LA FRAGMENTACIÓN DE AMÉRICA LATINA
Por Jorge Abelardo Ramos
En realidad, la política del librecambismo, sin mencionar la formación de una ideología democrática semi-colonial que implicó, aniquiló toda posibilidad de industrias regionales, en la medida que podían significar un peligro de competencia en sus similares extranjeras. Así quedó subordinado el destino histórico del continente latinoamericano al capitalismo europeo en su etapa preimperialista. Y fue justamente esta subordinación la que permitió a las naciones adelantadas obtener la capitalización suficiente para facilitar al régimen capitalista su proceso hacia el imperialismo. Redondeando el ciclo, la etapa imperialista remachó las cadenas del continente semicolonial. Aumentó su dependencia del mercado europeo, transformándolo en proveedor de materias primas y en comprador de productos industriales.
La tradición ideológica de la revolución francesa, fundamental y fecunda para la lucha contra el feudalismo europeo antihistórico, resultó funesta para la evolución latinoamericana, pues fue uno de los factores paradojales que le impidió realizar en suelo americano una revolución semejante; bajo la máscara del liberalismo político, se introdujo el liberalismo económico, dos caras de una moneda colonial que iba a circular como símbolo de nuestro atraso histórico. En esta contradicción fundamental radica el fraude elaborado por un siglo y medio de crónica oligárquica.
Los fundamentos materiales de la unificación no estaban al alcance de los precursores. Apenas disponían de la limitada realidad aludida en el aforismo de Sarmiento: Las ideas de los pueblos están escritas en el suelo que habitan, aforismo no menos limitado, pero ideal para deducir de las llanuras de Venezuela y Argentina un destino de países ganaderos y el mito de la barbarie llanera o gaucha-. Bolívar y San Martín, y los que siguieron, no tenían otra cosa que el suelo, inmenso, despoblado, inculto. Representantes de una clase dominante, ligada primero por la geografía y luego por la historia a los litorales extra-nacionales, era la suya una sociedad de transición surgida en el siglo de los grandes estados, y, peor aún, en el siglo engendrador de los grandes imperios del capital financiero. América Latina pagaba con la entrega de su economía el tributo de haber sido descubierta y colonizada por España en el período de su putrefacción lenta e ingloriosa.
Ese es, en grandes líneas, el itinerario de la desintegración de los viejos Virreinatos americanos. A pesar de que recién en el período iniciado con la guerra de Cuba (1898-1914), puede situarse la aparición histórica del imperialismo, a mediados del siglo XIX las grandes potencias daban los primeros pasos para consolidar políticamente sus conquistas coloniales. Es de fundamental importancia indicar que, según Lenín, antes del surgimiento formal del imperialismo, ya existían en Inglaterra dos de sus grandes elementos distintivos: inmensas posesiones coloniales y situación monopolista en el mercado mundial. El continente latinoamericano era un bocado apetitoso y de su fragilidad política dependería que el régimen de inversiones que sucedió al régimen de saqueo, tuviera abierto el camino, favorable la legislación, reducidos los impuestos, abiertas las aduanas. Convenientes eran también gobiernos amigos, pero poco fuertes. La política de división en las colonias emancipadas fue la norma número uno del capitalismo europeo. Es por ese motivo que la diplomacia británica, desde los comienzos de la existencia política independiente, ejerciese un importante rol en América Latina. Las palabras del Ministro Canning definían en 1825 la política británica: Los hechos están ejecutados, la cuña lanzada. Hispano América es libre y si nosotros llevamos bien nuestros asuntos ella será inglesa. En cuanto a los resultados prácticos de esa política, el Imperio inglés no pudo quejarse de sus ministros.
Los ganaderos y terratenientes argentinos, agentes de esa política inglesa, gobernaron la Argentina desde la caída de Rosas. Ellos designaron con el nombre de Jorge Canning una calle de Buenos Aires.
En algunos casos, la diplomacia europea promovió y financió directamente la guerra de independencia de España; en otros, apoyó a los terratenientes criollos que iniciaron el movimiento. En los casos restantes, se vio reducida a esperar y observar. Los desinteresados viajeros ingleses que animaron la literatura de costumbres con sus detallados relatos, no deben haber escrito solamente esas crónicas en sus instructivos viajes. Los archivos del Ministerio de Colonias de Su Majestad Británica podrían revelar quizás que esos viajeros cultivaron otro género de reports, además de la literatura descriptiva. Pero esta es una conjetura estética. Lo indudable es que la abierta aparición del capitalismo europeo en el continente latinoamericano (en 1823 Inglaterra abre consulados en todos los países y Baring Brothers realiza el primer empréstito en 1824), coincide simétricamente con la pérdida efectiva de la autodeterminación nacional de América Latina. En el período mundial en que se organizaban las naciones, era quebrantada la unidad política del continente hispánico. La verdadera colonia comenzaba.
