CREER EN EL AMOR E IMAGINAR LA FELICIDAD
A PROPÓSITO DEL IDEARIO DE SALVADOR ALLENDE
Por Ramón Díaz Eterovic
En el mes de septiembre de 1973 era un adolescente que, como otros jóvenes de mi generación, me sentía parte del proceso de cambios políticos que hasta esa fecha vivía el país ; y cuyo acercamiento al quehacer político había nacido bajo la inspiración del entonces líder indiscutido de la izquierda chilena: Salvador Allende.
El ideario de Allende fue un poderoso imán para que nos sintiéramos atraídos por el proyecto de construir el socialismo en Chile, y sus tres años de gobierno, fue un tiempo en el que soñamos vivir en un país distinto, sin los desequilibrios sociales ni las injusticias que conocíamos a diario. Su pensamiento nos instaba a sumar la rebeldía juvenil a los cambios que era necesario generar, y en sus palabras, como las dichas al asumir como Presidente de Chile, había un llamado atrayente y motivador: "Miles y miles de jóvenes reclamaron un lugar en la lucha social. Ya lo tienen. Ha llegado el momento de que todos los jóvenes se incorporen. El escapismo, la decadencia, la futilidad, la droga, son el último recurso de muchachos que viven en países notoriamente opulentos, pero sin ninguna fortaleza moral. No es ese nuestro caso. Sigan los mejores ejemplos. Los de aquellos que lo dejan todo por construir un futuro mejor".
Palabras como esas, que inspiraron a los que éramos adolescentes al inicio de los años setenta, siguen vigentes y son cada vez más necesarias para los jóvenes de este fin de siglo.
De la edad de los sueños a la era del ogro
En tanto novel escritor, los años del gobierno de Salvador Allende fue el tiempo en que, atraídos por la literatura, pergeñábamos los primeros esbozos literarios y vivimos la efervescencia cultural que caracterizó al gobierno de Salvador Allende. Chile era un país culturalmente activo, bullente y las expresiones culturales estaban al alcance de la gente. Veíamos lo mejor del cine mundial, nos visitaban escritores de la talla de Julio Cortázar y Ernesto Cardenal, leíamos con avidez a los autores del "boom" latinoamericano, seguíamos las colecciones de libros publicadas por la Editorial Quimantú, celebrábamos a Pablo Neruda, nuestro segundo Premio Nobel de Literatura. Se respiraban aires libertarios para las expresiones artísticas, y nuestras aspiraciones literarias estaban unidas a esos aires, al deseo de escribir y de expresar a través de cuentos y poemas nuestra adhesión al nuevo tiempo. Pensábamos que nuestro futuro iba a ser muy distinto al que después nos correspondió vivir, y por eso, junto al desarrollo de las inquietudes literarias, participábamos en la lucha política, las marchas, concentraciones, tomas; elementos todos de un período de cambio social acelerado y de enfrentamiento entre clases antagónicas.
Nuestro habitat fue la violencia
Después del 11 de septiembre de 1973 nuestro habitat fue la violencia. Vivimos una dictadura que, desde sus primeras manifestaciones declaró la guerra a la cultura. Quema de libros, cierre de revistas e editoriales, exilio de escritores, fueron la pauta inicial que nos indicó la posición de los golpistas respecto a la cultura. Vino la censura y el miedo como instrumentos para acallar las ideas libertarias. La mayoría de los autores chilenos se vieron impedidos de publicar sus obras y cuando lo hicieron, ellas debieron circular por canales marginales, cuando no clandestinos. Fueron años duros de vivir y escribir, pero la inmensa mayoría de los escritores se sintieron comprometidos con las luchas de ese tiempo. Vivimos bajo un sistema que impuso la fuerza en todo el acontecer social, y el quehacer cultural se menoscabó hasta niveles que hasta hoy hacen ardua la tarea de recuperar. Como una forma de querer obviar la creación contestataria que se daba en el país, se genera la idea de un supuesto "apagón cultural" que no era tal, porque los escritores estaban produciendo sus obras. De lo que se trataba era de la inexistencia de canales que permitieran dar a conocer sus trabajos. La industria editorial estaba destruida, los diarios y revistas controlados. Frente a eso, muchos escritores recurrieron al expediente de la autoedición, desafiaron la censura y dieron a conocer sus obras, aunque sólo fuera dentro de círculos restringidos. Surgen talleres y colectivos de escritores en Santiago y regiones; revistas artesanales. Se organizan lecturas y pequeños encuentros. La Sociedad de Escritores de Chile se convierte en bastión para la defensa de la libertad de expresión y de los derechos humanos. Se sobrevive a los primeros años de la dictadura, y con el inicio de la década de los ochenta, las iniciativas en el campo literario y cultural crecen y se amplían, constituyéndose en un elemento importante en lo que fue la recuperación democrática a comienzos de los años noventa.
La necesidad de reencontrar el ideario de Allende
Hoy, continuamos siendo un pueblo que lucha por su identidad. En el que la implantación de un modelo económico neoliberal se contrapone a las necesidades de su gente; donde las exitosas cifras macroeconómicas se desdibujan frente a la pobreza; donde la imagen publicitaria de los medios de comunicación confunden incluso a los que sólo reciben los despojos del sistema. Se nos dice que terminó el tiempo de las ideologías, de la pugna entre distintas opciones políticas, y la verdad es que detrás de esa negación existe la imposición de una ideología única, que no tiene otro norte que establecer un modelo de vida chato, conformista, acrítico, que inmovilice a la gente.
Hoy es cada día más urgente reencontrarse con el pensamiento humanista y revolucionario de Salvador Allende. Hasta el año 1973, vivíamos en un país modesto, pero, sin duda, más solidario, y más consciente de la importancia de la justicia social y del desarrollo cultural a través de la educación, la literatura, las artes. Hoy olvidamos nuestra historia, promovemos la amnesia colectiva y nos ufanamos de la riqueza que se cosecha sobre un campo de ignorancia y banalidad. Olvidamos ese pasado en el que valiosas consquistas sociales se lograron bajo el influjo de líderes políticos, entre los cuales Allende tiene un lugar primordial, pese a que hoy su obra se distorsiona y su pensamiento se olvida, incluso por muchos de los que, en otra época, decían compartir su proyecto.
Allende fue modelo de lucha y esperanza; y su obra política, en el tiempo que le correspondió vivir, nos hace recordar una cita de García Márquez: "En este mundo existió la vida, prevaleció el sufrimiento y reinó la injusticia, pero también fuimos capaces de creer en el amor y hasta imaginar la felicidad". Por ello, el pensamiento de Allende sigue vigente, en todo lo que se relaciona con la profundización real de la democracia; con la resistencia que hay que oponer a esa "certeza incuestionable" que nos impone el neoliberalismo y que a muchos les hace pensar que vivimos el fin de la utopías, olvidando que hay una vida que construir en este nuevo siglo, sin los errores del pasado ni la desigualdad del presente.
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