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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

francisco coloane


MATERIAS PRIMAS POR ANÁLISIS NOTICIOSOS

<hr><h2><u>MATERIAS PRIMAS POR ANÁLISIS NOTICIOSOS </h2></u> Por Andrés Soliz Rada

Una de las características de la relación entre los centros de poder mundial y las periferias es el intercambio de materias primas por análisis noticiosos. En tanto los países coloniales y semi coloniales proveen a las metrópolis de petróleo, estaño, oro y plata, ahora con el valor agregado de la maquila y algunas ensambladoras, las agencias de noticias de los países más industrializados se encargan de convencernos de las “bondades” del saqueo. Siempre se tratará de refutar este planteamiento por la vía de casuismo y de las excepciones, pero sin tocar su esencia.

En el marco de la globalización neoliberal, el retroceso de la libertad de información es gigantesco. Basta comparar la libertad de información que existió en la guerra de Vietnam, en la que centenares de periodistas, fotógrafos y cineastas dejaron para la historia películas, revistas, periódicos, fotografías y libros imperecederos, muchos de ellos basados en documentales recogidos en los campos de batalla. Ese trabajo, heroico y sacrificado, sensibilizó al propio pueblo norteamericano, el que, en gigantescas manifestaciones, exigió el retiro de los invasores.

Pero el imperio aprendió la lección, ya que la cobertura noticiosa de las invasiones a Irak y Afganistán fue anulada por los romanos de nuestro tiempo. Los medios de comunicación, incluyendo los europeos, tuvieron que repetir las noticias procesadas por la norteamericana CNN, bajo directivas del Pentágono. El sufrimiento de las víctimas de los bombardeos y de las masacres, que tacto impactó en Vietnam, se redujo a lucecitas relampagueantes en las pantallas televisivas, en tanto una voz en “off” decía que se estaba bombardeando Bagdad o Kabul. Si otra voz en “off” decía que se exhibía una película sobre la guerra de las galaxias nadie notaba la diferencia.

El intento más serio de terminar con esa descomunal información en la región es TeleSur, una suerte de CNN latinoamericana, que no dependerá de ningún Pentágono, capaz de difundir la otra cara de la opinión y de la noticia. En ella no se dirá, por ejemplo, que cientos de miles de iraquíes, incluyendo mujeres y niños indefensos, fueron aniquilados para liberarlos de la dictadura de Sadam Hussein, quien, además, tenía armas de destrucción masiva, ocultas en las fábulas de las “mil y una noches”. No se dirá que el Tío Sam es el abanderado de los derechos humanos, en tanto se filtran fotografías de torturas aberrantes en Irak, Guantánamo o Afganistán. No se dirá que EEUU, Francia o Inglaterra combaten al narcotráfico, mientras protegen y fomentan sus paraísos financieros en las Bahamas, en las Islas Caimán o en la Isla Mauricio. No se dirá que Washington preserva la ecología, pero que se niega a firmar el Tratado de Kyoto, o que practica el libre comercio, mientras desarrolla el proteccionismo más desenfrenado en materia agrícola o siderúrgica. No se manifestará, en fin, que George Bush lucha contra el abuso y la prepotencia, cuando el Imperio presiona a nuestros gobiernos para suscribir tratados de inmunidad para sus asesinos y violadores.

En ese contexto, es conmovedor que una enmienda del Senado estadounidense hubiera resuelto combatir a TeleSur, mediante emisiones especiales a Venezuela, a fin de que los venezolanos tengan “noticias exactas”. Tales emisiones se encargarán de difundir el “perjuicio” que significaría para la Patria de Martí, de Artigas y de Bolívar contar con FFAA latinoamericanas que pongan fin al colonialismo inglés en las Malvinas, al Francés u Holanda en las Guyanas o al norteamericano en Puerto Rico. Lo grave que sería para Wall Street que tengamos nuestro Banco Latinoamericano de Desarrollo, independiente del FMI, del Banco Mundial, del BID y de la CAF, tutelados por EEUU.

Sería inaudito que se permitiera articular a nuestras empresas estatales de petróleó, como planteó Hugo Chávez, para contener la despiadada succión de las petroleras europeas y norteamericanas. Que avancemos, en fin, en la creación de los Estados Unidos Socialistas de América Latina y del Caribe, abriendo nuevos rumbos al destino de la humanidad. Los psicólogos del imperio saben que el esclavo que ha tomado conciencia de su esclavitud ha comenzado a ser libre. Y en eso tienen razón, ya que TeleSur desarrollará la conciencia liberadora de nuestros pueblos.


