CUIDADO CON LOS SEPARATISMOS
Por Enrique Lacolla
Febrero de 2005
Los tiempos de la globalización son proclives para instrumentar autonomías de campanario. La caída del modelo soviético y la subsiguiente ofensiva del Primer Mundo para adueñarse de los recursos energéticos y de los enclaves estratégicos del planeta, dan como resultado una efervescencia nacionalista nacionalista en el sentido más restringido del término; esto es, étnico, confesional o tan sólo regionalista que se refleja en el ataque contra los estados-nación más o menos embrionarios, lanzados por los superpoderes del mundo imperialista.
Sea a través de expedientes directos, como las intervenciones militares o el fomento de la guerra civil; sea por medio del montaje de ofensivas económicas que tienen por fin descalabrar las precarias defensas de las sociedades del tercer mundo, esta tendencia se hace cada vez más evidente.
La siniestra experiencia balcánica, con el desmembramiento de Yugoslavia; el gradual descuartizamiento de la ex Unión Soviética, que pretende reducir a Rusia a las proporciones del antiguo gran principado de Moscú, y el supuesto reordenamiento democrático de Medio Oriente a través de la intervención militar norteamericana, son parte de esta dinámica, que no parece prometer otra cosa que la inestabilidad, la dependencia o la subordinación de los pueblos de la periferia a los dictados de los grandes centros del poder financiero y militar.
Sudamérica, fragmentada desde la Independencia y cuyos países ahora están dando muestras de querer cohesionarse en bloques regionales que podrían dar paso a una unidad superior, no deja de estar expuesta a esa misma clase de pulsiones centrífugas, que pueden aprovechar la falta, en no pocos lugares, de una arraigada conciencia histórica.
Sin ésta, es difícil fundar un pensamiento geoestratégico que sea abarcador y vea al subcontinente en una proyección autónoma de futuro.
Un caso próximo
Los hechos que se están verificando en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, dan fe de lo que decimos. Desde hace tiempo orgullosos de su diferencia, los habitantes del oriente boliviano, tierras bajas respecto del altiplano andino, reclaman su autonomía y en secreto (o no tan en secreto) aspiran a la secesión y la independencia, ambición que exteriorizaron en más de una oportunidad. Los pretextos para expresarla nunca faltan. En esta ocasión, fue una suba en el precio del diesel y del agua. Pero los argumentos de fondo son otros.
Santa Cruz produce casi el 29 por ciento del producto interno bruto (PIB), genera el 50 por ciento de las exportaciones totales y el 38 por ciento de los tributos fiscales de Bolivia. Es el departamento más grande del país 370 mil kilómetros cuadrados y el más rico, gracias a la agricultura, la ganadería y la energía. Sus pobladores, o una buena parte de ellos, eligen diferenciarse por su carácter europeo respecto de los andinos, predominantemente indígenas, que pueblan el altiplano.
Están dados, así, todos los ingredientes para un experimento secesionista. La ruptura con La Paz, promovida por el Comité Cívico Pro Santa Cruz, no se dará por ahora en razón de la presencia del ejército, que respalda al gobierno central; pero los ingredientes que informaron al Cabildo Abierto del pasado viernes en esa ciudad apuntan de forma inequívoca hacia ella.
Atracción fatal
No sería sensato minimizar la atracción que este tipo de tendencias pudiera generar en otros lugares de América latina. Más vale pecar por exagerados que por desaprensivos en esta clase de problemas.
La Argentina tiene un problema en ciernes en la Patagonia. La despolitización del país y la potenciación económica de la región, derivada del auge energético propulsado por una empresa transnacional, más la venta de anchas zonas a terratenientes extranjeros, no son elementos que contribuyan a tranquilizar respecto de la proyección a futuro de una de las regiones más bellas, ricas y despobladas de la Argentina, en lo referido a la densidad de habitantes por kilómetro cuadrado.
No se trata de sembrar la alarma. El patriotismo del poblador patagónico es proverbial, como quedó demostrado en ocasión de Malvinas y de los diferendos con Chile. Pero las condiciones objetivas que informan a la región son las que son y es preciso prestarles atención.
La Patagonia es una de las reservas naturales del planeta. Los poderes que aspiran a hegemonizar el mundo la tienen en cuenta. En consecuencia, cualquier precaución será poca. La primera es visualizar esta región dentro del encuadre global, para discernir las ambiciones que la acechan.
