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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

literatura


POR LO QUE VIVO

Por Armando Cassígoli

Armando Cassígoli
(1928-1988). Nació en Santiago de Chile. Estudió en el Liceo Manuel Luis Amunátegui y cursó Filosofía y Psicología en la Universidad de Chile, donde fue profesor y Decano de la Facultad de Filosofía. Durante el exilio fue profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Maduro de esperar mis juventudes,
cansado de inventar mi propia suerte
veo pasar la vida en cada trino,
en cada soledad, en cada muerte.

Hay un parrón quizás en el recuerdo,
un perfume de sal en mares fríos,
un caballo de llamas en el lecho,
un andén provinciano en el estío.

Una gran rebeldía en el camino,
el recuerdo de viajes ya perdidos,
un largo atardecer, un largo vino
bebido en mi Santiago peregrino.

Un viento de nostalgia azota y quiebra
los tristes ventanales del exilio;
el Pacífico me baña en otras tierras,
pronuncia el nombre 'patria' en otro sitio.

Pesan mis siglos lentamente y quiero
reposar en Chillanes ya perdidos
recorrer esos mil Valparaísos
que hay en cada pedazo de mí mismo.

A esta hora es poco lo que pido;
sólo el pan, sólo el aire, sólo el vino,
la libertad de ver a mis montañas,
la libertad, en fin, por la que vivo
.


LAS MUCHACHAS SENCILLAS

Por Eduardo Llanos Melusa

Las muchachas sencillas
dudan que el mundo sea un balneario
para lograr bronceados excitantes
y exhibirse como carne en la parrilla
de una hostería al aire libre.
Las muchachas sencillas
no cultivan el arte de reptar hacia la fama
ni confunden a las personas con peldaños
ni practican ocios ni negocios
ni firman con el trasero contratos millonarios.
Las muchachas sencillas
estudian en liceos con goteras,
trabajan en industrias y oficinas,
rehúyen las rodillas del gerente,
hacen el amor con Luis González
en hoteles, en carpas, en cerros, en lugares sencillos.
Las muchachas sencillas
se convierten en madres, en esposas sencillas,
luchan largos años como sin darse cuenta,
llenándose de canas, de várices y nietos.
Y cuando abandonan este mundo
dejan por todo recuerdo sus miradas
en fotos arrugadas y sencillas
.


DON QUIJOTE DE LAS PARADOJAS

<hr><h2><u>DON QUIJOTE DE LAS PARADOJAS</h2></u> Por Eduardo Galeano *

Montevideo (Uruguay) - 15 de febrero de 2005

Tomado de Red Voltaire

Nació en prisión esta aventura de la libertad. En la cárcel de Sevilla, "donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace habitación", fue engendrado Don Quijote de la Mancha. El papá estaba preso por deudas. Exactamente tres siglos antes, Marco Polo había dictado su libro de viajes en la cárcel de Génova, y sus compañeros de prisión habían escuchado, y escuchándolo habían viajado.

***

Cervantes se propuso escribir una parodia de las novelas de caballería. Ya nadie, o casi nadie, las leía. Estaban pasadas de moda. La tomadura de pelo fue un esfuerzo digno de mejor causa. Y sin embargo, esa inútil aventura literaria resultó mucho más que su proyecto original, viajó más lejos y más alto y se convirtió en la novela más popular de todos los tiempos y de todas las lenguas. Merece gratitud eterna el caballero de la triste figura. A don Quijote los libros de caballería le habían quemado la cabeza, pero él, que se perdió por leer, salva a quienes lo leemos. Nos salva de la solemnidad y del aburrimiento.

***

Famosos estereotipos: don Quijote y Sancho Panza, el caballero y su escudero, la locura y la cordura, el soñador hidalgo con la cabeza en las nubes y el labriego rústico de pata en tierra. Es verdad que don Quijote se vuelve loco de remate cada vez que monta a Rocinante, pero cuando desmonta suele decir frases que vienen del más puro sentido común, y en ocasiones pareciera que se hace el loco sólo por cumplir con el autor o el lector. Y Sancho Panza, el ramplón, el bruto, sabe ejercer con ejemplar sutileza su gobierno de la ínsula de Barataria.

