A LOS IGUALES
Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío, abiertos ante el cielo como dos golondrinas" Miguel Hernández
Por Eleuterio Fernández Huidobro (*)
Faltan escasas horas para que el martes 15 de febrero de 2005 se instale el Parlamento electo el 31 de octubre de 2004. Esta XLVI Legislatura será un hecho histórico y todos sabemos en Uruguay por qué. Aquí será un Parlamento jamás visto. Me tocará estar allí por obra de la gente que así lo quiso. Hace poco más de un año, en diciembre de 2003, decíamos en el Palacio Peñarol, en oportunidad de un decisivo Congreso del Frente Amplio, que "se podía renunciar a todo menos a la victoria".
Hace pocos días y según las versiones de prensa (porque no estuve presente) Galeano y Saramago debatieron en Porto Alegre (en el Foro Social Mundial)acerca de la utopía.
Galeano repitió que ella está en el horizonte y que a medida que avanzamos se aleja logrando así lo más importante: caminar. Ya lo había dicho Don Quijote: "Lo importante es el camino Sancho, no la Posada". Machado, por su parte, postuló que no hay camino: que se hace al andar. Por su parte Saramago reclamaba ver las crueles realidades contemporáneas proclamando que hoy para la enorme mayoría de la humanidad, utopía es comer mañana. Yo agregaría que si no se come no habrá nada.
Sin embargo, y pidiendo disculpas por mis inexactitudes en la glosa de un debate tan fermental, opino que ambos tienen la razón.
Para mí son necesarias e inseparables ambas posturas. No tenemos por qué optar. Es más: en la opción está la equivocación. El idioma tiene dos conjunciones: la letra "o" es disyuntiva. La "y" es copulativa. Hemos pagado demasiado tributo erróneo a la "o". Fuimos esclavos de la "o" con resultados espantosos. Si por algo debemos optar es por la "y". Habría que hacerle un monumento.
Dentro de pocos días también estará nuevamente entre nosotros Fidel Castro quien el 5 de diciembre de 2004, en otro Congreso (el de los Jóvenes Comunistas cubanos), dijo: "Y digo ideas porque esta lucha de la que estamos hablando va a ser fundamentalmente una lucha de ideas; no serán guerras. Los problemas del mundo no se resolverán con armas nucleares, es imposible, ni se resolverán mediante guerras; e incluso digo más, no se resolverán mediante revoluciones aisladas que, en el orden implantado con la globalización neoliberal, pueden ser aplastadas sencillamente en cuestión de días o cuando más de semanas".
No creo que Fidel haya renunciado a su utopía; estoy convencido de que mira muy bien la realidad y, por verla, sabe y tiene la obligación de elegir los caminos que por entre ella conducen al horizonte.
Porque también hay tozudos senderos que, sin dejar de ver el horizonte, y tal vez viéndolo mejor que nadie, conducen por las cumbres al abismo. Hay desgraciadamente atajos y callejones que no tienen salida o, lo que es peor, conducen al degolladero.
Un 10 de noviembre de 1938 más de veinte mil judíos fueron arrestados en sus casas de Berlín para ser llevados a lugares de nombre espantoso: Dachau, Buchenwald... Esa noche quedó bautizada para siempre como la de los cristales rotos (Kristallnacht)
En esas mismas tinieblas, Pérez Madrigal, un miserable paniaguado publicista radial de Franco, transmitía desde Burgos, "Que los judíos son rojos, lo sabe todo el mundo. Que los judíos sean valientes, que los judíos sean soldados, nadie se lo cree".
Pero en esas mismas horas a las orillas del Ebro y peleando más que heroicamente era exterminada la Compañía judía "Botwin", del Batallón "Palafox", de la XIII Brigada Internacional "Dombrowski", formada mayoritariamente por voluntarios comunistas polacos. Murieron peleando juntos, con heroísmo alucinante, polacos y judíos.
Los prisioneros capturados fueron fusilados de inmediato también juntos. Muy pronto los pocos polacos sobrevivientes tampoco tendrían a dónde ir. Seis días después de la Kristallnacht, la XIII Brigada Internacional, ya sin extranjeros, será la última unidad republicana en retirarse a la otra orilla del Ebro cubriendo a todos los demás. Unos meses antes fueron los primeros en pasarla audazmente rumbo al otro lado.
A las cuatro de la mañana de ese día ellos volaron el último puente. Ciento treinta mil hombres de ambos bandos, por lo menos, quedaron heridos o muertos en
aquel camposanto donde la aviación y otras armas modernas hicieron estragos.
