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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


SOBRE EL GUATÓN ABDALA

<hr><h2><u>SOBRE EL GUATÓN ABDALA</h2></u>

Tampoco son muchos 30, 32 años



Jorge Lagos Nilsson – Piel de Leopardo
www.pieldeleopardo.com


Lo triste, inevitable de la historia es que nos comprende –ciñe, abraza, rodea– a todos. No es posible concebirla, no es posible vivir sólo entre algunos: la historia es una casa sin puertas. Si en algún momento ella se vuelve pasión, crueldad, egoísmo, intolerancia, luego exige entendimiento, esa potencia del alma –dice el Diccionario de la Real Academia Española–, “en virtud de la cual concibe las cosas, las compara, las juzga, e induce y deduce otras de las que ya conoce”. Es lo que procura en su relato Augusto Alvarado.

Al final de un proceso social violento, luego del apagón que ciega todo cuanto conformó la vida social hasta su estallido, quienes emplearon la mayor crueldad y violencia, los en apariencia más fuertes, intentan definir el futuro remodelando el presente por la reconstrucción del pasado. Se equivocan. No vencen los que ganan; la historia en verdad pertenecerá a los sobrevivientes, porque los sobrevivientes son la memoria de lo destruido y los ladrillos de la nueva edificación. Con una condición: que abarquen. Ni el pretérito ni el futuro son terreno acotado. La memoria, así, implica –contiene– tanto la necesidad de pedir perdón como la de perdonar. Lo contrario es abandonarnos a los arbitrios del olvido; es decir: apostar que se cometerá el mismo error, se tropezará con la misma piedra, caeremos en el mismo –u otro– despeñadero, haremos de la historia una farsa, la viviremos como tragedia.

Augusto Alvarado nació en la Patagonia –detrás de la frontera chilena–. Reside en Buenos Aires desde 1975. Tiene seis hijos y cinco nietos. La historia del “guatón” (gordo) Abdala debe haber sido escrita pensando en ellos.

No es tarea de esta sección de Piel de Leopardo la exégesis ni la crítica –ni la interpretación ni el examen– sino la difusión de textos literarios. En el caso de la Historia de un represor, no obstante, quisiéramos llamar la atención del lector acerca de los aspectos sincréticos de la escritura de Alvarado, que sintetiza –creemos de que manera admirable– el habla chilena y argentina, construyendo una estructura lingüística bella y precisa, que permite especular en estos tiempos de forzada “globalización” sobre la velocidad con que avanzaría la integración de los pueblos americanos si sus ¿conductores? leyeran más y discursearan menos.

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