***

Tan frágil que parecía y fue el más duradero. Cada día cabalga con más ganas, y no sólo por la manchega llanura. Tentado por los caminos del mundo, el personaje se escapa del autor y en sus lectores se transfigura. Y entonces hace lo que no hizo, y dice lo que no dijo. Don Quijote jamás pronunció la más famosa de sus frases. "Ladran, Sancho, señal que cabalgamos" no figura en la obra de Cervantes. ¿Qué anónimo lector habrá sido el autor?

***

Metido en su armadura de latón, montado en su rocín hambriento, don Quijote parece destinado a la derrota y al ridículo. Este delirante se cree personaje de novela de caballería y cree que las novelas de caballería son libros de historia. Sin embargo, no siempre cae despatarrado en sus lances imposibles, y a veces hasta aplica honrosas tundas a los enemigos que enfrenta o inventa. Y ridículo es, qué duda cabe, pero entrañablemente ridículo. Cree el niño que una escoba es un caballo, mientras el juego dura, y mientras dura la lectura los lectores acompañamos y compartimos los andares estrafalarios de don Quijote. Reímos de él, sí, pero mucho más reímos con él.

***

"No te tomes en serio nada que no te haga reír", me aconsejó alguna vez un amigo brasileño. Y el lenguaje popular se toma en serio los delirios de don Quijote y expresa la dimensión heroica que la gente ha otorgado a este antihéroe. Hasta el Diccionario de la Real Academia Española lo reconoce así. Quijotada es, según el diccionario, "la acción propia de un quijote" y quijote es aquel que "antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo".

***

Dos veces pidió Cervantes empleo en América, y dos veces fue rechazado. Algunas versiones dicen que era dudosa su limpieza de sangre. Los estatutos prohibían viajar a las colonias americanas a quien llevara en sus venas glóbulos judíos, musulmanes o heréticos, que se trasmitían a lo largo de no menos de siete generaciones. Quizá la sospecha de algún abuelo o bisabuelo que fuera judío converso explica la respuesta oficial a las solicitudes de Cervantes: "Busque por acá en qué se le haga merced". El no pudo venir a América. Pero su hijo, don Quijote, sí. Y en América le fue de lo más bien.

***

En 1965, el Che Guevara escribió la última carta a sus padres. Para decirles adiós, no citó a Marx. Escribió: "Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al brazo".

***

En sus malandanzas, evocaba don Quijote la edad dorada, cuando todo era común y no había tuyo ni mío. Después, decía, habían empezado los abusos, y por eso había sido necesario que salieran al camino los caballeros andantes, para defender a las doncellas, amparar a las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. El poeta León Felipe creía que los ojos y la conciencia de don Quijote "ven y organizan el mundo no como es, sino como debiera ser. Cuando don Quijote toma al ventero ladrón por un caballero cortés y hospitalario, a las prostitutas descaradas por doncellas hermosísimas, la venta por un albergue decoroso, el pan negro por pan candeal y el silbo del capador por una música acogedora, dice que en el mundo no debe haber ni hombres ladrones ni amor mercenario ni comida escasa ni albergue oscuro ni música horrible".

***

Unos años antes de que Cervantes inventara a su febril justiciero, Tomás Moro había contado la utopía. En el libro de Tomás Moro, Utopía, u-topía significaba no-lugar. Pero quizás ese reino de la fantasía encuentra lugar en los ojos que lo adivinan, y en ellos encarna. Bien decía George Bernard Shaw que hay quienes observan la realidad tal cual es y se preguntan por qué, y hay quienes imaginan la realidad como jamás ha sido y se preguntan por qué no. Está visto, y los ciegos lo ven, que cada persona contiene otras personas posibles, y cada mundo contiene su contramundo. Esa promesa escondida, el mundo que necesitamos, no es menos real que el mundo que conocemos y padecemos. Bien lo saben, bien lo viven, los aporreados que todavía cometen la locura de volver al camino, una vez y otra y otra, porque siguen creyendo que el camino es un desafío que espera, y porque siguen creyendo que desfacer agravios y enderezar entuertos es un disparate que vale la pena.

