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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

enrique lacolla


EL PRISMA DEFORMANTE

<hr><h1><u>EL PRISMA DEFORMANTE</h1></u>
Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior – Córdoba
13 de noviembre de 2005

En los días posteriores a la Cumbre Interamericana de Mar del Plata, proliferaron los comentarios oficiosos en el sentido de que ésta había sido “un fracaso”.

¿Fracaso para quién?, cabe preguntarse. ¿Para la Argentina, para Brasil... o para los Estados Unidos?

Según lo que ellos mismos expusieron, la mayor parte de los analistas que se inclinaron sobre lo actuado en la Cumbre entendieron que ésta había sido un fracaso para la Argentina. Pero esa estimación, ¿no reflejará más bien la óptica distorsionada de quienes están habituados a mirar la realidad no a través de nuestra propia perspectiva, sino a través del prisma deformante que ofrece el sistema mundial que nos domina?

La reunión de Mar del Plata fue un éxito inequívoco para los países que resisten a la aplanadora del Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), que en la práctica sancionaría la extinción de cualquier posibilidad de desarrollo autocentrado de esta parte del planeta. Quizá no la haya enterrado, como quiere suponer el presidente venezolano Hugo Chávez, pues el Imperio tiene múltiples recursos y una persistencia a toda prueba, pero no hay duda de que le infligió un grave traspié.

Al mismo tiempo, dio a luz una nueva constelación sudamericana configurada por los países del Mercosur más Venezuela. Constelación que, por primera vez, se erige como una opción viable para el fortalecimiento regional, indispensable ante una crisis mundial día a día más grave.

Una curiosa noción de la democracia

Es curiosa la forma en que sustentan su crítica muchos de los comentadores negativos del hecho, oficiosos o no, porque entre ellos se encuentra nada menos que el presidente de México, Vicente Fox. Su argumento maestro parece ser el carácter desconsiderado (y en cierto modo, antidemocrático) del pronunciamiento de los países del Mercosur y Venezuela.

En efecto, según ellos, violentaríamos la lógica y nos aislaríamos al asumir una posición contraria a la de la “gran mayoría” de los países del hemisferio occidental.

Una vez más, ¿de qué mayoría nos hablan? Los países del Mercosur y Venezuela suman 75 por ciento del producto interno bruto (PIB) de Sudamérica y agrupan a más de 200 millones de habitantes. Sin embargo, en la compulsa electoral, el voto de la Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay o Venezuela vale lo mismo que el voto, pongamos, de Trinidad y Tobago, que tiene algo más de un millón de habitantes, y de Surinam, con menos de medio millón.

Este democratismo a la violeta contrasta, por otra parte, con las sorprendentes afirmaciones del presidente Fox, en el sentido de que las declaraciones del presidente Néstor Kirchner en contra de la instalación del tema del Alca en la Cumbre estaban dirigidas a ponerse en sintonía con su pueblo y no a asumir la actitud de un estadista responsable.

¿Querrá significar Fox con esto que la responsabilidad del estadista implica darles la espalda a los deseos del pueblo que lo ha votado? En ese caso, ¿cómo compagina esa actitud con la democracia que defendió al nivel del cónclave?

Las embestidas en pro del Alca van a seguir. Pero, más allá de los ajustes tácticos y del reparto de roles entre Argentina, Brasil y Venezuela, por el cual uno dice lo que el otro no quiere decir pero que piensa en el fondo, parece un hecho establecido la resistencia al modelo, requerido por Estados Unidos, de desarrollo dependiente.

Mucho queda por andar, desde luego, y son de esperar retrocesos, golpes y traiciones en el complejo camino que recién ahora comienza a abrirse; pero la actitud mancomunada en ciertos rubros básicos de parte de las principales naciones del subcontinente, más la casi unanimidad de la opinión en el sentido de oponerse ponderadamente al diktat norteamericano, indican que algo cambió en el profundo Sur.

La coincidencia entre al menos una parte del estamento político y la gente, en algunos puntos básicos, es un factor invalorable de progreso.

Es por esto que hay que tener sumo cuidado con los “desconocidos de siempre”, con los apresurados, anónimos y turbulentos provocadores que se enancan en cualquier manifestación popular para promover disturbios que empañan el sentido de una protesta y hacen planear el espectro del caos sobre un clamor popular al que opacan con sus chillidos.

Cuidado con los agentes conscientes o inconscientes del desorden. Ya hicieron naufragar más de una experiencia popular en ascenso. La victoria no se construye en un día, sino que es el fruto de una larga paciencia y de una resolución adamantina.


“EL SIGLO VIOLENTO”

<hr><h1><u>“EL SIGLO VIOLENTO”</h1></u>
CAUSA POPULAR Y EDICIONES CAMINOPROPIO
INVITAN A LA PRESENTACION DEL LIBRO:
"El Siglo Violento"
 Una Lectura Latinoamericana de nuestro tiempo, de Enrique Lacolla
 Un nuevo aporte teórico e interpretativo de la Izquierda Nacional.