JOAQUÍN EDWARDS BELLO (1887-1968)

<hr><h2><u>JOAQUÍN EDWARDS BELLO (1887-1968)</h2></u> Autor de numerosas novelas, cuentos y crónicas, Joaquín Edwards Bello nació en el puerto de Valparaíso en 1887. Estudió en el colegio Mac Kay y luego en el Liceo Eduardo de la Barra.

Crítico incansable de las costumbres aristocráticas, grupo al que él mismo pertenecía, desde muy joven Edwards Bello se sintió atraído por las letras. A los 14 años fundó la revista La Juventud y luego El Pololo. Desde 1919 trabajó como periodista en el diario La Nación y colaboró en otras revistas y publicaciones.

A los 23 años publicó su primer libro titulado “El Inútil”. Tal fue el escándalo causado, que el escritor debió escapar del país y viajó a Brasil. Con el tiempo fueron apareciendo nuevos título como “Tres Meses en Río de Janeiro”, “El Roto”, “El Chileno en Madrid” y “La Chica del Crillón”.

En 1932 recibió el Premio Atenea de la Universidad de Concepción, en 1934 el Premio Marcial Martínez y el año 1943 recibió el Premio Nacional de Literatura. Pero Joaquín Edwards Bello no se quedó ahí. En 1958 fue nominado Hijo Ilustre de Valparaíso y un año después recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Sin embargo el final de este escritor estuvo marcado por la tragedia. Víctima de una hemiplejia, debió pasar los últimos ocho años de su vida postrado en cama, hasta que el 19 de febrero de 1968 se quita la vida con un disparo.

Otras importantes obras de Edwards Bello son “La Tragedia del Titanic”, “Metamorfosis”, “Valparaíso, la Ciudad del Viento” y “Criollos en París”.


MANDRAKE, NO ESTÁS SOLO

Por Andrés Monares Ruiz
EL Mostrador
- 25 de Abril de 2005

La propuesta de una posible subida de impuestos no cayó bien sobre todo entre el gran empresariado (obviamente por el patriótico motivo de resguardar el bienestar de todos los chilenos). Así, sus críticas sobre Nicolás Eyzaguirre, ministro de Hacienda, no se dejaron esperar. Pero además, hace rato que se viene criticando a la Concertación -personificada al respecto en el citado funcionario- por no incrementar el gasto social para llegar a sectores necesitados de la población. Esa encerrona hizo aflorar el mal humor del ministro. Pues, ¿cómo se podría gastar más en esos grupos mientras se coartan los medios de conseguir más dinero? Cual revival de “Los martes de Merino” (tributo que también Lagos viene realizando cada vez más seguido) señaló molesto que no es Mandrake, en referencia al mago de las historietas.

Evidente es la contradicción: un estado no puede incrementar su gasto si no tiene más entradas. Punto para Eyzaguirre. Sin embargo, es un poco paradójico que una vez establecido un tipo de estado que se priva de intervenir y se automutila gozoso, se caiga en cuenta que se exageró en el empeño. Ya hemos dicho en este espacio que al seguir el extremo neoliberalismo de Friedman -primero la dictadura y luego los maquilladores de la Concertación- en Chile se actuó “con el tejo pasado”. Ahora cualquier revisión del dogma, por mínima que sea, es considerada una aberración: los problemas causados por el neoliberalismo, o sus insuficiencias, se solucionan sólo con más neoliberalismo. O sea, en este caso, crecimiento y no impuestos: ¡jamás impuestos! Política monetaria, nunca fiscal.

Mas, al contrario de los modelos teóricos, los hechos vienen mostrando hace rato que subsidiar sólo a los más pobres de entre los pobres ya no es suficiente (si alguna vez lo fue). Y, como botón de muestra del éxito” del modelo, hasta la clase media viene clamando hace tiempo por ayuda. A la larga, la juerga consumista a la que se nos invitó no se quedaba sólo en artículos de mall a tres meses precio contado. Implicaba también los antaño llamados “servicios públicos”: salud, educación, pensiones, vivienda. Pues, se llegó a considerar normal que todo se pague. Todo y caro. Como el lucro máximo sería el único incentivo de los privados, su materialización en un egoísmo máximo siempre pasa los costos a los consumidores en el precio. El detalle es que se viene pagando con sueldos que no suben.

Por supuesto que el gran empresariado pondrá el grito en el cielo ante cualquier posibilidad de subir impuestos. Para ellos ha sido muy beneficiosa esta sociedad sin más unidad ni proyecto común que entregarles cuantiosas granjerías. Privilegios que un estado, mera comparsa de sus negocios, ha llegado a legitimar a través de la legislación. No obstante, como supuestamente desapareció la política esgrimen argumentos “técnicos”: subir los tributos desincentiva la inversión, pone trabas a la productividad o coarta a los emprendedores.