***

Ayuda lo imposible a que lo posible se abra paso. Por decirlo en términos de la farmacia de don Quijote: tan mágico es este bálsamo de Fierabrás, que a veces nos salva de la maldición del fatalismo y de la peste de la desesperanza. ¿No es ésta, al fin y al cabo, la gran paradoja del viaje humano en el mundo? Navega el navegante, aunque sepa que jamás tocará las estrellas que lo guían.

(*) Periodista y escritor uruguayo.


2005

<hr><h2><u>2005</h2></u>
Foto: Octavio Paz

POESÍA PARA RECIBIR EL AÑO NUEVO



No para dar por pensado,
sino para dar en qué pensar

Agenda de Reflexión

Número 244, Año III, Buenos Aires, sábado 1º de enero de 2005

2005

"En un día del hombre están los días"
(James Joyce, de Jorge Luis Borges)

"El tiempo es el único enemigo que mata huyendo"
(Francisco de Quevedo y Villegas)

El rapsoda inmortal lo definía:
enemigo que huyendo nos da muerte;
oscuro manto del olvido inerte,
que alumbra otros días tras el día.

El tiempo nos humilla y nos guía
por sus senderos de tragedia y suerte,
con cambio calendario que lo alerte
a ese cálido canto de utopía.

El espejo, la flecha, el laberinto,
azar de Cronos, que muestra cada año
el sutil arabesco de su danza,

latiendo tan igual y tan distinto,
renovando la cita del extraño
encuentro entre el destino y la esperanza.

Oscar Sbarra Mitre

Buenos Aires, diciembre de 2004

(Soneto inédito, difundido con autorización expresa
del autor exclusivamente para la Agenda de Reflexión)

* * * * * * * * * *

Día del año nuevo, día eléctrico, fresco,
todas las hojas salen verdes del tronco de tu tiempo.
Corónanos con agua, con jazmines abiertos,
con todos los aromas desplegados
aunque sólo seas un día, un pobre día humano,
tu aureola palpita sobre tantos cansados corazones...

Pablo Neruda, Tercer libro de las Odas

* * * * * * * * * *

PRIMERO DE ENERO

Las puertas del año se abren,
como las del lenguaje,
hacia lo desconocido.
Anoche me dijiste:
mañana
habrá que trazar unos signos,
dibujar un paisaje, tejer una trama,
sobre la doble página
del papel y del día.
Mañana habrá que inventar,
de nuevo,
la realidad de este mundo.
Ya tarde abrí los ojos.
Por el segundo de un segundo
sentí lo que el azteca,
acechando desde el peñón de promontorio,
por las rendijas de los horizontes,
el incierto regreso del tiempo.

No, el año había regresado.
Llenaba todo el cuarto
y casi lo palpaban mis miradas.
El tiempo, sin nuestra ayuda,
había puesto,
en un orden idéntico al de ayer,
casas en la calle vacía,
nieve sobre las casas,
silencio sobre la nieve.

Tú estabas a mi lado,
aun dormida.
El día te había inventado
pero tú no aceptabas todavía
tu invención en este día.
Quizá tampoco la mía.
Tú estabas en otro día.

Estabas a mi lado
y yo te veía, como la nieve,
dormida entre las apariencias.
El tiempo, sin nuestra ayuda,
inventa casas, calles, árboles,
mujeres dormidas.