 

 
Presentan:
Honorio Díaz - Ernesto Ríos - Alberto Guerberof - Enrique Oliva
18 DE NOVIEMBRE - 19 HORAS

 

TEATRO VERDI
Av. Almirante Brown 736
La Boca - Ciudad de Buenos Aires 
LA presentación se realiza como parte del cronograma de conferencias de "FORJA: 70 años de pensamiento
nacional" y en conmemoración del Día de la Soberanía.

 Auspician:

 Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas - Museo Evita - Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación

- Pensamiento Nacional - ISO Suterh - Secretaria de Cultura de la CGT - Perón Vence al tiempo

 

Enrique Lacolla es escritor y periodista. Fue docente de Historia del Cine en la Escuela de Artes de la Universidad
Nacional de Córdoba durante tres décadas. Analista de temas internacionales y columnista político en
La Voz del Interior. Tiene publicados Cine épico e historia (1970), El oficio de ver (1998), Contra el viento (2002)
y El cine en su época (2003).

 


EL SUBSUELO DE LA CUMBRE

<HR><h1><u>EL SUBSUELO DE LA CUMBRE</h1></u>

Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior – Córdoba
Domingo 6 de noviembre de 2005-11-06

Una ciudad blindada, una Cumbre Interamericana contrastada por una Cumbre de los Pueblos que se proyectó como su contrafigura; la dificultosa redacción de un texto final que no terminó de cuajar y que no pudo disimular la división entre los estados firmantes respecto del tema capital del libre comercio para las Américas; la puesta en valor de alianzas explícitas o implícitas entre los participantes de la reunión y la pésima opinión que la mayor parte de los habitantes del país que hospedó el encuentro no se recató de manifestar respecto del presidente de Estados Unidos, pusieron a la asamblea interamericana de Mar del Plata bajo una luz muy diferente de la que bañó este tipo de encuentros en épocas pasadas.

Los tiempos han cambiado desde los consensos mecánicos que distinguieran a casi todas las reuniones de esta naturaleza. En las cuales, cuando mucho, había un país anatematizado por Estados Unidos y una coincidencia con ese punto de vista otorgada más o menos a regañadientes por los restantes miembros de la comunidad americana.

Todo esto es interesante y estimulante. Pone de relieve un hecho básico: que América latina empieza a adquirir un perfil propio y que su sujeción al imperio o a los imperialismos ya no es percibida como una fatalidad sino como un hecho al que hay que modificar.

PROTAGONISMOS

Esta percepción, sin embargo, debe ser articulada a través de hechos concretos, y los hechos concretos son el resultado del accionar de personas concretas y de fuerzas políticas y sociales específicas. La intolerancia al estado de cosas está cada vez más difundida entre la gente, pero,
¿cuál es el grado de percepción que de esta situación existe entre los núcleos dirigentes de América latina y, sobre todo, cuánta es su voluntad de ponerse al servicio de la tendencia unitaria que está emergiendo?

Diríase que muy irregular. En primera línea está el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que concentra muchos de los rasgos del caudillo populista latinoamericano.
Populista, desde nuestra óptica, no es una denominación peyorativa sino un dato que ilustra una realidad, la de la personalidad que llena, con carácter vicario, el rol que la burguesía y sus ramificaciones políticas deberían cumplir como factores aglutinantes de la nación.

La incapacidad o la cobardía histórica de ese estamento social en América latina ha sido proverbial y es lo que ha impulsado el surgimiento de este tipo de alternativa personalista; alternativa que arrastra, como es comprensible, tanto las virtudes como los defectos de quien la encarna.

Chávez tiene más de las primeras que de los segundos. Entre ellas se cuenta la de entender la imposibilidad de enfrentar, en solitario, a los factores que condicionan nuestra dependencia.
De ahí su énfasis tan fuerte en la necesidad de proceder de forma mancomunada y su esfuerzo por sumarse al Mercosur.

Los otros dos mandatarios latinoamericanos que encarnan una opción por la soberanía, con matices más opacos pero desde bases nacionales de mayor peso, son el brasileño Luiz Inácio “Lula” da Silva y nuestro Néstor Kirchner. Ambos han arropado al mandatario venezolano en algunos de los momentos más difíciles de su gestión y no parece que vayan a cejar ahora.

Pero para que su orientación correcta en el plano de la política exterior tenga resultados reales, es necesario que acometan reformas en su propia casa. Son demasiados los ítems con los que están en deuda y que podrían resolver sin apelar a expedientes drásticos. En la Argentina, por ejemplo, falta resolver la materia pendiente de una reforma fiscal progresiva que ayudaría a propulsar el despegue en asuntos como la vivienda, el transporte, una red troncal de autopistas, la salud, la educación y el fomento de la industria automotriz y de las Pymes. Cosas que están al alcance de la mano, a poco que se ponga un poco de voluntad, de rigor en la implementación de las políticas de crédito y de transparencia en lo que se actúe.

La compulsa de Clarín sobre el grado de identificación que el público sentía respecto de los mandatarios visitantes arrojó un claro ganador: Chávez. ¿No dice algo este dato?

Algo se mueve en las profundidades del continente. No es nada catastrófico, a menos que sea violentamente contrariado.
Tan sólo indica un deseo de cambio que expresa una voluntad de ser. Iberoamérica, como proyecto unitario, pasa por la afirmación de sus pueblos y ésta sólo puede provenir de su liberación de la dependencia y de la implantación de la justicia social en su seno.