Ya nadie se acuerda que los impuestos (más todavía su aspecto en verdad relevante: en qué se gastan) son parte de una concepción que concibe un país como una comunidad solidaria con intereses obviamente comunes. Por el contrario, en las actuales condiciones, ¿en qué radica la conveniencia de ser chileno?, ¿entrega el país algo más que un escenario donde residir?

A pesar de que muchos sigan con la cantinela de aumentar la productividad, ¿no es ya tiempo que una vez por todas nos convenzamos de la ineficacia de esa única opción para redistribuir la riqueza? Yo hubiera usado “falacia” en vez de “ineficacia”, mas utilizaré ese término “técnico” para no ser acusado de populista por los realistas (a pesar que es evidente quiénes son en verdad los populistas de promesas falaces y quiénes los que critican desde los hechos).

A mayor crecimiento del gran empresariado viene aumentando la cesantía o al menos se ha estancado el empleo: su meta es el lucro, no crear trabajo o sólo servirse de él para lucrar. ¿Cuántas veces habrá que repetirlo? Como asimismo que por resultado de este modelo y su exigencia de competitividad que determina bajos salarios, ¡Chile es uno de los países con peor redistribución del ingreso del mundo! Esta grave y vergonzosa situación -silenciada descaradamente por el empresariado, el gobierno, la oposición y la intelectualidad liberal- ha llegado a tal nivel que en el exterior ya nos empieza a acusar de dumpig laboral.

Entonces, no sólo el gobierno está complicado por no tener dinero para afrontar gastos necesarios (requerimientos que sólo ayer supuestamente estaban prontos a desaparecer por la magia del mítico círculo virtuoso del crecimiento económico). Por eso, calma Mandrake. Si te sirve de algún consuelo, no eres el único con tales problemas. En realidad, en Chile gracias a tu granito de arena (nada despreciable como ministro de Hacienda) son millones los que tampoco tienen dinero suficiente para cubrir todas sus necesidades. Ahora bien, no sé si cuando se den cuenta de lo que implica tu trabajo te comprendan o solidaricen contigo en el presente trance en que te encuentras. Pero, por ahora, aún no se percatan de que hay algo raro en estar orgullosos por las cifras macroeconómicas del país y al mismo tiempo tener que hacer magia para llegar a fin de mes con sus suelditos.

Tal vez, para no sentirte un mago solitario, puedes conversar con tus numerosos colegas: los jubilados, los pensionados, los estudiantes de educación superior, los usuarios de las ISAPRE, los pequeños y medianos empresarios, los empleados, los subempleados... Y no te preocupes, no tienes que ir a esos suburbios marginales tan lejanos y desagradables para encontrar a esas personas. La clase media vive mucho más cerca. Ellos, como los pobres, sufren del mismo modo por ese extraño fenómeno económico inversamente proporcional: a menos chorreo más se ahogan.

(*) Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.


PANCHO VUELVE AL MAR

(El más anfibio escritor chileno)



Por Volodia Teitelboim
Revista Casa de las Américas, Octubre Diciembre de 2002.

Su padre, el capitán de barco ballenero, al momento de morir le dijo: "Volvamos al mar". Cuando al hijo le llegó la hora, empleó la misma expresión paterna: "Volvamos al mar".

El lunes 5 de agosto de 2002 se despidió en secreto de Eliana, su mujer. Le entregó también su última voluntad: no digas a nadie que me he muerto, espera un par de días. Y luego, que me cremen calladamente. En seguida, como mi padre, volveré al mar.

Siempre volvió al mar el más anfibio de los escritores chilenos, con un pie en la tierra y otro en el agua. Se reintegra al ciclo de la naturaleza, que ese autodidacta amaba y convirtió muchas veces en alegorías asombrosas. Desde su isla natal de Quemchi al Cabo de Hornos y a la Antártica contemplaba el coirón, el pasto de las estepas magallánicas, pero también fijaba los ojos en los astros. Es uno de los hombres a quienes más les he escuchado hablar de las estrellas. En medio de las borrascas de la Tierra del Fuego siempre miró y amó el paisaje interminable y salvaje. Sabía que para que éste fuera un tema literario y revistiera la grandeza trágica era necesario que lo transitara el ser humano. Redescubre la alianza entre hombre y naturaleza, pero también navega por dentro del caminante de los últimos confines. Realiza el viaje interior, se aventura en los ventisqueros y golfos misteriosos, a veces inenarrables, en la sicología de los tristes, los tiernos, los crueles y los solitarios.

