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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


AMÉRICA LATINA, TIERRA DE MESTIZAJE

<hr><h2><u>AMÉRICA LATINA, TIERRA DE MESTIZAJE</h2></u> Por Sergio Micco (*) - El Mostrador

Febrero de 2005

Si hay algo extraordinario de América Latina es su colorido racial. Se trata de un continente de siete colores como dijo Germán Arciniegas. Se trata de un continente que alberga a decenas de millones de indios, a los cuales se sumaron africanos, europeos y asiáticos. Pero, a diferencia de lo que hicieron los ingleses en Estados Unidos, Asia o África, aquí se produjo una mezcla explosiva de razas. Este mestizaje fundió diferencias, pero también creó nuevos tipos: cruces entre blancos e indios, entre blancos y negros, entre indios y negros y otros “sangre-mezclada”.

Gérard Bouchard señala que nacieron así los mulatos (cruza entre negros y blancos o indios) y los mestizos (entre blancos e indios); pero esta tipología se enriquece con diversos vocablos: zambos o cafusos (negros e indios), pardos (blancos e indios, negros y otros), etcétera. Un autor llegó a censar en 1954 hasta 14 tipos de mestizos en Perú y 16 en México. Ya en el siglo XVIII, en una nomenclatura elaborada por José de Páez, se identificaba quince tipos raciales en esa población. A finales del siglo XVIII, la población de Latinoamérica comprendía 20 por ciento de blancos, 26 por ciento de mestizos, 8 por ciento de negros y 46 por ciento de indios.

Los españoles partieron con el intento de recrear en el Nuevo Mundo su madre patria castellana y andaluza. Nueva España fue el primer nombre dado a México. La actual Colombia formaba parte de lo que se llamaba Nueva Granada; Venezuela era la Nueva Andalucía; y Santo Domingo, La Española. Sus sueños europeos de un mundo mejor los proyectaron en las selvas, desiertos, cordilleras y pampas latinoamericanas. Así soñaron en El Dorado, en la Fuente de la Juventud, en la Ciudad de los Césares, en las Amazonas, en el Río de la Plata.

Sin embargo, comenzó a imponerse una nueva realidad. Los criollos eran los descendientes de españoles que habían nacido en América Latina y que comenzaron a ser marginados por España. Los criollos se veían privados de los favores de la administración real y la Iglesia (función pública, mando militar, jerarquía eclesiástica, etcétera). Como lo dijo Simón Bolívar no eran europeos ni indios, sino que estaba a medio camino entre los dos. En 1549, Carlos V había ya decretado que los mestizos no podían ejercer cargos públicos sin una licencia real. El rey también había instituido la regla de la pureza de sangre como condición de acceso a la nobleza. Durante todo el periodo colonial, de 170 virreyes, únicamente cuatro fueron de origen criollo. Esa proporción era de 14 de 602 en el caso de los capitanes generales, gobernadores y presidentes y de 105 de 706 en el de los obispos y arzobispos.

De esta realidad de marginación nació el espíritu de independencia. Primero fueron los alzamientos de los comuneros. El más importante de todos fue el de Tupac Amaru, que significó nada menos y en otros hechos, que la toma de Antofagasta a manos de miles de indios, a fines del siglo XVIII. Ese sentimiento se hizo carne en José de San Martín, en Argentina, Francisco Miranda y Simón Bolívar, en la “Gran Colombia”, Servando Teresa de Mier, Miguel Hidalgo y José María Morelos, en México. Los españoles se burlaban de José de San Martín o de Simón Bolívar por ser mestizos o “cabezas negras”.

Grave error, pues no comprendieron que había nacido una nueva raza, “la raza cósmica” de José Vasconcelos. Pero el triunfo de criollos y mestizos no fue la victoria de los indígenas que levantaron civilizaciones como la Azteca, Maya e Inca. Hoy en América Latina hay unos cuarenta millones de indígenas divididos en unos 400 grupos étnicos. Se trata de un 8% del total de nuestra población. Bolivia, Guatemala, Perú y Ecuador son los países con mayor población indígena, variando sus porcentajes con respecto a la población total desde un 70 a un 35 por ciento. La mayor parte de ellos viven en la extrema pobreza. Así el 64,3% de los indígenas bolivianos son pobres; el 86,6% de los indígenas guatemaltecos caen en la misma categoría junto con el 79% de los del Perú. La pérdida de sus tierras; el quiebre de sus economías comunitarias; la migración campo-ciudad; una mala educación y peor inserción laboral forman parte de un violento cuadro de explotación y dolor.

Es así como esta tierra de mezcla de razas y colores aún no se atreve a ser lo que está llamado a ser: tierra de mestizaje, diversidad y comunidad. Los indígenas nos recuerdan al interior de nuestras naciones lo que nos falta por crear en integración social. Ante el exterior son fuente de abundante mala conciencia entre nosotros.

¿Por qué no hacer justicia con ellos, de una vez? La papa, el tomate, el cacao, el maíz y el tabaco regalaron estas culturas al mundo. Fueron indios, a través de mitas y encomiendas, que extrajeron oro y plata para enriquecer a Europa a manos llenas. Generaron bellas ciudades, culturas, religiones, sistemas políticos, geometría, astronomía, medicina, arte y escritura. Ellos reclaman hoy su lugar en un continente que nació no para realizar la supremacía de una raza, sino que para hacer realidad el sueño de la fraternidad universal de que surgirá en una comunidad latinoamericana tan diversa como solidaria entre sí.

(*) Abogado y cientista político.

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