AMÉRICA LATINA

<HR><H1><U>AMÉRICA LATINA<h1></u>

ENTRE LA IMPROVISACIÓN Y EL CAMBIO

Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior - 31 de Octubre de 2005

Todo presente es difícil de desentrañar. Se exhibe bajo múltiples facetas, tiene una gran variedad de resoluciones posibles y, aunque el conocimiento de la historia puede consentir que se disciernan en él muchos elementos recurrentes e indicaciones provechosas para plantarse frente a la realidad, la proyección de ésta a futuro dependerá en gran medida del grado de decisión y conciencia que los individuos sean capaces de generar en sí mismos, y de su aptitud para medir sus fuerzas y las de los adversarios con los que eventualmente les tocará enfrentarse.

Incluso entre quienes comparten una perspectiva ideológica o comprenden la realidad de acuerdo a valores comunes, la calidad de la apreciación difiere notablemente. Es la anécdota del vaso medio lleno o medio vacío. Están quienes ven las cosas con un lente oscuro y quienes buscan los costados positivos de esas mismas cosas. Encontrar un equilibrio entre esos dos factores debería ser la tarea de todo político bien intencionado, sea reformista o revolucionario.

Aquí y ahora

La hora actual de América latina está poblada de elementos de una vivacidad y una positividad extraordinarias, que ponen sobre el tapete el tema esencial de su unidad después de que éste fuera negado durante años o estuviera relegado a su formulación retórica.

La situación se deriva de los riesgos que emanan de la globalización, del absoluto fracaso de las recetas neoliberales para la economía puestas en práctica durante las últimas décadas, de la recomposición de las fuerzas populares después del espantoso castigo que sufrieran durante la década de 1970 y de su triste manipulación en la etapa, equívocamente designada como democrática, que la siguió de inmediato.

Los sucesos argentinos de diciembre de 2001, la irrupción de Hugo Chávez en Venezuela, el ascenso de Luiz Inácio “Lula” da Silva en Brasil, las puebladas bolivianas que desalojaron a Gonzalo Sánchez de Losada y el arribo al gobierno de formulaciones políticas que en general pueden calificarse como social-reformistas en Argentina, Chile y Uruguay están designando un momento al que los gobiernos del continente no pueden sustraerse del todo, aunque quienes los encabecen no compartan, o no compartan siempre o en igual medida, el ideal sanmartiniano y bolivariano de la unidad latinoamericana.

Un indicio de cómo están las cosas lo brindó la Cumbre Iberoamericana de Salamanca, que escapó hasta cierto punto del floripondio retórico que suele envolver este tipo de encuentros, para aproximarse a algunas formulaciones concretas –como el rechazo del bloqueo a Cuba y la exigencia del juzgamiento del terrorista anticastrista Luis Posada Carriles, señalado por el abatimiento de un avión cubano de pasajeros en la década de los ’70– que denotan una actitud mucho menos complaciente que la acostumbrada hacia Estados Unidos.

La preocupación de éstos frente a este retobo se exteriorizó en el reclamo de la sustitución, en el documento final de la cumbre, de la palabra “bloqueo” a Cuba, por “embargo” a Cuba (discordia semántica que se resolvió salomónicamente conservando la primera palabra para el texto español y la segunda para su traducción al inglés), y por una presión en torno al tema del terrorista que redundó en que la conferencia admitiera la posibilidad de que Posada Carriles fuera juzgado en Estados Unidos. Lo que equivale a otorgar un bill de indemnidad al ex colaborador de la CIA.

Los escenarios de la realidad

La tendencia a una reconfiguración del proyecto iberoamericano es un dato emergente de la realidad de hoy. La cuestión, sin embargo, consiste en saber de qué modo se puede articular ese proyecto, cuáles son sus vectores sociales y cómo reaccionará la hiperpotencia ante la veleidad autonómica de su patio trasero.

En el primer rubro no hay excesivas razones para ser optimistas. Si bien la corriente profunda empuja en esa dirección, los grupos dirigentes, las elites de poder, los núcleos empresarios y toda esa constelación que la sociología suele representar con el nombre de burguesía, no se han distinguido en el pasado por una predisposición independentista. Más bien al contrario, se han inclinado a una apreciación muy prudente de sus capacidades en tal sentido, cuando no han formado parte de un sistema de exacción de la riqueza de sus países, sistema del que se beneficiaron y se benefician copiosamente.

Por otra parte, la representación de la realidad que se hacen los sectores medios, donde podrían reclutarse los grupos más predispuestos a enfrentarse con el sistema, suele estar informada por una concepción del mundo un tanto deformada por el problema identitario, que les hace receptar las cosas preferiblemente a través de prismas importados. Lo cual lleva a menudo a que estos sectores sostengan en teoría unos postulados connotados por un radicalismo abstracto y un colaboracionismo práctico, ejercido de modo más bien inconsciente, con el estado de cosas. Lo cual los convierte en objetos más que en sujetos de un devenir histórico.

