LIMA LA BELLA
Por Álvaro Ruiz*
Hace más de 120 años terminó el cañonear de la Guerra del Pacífico -como todas las guerras injusta y en beneficio real de quienes no combatieron-. Hoy el gobierno de Perú se muestra ofendido con el gobierno de Chile. No faltan en ambos países quienes acicateen el desencuentro. El escritor habla de Lima y de un río. De cosas importantes. De asuntos que unen. En definitiva de amor.
Pieldeleopardo.com
Revista latinoamericana de cultura y política
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Lima es una ciudad mujer y su niebla un vestido de seda gris que sensualmente la envuelve. Tiene largas uñas pintadas de rojo y gruesos labios que besan el aire que respiran los hombres. Lima es una ciudad pasional. Tiene un pasado formidable y un futuro promisorio.
Lima es peligrosa. Posee una sociedad clasista y algo que es peor, racista. En cierto modo, deshumanizada. Todas las noches brilla el metal de los cuchillos. Fulgen dando tajos de luz. Los delincuentes irrumpen desde las pérfidas sombras, desde la oscura miseria del hombre.
Lima tiene el peligro propio de un puerto que es ciudad. Lima está sobrepoblada, de todas partes del país vienen a ella en busca de un futuro mejor. Lima es una ciudad de hermosas mujeres y aquella belleza surge de las distintas fusiones étnicas.
Wiracocha aún vive en el corazón de los peruanos y sigue siendo el padre de todos los seres vivientes. Wiracocha es hijo del sol y de la luna. Encarna la fecundidad de la vida y el triunfo sobre la naturaleza.
En general, Perú es un país que se podría caracterizar por poseer una tristeza metafísica, como si extrañaran los gloriosos días de apogeo del imperio inca o en el peor de los casos, la injusta y desequilibrada bonanza virreinal. Sus gentes viven al borde del llanto y al amanecer miran al cielo esperando la esplendente luz del sol, aunque las nubes la filtren y la grisácea luminosidad oscurezca e ilumine el oceánico horizonte.
La citada fusión de etnias hace de Lima una ciudad atractiva. Hay una enorme diversidad indígena. También japoneses, chinos, blancos, negros y todas las mezclas posibles entre estas razas.
En la gastronomía ocurre algo similar y es lo que hace a la cocina peruana extraordinariamente refinada. Prolijas preparaciones que ofrecen un resultado irresistible. Posee una enorme variedad de productos que en más de un platillo también fusiona a la selva, la sierra y el mar, las tres regiones geográficas de este ancho y ajeno país.
EL RÍO DE ALEGRÍA
A propósito de ancho y ajeno estuve hace pocos días en Chaclacayo, un pueblo distante a treinta y cinco kilómetros de Lima, a orillas del río Rímac, el río hablador, por los sonidos de las piedras que arrastra, situado hacia el interior, hacia la sierra, donde vivió sus últimos años y murió aquel gran escritor indigenista que fue Ciro Alegría. En Chaclacayo siempre sale el sol y muchos limeños van en su búsqueda cuando ya no soportan la casi permanente niebla que cubre a la capital.
Leo por estos días las memorias de Alegría, Mucha suerte con harto palo, donde en breves capítulos narra sus vivencias y recuerdos con la característica sencillez, realidad y profundidad que se aprecia en todas sus novelas. El ordenamiento y notas de estas memorias póstumas pertenecen a Dora Varona, alumna suya en Santiago de Cuba y compañera de los últimos años de su vida, quien además hace de editora.
Nos dice que Ciro Alegría falleció de una hemorragia cerebral en la madrugada del día 17 de febrero de 1967, a la edad de cincuenta y ocho años, estando ella embarazada de su cuarto hijo. También nos señala que varias noches, antes de la definitiva, él despertó sobresaltado, abrió la ventana y estuvo escuchando largamente las voces profundas que lo llamaban, desde el río de su infancia, en una trágica advertencia. De hecho, dos días antes de su muerte, Alegría nos deja un premonitorio artículo:
Aquí en Chaclacayo, por estos tiempos, me despierto tarde la noche y oigo sonar poderosamente al Rímac. Puede ser que el río despierte a mi memoria ancestral, pues generalmente duermo de un tirón. Imagino entonces que algún drama telúrico puede estar ocurriendo. ¿No ví tantos cuando vivía en los Andes? Pienso en los habitantes de la sierra y también en quienes han armado sus chozas en el llano, cerca de la ribera del río. Es una sensación peruanísima, de riesgo y solidaridad, la que experimento.
