LA INSOLENCIA DEL PODER
Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior Enero 2004
El pasado jueves, el presidente George W. Bush asumió su segundo mandato en Estados Unidos. El miércoles, quien fungiera como Consejera de Seguridad Nacional durante el primer período, Condoleezza Rice, uno de los halcones de esa administración, recibió el visto bueno del Comité de Política Exterior del Senado, por 16 votos contra dos, para desempeñarse como secretaria de Estado.
Si no fuera porque respecto del curso general de los actos de la megapotencia hay certidumbres y no hipótesis, no se podría menos que observar con inquietud esta confirmación que el pueblo y el Congreso norteamericano dieron a dos figuras que simbolizan lo más duro de su política exterior.
En la práctica, sin embargo, no parece que existan en el esquema de poder norteamericano alternativas a esta orientación, como no sean algunas variaciones cosméticas que los demócratas podrían haber introducido respecto de cuestiones de procedimiento.
La agresividad estadounidense se pone de manifiesto tanto en lo aparentemente menor como en lo grande. El maltrato de que fuera objeto el canciller argentino, Rafael Bielsa, en el aeropuerto de Miami, fue una demostración de arrogancia y desprecio en pequeña escala. Bielsa fue sometido a un desagradable interrogatorio en el hall de la estación aérea luego de protestar por la demora de su vuelo, sin tomar en cuenta su investidura ni el hecho de que venía de presidir la reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Luego le devolvieron su equipaje revuelto, con la notificación de que había sido inspeccionado. No hubo excusas oficiales, que sepamos, ni el canciller se ocupó de reclamarlas, aunque el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino elevó después una protesta por el episodio.
Desparpajo
Aún más preocupante es que este estilo matonesco no sólo se ejerce contra un funcionario de un país latinoamericano sino que se explaya en las tribunas más altas y se matiza con esa insolencia que deviene del desparpajo y de la negación deliberada y maliciosa de lo que es a todas luces evidente.
En su exposición ante el comité del Senado que debía confirmar su nominación como secretaria de Estado, Condoleezza Rice, por ejemplo, tras repetir sus amenazas a Irán y Corea del Norte, arremetió otra vez contra Venezuela.
Hay que mirar al gobierno venezolano como una fuerza negativa en la región, dijo. Dedicaré tiempo a la Organización de Estados Americanos para que aplique su Carta Democrática a los dirigentes que no gobiernan en forma democrática a sus países, a pesar de haber sido elegidos democráticamente...
Seis victorias electorales en un marco de turbulencia golpista parecen ser insuficientes a la flamante secretaria de Estado para otorgarle al gobierno de Hugo Chávez las credenciales de demócrata.
Aunque revuelvan el estómago, es inútil enojarse por estas expresiones: son parte del viejo juego del cinismo que los poderosos suelen desplegar contra los débiles en el escenario mundial.
Parafraseando a Pascal, podríamos decir que la fuerza tiene razones que la razón no entiende.
Pero lo que sí hay que tomar en cuenta son las proyecciones concretas que esos despliegues de arrogancia implican. Irán y Venezuela parecen ser los próximos blancos del activismo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Pentágono, y esto es grave.
En este marco hay que evaluar el secuestro de Rodrigo Granda, en Caracas. Presunto canciller de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), Granda no tenía requerimientos de parte de la Justicia colombiana, aunque con posterioridad a su secuestro el pedido de captura fue sometido a Interpol Venezuela.
Es difícil que este episodio que promovió un distanciamiento en las relaciones entre Bogotá y Caracas resulte sólo del deseo de neutralizar a un elemento subversivo. Detrás de él, parece diseñarse una maniobra típica de inteligencia. Una ofensiva a fondo para terminar de desgastar a Chávez sería una forma de torpedear por largo tiempo la incipiente unidad
latinoamericana. Ésta comenzó a tomar cuerpo con el rechazo al Área de Libre
Comercio de las Américas (Alca) y la conformación de la Unión Sudamericana, hoy apenas algo más que un sello sobre el papel, pero con potencialidades asombrosas.
Catalogar a Chávez como protector de la narcoguerrilla y arrastrarlo a un foro donde debería defenderse de ese cargo, promovería un circo mediático dirigido a desestabilizarlo. A partir de allí sólo faltaría darle la puntilla. Aunque, ¿quién le pone el cascabel al gato?