No se divisan, pues, vectores sociales claramente diferenciados como protagonistas de un decisivo salto hacia adelante. Y sin embargo, el momento es propicio y al mismo tiempo explosivo. Pues si el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se regocijan pronosticando un cuatro por ciento de crecimiento para el conjunto de la región, fuerza es reconocer que ese acopio no recae sobre el conjunto de sus pobladores, sino sobre apenas un 10 por ciento del total de éstos. Ese 10 por ciento concentra una desproporcionada cantidad de riqueza en relación al 60 por ciento de pobres que reúne el área. Y es por lo menos dudoso que ese superávit pueda volcarse a la creación de oportunidades y de nuevas fuentes de empleo si lo que no va a parar a las arcas de los grupos privilegiados (que lo dedican a gastos suntuarios o lo reciclan a paraísos financieros internacionales), es asignado al pago de una deuda “eterna” afín al tema del mito de Sísifo.

¿Paliativos o planificación?

Mientras tanto, desde abajo sube la presión. ¿Cómo responderla? Los artilugios compensatorios, que frenan el descontento a través de paliativos como los subsidios a la desocupación, los bolsones de alimentos, etcétera, son expedientes a los que puede ser necesario apelar por razones humanitarias y para evitar que la situación siga degradándose, pero no suministran ninguna solución. Ésta sólo puede surgir de planes de desarrollo regional de corte democrático, que encuentren en las mayorías un sustento activo y que procuren la formación de cuadros aptos para proseguir en el tiempo con esa clase de emprendimiento.

Éste no se dará por generación espontánea. Tiene que ser empujado por sectores capaces de planificar su desarrollo. Sólo el Estado, las fuerzas políticas imbuidas del sentido de una misión y las fuerzas armadas pueden ir brindando el marco propicio para esta evolución, que debe ser controlada por el ejercicio activo de la participación democrática de los ciudadanos.

Esta potencialidad positiva, desde luego, no va a poder ser liberada sin chocar con la oposición de Washington. Cuál será la naturaleza de ésta, es una incógnita. Mucho depende de los gobiernos que se instalen en el país del Norte. Aunque el interés del establishment estadounidense no contempla un desarrollo del “patio trasero” que convierta a éste en algo distinto de lo que en la actualidad es, a veces la realidad impone arreglos que de otra manera no se aceptarían de buena gana.

De momento, sin embargo, nada indica que Estados Unidos vaya a corregir la mezcla de desinterés e intervencionismo activo, dirigido a poner las cosas en su punto cuando éstas se salen de madre, que caracterizara su política hasta el presente. Más bien al contrario. La presión económica articulada a través de los organismos internacionales de crédito; la hostilidad contra Hugo Chávez, quien es el promotor más enérgico de una nueva realidad latinoamericana asentada en el eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires; el plan Colombia; la proliferación de las Fol (Forward Operating Locations) minibases diseminadas a lo largo y lo ancho de Centro y Sudamérica, y la instalación de una base militar “provisoria” en Mariscal Estigarribia, en el Chaco paraguayo, casi encima del acuífero guaraní y a tiro de piedra de los nudos estratégicos significados por el oriente boliviano y la Triple Frontera, diseñan una perspectiva inquietante.

Reconfigurar América latina para que se dé un destino superando esta pesada oposición es cualquier cosa menos fácil. La lucha entre la inercia de unos grupos dirigentes atados a las fórmulas de un presente inviable y el dinamismo de quienes han tomado conciencia de lo insostenible de la situación, vuelve a erigirse en la piedra de toque de la lucha por el progreso.


 


CÓMO INVENTAR UNA GUERRA CIVIL

<hr><h1><u>CÓMO INVENTAR UNA GUERRA CIVIL</h1></u>
Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior – 23 de Octubre de 2005

Las puestas en escena connotadas por la hipocresía son un plato que el sistema dominante –y, en especial, su expresión suprema, el gobierno de Estados Unidos– sirve al mundo con total consecuencia. Ahora se nos viene encima el juicio a Saddam Hussein, calificado como verdugo de su pueblo por los mismos que victimizan a éste sin piedad.

Que la acusación tenga fundamentos, en especial respecto de los segmentos de la población kurda o de confesión chiíta de ese desdichado país, es más que probable. Pero que quienes propugnaron y hoy hacen posible el juicio sean, en suma, poco más que marionetas del ejército de ocupación, es grotesco.

Sin embargo, así están las cosas, y no es probable que cambien en un futuro inmediato. De hecho, acabamos de asistir a otra vuelta de tuerca en el ya casi irrevocable camino que lleva a Irak a una guerra civil que se superpondrá a la guerra con el ocupante externo, y de la cual el juicio a Saddam puede servir como aditamento explosivo, si no como detonador. Pues Saddam, si bien era un gobernante al que habría que definir como nacionalista laico, se apoyaba en las tribus sunitas para gobernar al país. Y es esta facción la más afectada por la distorsión de la realidad que significa el referéndum constitucional del pasado 15 de octubre.

Velada con la palabra democracia, no por ello la maniobra deja de ser transparente. Los iraquíes fueron llamados a las urnas para apoyar un texto que en su mayoría no conocen, en condiciones de guerra y sin la más mínima coincidencia respecto de si conviene o no responder al llamado electoral.