El Marañón es el río de su infancia y elemento unificador en su primera novela La serpiente de Oro, un torrentoso río situado en el norte del Perú, que al unirse con el Ucayali forman el Amazonas.
El Marañón nace en la laguna de Huayhuash, se navega en balsas y a orillas de él se sitúa el villorio de Calemar, donde transcurre gran parte de la novela y cuya fiesta más importante dura quince días y está dedicada a la Virgen del Perpetuo Socorro, protectora y patrona del caserío. En ella, se le reza y se le solicita buenas cosechas. Se bebe chicha, cañazo y masato, este último es una especie de mazamorra de yuca que los indios de la selva mastican y escupen dejándola fermentar en recipientes de madera.
En la selva se cree que Dios es el árbol más alto o el río más grande. La voz del autor es la voz de otro balsero más. Narra, reflexiona y describe. Nos dice como el puma azul, en la imaginación de los pobladores, era el causante de tantas muertes de cabras. Cómo los picados de uta, una enfermedad propia de los valles del Marañón, irremediablemente morían con sus rostros desfigurados. Cómo los cholos e indígenas chacchan (mastican) hojas de coca hasta lograr una cetrina bola en sus bocas, contemplando desde las puertas de sus bohíos, el atardecer a orillas del río.
Y finalmente como el ingeniero Martínez Calderón desde la cumbre de un cerro determina llamar a su soñada empresa minera La serpiente de oro después de observar con detención desde lo alto del cerro Campana cómo el Marañón, a pleno sol, semejaba una serpiente dorada, sin saber que al día siguiente la Intihuaraka, una serpiente venenosa de piel amarilla, delgada y ágil, le mordería el cuello para después desaparecer como una cinta de oro entre el verde follaje de la espesura, y él, a las pocas horas, morir en la soledad del paisaje con la fiebre y los estertores propios de un cuerpo fatalmente emponzoñado.
Quizás el españolizado protagonista de esta novela olvidó, por exceso de cristianismo, invocar a Wiracocha como también encomendarse al espíritu del río con esta simple y hermosa oración de los balseros:
Río Marañón, déjame pasar:
eres duro y fuerte,
no tienes perdón.
Río Marañón, tengo que pasar:
tú tienes tus aguas,
yo mi corazón.
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* Escritor chileno. Reside en Lima.
Hace más de 120 años terminó el cañonear de la Guerra del Pacífico -como todas las guerras injusta y en beneficio real de quienes no combatieron-. Hoy el gobierno de Perú se muestra ofendido con el gobierno de Chile. No faltan en ambos países quienes acicateen el desencuentro. El escritor habla de Lima y de un río. De cosas importantes. De asuntos que unen. En definitiva de amor.
Pieldeleopardo.com
Revista latinoamericana de cultura y política
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Lima es una ciudad mujer y su niebla un vestido de seda gris que sensualmente la envuelve. Tiene largas uñas pintadas de rojo y gruesos labios que besan el aire que respiran los hombres. Lima es una ciudad pasional. Tiene un pasado formidable y un futuro promisorio.
Lima es peligrosa. Posee una sociedad clasista y algo que es peor, racista. En cierto modo, deshumanizada. Todas las noches brilla el metal de los cuchillos. Fulgen dando tajos de luz. Los delincuentes irrumpen desde las pérfidas sombras, desde la oscura miseria del hombre.
Lima tiene el peligro propio de un puerto que es ciudad. Lima está sobrepoblada, de todas partes del país vienen a ella en busca de un futuro mejor. Lima es una ciudad de hermosas mujeres y aquella belleza surge de las distintas fusiones étnicas.
Wiracocha aún vive en el corazón de los peruanos y sigue siendo el padre de todos los seres vivientes. Wiracocha es hijo del sol y de la luna. Encarna la fecundidad de la vida y el triunfo sobre la naturaleza.
En general, Perú es un país que se podría caracterizar por poseer una tristeza metafísica, como si extrañaran los gloriosos días de apogeo del imperio inca o en el peor de los casos, la injusta y desequilibrada bonanza virreinal. Sus gentes viven al borde del llanto y al amanecer miran al cielo esperando la esplendente luz del sol, aunque las nubes la filtren y la grisácea luminosidad oscurezca e ilumine el oceánico horizonte.
La citada fusión de etnias hace de Lima una ciudad atractiva. Hay una enorme diversidad indígena. También japoneses, chinos, blancos, negros y todas las mezclas posibles entre estas razas.
