MÁXIMO GÓMEZ
Recordatorios
República Dominicana
Máximo Gómez en el ideario de las Antillas
Por Mercedes Santos Moray *
12 de Mayo de 2005
Máximo Gómez, el General en Jefe del Ejército Libertador, el genial estratega que algunos historiadores calificaron como el continuador del Libertador Simón Bolívar, en cuanto a lides militares, y justo émulo del talento de Napoleón Bonaparte, era un hombre de pensamiento político.
Autodidacta, como tantos hijos de la colonia y del nacimiento de nuestras repúblicas, se empinó sobre sus lecturas y se enriqueció igualmente con la experiencia, desde la universidad de la vida. Aquel soldado primero combatió en las tropas hispanas y padeció las contradicciones de la historia de su tierra natal, de la hoy República
Dominicana.
Llegó con madre, hermanas y una gran pobreza al extremo oriental de Cuba, en la década de 1860, tempranamente acrecido en su sensibilidad humana, y desde la ética con que siempre dirigió su existencia, supo asumir como propia la herida más profunda que sufrían hombres y mujeres negros entonces, sometidos a la infamia de la esclavitud.
El mismo lo afirmaría en sus apuntes, y por amor al negro esclavo, comenzaría a conspirar contra el coloniaje español, a vencer las reservas de los cubanos, hasta sumarse en las primeras jornadas al grito de independencia, proclamado por Carlos Manuel de Céspedes en octubre de 1868.
Diez cruentos años de guerra también le hicieron madurar, y si al comienzo de la contienda sólo era un joven de 30 años, al concluir era un soldado curtido por las vicisitudes, que comprendía la gravedad de las divisiones en el campo patriota y veía el foso en el que caía la Revolución con el Pacto del Zanjón.
Entonces, desde su ideario político y su ética, rehusó los ofrecimientos generosos del Capitán General de la Colonia, Arsenio Martínez Campos, porque como lo proclamó: 'amé más la miseria cubana que el oro español'. Desde esa sólida convicción, Máximo Gómez sumó a la praxis militar la lección imperecedera de su moral, la que consolidaría su liderazgo entre las filas patriotas.
Y es que en este prócer dominicano-cubano -sus dos islas amadas, como él mismo solía decir-, el aliento revolucionario se manifestó como una constante. Organizó movimientos insurreccionales, todos fallidos, durante las casi tres décadas de su exilio y destierro, en las que confrontó su pensamiento con las ideas de otros patriotas antillanos como los puertorriqueños Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos, así como con su compatriota, el general dominicano Gregorio Luperón.
Fue el único de nuestros padres fundadores que sobrevivió a la guerra, y cayó años más tarde, en medio de la misantropía que emergió en su vida, cuando padeció también -Martí se lo había dicho por carta, en 1892- la ingratitud probable de los hombres.
Es el progenitor de una idea sublime, la de ver unidas tierras de las Antillas mayores, su natal Santo Domingo -integra igualmente el costado haitiano de la isla-, Puerto Rico y Cuba. Este ideario fue una brújula en su pensamiento y en su acción revolucionaria, y debió apurar la amarga experiencia de la intervención primero y la ocupación ulterior de Cuba y Puerto Rico por el ejército de los Estados Unidos.
Debió sufrir, en su condición de demócrata confeso, al conocer las tesis esgrimidas en el propio Congreso de la Unión para legitimizar la injerencia en la guerra de independencia que entonces la Isla libraba contra España, bajo su dirección militar.
Algunos, al valorar las complejidades de aquellos momentos, las confusiones, reservas, intereses encontrados entre los patriotas cubanos, así como la insuficiente valoración y estudio de las manipulaciones de las autoridades norteamericanas, llegan a reducir el pensamiento del Generalísimo Máximo Gómez a acciones coléricas no exentas de ingenuidad.
Pero en las proclamas, cartas, declaraciones y sobre todo, en sus apuntes personales, Máximo Gómez denota la plena identificación con el ideario del Apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, su fiel compañero de combates, antes y en medio del proceso iniciático de la guerra de independencia en 1895.
Así escribió a uno de sus más fervientes colaboradores, el cubano radicado en los Estados Unidos, José Dolores Poyo, en enero de 1899: 'no puede haber en Cuba verdadera paz moral que es lo que necesitan los pueblos para su dicha y ventura, mientras dure el gobierno transitorio impuesto por la fuerza de un poder extranjero, y por lo tanto, ilegítimo e incompatible con los principios que el País entero ha venido sustentando tanto tiempo y en defensa de los cuales se han sacrificado la mitad de sus hijos y desaparecido toda su riqueza.'
Y, sobre la presencia de los Estados Unidos en su querida Puerto Rico, el propio prócer manifestó, en febrero de 1899, en entrevista concedida al Journal of New York:
'Aquella es tierra preparada para el derecho y es, y debe ser, para nosotros antillanos, un gran dolor ver que mueren las esperanzas de hacer de ésta, que es una de las tres Grandes Antillas, la República que unida a la cubana y a la dominicana, fuese legítimo timbre de orgullo para nuestra raza realizándose así, y por modo completo, la aspiración constante de todos los corazones honrados y levantados. Jamás podré aceptar el tutelaje impuesto a nadie, a los pueblos.'
* Mercedes Santos Moray es escritora y periodista cubana, Doctora en Ciencias Históricas.
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