EN EL MARCO DEL HOMENAJE A FORJA SE REALIZÓ EL ACTO DE PRESENTACION DE "EL SIGLO VIOLENTO" DE ENRIQUE LACOLLA, EL SEGUNDO LIBRO DE EDICIONES CAMINOPROPIO. PRESENTARON EL LIBRO, ANTE 50 COMPAÑEROS Y AMIGOS PRESENTES, FRANCISCO PESTANHA DE PENSAMIENTO NACIONAL, ALBERTO GUERBEROF DE CAUSA POPULAR Y ENRIQUE OLIVA DEL INSTITUTO MALVINAS. A CONTINUACION REPRODUCIMOS LAS PALABRAS QUE DIRIGIO ENRIQUE LACOLLA.
Difusión: Causa Popular
Como lapso histórico, el siglo XX dura todavía, si nos atenemos a los datos que configuran el movimiento del mundo desde 1914 hasta la fecha. Más que nunca vivimos en la era de la guerra mundial, aunque en la larga y revolucionaria andadura de estos años hayan surgido y caído regímenes y se haya articulado una superpotencia hegemónica que aparentemente ha emergido victoriosa de la polémica entre ideologías, sistemas económicos y poderíos militares.
Estados Unidos se postula abiertamente a la supremacía global, tras el naufragio o el eclipse de sus rivales a lo largo de un siglo. La Alemania del káiser Guillermo y de Adolfo Hitler, el Japón del Mikado, la Unión Soviética y, último pero no el menos importante, el Imperio Británico. Que al comienzo de esta larga disputa era primus inter pares, pero que se agotó en el largo esfuerzo realizado por conservar su puesto y cuya matriz original, la Gran Bretaña, se resigna ahora a fungir de adláter de la megapotencia.
Hasta el momento el único ganador de este torbellino, en términos absolutos, es Estados Unidos. Pero el ser ganador en las condiciones del mundo actual, plantea el peligro de creer que esa victoria puede ejercerse en provecho propio. Y no es así. Los problemas que aquejan al mundo aun son más devastadores que en 1914, sólo que no hay vectores nacionales o sociales que puedan asumir el reto de pretender resolverlos por cuenta propia. Ni siquiera Estados Unidos, pese a su musculatura.
Acaparar una victoria, en efecto, no siempre significa resolver los problemas que llevaron a la guerra. Un planeta dividido entre ricos y pobres, entre naciones bien provistas, y otras indigentes o miserables; donde la riqueza se concentra cada vez más y la pobreza se expande cada vez más rápido; recorrido por dilemas morales que giran en torno de la bioética, acosado por el espectro del hambre a pesar de sus enormes riquezas, con problemas crecientes de abastecimiento energético y de deterioro ambiental, con una progresión demográfica que desde el mundo sumergido golpea a las puertas del mundo desarrollado; con enormes problemas de representatividad política que establecen a su vez un campo de elección para la proliferación de las conspiraciones oligárquicas y de los credos fundamentalistas que reaccionan contra la crisis de identidad que resulta de este vacío…, este mundo es una bomba de tiempo.
Sólo conociendo lo que nos ha traído hasta aquí, es posible empezar a representarse cuáles pueden ser las salidas de este laberinto. No podemos hablar de modelos hechos; todo tiene que hacerse a partir de ahora. Pero partir de aquí no supone desconocer lo que nos ha precedido y nos ha traído adónde ahora estamos, sino entenderlo puntualmente.
La información que nos brinda la historia oficial de nuestro tiempo está, al menos en lo referido al material que se arroja para el consumo de las masas, afligida de una distorsión que se funda en la confección de verdades hechas, sacrosantas, contra las cuales es imposible rebelarse a menos arriesgar la calificación de totalitario, fascista, antisemita, comunista o, simplemente, autoritario. En el campo de los estudios académicos no siempre la situación es mejor: hay un temor cerval a irrumpir con posturas que de alguna manera tiendan a modificar los lugares comunes de la versión "democrática" de la historia –en la acepción que el establishment da al término democrático, es decir, la de una representatividad donde lo que cuentan son los representantes y no los presuntamente representados. Condenados, estos, a elegir entre fórmulas que difieren en la superficie pero jamás en el fondo, que sostienen la infalibilidad del mercado y del laissez faire, cualquiera sea el costo que su mantenimiento suponga para quienes no están en condiciones de dirimir fuerzas con los gigantes de la economía mundial.