La Voz del Interior Enero 2004
El pasado jueves, el presidente George W. Bush asumió su segundo mandato en Estados Unidos. El miércoles, quien fungiera como Consejera de Seguridad Nacional durante el primer período, Condoleezza Rice, uno de los halcones de esa administración, recibió el visto bueno del Comité de Política Exterior del Senado, por 16 votos contra dos, para desempeñarse como secretaria de Estado.
Si no fuera porque respecto del curso general de los actos de la megapotencia hay certidumbres y no hipótesis, no se podría menos que observar con inquietud esta confirmación que el pueblo y el Congreso norteamericano dieron a dos figuras que simbolizan lo más duro de su política exterior.
En la práctica, sin embargo, no parece que existan en el esquema de poder norteamericano alternativas a esta orientación, como no sean algunas variaciones cosméticas que los demócratas podrían haber introducido respecto de cuestiones de procedimiento.
La agresividad estadounidense se pone de manifiesto tanto en lo aparentemente menor como en lo grande. El maltrato de que fuera objeto el canciller argentino, Rafael Bielsa, en el aeropuerto de Miami, fue una demostración de arrogancia y desprecio en pequeña escala. Bielsa fue sometido a un desagradable interrogatorio en el hall de la estación aérea luego de protestar por la demora de su vuelo, sin tomar en cuenta su investidura ni el hecho de que venía de presidir la reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Luego le devolvieron su equipaje revuelto, con la notificación de que había sido inspeccionado. No hubo excusas oficiales, que sepamos, ni el canciller se ocupó de reclamarlas, aunque el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino elevó después una protesta por el episodio.
Desparpajo
Aún más preocupante es que este estilo matonesco no sólo se ejerce contra un funcionario de un país latinoamericano sino que se explaya en las tribunas más altas y se matiza con esa insolencia que deviene del desparpajo y de la negación deliberada y maliciosa de lo que es a todas luces evidente.
En su exposición ante el comité del Senado que debía confirmar su nominación como secretaria de Estado, Condoleezza Rice, por ejemplo, tras repetir sus amenazas a Irán y Corea del Norte, arremetió otra vez contra Venezuela.
Hay que mirar al gobierno venezolano como una fuerza negativa en la región, dijo. Dedicaré tiempo a la Organización de Estados Americanos para que aplique su Carta Democrática a los dirigentes que no gobiernan en forma democrática a sus países, a pesar de haber sido elegidos democráticamente...
Seis victorias electorales en un marco de turbulencia golpista parecen ser insuficientes a la flamante secretaria de Estado para otorgarle al gobierno de Hugo Chávez las credenciales de demócrata.
Aunque revuelvan el estómago, es inútil enojarse por estas expresiones: son parte del viejo juego del cinismo que los poderosos suelen desplegar contra los débiles en el escenario mundial.
Parafraseando a Pascal, podríamos decir que la fuerza tiene razones que la razón no entiende.
Pero lo que sí hay que tomar en cuenta son las proyecciones concretas que esos despliegues de arrogancia implican. Irán y Venezuela parecen ser los próximos blancos del activismo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Pentágono, y esto es grave.
En este marco hay que evaluar el secuestro de Rodrigo Granda, en Caracas. Presunto canciller de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), Granda no tenía requerimientos de parte de la Justicia colombiana, aunque con posterioridad a su secuestro el pedido de captura fue sometido a Interpol Venezuela.
Es difícil que este episodio que promovió un distanciamiento en las relaciones entre Bogotá y Caracas resulte sólo del deseo de neutralizar a un elemento subversivo. Detrás de él, parece diseñarse una maniobra típica de inteligencia. Una ofensiva a fondo para terminar de desgastar a Chávez sería una forma de torpedear por largo tiempo la incipiente unidad
latinoamericana. Ésta comenzó a tomar cuerpo con el rechazo al Área de Libre
Comercio de las Américas (Alca) y la conformación de la Unión Sudamericana, hoy apenas algo más que un sello sobre el papel, pero con potencialidades asombrosas.
Catalogar a Chávez como protector de la narcoguerrilla y arrastrarlo a un foro donde debería defenderse de ese cargo, promovería un circo mediático dirigido a desestabilizarlo. A partir de allí sólo faltaría darle la puntilla. Aunque, ¿quién le pone el cascabel al gato?
0 comentarios