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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


EMPLEADOS PROACTIVOS, ESCLAVOS FELICES

<hr><h2><u>EMPLEADOS PROACTIVOS, ESCLAVOS FELICES</h2></u> por Andrés Monares
El Mostrador
- 13 de Julio del 2005

Tiempo atrás un conocido, quien trabaja en una empresa prestadora de servicios educacionales, me relató su experiencia en un singular “Encuentro Reflexivo” al que debió asistir. Todo lo cual, traducido al romance, quiere decir que un consorcio dueño de colegios contrató a una consultora para realizar una jornada a fin de condicionar a sus profesores para hacerlos acríticos y más productivos. Ambos estimamos tan bizarra aquella jornada de “desarrollo personal” y el material entregado, que me comprometí a escribir esta columna sobre ella.

Todo comenzó con una alegre y positiva psicóloga —que había llegado en su moderno auto al son de música motivadora a alto volumen— aclarando el tema de la reunión: cómo tener una actitud proactiva. Lo cual consiste en efectuar un cambio interior para actuar positivamente y que cada uno consiga realizar su proyecto de vida. De esa manera se abandona la actitud contraria, la reactiva. Esta se origina con un error básico: pensar que los problemas están fuera de uno —lo cual precisamente sería el problema— y da lugar a un negativismo inmovilista.

Para reflexionar acerca de tan lindos y profundos pensamientos, el material dado a los asistentes contenía citas de personas del nivel de una Louise Hay o un Dr. Wayne Dyer. Todas ellas enfocadas al tema de la transformación interna; pues sólo ese proceso individual podría cambiar lo exterior: las conductas y actitudes. Así, se iba aprendiendo que “sea cual fuere el problema, proviene de un modelo mental” o que “lo que es capaz de cambiar tu pensamiento, es capaz de cambiar tu destino”. Mas, teniendo en cuenta que era una jornada dispuesta por la empresa para sus empleados, lo más importante parecería ser que en verdad uno no trabajaba para quienes siempre creyó que lo hacía. ¡No señor!, craso y típico error de un reactivo. La empresa sólo ofrece un espacio, una oportunidad para construir y materializar un proyecto de vida personal... (¡Qué gallos más paleteados!).

Junto a lo anterior, el material entregado seguía mostrando que el contexto es nada y el individuo es todo. Por eso, no existe la menor diferencia entre nacer en un país desarrollado o en uno subdesarrollado, ni en una familia rica o en una miserable. Lo del contexto es sólo una excusa (¡cómo nunca había visto algo tan obvio!)... A estas alturas de la iluminación era el momento de asumir el “Primer compromiso para el éxito”, ni más ni menos que de Og Mandino: “Nací para alcanzar el éxito, no para fracasar; ¡¡Nunca jamás [sic] volveré a compadecerme de mí mismo ni a menospreciarme!!”. Después se dio paso a la interpretación grupal de canciones proactivas, cuyas proactivas letras estaban incluidas en el material proporcionado a los participantes (pero no hay seguridad si la consultora paga los derechos de autor). De esa forma, era posible seguir interiorizando mensajes tan positivos y motivadores como: “Yo voy a cambiar el mundo, y voy a empezar por mí, lo voy a hacer por tí”; “Pa’lante con fuerza, todo se puede lograr, levanta bien la cabeza y mira alegre el futuro porque algo bueno vendrá”; “Resistiré erguido frente a todo”; “Saber que se puede, querer que se pueda, quitarse los miedos, sacarlos afuera”...

Luego, se trabajaron lecturas de mayor complejidad. La historia de los ratones llamados “Reac” y “Proac” a quienes les habían sacado su queso. Más Mandino y citas de autores por el estilo. Documentos sin referencia, pero con sugestivos títulos como “Principios de la visión personal” y —el más pesado al final— “Estrategias para el éxito”. A esas alturas nadie podía salir igual como entró. La positiva psicóloga exudaba satisfacción. Y, como Ud. se imaginará, mi conocido y todos los asistentes con más de dos dedos de frente (pues otros sí habían visto la luz), no pudieron dejar al descubierto su reactividad opinando sobre tan particular “Encuentro Reflexivo”.

En lo personal, si bien era la primera vez que tenía en mis manos material de esa calaña, ya conocía esas prácticas corporativas. Hace rato que muchas empresas gastan dinero en tales chapucerías para convencer a sus “recursos humanos” que no son un problema sus bajos sueldos, sus extensos horarios, las prácticas antisindicales o sus precarias condiciones de trabajo. Sólo un reactivo vería en ellas una dificultad. La idea es que el empleado proactivo las considere un desafío, una oportunidad para mostrar su capacidad, para desarrollarse... (¡Y yo dándomelas de serio para ganarme la vida!).

Esas pseudoespiritualidad y pseudofilosofía, aunque aplicadas a la esfera laboral, representan la mística e ideas acordes a una época que postula una verdadera sublimación del individuo. Es cierto que si una gran mayoría debe vivir para trabajar, difícilmente podrán salir de su ensimismamiento y relacionarse con otros. Sin embargo, no hacer por los demás lo que ellos no harían por ti, no es una simple cuestión de actitud personal. Es la modernización la que ha impuesto relaciones contractuales y una estructura ad hoc que imposibilitan establecer lazos comunitarios y solidarios.

A su vez, la individualista cantinela proactiva no deja de tener implicancias sociopolíticas. Al eliminar al contexto como variable, se lo hace invisible y se niega cualquier posibilidad de cambio estructural. Se considera la realidad social, económica y política como un dato dado, incuestionable e inalterable. Sólo quedaría asumir el lugar que pareciera por naturaleza nos tocó ocupar y adecuarse a esa realidad por dura o injusta que sea. Visto así, no es casual el actual interés por el enfoque de la resilencia: identificar lo que hace a una persona soportar la adversidad. La esperanza está tan depreciada que ha llegado a significar mera sobrevivencia.

Incluso, por más que se quisiera ser proactivo a nivel personal para lograr un cambio social, ¿es posible realizarlo en un sistema autorregulado? Recuérdese que la premisa básica del modelo es mantener su autonomía resguardándolo de la intervención. Cualquier acción que pretenda regularlo o alterar su lógica interna es rechazada: sólo logrará efectos perversos y desajustes. Sin negar la importancia del cambio interno ni de una ética del trabajo, proponerlos en este contexto es un placebo.

Aristóteles creía que los humanos eran amos o esclavos por naturaleza y que ambos grupos se complementaban y se beneficiaban mutuamente: el amo predeterminado para mandar por su inherente superioridad, era servido por el esclavo predeterminado para obedecer por su inherente inferioridad; al ser consciente de su condición, el esclavo aceptaba su lugar y su destino. Como se puede ver, todavía nos quieren convencer de tales sinrazones; salvo que ahora con karaoke y data show... ¿Adiestrarán también los profesores de este “Encuentro Reflexivo” a sus alumnos para ser futuros empleados proactivos, esclavos felices?

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