Este es el panorama, que repropone, a una escala incomparablemente superior, la inviabilidad del sistema capitalista tal como lo conocemos, devolviéndonos a la época de las grandes propuestas para derrocarlo o, al menos, modificarlo radicalmente.
Se dirá que ahora no hay un proletariado operante, que esté en condiciones de gravitar políticamente para estrangular al sistema a través de la huelga o, eventualmente, la insurrección revolucionaria. Es cierto. Pero deberíamos tomar en cuenta que, en el pasado, ese proletariado no operó por cuenta propia sino que, en todas las ocasiones, su espontaneidad hubo de ser canalizada por partidos de extracción en esencia pequeño burguesa, cuya operatividad fue henchida por las masas obreras y campesinas, carentes sin embargo de una vocación de poder arraigada tal como lo era la de la burguesía.
Esas masas, en definitiva, apuntaban muy natural y legítimamente a configurarse como un estrato propietario, a convertirse en clase media, en el caso de los proletariados urbanos; y, en el de los países sometidos al coloniaje, a acceder a esa dignidad a través de una revolución nacional que sacudiese el yugo extranjero.
Hoy, tanto el proletariado como la clase media y las sociedades dependientes, están sometidos a la presión del imperialismo más anónimo que imaginarse pueda; pero que de alguna manera recibe el contrachoque de ese anonimato en la forma de una conducción irresponsable, incapaz de forjarse una idea de equilibrio y entregada a una especie de dinámica preventiva originada en cálculos mecánicos mucho más que en una evaluación racional de las cosas.
La "guerra preventiva" que los planificadores del Imperio enarbolan como sistema para demoler no sólo a las oposiciones que encuentran en su camino sino para preparar la aniquilación de sus potenciales rivales, es simbólica de esta manera inhumana de calcular las cosas. El arte, que suele prodigar anticipos muy reveladores de las corrientes subterráneas que trabajan a la cultura, un par de décadas atrás ya estaba pronosticando el advenimiento de esta era de monstruos que se está inaugurando, a través de un filme de gran éxito: Terminator, donde las máquinas, que se habían adueñado de las palancas del poder, habían condenado a la entera raza humana al exterminio en razón de su incapacidad para seguir las normas automáticas –es decir, inhumanas- del cálculo electrónico.
Más que una ironía, es una confirmación de la pertinencia de ese anticipo el hecho de que el actor que personificaba al robot asesino en esa película, se haya convertido en el actual gobernador de California.
Los Bush, Reagan, Schwarzenegger, son exteriorizaciones de la máquina, fantoches parlantes de un régimen deshumanizado que prosigue ciegamente un camino dictado por el criterio de la maximización de la ganancia y por un social darwinismo que propugna la supervivencia de los más fuertes, sin atender al delicado hecho de que esa fortaleza no es tanto el resultado de la selección natural, sino más bien la consecuencia de prácticas predatorias cultivadas durante siglos y que si bien han hecho avanzar al mundo, lo han llevado al borde un abismo donde esos métodos deben ser revisados si no se quiere que nos arrojen a él.
Hay que tener en cuenta que el capitalismo está agotando los recursos naturales del planeta sin tener todavía los recursos para desarrollar fuentes energéticas alternativas y sin una clara capacidad de frenar el deterioro ecológico, como no sea apelando al control manu militari de las reservas que quedan y a la coerción o el avasallamiento de los países y pueblos donde estas se encuentran. Lo que naturalmente promete una catarata de problemas de consecuencias imposibles de pronosticar.