Cuando abras los ojos
caminaremos, de nuevo,
entre las horas y sus invenciones
y al demorarnos en las apariencias
daremos fe del tiempo y sus conjugaciones.
Abriremos las puertas de este día,
entraremos en lo desconocido.

Octavio Paz


CARPENTIER, ENTRE LA NATURALEZA Y LA HISTORIA

<hr><h2><u>CARPENTIER, ENTRE LA NATURALEZA Y LA HISTORIA</h2></u>

El pasado domingo se cumplieron cien años del nacimiento del autor de "El siglo de las luces"



Ernesto Hernández Busto (*)

La Vanguardia
- 29 diciembre 2004

Cuando en 1991 Guillermo Cabrera Infante reveló que Alejo Carpentier en realidad había nacido en Lausana, Suiza, muy pocos le creyeron. Cabrera es famoso por su maledicencia y Carpentier -de cuyo nacimiento se cumplió un siglo el domingo- había sido durante muchos años su rival político, el único gran escritor cubano que apoyaba sin fisuras la revolución y cuya obra, elevada a la categoría de monumento nacional, despertaba un respeto reverencial en el extranjero. En un país donde las biografías literarias son un género casi extinto, resulta comprensible que ciertas anécdotas del escritor oficial se alejen del relato de su vida contada por él mismo. Aunque lo interesante no es el lugar de nacimiento, sino la mentira: un escamoteo que revela esa manía del escritor latinoamericano por acomodar su biografía a los avatares de su proyecto literario.

Varias crónicas han aireado los flecos de una infancia idílica de Carpentier, hijo de emigrados, que presumía de una abuela pianista, discípula de Cesar Frank, y de un padre arquitecto "que empezó a trabajar el violoncello con Pau Casals". En realidad, Carpentier vivió en las afueras de La Habana, pasó unos años en el liceo parisino Jeanson de Sailly y regresó a la capital, donde su madre sobrevivió dando clases de francés. El padre, envuelto en un lío de faldas, desapareció en Panamá y al joven Alejo, según recuerda Heberto Padilla, no le quedó más remedio que ponerse a vender leche de casa en casa.

Truncos sus estudios universitarios de arquitectura, en La Habana de los años 20 había dos antesalas del inframundo profesional: el periodismo y la política. Por ambas pasó Carpentier. Su talento como cronista le ganó las páginas de Chic y Carteles. Como cualquier comunista de la época, viajó a México a conocer a Diego Rivera, suscribió protestas y acabó en la cárcel, donde escribió una novela de tema afrocubano con el poco inspirado título de ¡Ecue-Yamba-O! Luego fue a París y contactó con los surrealistas.

En París pasó Carpentier casi una década: perfeccionó su erre, se convirtió en un experto en radiodifusión y esposó a una musa de la belle époque, Eva Fréjaville. Por esos años viajó varias veces a Madrid, donde hizo amistad con Lorca, Alberti o Bergamín.

Sin embargo, en 1945 Carpentier corta su vínculo con la farándula habanera para irse a Caracas a trabajar en la publicidad y la radio. Durante sus 15 años en la Venezuela de Pérez Jiménez pondrá a un lado sus inquietudes revolucionarias para dar forma a su vocación literaria, incluyendo su famosa teoría de lo real maravilloso americano. Paradójicamente, fue con un relato, Viaje a la semilla (1944), que comenzó el proyecto novelístico más importante de la literatura cubana. Pasión por la historia, imaginería barroca que se regodea en la decoración arquitectónica, distancia de la narrativa psicológica e interés por el tiempo como la materia suprema de la ficción... Todo está ya en ese cuento concebido como un tour de force. Luego vendrá El reino de este mundo (1949), relato de la revolución haitiana, en cuyo prólogo reconocemos la astucia de quien toma distancia del surrealismo sin desechar sus hallazgos.