En realidad, la política del librecambismo, sin mencionar la formación de una ideología democrática semi-colonial que implicó, aniquiló toda posibilidad de industrias regionales, en la medida que podían significar un peligro de competencia en sus similares extranjeras. Así quedó subordinado el destino histórico del continente latinoamericano al capitalismo europeo en su etapa preimperialista. Y fue justamente esta subordinación la que permitió a las naciones adelantadas obtener la capitalización suficiente para facilitar al régimen capitalista su proceso hacia el imperialismo. Redondeando el ciclo, la etapa imperialista remachó las cadenas del continente semicolonial. Aumentó su dependencia del mercado europeo, transformándolo en proveedor de materias primas y en comprador de productos industriales.
La tradición ideológica de la revolución francesa, fundamental y fecunda para la lucha contra el feudalismo europeo antihistórico, resultó funesta para la evolución latinoamericana, pues fue uno de los factores paradojales que le impidió realizar en suelo americano una revolución semejante; bajo la máscara del liberalismo político, se introdujo el liberalismo económico, dos caras de una moneda colonial que iba a circular como símbolo de nuestro atraso histórico. En esta contradicción fundamental radica el fraude elaborado por un siglo y medio de crónica oligárquica.
Los fundamentos materiales de la unificación no estaban al alcance de los precursores. Apenas disponían de la limitada realidad aludida en el aforismo de Sarmiento: Las ideas de los pueblos están escritas en el suelo que habitan, aforismo no menos limitado, pero ideal para deducir de las llanuras de Venezuela y Argentina un destino de países ganaderos y el mito de la barbarie llanera o gaucha-. Bolívar y San Martín, y los que siguieron, no tenían otra cosa que el suelo, inmenso, despoblado, inculto. Representantes de una clase dominante, ligada primero por la geografía y luego por la historia a los litorales extra-nacionales, era la suya una sociedad de transición surgida en el siglo de los grandes estados, y, peor aún, en el siglo engendrador de los grandes imperios del capital financiero. América Latina pagaba con la entrega de su economía el tributo de haber sido descubierta y colonizada por España en el período de su putrefacción lenta e ingloriosa.
Ese es, en grandes líneas, el itinerario de la desintegración de los viejos Virreinatos americanos. A pesar de que recién en el período iniciado con la guerra de Cuba (1898-1914), puede situarse la aparición histórica del imperialismo, a mediados del siglo XIX las grandes potencias daban los primeros pasos para consolidar políticamente sus conquistas coloniales. Es de fundamental importancia indicar que, según Lenín, antes del surgimiento formal del imperialismo, ya existían en Inglaterra dos de sus grandes elementos distintivos: inmensas posesiones coloniales y situación monopolista en el mercado mundial. El continente latinoamericano era un bocado apetitoso y de su fragilidad política dependería que el régimen de inversiones que sucedió al régimen de saqueo, tuviera abierto el camino, favorable la legislación, reducidos los impuestos, abiertas las aduanas. Convenientes eran también gobiernos amigos, pero poco fuertes. La política de división en las colonias emancipadas fue la norma número uno del capitalismo europeo. Es por ese motivo que la diplomacia británica, desde los comienzos de la existencia política independiente, ejerciese un importante rol en América Latina. Las palabras del Ministro Canning definían en 1825 la política británica: Los hechos están ejecutados, la cuña lanzada. Hispano América es libre y si nosotros llevamos bien nuestros asuntos ella será inglesa. En cuanto a los resultados prácticos de esa política, el Imperio inglés no pudo quejarse de sus ministros.
Los ganaderos y terratenientes argentinos, agentes de esa política inglesa, gobernaron la Argentina desde la caída de Rosas. Ellos designaron con el nombre de Jorge Canning una calle de Buenos Aires.
En algunos casos, la diplomacia europea promovió y financió directamente la guerra de independencia de España; en otros, apoyó a los terratenientes criollos que iniciaron el movimiento. En los casos restantes, se vio reducida a esperar y observar. Los desinteresados viajeros ingleses que animaron la literatura de costumbres con sus detallados relatos, no deben haber escrito solamente esas crónicas en sus instructivos viajes. Los archivos del Ministerio de Colonias de Su Majestad Británica podrían revelar quizás que esos viajeros cultivaron otro género de reports, además de la literatura descriptiva. Pero esta es una conjetura estética. Lo indudable es que la abierta aparición del capitalismo europeo en el continente latinoamericano (en 1823 Inglaterra abre consulados en todos los países y Baring Brothers realiza el primer empréstito en 1824), coincide simétricamente con la pérdida efectiva de la autodeterminación nacional de América Latina. En el período mundial en que se organizaban las naciones, era quebrantada la unidad política del continente hispánico. La verdadera colonia comenzaba.
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