Los chiítas en su mayoría, y los kurdos en su totalidad, apoyaban el referéndum, mientras que los sunitas, perdidosos en el asunto, se dividían entre quienes querían el rechazo beligerante y los que optaban por la concurrencia, en la esperanza de que podrían rechazar la Constitución si reunían dos tercios de votos negativos en sus provincias.

Los sunitas saben que la nueva constitución permitirá la conformación de un Irak dividido en tres partes, dos de las cuales –ocupadas por chiítas y kurdos– tienen la totalidad de los recursos petrolíferos, de cuyos dividendos los sunitas serían con toda probabilidad excluidos.

Divide para reinar

La destrucción de las formas estatales maduras en los países de composición mezclada pero que habían accedido a un grado considerable de modernidad, es un rasgo del actual imperialismo.

Divide para reinar es un viejo principio romano (divide et impera), propio de las políticas de poder de todas las épocas. Lo que lo hace más repugnante hoy es que, al quebrar uniones nacionales mal que bien asentadas sobre presupuestos políticos antes que sobre particularismos raciales o confesionales, genera una brutal vuelta atrás respecto de un proceso de avance que, con sus vacilaciones, errores u horrores, había aproximado a los países del Medio Oriente a los logros del mundo occidental.

Empujadas por el desastre de esas experiencias de reforma, desastre en gran parte inducido por Occidente, las masas populares de esa conflictiva región se están volviendo cada vez más hacia la ley de la sharia, hacia un fundamentalismo que no excluye la apropiación de los instrumentos de la técnica, pero que reivindica las razones del fanatismo y del exclusivismo religioso y el sometimiento de las mujeres a una interpretación radical del Corán. Es falso que Occidente propicie la democracia para Medio Oriente. De hecho, está creando una resistencia milenarista, potenciada con una tecnología que va de un manejo sofisticado de las instancias comunicacionales que permite Internet a tácticas que abrevan en las fuentes de la guerrilla moderna.

Frente a este tipo de recursos, las tropas de la coalición recurren cada vez más a los expedientes que caracterizaron los emprendimientos más brutales del nazismo.

La semana que pasó, en Ramadi, por ejemplo, tras un ataque insurgente que costó la vida a cinco soldados norteamericanos, aviones y helicópteros de la Unión procedieron a un bombardeo de los parajes aledaños, con un saldo de al menos 70 muertos.

Los mandos estadounidenses adujeron que los muertos eran rebeldes armados, pero los testimonios llegados desde el terreno indican que en su mayoría eran civiles, muchos de ellos congregados para ver los restos de los vehículos norteamericanos destruidos en el ataque guerrillero. ¿Qué diferencia hay entre estos métodos y los que señalaron el comportamiento de los alemanes en Lidice y Oradour? “El medio es el mensaje”, decía Marshall McLuhan, y no parece haber dudas de que Estados Unidos apela en Medio Oriente a todas las variedades de su panoplia para imponer una noción muy singular de la democracia.


LA IDENTIDAD DESCONCERTADA

<hr><h1><u>LA IDENTIDAD DESCONCERTADA</h1></u>

Por Enrique Lacolla


La fabricación de falsos problemas sirve para mantener el debate sobre la Nación en un terreno sin salida

Un asombroso despacho de la agencia oficial de noticias, emitido el mismo día en que se conmemoraba el Día de la Hispanidad o de la Raza (como se guste denominar al 12 de Octubre) puso una vez más de relieve la peculiar separación entre la comprensión de la realidad y la realidad misma, que aflige a nuestra búsqueda identitaria.

En el despacho de marras se define la conquista y la colonización de América como "el genocidio más grande de la historia". En él se alude al "exterminio" de las poblaciones indígenas, al "aplastamiento cultural de su cosmovisión milenaria", al "apetito imperial desplegado por los españoles" y a su "soberbia eurocéntrica".

Por un lado es imposible no poner de relieve la contradicción que se establece entre este enfoque emanado de una agencia oficial, y la celebración, asimismo oficial, del 12 de Octubre.

Pero lo sustancial del problema no reside allí sino más bien en el redespliegue que en él se hace de la leyenda negra que ha envuelto a la epopeya del descubrimiento y colonización de América, iniciada por las justificadas y nobilísimas denuncias de Fray Bartolomé de las Casas -es decir, por un religioso español que se batía por un trato digno a las poblaciones indígenas explotadas por el conquistador-, aprovechadas por los protagonistas de la Reforma protestante, que las utilizaron para ponerlas al servicio de los rivales imperialistas de la Corona española. Quienes por cierto tuvieron mucho más éxito que esta en la tarea de sojuzgar al mundo.

Esa visión maniquea de la historia, en la proyección que encuentra en el imperialismo moderno, sigue implementando estos argumentos con una finalidad muy distinta de aquella a la que aparenta servir. El humanitarismo indigenista, en efecto, más allá de la ingenuidad de muchos de sus voceros o de la legitimidad de muchos reclamos puntuales, no está concebido para acudir en socorro de las poblaciones sumergidas de la América latina sino más bien para propulsar las formas modernas de una neobalcanización que prorrogue la división del continente, producida tras la independencia de España y por impacto no tanto de las insuficiencias estructurales que afligían al proyecto unitario, como por la violencia que sobre este ejercieron el imperialismo inglés y el incipiente imperialismo norteamericano.