En 1953 Carpentier publica Los pasos perdidos, tal vez su mejor novela y la primera que aborda uno de sus grandes temas: el enfrentamiento entre naturaleza e historia. La obra relata el viaje a la selva de un compositor y musicólogo que, hastiado de la vida urbana, se interna en el Orinoco para comprobar sus teorías sobre los orígenes de la música y reanimar su propia creatividad. Lleno de resonancias autobiográficas, ese libro es también el momento en que, como en una obertura operística, la literatura latinoamericana descubre la relación de la cultura cortesana con el paisaje selvático.

Un émulo de Sainte-Beuve buscaría en la infancia oculta de Carpentier la raíz de una escritura voluntariamente arcaizante. Al pasado confuso correspondería la pulsión de la investigación histórica y la referencia a modelos arquitectónicos y musicales que caracterizan lo que González Echevarría, su mejor crítico, ha llamado "la figura de un escritor sistemático", es decir, "el que vuelve una y otra vez a los mismos temas y repite un discurso propio armado con reiteraciones que llegan a crear una combinatoria previsible".

Esa mezcla de voluntarismo y previsibilidad estilística que define el proyecto de Carpentier le convierte, al menos dentro de la literatura cubana, en el modelo del escritor profesional, omnicomprensivo, capaz de poner la novela latinoamericana al nivel de las exigencias sinfónicas. Pero también le da a zonas de la prosa carpenteriana un aire de grandilocuencia dieciochesca.

La otra gran novela de Carpentier (si dejamos a un lado su brillante incursión en la novela de dictadores, El recurso del método, y un admirable trío de nouvelles -El acoso, Concierto barroco y El arpa y la sombra-), es sin duda El siglo de las luces. La publicó en 1962, en Cuba, donde había vuelto tres años antes, con el triunfo de la revolución. Algunos críticos han visto en esta saga una parábola sobre los peligros saturninos de todas las revoluciones. Pero esa interpretación contrasta demasiado con la última fase del proyecto novelístico de Carpentier.

La altura de esa gran novela histórica que es El siglo de las luces pone de relieve el fracaso de otra, La consagración de la primavera (1978), intento de épica sincrónica, con alarde de planos paralelos y un aburrido enaltecimiento de la indistinción entre el individuo y la masa. En Cuba era esperada como la gran novela de la revolución, la suma alquímica del gran escritor y el funcionario. Fue el único fiasco del Carpentier maduro.

Carpentier murió en 1980. Su centenario debería ser una ocasión para volver sobre sus grandes novelas, rebuscar en sus ensayos y emprender, tal vez, su biografía definiva.

(*) Escritor cubano residente en Barcelona.


JIM

<hr><h2><u>JIM</h2></u> Cuento de Roberto Bolaño

Cuando, a mediados de julio pasado, Roberto Bolaño murió repentinamente, dejó terminadas cuatro de las cinco novelas que componían su más ambicioso proyecto: 2666. También dejó cerrado el libro de relatos El gaucho insufrible, que editará Anagrama y del que El Cultural publica “Jim”, la historia de un amigo norteamericano “chingado y atrapado” por sus fantasmas. Como el propio Bolaño, referencia obligada para los jóvenes narradores hispanoamericanos de hoy. Quizá por eso algunas de sus palabras tienen acento de testamento. Como cuando escribe, en este mismo libro, que la literatura latinoamericana “no es Borges ni Macedonio Fernández, ni Onetti ni Bioy ni Cortázar ni Rulfo [...] ni siquiera el dueto de machos ancianos formado por García Márquez y Vargas Llosa, [sino] Isabel Allende, Luis Sepúlveda, Angeles Mastretta, Sergio Ramírez, Tomás Eloy Martínez, un tal Aguilar Camín o Comín, ... y muchos otros nombres ilustres que en este momento no recuerdo.”


