llosa y sus libertarios?
Al empezar el siglo XXI, conforme la derecha solipsista pudre el tejido social, la izquierda insomne se pregunta qué va primero, si la utopía o la autocrítica. Primer nudo de la izquierda: el amasijo de humanitarismo y
racionalismo y la pretensión de que todo puede ser explicado. La derecha es más simple. Estimula el instinto primario de las personas y cultiva ideales que suelen estar a la altura de sus intereses. La violencia, método que no descarta, le interesa cada vez menos pues para lo mismo sirve la televisión y los planes educativos que la representan. Segundo nudo de la izquierda: quiere cambiar la realidad pero le otorga a la conciencia un lugar aleatorio si es que no prescinde de ella.
La derecha defiende las cosas como están. Suprime sin piedad lo que la cuestiona y fortalece lo establecido en su provecho. Tercer nudo de la izquierda: critica a las cosas tal como están, con una epistemología colapsada que nace en la cabeza de Platón, estalla en la de Marx y se gelatiniza en el marasmo conceptualista del siglo XX.
Si la democracia le favorece, la derecha decreta que la democracia es principio y fin de todas las cosas. Si le es adversa grita contra todas las dictaduras, con énfasis en todas. Todas menos las del capital, que son casi todas.
Cuarto nudo de la izquierda: piensa en la democracia con el lenguaje de la derecha, extinguiendo la fuerza impulsora que podría haber en los debates necesarios.
La tortuga le está ganando a Aquiles. Pero la izquierda insomne no se da cuenta y acepta la democracia en el terreno que la derecha le propone. Finalmente, la derecha entendió que debía aceptar la democracia, noción que antaño, cuando le
repugnaba, la izquierda subestimaba. La derecha cambia de piel y la izquierda siente que no le queda más que la utopía y la autocrítica. Ni la derecha de hoy es la de ayer, ni la izquierda de ayer es la de hoy. Pero cuando la derecha funde los ideales del medioevo con los de la izquierda del siglo XIX, aparece el quinto nudo de la izquierda: ya ni siquiera sabe qué debe condenar, resignándose a comer en la cocina las sobras del festín democratizador."
0 comentarios