Ahora se trata no tanto de estimular los nacionalismos de campanario, como de buscar una cuña para multiplicarlos, introduciendo el nacionalismo étnico, último vector descubierto para propagar la disgregación de las voluntades populares y romper los frentes nacionales capaces de suministrar un remedio a la degradación de la vida colectiva que padecemos.

¿Genocidio o mestizaje? Todo esto, así enunciado, es demasiado crudo. Pero como muchas aproximaciones historicistas al problema han demostrado, la conquista española no fue un genocidio (como el que sí practicaron los anglosajones contra los pieles rojas en el Oeste norteamericano), sino un proceso complejo, lleno de horrores pero también de intercambios y mestizajes que dieron lugar a una civilización completamente nueva.

Lo que debe afligirnos ante alegatos como el elaborado por la agencia oficial, es la persistencia de la visión importada de nuestra realidad, que anida en los sectores progresistas de cuño setentista, justo los que estarían llamados, por su experiencia y por su disposición combativa, a librar una batalla contra un enemigo muy distinto.

Pero quizá presumir de su disposición combativa o de su eventual entusiasmo es una ilusión. De hecho, la propensión a fabricar falsos problemas y a tomar por asalto la realidad sin conocerla o movidos por el solo prejuicio, lo que puede estar testimoniando es sobre cierta incapacidad para pensar dialécticamente. Esto acarreó desastres en el pasado; deberíamos cuidarnos de que no vuelva a pasar.

La identidad indoamericana es impensable sin España que, de forma consciente o inconsciente, nos entregó una religión, una lengua y un torrente sanguíneo que, al mezclarse hasta extremos indiscernibles con los originarios o con los que luego llegaron al continente, dieron lugar a una nueva cultura. ¿O los argentinos vamos a presumir que descendemos de Túpac Amaru?

La historia es un crisol de influencias. La lucha contra el privilegio y la sobreexplotación de las masas americanas no pasa por la exaltación de las particularidades (aunque se deba respetarlas en lo que tienen de genuino), sino por la creación de la solidaridad. Por la igualación en democracia antes que por la diferenciación o la exhumación, que tiene mucho de invención, de falsos problemas.


UN MUNDO QUE ESTALLA

<HR><h1><u>UN MUNDO QUE ESTALLA</u></h1>

Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior – Córdoba – Argentina



La presión inmigrante sobre las fronteras del mundo desarrollado no es de hoy: hace rato que viene produciéndose. Y no representa sino uno de los factores que se conjugan para hacer, del siglo 21 en prospectiva, un lugar no sólo peligroso sino, con toda probabilidad, insostenible en unas pocas décadas más.

Las avalanchas de negros (el código de lo políticamente correcto exigiría quizá que nos refiriésemos aquí a “gentes de color”) que asaltan las vallas elevadas por la policía española en Ceuta y Melilla para frenar el acceso de las poblaciones norafricanas y, sobre todo, subsaharianas al umbral del territorio de la Unión Europea, son el síntoma más espectacular y patético del callejón sin salida en que se encuentra el mundo como consecuencia de un sistema económico connotado por el egoísmo, el racismo y la búsqueda desaforada de la renta de parte de un orden mundial decadente.

Al revés de lo que acontecía en el pasado, cuando el imperialismo se expandía aplastando pero también renovando las sociedades en las que hacía mella, hoy, lejos de promover desarrollos así sean deformes, se limita a extraer de las sociedades sometidas a su férula los réditos que provienen de un capitalismo parasitario: los intereses de la deuda que, reciclados en las plazas financieras del Primer Mundo, proveen superávit que se inflan a sí mismos. De esta manera, se alimenta a sectores que concentran cada vez más la riqueza dineraria, mientras el resto de la humanidad, en una gradación descendente que va de la clase trabajadora europea a los parias del África profunda, se mueven en un territorio que se desplaza desde una regresión social paulatina a la miseria absoluta.

Aunque parecen incomparables, hay que asociar el asalto a las alambradas de Ceuta y Melilla por los “condenados de la Tierra” a las manifestaciones populares que paralizaron a París y a toda Francia por estos mismos días. Son las dos puntas de la cadena que une a los excluidos del sistema: la clase trabajadora que, como consecuencia de la revolución tecnotrónica, tiene cada vez menos empleo, y la muchedumbre de los desesperados que no tienen nada que hacer salvo morirse de hambre en sus respectivos países.

LAS ASPIRINAS NO ALCANZAN



Este tipo de opiniones nos puede valer el mote de apocalípticos. Pues bien, no hay más que mirar en derredor para darse cuenta de que la enfermedad senil del sistema que nos envuelve no se cura con aspirinas ni con los expedientes administrativos que, en el fondo, están elucubrando sus exponentes intelectuales. Esto es, con intervenciones militares o con la reducción de los nacimientos, es decir, de las bocas que hay que alimentar, como sostiene incluso un intelectual tan respetable como Giovanni Sartori.