Francisco Coloane incorporó a las letras universales las tierras finales del globo. Y lo hizo con una de las prosas más precisas y cristalinas que registra la literatura contemporánea. Completó el mapa entrañable de esas latitudes australes, como Jack London lo hizo con los extremos septentrionales. Allí trenzó también el nudo dramático: no la fiebre del oro sino la quimera del oro, como un Chaplin trágico, no cómico, que concibe la desesperada búsqueda de la riqueza, como una tarea titánica casi siempre infortunada.

Junto a Baldomero Lillo permanece como el más grande cuentista chileno del siglo XX. Coloane no es un observador o recreador fotográfico sino un hombre que dentro de cada palabra introduce una entraña, cierto estremecimiento que se transmite a los lectores de muchas lenguas. Es elocuente y sintomático que de repente en Francia, cuando él ya ha cumplido ochenta años, se lo haya descubierto como "el milagro Coloane". Y que lo saluden y lo hagan suyo en remotas comarcas. En el futuro, quien lea sus páginas sentirá asimismo que está descubriendo algún ángulo desconocido en la historia del corazón humano. Lo suyo sigue siendo válido para todos los tiempos y sus obras son traducibles a todos los idiomas porque él habló el lenguaje único e insuperable: el de la verdad, la sinceridad. También de la esperanza y la desolación del hombre que busca la felicidad sin encontrarla.

Los pianos del océano

Neruda lo llamó "el hijo de la ballena blanca", en alusión al libro de Melville, que Coloane leyó apasionadamente. Pero lo cierto es que él hablaba poco de literatura. Cuando citaba libros se trataba de páginas traspasadas por el sentido, por la tristeza, por la aventura riesgosa, a ratos sombría, que chocaba con el triunfo imposible. Buscaba a los amigos para compartir, hablar de la vida. En aquellas conversaciones se lo podía ver indignado ante las injusticias del mundo. Era hombre puro y recto, ávido de amor.

Su voluntad final de morir en silencio y de ocultar la noticia de su deceso por cuarenta y ocho horas pareció a muchos extraña. Creo que nunca antes sucedió un caso así en la historia de la literatura chilena. Su padre, el inolvidable capitán de barco ballenero, era desconocido para el gran público, un anónimo cuya muerte quizá fuera registrada por unas pocas líneas en un diario de Magallanes. Él quiso morir en la misma manera, en silencio. No necesitaba discursos en su tumba que recordaran cuán extraordinario escritor era. Siempre se sintió incómodo con las alabanzas. Era hombre de mar y de estepa, que siempre quiso estar en relación con el agua y dormir finalmente en sus profundidades, como una gota o un gramo más de sal. Mal que mal, lo primero que vio cuando nació fue el océano. Cuando le llegara la hora deseaba retornar a sus orígenes insondables.

En Francia lo vi en uno de esos tormentosos festivales dedicados a los escritores navegantes. Contaba, ante el deslumbramiento del auditorio, la historia de ese barco lleno de pianos que venía de Europa hacia Chile y naufragó en el Estrecho de Magallanes.

Con el tiempo el mar se volvió músico, porque los pianos empezaron a hablar y a cantar. Era una melodía traspasada por el enigma, ejecutada en el teclado, accionando las cuerdas interiores sacudidas por el movimiento oceánico. Se oían sonatas, patéticas, como lamentos de ahogados; allegros tempestuosos o insólitos arpegios, resonancias inauditas que cautivaban a los viajeros que cruzaban por esos parajes de vida o muerte. Al parecer, el relato de Coloane es verídico. De lo que no me cabe duda es que para él no sólo era real. Lo consideraba también una expresión de la belleza cósmica.

Recuerdo a Coloane como un ser conmovido. No olvido su llanto incontenible cuando su esposa Eliana se encontraba en China y él no podía viajar a verla. Físicamente tenía trazas de gigante armonioso. Si alguien lo comparó con un toro, ocupaba su fortaleza física para enfrentar al injusto, al prepotente, al que trataba de atropellar la dignidad de las personas. Desde muy temprano se definió políticamente, ingresando primero al Partido Socialista y luego al Comunista. Nunca quiso ser dirigente ni tener cargos. Se consideraba una persona de base. Quería vivir, vivir a plenitud, escribir, seducido por la belleza y animado por la bondad. Y hay que usar la palabra bondad porque lo define bien.

No cabe un adiós para Pancho sino un hasta siempre. Noble Hermano. Incomparable. Uno de los hombres más puros que hayan pasado entre la tierra y los vendavales, para instalarse ahora en su morada ancestral, la de su padre: el mar de todas las tormentas y los más grandes horizontes.