IDEAS Y SISTEMAS DE LOS LIBERTADORES
Por Jorge Abelardo Ramos (*)
San Martín, Bolívar, Miranda, Rivadavia, preferían el sistema monárquico o un nuevo régimen de presidencialismo vitalicio. El general Iturbide llegó a proclamarse emperador de México, el general Santander propuso coronar a Bolívar, el general Belgrano defendió la tesis monárquica en el Congreso de Tucumán. Para todos ellos Europa (o Estados Unidos) eran la civilización y el orden, frente a las masas anárquicas americanas que se orientaban instintivamente a una modificación radical de la propiedad de la tierra y a una defensa de las industrias nacientes, semi-domésticas, formada en los modestos mercados internos. A los caudillos del latifundismo criollo les bastaba con la soberanía política formal, con la dominación y explotación de las masas indígenas y la enajenación de la política económica a las potencias civilizadoras europeas. Tal es la realidad inconmovible de nuestra historia.
Ni Miranda, ni Bolívar, ni San Martín, llegaron a establecer los fundamentos de un programa de unificación nacional del continente, aunque lo intuyeron, Bolívar en especial, adelantándose a la pobre realidad de su tiempo. Tropezaron también con la hostilidad (que ellos confundieron con ¡ayuda!) de las naciones europeas, para todo intento de unificación: Inglaterra, como Estados Unidos hoy, apoyó siempre en América Latina la soberanía de las pequeñas repúblicas frente a las tímidas tentativas de aliarse con sus vecinas, tan débiles como ellas. Las naciones europeas aprovecharon la desarticulación latinoamericana para penetrar profundamente en su economía y en su política y subordinarla a su propia expansión mundial. Pero la incapacidad de los grandes caudillos del siglo pasado para comprender se derivaba de la base de clase en que se apoyaban.
La historia no había proporcionado a las comunidades agrarias o pastoriles y a la embrionaria industria doméstica, otra cosa que el organismo invertebrado y centrífugo, aunque en desarrollo, de los antiguos virreinatos españoles. Toda la intelectualidad era antinacional, como los generales y los terratenientes criollos, en el sentido de que identificaba el progreso con la existencia de minúsculos estados, instrumentados con los órganos visibles de la nación: burocracia, parlamento, ejército, aduana. Podríamos añadir su oscuro reverso: consulados extranjeros, librecambio, empréstitos, golpes de estado cíclicos. La pequeña burguesía intelectual que formó los cuadros dirigentes de esos veinte estados, entre la que se contaron muchos hombres eminentes, creyó firmemente, y su credulidad ha formado una tradición intelectual, que el capitalismo extranjero era un factor de desarrollo material y espiritual para el nuevo continente.
Esta asimilación mecánica y puramente externa del proceso histórico del capitalismo, ha encontrado en la historia latinoamericana adictos, y no por casualidad, en las tendencias ideológicas más opuestas de la Argentina: el stalinismo, por ejemplo, en amable fraternidad con la historia de Mitre, López, Groussac, y de su pequeño heredero contemporáneo, Ricardo Levene.
(*) América Latina: Un país Buenos Aires - Ediciones Octubre, 1949 Páginas 62 a 64.
San Martín, Bolívar, Miranda, Rivadavia, preferían el sistema monárquico o un nuevo régimen de presidencialismo vitalicio. El general Iturbide llegó a proclamarse emperador de México, el general Santander propuso coronar a Bolívar, el general Belgrano defendió la tesis monárquica en el Congreso de Tucumán. Para todos ellos Europa (o Estados Unidos) eran la civilización y el orden, frente a las masas anárquicas americanas que se orientaban instintivamente a una modificación radical de la propiedad de la tierra y a una defensa de las industrias nacientes, semi-domésticas, formada en los modestos mercados internos. A los caudillos del latifundismo criollo les bastaba con la soberanía política formal, con la dominación y explotación de las masas indígenas y la enajenación de la política económica a las potencias civilizadoras europeas. Tal es la realidad inconmovible de nuestra historia.
Ni Miranda, ni Bolívar, ni San Martín, llegaron a establecer los fundamentos de un programa de unificación nacional del continente, aunque lo intuyeron, Bolívar en especial, adelantándose a la pobre realidad de su tiempo. Tropezaron también con la hostilidad (que ellos confundieron con ¡ayuda!) de las naciones europeas, para todo intento de unificación: Inglaterra, como Estados Unidos hoy, apoyó siempre en América Latina la soberanía de las pequeñas repúblicas frente a las tímidas tentativas de aliarse con sus vecinas, tan débiles como ellas. Las naciones europeas aprovecharon la desarticulación latinoamericana para penetrar profundamente en su economía y en su política y subordinarla a su propia expansión mundial. Pero la incapacidad de los grandes caudillos del siglo pasado para comprender se derivaba de la base de clase en que se apoyaban.
La historia no había proporcionado a las comunidades agrarias o pastoriles y a la embrionaria industria doméstica, otra cosa que el organismo invertebrado y centrífugo, aunque en desarrollo, de los antiguos virreinatos españoles. Toda la intelectualidad era antinacional, como los generales y los terratenientes criollos, en el sentido de que identificaba el progreso con la existencia de minúsculos estados, instrumentados con los órganos visibles de la nación: burocracia, parlamento, ejército, aduana. Podríamos añadir su oscuro reverso: consulados extranjeros, librecambio, empréstitos, golpes de estado cíclicos. La pequeña burguesía intelectual que formó los cuadros dirigentes de esos veinte estados, entre la que se contaron muchos hombres eminentes, creyó firmemente, y su credulidad ha formado una tradición intelectual, que el capitalismo extranjero era un factor de desarrollo material y espiritual para el nuevo continente.
Esta asimilación mecánica y puramente externa del proceso histórico del capitalismo, ha encontrado en la historia latinoamericana adictos, y no por casualidad, en las tendencias ideológicas más opuestas de la Argentina: el stalinismo, por ejemplo, en amable fraternidad con la historia de Mitre, López, Groussac, y de su pequeño heredero contemporáneo, Ricardo Levene.
(*) América Latina: Un país Buenos Aires - Ediciones Octubre, 1949 Páginas 62 a 64.
0 comentarios