Checoslovaquia recién había sido entregada junto con España y después de Austria, en un intento francés e inglés, ciego, loco y desesperado, por evitar lo inevitable: la enorme carnicería de la Segunda Guerra Mundial que estallará fatalmente en pocos meses a pesar de tanto vano afán malgastado en preservar la
utopía de la paz.
Sin embargo, Gandhi, el apóstol de la no violencia, apoyaba a esos heroicos combatientes de España: no mascaba vidrio.
El terrorismo de los grandes bombardeos aéreos sobre poblaciones indefensas, y en masa, fue inaugurado allí: Guernika, Madrid, Barcelona, Valencia... Con todo su horror, será una pálida demostración comparada con la hecatombe que reventará en cuestión de meses como huracán de la muerte sobre las ciudades de Europa.
Fue maravilloso en esos días el trabajo de la central obrera controlada por los anarquistas en Cataluña: realizaron milagros de producción industrial para que a los combatientes del frente, controlado por los comunistas, no les faltara nada (aunque la superioridad material del enemigo resultó incontrastable), les iba la vida a todos ellos en la retaguardia y en el frente y cuando lo que se va es la vida se dejan de lado las cegueras voluntarias.
Su consigna entonces fue la de Buenaventura Durruti; la que humildemente, ante la indigencia creciente y ante la amenaza de dejar de existir como país, pedí prestada en el Congreso del Frente Amplio: "Renunciamos a todo menos a la victoria". Fui muy criticado entonces por gente que, estoy seguro, no recordaba la prosapia (en algunos casos increíblemente "suya") de esa consigna.
Miguel Hernández tenía un hijo de diez meses enfermo cuando el 19 de octubre de 1938 (un mes antes de la Kristallnacht y de la crucial retirada del Ebro) fue a Orihuela en busca de medicinas. La retaguardia republicana sufría las consecuencias de la nueva manera de hacer la guerra y él, que nunca las eludió ni las eludirá, las soportaba enteras. Cuando regresó, el niño había muerto y entonces mi enorme hermano nos dice:
"Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas;
su color, coronado de junios, ya es rocío
alejándose hacia ciertas regiones matutinas.
Hoy, que es un día como bajo la tierra,
oscuro, como bajo la tierra,
lluvioso, despoblado, con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la tierra quiero haberte enterrado".
Vaya entonces esta mi poltrona de hoy reiterada en el Senado de la República, dedicada al hijo concreto de Miguel que la hizo posible y, en él y por él, a todos los demás iguales que ustedes saben.
(*) Senador de la República. Escritor."
Por Eleuterio Fernández Huidobro (*)
Faltan escasas horas para que el martes 15 de febrero de 2005 se instale el Parlamento electo el 31 de octubre de 2004. Esta XLVI Legislatura será un hecho histórico y todos sabemos en Uruguay por qué. Aquí será un Parlamento jamás visto. Me tocará estar allí por obra de la gente que así lo quiso. Hace poco más de un año, en diciembre de 2003, decíamos en el Palacio Peñarol, en oportunidad de un decisivo Congreso del Frente Amplio, que "se podía renunciar a todo menos a la victoria".
Hace pocos días y según las versiones de prensa (porque no estuve presente) Galeano y Saramago debatieron en Porto Alegre (en el Foro Social Mundial)acerca de la utopía.
Galeano repitió que ella está en el horizonte y que a medida que avanzamos se aleja logrando así lo más importante: caminar. Ya lo había dicho Don Quijote: "Lo importante es el camino Sancho, no la Posada". Machado, por su parte, postuló que no hay camino: que se hace al andar. Por su parte Saramago reclamaba ver las crueles realidades contemporáneas proclamando que hoy para la enorme mayoría de la humanidad, utopía es comer mañana. Yo agregaría que si no se come no habrá nada.
Sin embargo, y pidiendo disculpas por mis inexactitudes en la glosa de un debate tan fermental, opino que ambos tienen la razón.
Para mí son necesarias e inseparables ambas posturas. No tenemos por qué optar. Es más: en la opción está la equivocación. El idioma tiene dos conjunciones: la letra "o" es disyuntiva. La "y" es copulativa. Hemos pagado demasiado tributo erróneo a la "o". Fuimos esclavos de la "o" con resultados espantosos. Si por algo debemos optar es por la "y". Habría que hacerle un monumento.
Dentro de pocos días también estará nuevamente entre nosotros Fidel Castro quien el 5 de diciembre de 2004, en otro Congreso (el de los Jóvenes Comunistas cubanos), dijo: "Y digo ideas porque esta lucha de la que estamos hablando va a ser fundamentalmente una lucha de ideas; no serán guerras. Los problemas del mundo no se resolverán con armas nucleares, es imposible, ni se resolverán mediante guerras; e incluso digo más, no se resolverán mediante revoluciones aisladas que, en el orden implantado con la globalización neoliberal, pueden ser aplastadas sencillamente en cuestión de días o cuando más de semanas".