Ambos expedientes, por otra parte, pueden casarse muy bien: convengamos que el recurso nuclear y el armamento biológico pueden suministrar resultados impresionantes en este terreno, aunque con seguridad no es esto lo que auspicia Sartori.

La racionalización de la natalidad, por otra parte, no va a corregir la estrangulación del sistema por su propia avidez de ganancia. La acumulación continua, que es la razón de ser del capitalismo, no puede prolongarse hoy si no existe el punto de impacto sobre el cual esa acumulación se producía, que era la clase trabajadora. Ésta proveía plusvalía con su trabajo, pero al mismo tiempo podía hacer crecer el ciclo de la acumulación convirtiéndose en masa consumidora.

El mundo de hoy parece una caldera a punto de explotar. Cuanto más se lo globaliza en lo financiero, más se lo segmenta en regiones que se pretende sean incomunicables entre sí. Y más se aumenta el nivel de la intervención “policial” que pretende asegurar las bases para perpetuar por la fuerza el actual estado de cosas.

Ahora bien, si el fiasco de las ocupaciones norteamericanas en Irak y Afganistán no sólo no desalienta a quienes las idearon sino que los empecina en la misma idea, debería ser evidente para todos que el sistema perdió sus reflejos. Si existiese una alternativa de cambio a mano, podría saludarse esa terquedad con beneplácito, pues estaría proclamando la inminente derrota del régimen.

Lamentablemente, esa opción no está a la vista. Lo que tenemos es un Leviatán senil que se revuelve sobre sí mismo, con sacudidas feroces y que proyectan desastres en todas direcciones.

Los muros de Berlín al revés proliferan por todo el mundo desarrollado. Desde Texas a Marruecos. No parece que vayan a poder detener la avalancha. El Nuevo Orden mundial se está acercando demasiado rápido a la fase senil del Imperio Romano, al que tuvo la osadía de querer duplicar.


“ILUMINADOS POR EL FUEGO”

<HR><H1><U>“ILUMINADOS POR EL FUEGO”</H1></U>

Cine sin profundidad de campo



Por Enrique Lacolla



El cine argentino perdió una oportunidad para asomarse a la historia reciente sin los resabios de un espíritu de parte que lo esteriliza como esfuerzo comprensivo.

La Argentina no lo tiene fácil a la hora de definir su identidad. Y eso se puede demostrar de muchas maneras, a veces con una película que debería, por su tema, concitar una identificación y una adhesión inmediata y espontánea en torno al reconocimiento en valores comunes. Iluminados por el fuego, por el contrario, suscita una sensación compleja, dividida, incómoda y, para decirlo francamente, indignada, en muchos espectadores; los cuales, sin embargo, no atinan a terminar de explicarse qué es lo que motiva su rabia o su molestia.

Como quien esto escribe formo parte de ese público sumido en el desconcierto, intentará dialogar consigo mismo antes que hacer de crítico; es decir de quien se supone actúa de mediador entre una obra y la platea.

Antes de entrar en materia conviene salvar los méritos técnicos de la producción de Tristán Bauer, ciertamente apreciable en el manejo de los recursos que hacen a un género poco frecuentado por el cine nacional, como es el bélico. Pero una vez establecido este valor, todo el resto del filme queda en entredicho.

Optica distorsionada



La película asume el punto de vista de un soldado raso, pero no se limita a ese enfoque sino que, como hasta cierto punto resulta lógico, a través de él suministra un juicio crítico de la empresa que se cerró con la rendición de Puerto Argentino. Al hacerlo se carga de todos los conceptos y preconceptos que distinguen a la visión de la progresía argentina respecto del acontecer nacional de las últimas décadas.

Esa visión se distingue por una antinomia simplista que viene de lo profundo de nuestra historia y que se resume en la dicotomía mecánica entre la civilización y la barbarie. En la óptica de los epígonos "progres" del unitarismo ilustrado, el rol del gaucho bruto y chorreante de sangre de El Matadero, de Esteban Echeverría, compete hoy a los militares. Convengamos que el estamento militar, durante los años de la dictadura, hizo (de)méritos más que abundantes para recibir el repudio de la ciudadanía.

Pero su presuntuosidad, su torpeza y sobre todo la aberrante sevicia con que muchos de sus elementos procedieron a una represión innecesariamente sobredimensionada contra los elementos que atentaron contra el Estado durante "los años de plomo", no eran sólo la emanación de su propia esencia, sino también y sobre todo el producto de una ecuación política que tenía a la dependencia cultural del imperialismo como factor determinante.

Este misma distorsión óptica impregnó a los integrantes de las facciones extremistas y permitió que actuaran como agentes provocadores que dinamitaron, desde dentro, a un movimiento nacional contradictorio, que estaba muy lejos de ser perfecto pero que expresaba, mal que bien, las aspiraciones y los límites de los sectores más populares de esta sociedad.