Generar alternativas a este estado de cosas es por lo tanto imperioso. Pero sólo se podrá descubrirlas andando. La generalización de un "cognitariado" –es decir, de una infinidad de personas capaces de lidiar con la tecnología y de decodificar sus pautas, es esencial a este proceso y también connatural a él, pues es lo único que puede dotar de linfa a los conductos por los cuales circula el conocimiento. Pero esta generalización implica también un previo desarrollo de las potencialidades culturales, intelectuales, sociales y productivas de los países que se encuentran bajo la férula del sistema imperialista.
Este desarrollo, a su vez, sólo puede lograrse continuando las luchas que distinguieron al inmediato pasado en su doble dimensión: la que nos afectó directamente y la que lo enmarcó desde una circunstancia externa. Conocer estas coordenadas resulta, por lo tanto, un expediente indispensable para ir forjando las armas de la liberación. La máquina de desinformar e incomunicar hace de la distorsión de la historia un recurso para el desarme intelectual y político de las jóvenes generaciones. El maniqueísmo, la "macchietta" biográfica, el reduccionismo y la versión made in Hollywood de los fenómenos de la historia contemporánea, se dan la mano con una versión pasteurizada del progresismo, que lo entiende no ya como un combate por la revolución social, la liberación nacional y la solidaridad humana, sino más bien como un expediente para salvar a las minorías "transgresoras"; para propagandizar una liberación de las costumbres que se parece demasiado al hedonismo y para generar conflictos secundarios que tapen con su ruido las grandes contradicciones fundamentales: capitalismo y socialismo, dependencia y liberación nacional, políticas hegemónicas de poder y luchas por la liberación de las masas postergadas y explotadas.
El libro que presentamos hoy quiere ser una síntesis de los acontecimientos que han dominado el siglo XX puestos bajo la luz de esta problemática fundamental. Para ello he intentado seguir el hilo rojo de los fenómenos más ostensibles de una historia "evenemencial" tan dramática como catastrófica, tan explosiva como llena de posibilidades de hacer el bien o el mal a manos llenas. La guerra del ’14 como apertura a las tempestades del mundo moderno, la tregua significada por el período de entreguerras, la reproposición del conflicto por el poder mundial y su definición entre 1939 y 1945, el nuevo antagonismo surgido de esta; la manifestación del reclamo de los pueblos coloniales y dependientes (proyección global y magnificada de la escisión en clases del mundo desarrollado); y, por cierto, la forma peculiar que este combate adopta en nuestra parte del mundo. En esta América latina que todavía no termina de encontrarse pero que cuenta, a pesar de todos sus inconvenientes, con un capital inapreciable en el mundo de falsas contradicciones étnicas al que nos están llevando: su capacidad de asimilación racial y de mezcla cultural.
Este tesoro es fruto del carácter aluvional de la conquista, colonización y mestizaje que estas sociedades vivieron y siguen viviendo, y donde es factible reconocer, como lo señala Arturo Uslar Pietri, una serie de factores que se influyen mutuamente a lo largo del tiempo. Entre ellos la fusión de los españoles con las distintas civilizaciones indígenas, el aporte de los esclavos africanos, las varias oleadas inmigratorias que se aposentan en estas playas y el espacio, el espacio americano, que propone paisajes, climas y accidentes geográficos muy variados en una tierra sin confines, que por este mismo carácter de apertura infinita predispone a la libertad y a la asimilación de lo nuevo.
Como en toda síntesis, es infinitamente más lo que ha quedado afuera que lo que ha entrado en este libro. Pero, dentro de este obligatorio límite, espero haber dado en el clavo y haber construido un relato útil, sobre todo para los jóvenes, de esta época que nos arrastra y que contiene todas las expectativas paroxísticas y las condenas de la maldición china que reza: "ojalá te toque vivir en una época interesante".
Y bien, somos patriotas de nuestro tiempo y, en medio de tanta convulsión y en el subibaja de la historia, agradecemos poder combatir todavía en esta batalla.