No creo que Fidel haya renunciado a su utopía; estoy convencido de que mira muy bien la realidad y, por verla, sabe y tiene la obligación de elegir los caminos que por entre ella conducen al horizonte.
Porque también hay tozudos senderos que, sin dejar de ver el horizonte, y tal vez viéndolo mejor que nadie, conducen por las cumbres al abismo. Hay desgraciadamente atajos y callejones que no tienen salida o, lo que es peor, conducen al degolladero.
Un 10 de noviembre de 1938 más de veinte mil judíos fueron arrestados en sus casas de Berlín para ser llevados a lugares de nombre espantoso: Dachau, Buchenwald... Esa noche quedó bautizada para siempre como la de los cristales rotos (Kristallnacht)
En esas mismas tinieblas, Pérez Madrigal, un miserable paniaguado publicista radial de Franco, transmitía desde Burgos, "Que los judíos son rojos, lo sabe todo el mundo. Que los judíos sean valientes, que los judíos sean soldados, nadie se lo cree".
Pero en esas mismas horas a las orillas del Ebro y peleando más que heroicamente era exterminada la Compañía judía "Botwin", del Batallón "Palafox", de la XIII Brigada Internacional "Dombrowski", formada mayoritariamente por voluntarios comunistas polacos. Murieron peleando juntos, con heroísmo alucinante, polacos y judíos.
Los prisioneros capturados fueron fusilados de inmediato también juntos. Muy pronto los pocos polacos sobrevivientes tampoco tendrían a dónde ir. Seis días después de la Kristallnacht, la XIII Brigada Internacional, ya sin extranjeros, será la última unidad republicana en retirarse a la otra orilla del Ebro cubriendo a todos los demás. Unos meses antes fueron los primeros en pasarla audazmente rumbo al otro lado.
A las cuatro de la mañana de ese día ellos volaron el último puente. Ciento treinta mil hombres de ambos bandos, por lo menos, quedaron heridos o muertos en
aquel camposanto donde la aviación y otras armas modernas hicieron estragos.
Checoslovaquia recién había sido entregada junto con España y después de Austria, en un intento francés e inglés, ciego, loco y desesperado, por evitar lo inevitable: la enorme carnicería de la Segunda Guerra Mundial que estallará fatalmente en pocos meses a pesar de tanto vano afán malgastado en preservar la
utopía de la paz.
Sin embargo, Gandhi, el apóstol de la no violencia, apoyaba a esos heroicos combatientes de España: no mascaba vidrio.
El terrorismo de los grandes bombardeos aéreos sobre poblaciones indefensas, y en masa, fue inaugurado allí: Guernika, Madrid, Barcelona, Valencia... Con todo su horror, será una pálida demostración comparada con la hecatombe que reventará en cuestión de meses como huracán de la muerte sobre las ciudades de Europa.
Fue maravilloso en esos días el trabajo de la central obrera controlada por los anarquistas en Cataluña: realizaron milagros de producción industrial para que a los combatientes del frente, controlado por los comunistas, no les faltara nada (aunque la superioridad material del enemigo resultó incontrastable), les iba la vida a todos ellos en la retaguardia y en el frente y cuando lo que se va es la vida se dejan de lado las cegueras voluntarias.
Su consigna entonces fue la de Buenaventura Durruti; la que humildemente, ante la indigencia creciente y ante la amenaza de dejar de existir como país, pedí prestada en el Congreso del Frente Amplio: "Renunciamos a todo menos a la victoria". Fui muy criticado entonces por gente que, estoy seguro, no recordaba la prosapia (en algunos casos increíblemente "suya") de esa consigna.
Miguel Hernández tenía un hijo de diez meses enfermo cuando el 19 de octubre de 1938 (un mes antes de la Kristallnacht y de la crucial retirada del Ebro) fue a Orihuela en busca de medicinas. La retaguardia republicana sufría las consecuencias de la nueva manera de hacer la guerra y él, que nunca las eludió ni las eludirá, las soportaba enteras. Cuando regresó, el niño había muerto y entonces mi enorme hermano nos dice:
"Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas;
su color, coronado de junios, ya es rocío
alejándose hacia ciertas regiones matutinas.
Hoy, que es un día como bajo la tierra,
oscuro, como bajo la tierra,
lluvioso, despoblado, con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la tierra quiero haberte enterrado".
Vaya entonces esta mi poltrona de hoy reiterada en el Senado de la República, dedicada al hijo concreto de Miguel que la hizo posible y, en él y por él, a todos los demás iguales que ustedes saben.
(*) Senador de la República. Escritor."
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