Después del horrible castigo a que fue sometido el país a partir de 1976 y que permitió dar comienzo a su descalabro económico, la dictadura, amenazada por una insurrección social de un signo muy distinto al de los elementos de ultraizquierda que habían copado el escenario años antes, optó por la fuga hacia adelante y trató de lavar sus desatinos previos con un emprendimiento de carácter nacional, cual era la recuperación de Malvinas, muy sentido por el pueblo, pero que en forma irrevocable la introducía en un terreno que implicaba romper con la configuración global en la que estaba inserta. Que ese arrebato haya estado mal planificado, que haya sido oportunista o quizá inducido por la inteligencia enemiga, que se haya cedido a él sin una clara conciencia de adónde se iba o en la boba creencia que Estados Unidos se pondría de nuestra parte contra Gran Bretaña, no importa a los efectos del resultado, que supuso un salto cualitativo que encerraba potencialidades de desarrollo muy distintas de las que hasta entonces habían predominado.

Cuando algunos o algunas llaman la "plaza de la vergüenza", al pueblo reunido para ovacionar a Leopoldo Galtieri en el balcón de la Rosada, no ven la singularidad dialéctica de ese momento, ni el carácter contradictorio, matizado y ambiguo que tienen todos los desarrollos históricos. De la misma manera, cuando Tristán Bauer y su guionista Miguel Bonasso se aproximan al hecho Malvinas con una visión maniquea, que se centra casi con exclusividad en el maltrato y la indefensión de los conscriptos en manos de una oficialidad bestial y corta de entendederas, no sólo cometen una injusticia flagrante con respecto de los muchos oficiales y cuadros que ejercíeron de manera responsable, sacrificada y heroica el oficio de soldados, sino que prolongan las líneas de una discordia interna equivocándolas con las de un conflicto internacional.

La guerra de Malvinas se transforma así, de una guerra patria contra los ingleses, en la prolongación de una guerra civil. O, mejor dicho, de una discordia interna entre dos rencores sectarios, de los cuales sólo uno encuentra ocasión de expresarse en esta película



Al proceder de esta manera, los autores desperdician la oportunidad de efectuar un esfuerzo de comprensión que ayude a soldar la escisión argentina. En vez de tender un puente, ahondan el foso que separa al pueblo de las Fuerzas Armadas, sin una clara visión, por otra parte, de la función que este punto de vista puede jugar para el ocupante de las islas. Hay un largo plano, hacia el final del filme, cuando Pauls-Esteban vuelve de visita a Malvinas, que sostiene ante el espectador un cartel pintado frente al hotel donde se aloja el protagonista y que reza: "los argentinos serán bienvenidos cuando reconozcan nuestro derecho a la autodeterminación". Exista esa leyenda o haya sido escrita ex profeso para el filme, hay el dato de que este no suministra ninguna respuesta -explícita o implícita- al mismo, lo cual puede significar que lo asume, y es inevitable la sospecha de si su inclusión no ha sido exigida por los auspiciantes europeos de la película como recaudo que consienta su circulación por el mercado internacional...

Suicidas



La película hace hincapié en el hecho de que el número de ex-combatientes que se suicidaron en los 23 años corridos después del conflicto iguala o excede ya al de los soldados del Ejército que cayeron en combate. Es un dato real y doloroso.

Pero, ¿cuál es la causa de esto? ¿Son las secuelas del estrés de la guerra? ¿O es más bien la consecuencia de la traición que la sociedad misma o al menos sus mandantes y exponentes intelectuales más caracterizados cometieron respecto de los muchachos que dieron lo mejor de sí en la batalla?

El filme de Bauer-Bonasso habla de que la Junta militar ocultó a los soldados en los cuarteles a su retorno al continente, en vez de hacerlos desfilar con honor. Es cierto, y se trata de uno de los hechos más vergonzosos que haya consumado la dictadura, expresión de su mala conciencia y de su absoluta ineptitud para asumir las consecuencias de sus actos.

Pero ese escamoteo fue seguido de otro aun peor, cual fue la deliberada política de "desmalvinización" puesta en práctica por los gobiernos democráticos que la sucedieron. Se ignoró Malvinas como gesta nacional, se tuvo vergüenza de ella, se hizo burla del sobresalto de orgullo que había supuesto, se desasistió a los ex-combatientes, no sólo desde el punto de vista económico y social sino también y sobre todo en lo referido al significado de la batalla que habían sostenido



Otra película denominó a Malvinas una "historia de traiciones". Inconscientemente, tal vez, la película de Bauer-Bonasso puede ser otra de esas traiciones, en la medida que se vale de elementos genuinamente heroicos, por muy manchados que hayan estado por la incompetencia o la criminalidad, para introducir un mensaje derrotista, que sólo encuentra el lamento como registro de un arrebato de orgullo nacional al que, sin embargo, no se anima a descalificar del todo. Quizá porque siente vibrar bajo sus pies la protesta sorda de un país inexpresado, que lo conmueve pese a todo y al que no se anima despreciar; tal vez porque, en el fondo, le tiene miedo.

Si la realidad está recorrida por ambivalencias y ambigüedades, “Iluminados por el fuego” es un ejemplo de estas. Y desaprovecha la óptima oportunidad que se le ofrecía para abordar su tema con "profundidad de campo". Una profundidad de campo que en este caso no debía estar en el objetivo de la cámara, sino en la capacidad de reflexión abarcadora de quienes le daban un libreto.