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Hace muchos años tuve un amigo que se llamaba Jim y desde entonces nunca he vuelto a ver a un norteamericano más triste. Desesperados he visto muchos. Tristes, como Jim, ninguno. Una vez se marchó a Perú, en un viaje que debía durar más de seis meses, pero al cabo de poco tiempo volví a verlo. ¿En qué consiste la poesía, Jim?, le preguntaban los niños mendigos de México. Jim los escuchaba mirando las nubes y luego se ponía a vomitar. Léxico, elocuencia, búsqueda de la verdad. Epifanía. Como cuando se te aparece la virgen. En Centroamérica lo asaltaron varias veces, lo que resultaba extraordinario para alguien que había sido marine y antiguo combatiente en Vietnam. No más peleas, decía Jim. Ahora soy poeta y busco lo extraordinario para decirlo con palabras comunes y corrientes. ¿Tú crees que existen palabras comunes y corrientes? Yo creo que sí, decía Jim.

Su mujer era una poeta chicana que amenazaba, cada cierto tiempo, con abandonarlo. Me mostró una foto de ella. No era particularmente bonita. Su rostro expresaba sufrimiento y debajo del sufrimiento asomaba la rabia. La imaginé en un apartamento de San Francisco o en una casa de Los Ángeles, con las ventanas cerradas y las cortinas abiertas, sentada a la mesa, comiendo trocitos de pan de molde y un plato de sopa verde. Por lo visto a Jim le gustaban las morenas, las mujeres secretas de la historia, decía sin dar mayores explicaciones. A mí, por el contrario, me gustaban las rubias. Una vez lo vi contemplando a los tragafuegos de las calles del DF. Lo vi de espaldas y no lo saludé, pero evidentemente era Jim. El pelo mal cortado, la camisa blanca y sucia, la espalda cargada como si aún sintiera el peso de la mochila. El cuello rojo, un cuello que evocaba, de alguna manera, un linchamiento en el campo, un campo en blanco y negro, sin anuncios ni luces de estaciones de gasolina, un campo tal como es o como debiera ser el campo: baldíos sin solución de continuidad, habitaciones de ladrillo o blindadas de donde hemos escapado y que esperan nuestro regreso.

Jim tenía las manos en los bolsillos. El tragafuegos agitaba su antorcha y se reía de forma feroz. Su rostro, ennegrecido, decía que podía tener treinta y cinco años o quince. No llevaba camisa y una cicatriz vertical le subía desde el ombligo hasta el pecho. Cada cierto tiempo se llenaba la boca del líquido inflamable y luego escupía una larga culebra de fuego. La gente lo miraba, apreciaba su arte y seguía su camino, menos Jim, que permanecía en el borde de la acera, inmóvil, como si esperara algo más del tragafuegos, una décima señal después de haber descifrado las nueve de rigor, o como si en el rostro tiznado hubiera descubierto la cara de un antiguo amigo o de alguien que había matado.

Durante un buen rato lo estuve mirando. Yo entonces tenía dieciocho o diecinueve años y creía que era inmortal. Si hubiera sabido que no lo era, habría dado media vuelta y me hubiera alejado de allí. Pasado un tiempo me cansé de mirar la espalda de Jim y los visajes del tragafuegos. Lo cierto es que me acerqué y lo llamé. Jim pareció no oírme. Al volverse observé que tenía la cara mojada de sudor. Parecía afiebrado y le costó reconocerme: me saludó con un movimiento de cabeza y luego siguió mirando al tragafuegos. Cuando me puse a su lado me di cuenta de que estaba llorando. Probablemente también tenía fiebre. Asimismo descubrí, con menos asombro con el que ahora lo escribo, que el tragafuegos estaba trabajando exclusivamente para él, como si todos los demás transeúntes de aquella esquina del DF no existiéramos. Las llamaradas, en ocasiones, iban a morir a menos de un metro de donde estábamos. ¿Qué quieres, le dije, que te asen en la calle? Una broma tonta, dicha sin pensar, pero de golpe caí en que eso, precisamente, esperaba Jim. Chingado, hechizado/Chingado, hechizado, era el estribillo, creo recordar, de una canción de moda aquel año en algunos hoyos funkis.

