ILUMINADOS POR EL FÓSFORO
ILUMINADOS POR EL FÓSFORO
Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior - Córdoba
20 de Noviembre de 2005
Irak sigue siendo noticia. Y, a decir verdad, con justificación, pues allí se ventila mucho de lo que está en juego en el mundo de hoy y se experimenta un tipo de guerra que, según lo confiesan los mismos analistas de Estados Unidos, va a distinguir las confrontaciones militares por largo tiempo.El general John F. Kimmons, jefe de los servicios de inteligencia del Ejército norteamericano, por ejemplo, no se recata en decir que, más allá de lo que acontezca en Irak o Afganistán, la lucha contra la insurgencia (que él califica de terrorista y fundamentalista) va a seguir por muchas décadas más en otras partes del mundo.
Resulta obvio que la “guerra infinita” que proclamaba el presidente George W. Bush inmediatamente después del 11-S, está en marcha y no habrá de detenerse.
Quizá sea hora de hacer las cuentas con esta perspectiva, pues ella no tiene visos de modificarse, cualquiera sea la opción política que se imponga en el Imperio. A menos que algún contratiempo de veras serio afecte a fondo la base social en la que se apoya su establishment y mine desde adentro la política hegemónica en que se ha embarcado.
El mismo general Kimmons, en un reportaje publicado por la National Defense Magazine, entiende que será una lucha larga y difícil y pretende que la clave para vencerla es un cambio radical en la concepción de la cadena de comando, que debería mutar de su actual verticalidad a una estructura horizontal.
En ésta, las decisiones se tomarían a nivel de pelotón o de sección, a partir de una red informática horizontal (flat network) que mantendría la comunicación entre las pequeñas unidades y les consentiría adoptar resoluciones de manera independiente y casi instantánea respecto de un objetivo fluido y en permanente movimiento, al que resulta difícil fijar en el campo de batalla.
El jefe norteamericano hace hincapié en la habilidad de los resistentes iraquíes para aprender de su enemigo y para aplicar las filmaciones de combate a la propaganda y al aprendizaje táctico, mientras aprovechan las posibilidades de Internet para intercambiar datos y para configurar un mensaje político y religioso que vulnera las barreras de los medios de comunicación comerciales, consintiéndoles elaborar un contradiscurso que rebate al discurso dominante.
Se trata de “un enemigo que inspira respeto, persistente y comprometido”, concluye.
Esta exposición, impregnada de un frío realismo militar, debería compararse con los análisis de otros comentaristas, que estiman por lo bajo a la resistencia iraquí, conceptuándola como muy inferior a la que se produjera en Vietnam.
Estos análisis deducen que el movimiento insurreccional está condenado, porque carece de importantes apoyos externos, no tiene una dirección y un objetivo únicos, no posee una ideología que aglutine de manera racional a sus militantes y se encuentra desprovisto de móviles modernos.
Todo esto es verdad, hasta cierto punto. En efecto, no hay muchas probabilidades de una victoria que pueda compararse a la obtenida por Ho Chi Minh y sus continuadores en el sudeste asiático.
Pero, ¿no será justamente la falta de comando único, la dispersión ideológica y celular de los militantes contra la ocupación y, a pesar de esto, su habilidad para manipular la tecnología, lo que les permitirá adaptarse a las condiciones de la “guerra infinita” que preconiza el sistema?
Viejas prácticas
En oposición a lo predicado por Kimmons, los procedimientos en batalla del ejército norteamericano no desdeñan los elementos menos sutiles y más brutales de la acción militar.
Las denuncias sobre bombardeos con fósforo blanco sobre objetivos iraquíes vienen a sumarse a las efectuadas sobre los centros de detención clandestinos en Europa oriental, donde se torturaría y quizá se haría desaparecer a los militantes islamistas.
El fósforo blanco sirve tanto para iluminar como para incinerar. Nada lo apaga y arde hasta que se consume. En realidad, es un arma que tuvo un uso extensivo y terrible durante la Segunda Guerra Mundial, durante la cual los británicos la emplearon de forma indiscriminada contra Alemania y los estadounidenses contra Japón.
Las “tormentas de fuego” que consumieron Hamburgo, Dresde y Tokio –y a gran parte de sus habitantes– fueron generadas por ese elemento.
Curiosamente, Adolfo Hitler, que tenía cierta debilidad por el Imperio británico, se abstuvo de usarlo contra Londres, cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, en 1940. Quería pactar con Inglaterra. Después, ya le fue imposible.
Nada permite suponer que la barbarie de los tiempos modernos vaya a menguar. Venimos de un siglo de guerras. Y la guerra seguirá siendo el reaseguro del sistema.
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