En la gastronomía ocurre algo similar y es lo que hace a la cocina peruana extraordinariamente refinada. Prolijas preparaciones que ofrecen un resultado irresistible. Posee una enorme variedad de productos que en más de un platillo también fusiona a la selva, la sierra y el mar, las tres regiones geográficas de este ancho y ajeno país.
EL RÍO DE ALEGRÍA
A propósito de ancho y ajeno estuve hace pocos días en Chaclacayo, un pueblo distante a treinta y cinco kilómetros de Lima, a orillas del río Rímac, el río hablador, por los sonidos de las piedras que arrastra, situado hacia el interior, hacia la sierra, donde vivió sus últimos años y murió aquel gran escritor indigenista que fue Ciro Alegría. En Chaclacayo siempre sale el sol y muchos limeños van en su búsqueda cuando ya no soportan la casi permanente niebla que cubre a la capital.
Leo por estos días las memorias de Alegría, Mucha suerte con harto palo, donde en breves capítulos narra sus vivencias y recuerdos con la característica sencillez, realidad y profundidad que se aprecia en todas sus novelas. El ordenamiento y notas de estas memorias póstumas pertenecen a Dora Varona, alumna suya en Santiago de Cuba y compañera de los últimos años de su vida, quien además hace de editora.
Nos dice que Ciro Alegría falleció de una hemorragia cerebral en la madrugada del día 17 de febrero de 1967, a la edad de cincuenta y ocho años, estando ella embarazada de su cuarto hijo. También nos señala que varias noches, antes de la definitiva, él despertó sobresaltado, abrió la ventana y estuvo escuchando largamente las voces profundas que lo llamaban, desde el río de su infancia, en una trágica advertencia. De hecho, dos días antes de su muerte, Alegría nos deja un premonitorio artículo:
Aquí en Chaclacayo, por estos tiempos, me despierto tarde la noche y oigo sonar poderosamente al Rímac. Puede ser que el río despierte a mi memoria ancestral, pues generalmente duermo de un tirón. Imagino entonces que algún drama telúrico puede estar ocurriendo. ¿No ví tantos cuando vivía en los Andes? Pienso en los habitantes de la sierra y también en quienes han armado sus chozas en el llano, cerca de la ribera del río. Es una sensación peruanísima, de riesgo y solidaridad, la que experimento.
El Marañón es el río de su infancia y elemento unificador en su primera novela La serpiente de Oro, un torrentoso río situado en el norte del Perú, que al unirse con el Ucayali forman el Amazonas.
El Marañón nace en la laguna de Huayhuash, se navega en balsas y a orillas de él se sitúa el villorio de Calemar, donde transcurre gran parte de la novela y cuya fiesta más importante dura quince días y está dedicada a la Virgen del Perpetuo Socorro, protectora y patrona del caserío. En ella, se le reza y se le solicita buenas cosechas. Se bebe chicha, cañazo y masato, este último es una especie de mazamorra de yuca que los indios de la selva mastican y escupen dejándola fermentar en recipientes de madera.
En la selva se cree que Dios es el árbol más alto o el río más grande. La voz del autor es la voz de otro balsero más. Narra, reflexiona y describe. Nos dice como el puma azul, en la imaginación de los pobladores, era el causante de tantas muertes de cabras. Cómo los picados de uta, una enfermedad propia de los valles del Marañón, irremediablemente morían con sus rostros desfigurados. Cómo los cholos e indígenas chacchan (mastican) hojas de coca hasta lograr una cetrina bola en sus bocas, contemplando desde las puertas de sus bohíos, el atardecer a orillas del río.
Y finalmente como el ingeniero Martínez Calderón desde la cumbre de un cerro determina llamar a su soñada empresa minera La serpiente de oro después de observar con detención desde lo alto del cerro Campana cómo el Marañón, a pleno sol, semejaba una serpiente dorada, sin saber que al día siguiente la Intihuaraka, una serpiente venenosa de piel amarilla, delgada y ágil, le mordería el cuello para después desaparecer como una cinta de oro entre el verde follaje de la espesura, y él, a las pocas horas, morir en la soledad del paisaje con la fiebre y los estertores propios de un cuerpo fatalmente emponzoñado.
Quizás el españolizado protagonista de esta novela olvidó, por exceso de cristianismo, invocar a Wiracocha como también encomendarse al espíritu del río con esta simple y hermosa oración de los balseros:
Río Marañón, déjame pasar:
eres duro y fuerte,
no tienes perdón.
Río Marañón, tengo que pasar:
tú tienes tus aguas,
yo mi corazón.
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* Escritor chileno. Reside en Lima.
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