Chingado y hechizado parecía Jim. El embrujo de México lo había atrapado y ahora miraba directamente a la cara a sus fantasmas. Vámonos de aquí, le dije. También le pregunté si estaba drogado, si se sentía mal. Dijo que no con la cabeza. El tragafuegos nos miró. Luego, con los carrillos hinchados, como Eolo, el dios del viento, se acercó a nosotros. Supe, en una fracción de segundo, que no era precisamente viento lo que nos iba a caer encima. Vámonos, dije, y de un golpe lo despegué del funesto borde de la acera. Nos perdimos calle abajo, en dirección a Reforma, y al poco rato nos separamos. Jim no abrió la boca en todo el tiempo. Nunca más lo volví a ver.


LECCIONES DE LA IMAGINACIÓN

<hr><h2><u>LECCIONES DE LA IMAGINACIÓN</h2></u> Por Sergio Ramírez

San José, noviembre 2004.

Ahora que celebramos este año el centenario del nacimiento de Alejo Carpentier, que se cumple en el mes de diciembre, no puedo sino pensar en él como el padre fundador de la imaginación mágica en nuestra literatura, un aporte del Caribe al acervo de nuestra cultura hispanoamericana.

¿Dónde sino en el Caribe de Carpentier habría de aparecer Henri Christophe, el personaje de El reino de este mundo, antiguo cocinero de una fonda que peleó por la libertad de los esclavos y luego inventó el trono de Haití para coronarse rey? Un rey que llegó a tener poder de vida y muerte sobre sus súbditos, los antiguos esclavos que él mismo había liberado, después de pasar a cuchillo a los colonos franceses, y que bajo su férula volvían a ser lo mismo de siempre, esclavos. Una historia que no la magia, sino la realidad, sigue repitiendo incesantemente en Haití.

El rey Christopher hizo construir encima de las lejanas rocas de las cumbre del Gorro del Obispo la ciudadela de La Ferrière, cada bloque de piedras subido a lomo de sus súbditos esclavos, y en el palacio de cantera rosada de Sans Souci estableció su remedo de corte francesa con duques y marqueses que llevaban ahora las pelucas empolvadas de sus antiguos amos.

A las ventanas del palacio se asomaban damas coronadas de plumas, con el abundante pecho alzado por el talle demasiado alto de los vestidos de moda. En uno de los suntuosos salones ensayaba una orquesta de cámara. Los oficiales de casaca roja y bicornio, con espadas al cinto, parecían oficiales napoleónicos. “Negras eran aquellas hermosas señoras, de firme nalgatorio, que ahora bailaban la rueda en torno a una fuente de tritones”. Y aquel mundo maravilloso se vuelve inexplicable para Ti Noel, el antiguo esclavo, ya anciano, que lo está viendo todo con ojos de asombro, y sobre cuya espalda los capataces van a encajar pronto una piedra para que la lleve, uno más entre aquel hormiguero de esclavos, hasta la cumbre donde se construye la fortaleza de La Ferrière.

Cuánto tiene que ver la ambición de poder con estas fantasmagorías. Es que somos parte de una misma tramoya, imágenes del mismo juego de espejos. Una gran olla en la lumbre, donde hierven ambiciones y delirios. Y, otra vez, la vieja pregunta acerca de la realidad y la imaginación. En las páginas de su otra novela memorable, El siglo de las luces, suena el clarín de una batalla, la batalla por los derechos del hombre que encandilará la imaginación de ese héroe confuso que es Víctor Huges, comerciante de ultramarinos transfigurado en revolucionario.

La Revolución Francesa viene a proclamar la abolición de todos los privilegios reales, y los de casta, a anunciar algo tan peligroso y disolvente como la abolición de la esclavitud. Y Víctor Huges abolirá en Cayena y Guadalupe la esclavitud bajo el directorio, agente fiel de Robespierre, y la restablecerá sin parpadeos bajo el consulado, agente fiel de la restauración. Lo que importa es el poder, no su color. Las palabras que llevan a la acción, y la acción que contradice las palabras. No hay conciliación posible. Lo alegórico para Carpentier es que las revoluciones son hechos históricos que desbordan la suerte de los personajes. Un péndulo que va y viene, de la luz hacia la oscuridad, repitiendo el mismo viaje desde siempre. El poder, que se vuelve contra los ideales. Las revoluciones que terminan en fracasos éticos, y devoran a sus propios hijos, como Saturno. Es una lección que todavía seguimos aprendiendo.

No libra Carpentier a las revoluciones de su sino trágico. Las revoluciones son deidades mudas, como la guillotina embozada que Víctor Huges trae a América desde Francia, y que navega en las aguas del Caribe sobre la cubierta de un barco que será luego un barco fantasma. Nadie puede librar su cabeza de ese péndulo con filo de guillotina que es el destino vestido con los ropajes del poder.

Ya hemos oído muchas necedades acerca del fin de la historia, y Carpentier no iba a ser quien se adelantara a proclamar esas necedades. “Una revolución no se discute, se hace”, proclama Víctor Huges. Pero para un novelista, que prueba no ser ingenuo, la repetición de la historia humana no termina con ninguna ideología, o con la imposición de un régimen político. Porque los seres humanos siguen siendo los mismos, nos advierte. Víctor Huges, el paladín de los ideales libertarios, termina cazando con perros de presa por los montes a los esclavos que él mismo había liberado.

Esta es una de las mejores lecciones de la imaginación, dictada por la inclemente realidad, que Carpentier, nuestro padre fundador, real y maravilloso, nos deja como perdurable herencia literaria.


BENEDETTI

<h2><hr><u>BENEDETTI</h2></u>

Benedetti cumple 84 años que celebra con "Memorias y esperanzas"



Por Venpres

Publicado el Martes, 14/09/04

Madrid, 14 Sep. Venpres.- El escritor uruguayo Mario Benedetti llega a sus 84 años y dedica su libro más reciente, "Memorias y esperanzas", a las incontables hornadas de lectores jóvenes que lo vienen acompañando desde que publicara “Poemas de oficina”.

El volumen aparecerá aquí coincidiendo con el onomástico del poeta, ensayista y novelista, que lo festejará en su tierra natal donde vive la mitad del año mientras la otra transcurre en España, país al que llegó por primera vez en 1977, exiliado, revela una nota de la agencia Prensa Latina.

Benedetti aborda en “Memoria...” los temas más disímiles en una larga reflexión que va de la política a los valores morales, el sexo, la infancia, la globalización, la hipocresía, la pasión deportiva (es un fanático del fútbol, como todos los uruguayos), la juventud, la conciencia, la canción chatarra o la política de Estados Unidos.

También hace profesión de fe, como la que se desprende al expresar: “me siento satisfecho cuando octogenario, veo que mis valores de toda la vida siguen vivos, que nunca tuve la tentación de renunciar, y que los sigo sosteniendo. Y que toda la vida pude arreglármelas con tan poco, y estar tan contento".

"Que, pese a haber vivido bombardeado por la misma publicidad que a todos nos dice que lo importante es el consumo, que lo importante es generar riqueza (monetaria) y que la globalización y el libre mercado son el único camino que nos queda por delante, sigo pensando que nada de esto es cierto"
, agrega.

Editado por el sello Destino, “Memoria y esperanza” es una especie de testamento legado a la multitud de jóvenes que repiten en todas las latitudes poemas como Táctica y estrategia o los convierten en materia prima de composiciones musicales.

Con ellos me siento a mis anchas -certifica- los entiendo y me entienden.

Al final de Memoria... hace un llamado: "Hombres y mujeres, adultos o hasta viejos, sintámonos jóvenes por un instante y medio, quizás así percibamos que la juventud no es un enigma, sino un inapreciable azar que a todos nos ilustra y nos descubre".