El resto dependerá de nuestra voluntad e inteligencia.
Febrero de 2005
Los tiempos de la globalización son proclives para instrumentar autonomías de campanario. La caída del modelo soviético y la subsiguiente ofensiva del Primer Mundo para adueñarse de los recursos energéticos y de los enclaves estratégicos del planeta, dan como resultado una efervescencia nacionalista nacionalista en el sentido más restringido del término; esto es, étnico, confesional o tan sólo regionalista que se refleja en el ataque contra los estados-nación más o menos embrionarios, lanzados por los superpoderes del mundo imperialista.
Sea a través de expedientes directos, como las intervenciones militares o el fomento de la guerra civil; sea por medio del montaje de ofensivas económicas que tienen por fin descalabrar las precarias defensas de las sociedades del tercer mundo, esta tendencia se hace cada vez más evidente.
La siniestra experiencia balcánica, con el desmembramiento de Yugoslavia; el gradual descuartizamiento de la ex Unión Soviética, que pretende reducir a Rusia a las proporciones del antiguo gran principado de Moscú, y el supuesto reordenamiento democrático de Medio Oriente a través de la intervención militar norteamericana, son parte de esta dinámica, que no parece prometer otra cosa que la inestabilidad, la dependencia o la subordinación de los pueblos de la periferia a los dictados de los grandes centros del poder financiero y militar.
Sudamérica, fragmentada desde la Independencia y cuyos países ahora están dando muestras de querer cohesionarse en bloques regionales que podrían dar paso a una unidad superior, no deja de estar expuesta a esa misma clase de pulsiones centrífugas, que pueden aprovechar la falta, en no pocos lugares, de una arraigada conciencia histórica.
Sin ésta, es difícil fundar un pensamiento geoestratégico que sea abarcador y vea al subcontinente en una proyección autónoma de futuro.
Un caso próximo
Los hechos que se están verificando en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, dan fe de lo que decimos. Desde hace tiempo orgullosos de su diferencia, los habitantes del oriente boliviano, tierras bajas respecto del altiplano andino, reclaman su autonomía y en secreto (o no tan en secreto) aspiran a la secesión y la independencia, ambición que exteriorizaron en más de una oportunidad. Los pretextos para expresarla nunca faltan. En esta ocasión, fue una suba en el precio del diesel y del agua. Pero los argumentos de fondo son otros.
Santa Cruz produce casi el 29 por ciento del producto interno bruto (PIB), genera el 50 por ciento de las exportaciones totales y el 38 por ciento de los tributos fiscales de Bolivia. Es el departamento más grande del país 370 mil kilómetros cuadrados y el más rico, gracias a la agricultura, la ganadería y la energía. Sus pobladores, o una buena parte de ellos, eligen diferenciarse por su carácter europeo respecto de los andinos, predominantemente indígenas, que pueblan el altiplano.
Están dados, así, todos los ingredientes para un experimento secesionista. La ruptura con La Paz, promovida por el Comité Cívico Pro Santa Cruz, no se dará por ahora en razón de la presencia del ejército, que respalda al gobierno central; pero los ingredientes que informaron al Cabildo Abierto del pasado viernes en esa ciudad apuntan de forma inequívoca hacia ella.
Atracción fatal
No sería sensato minimizar la atracción que este tipo de tendencias pudiera generar en otros lugares de América latina. Más vale pecar por exagerados que por desaprensivos en esta clase de problemas.
La Argentina tiene un problema en ciernes en la Patagonia. La despolitización del país y la potenciación económica de la región, derivada del auge energético propulsado por una empresa transnacional, más la venta de anchas zonas a terratenientes extranjeros, no son elementos que contribuyan a tranquilizar respecto de la proyección a futuro de una de las regiones más bellas, ricas y despobladas de la Argentina, en lo referido a la densidad de habitantes por kilómetro cuadrado.
No se trata de sembrar la alarma. El patriotismo del poblador patagónico es proverbial, como quedó demostrado en ocasión de Malvinas y de los diferendos con Chile. Pero las condiciones objetivas que informan a la región son las que son y es preciso prestarles atención.
La Patagonia es una de las reservas naturales del planeta. Los poderes que aspiran a hegemonizar el mundo la tienen en cuenta. En consecuencia, cualquier precaución será poca. La primera es visualizar esta región dentro del encuadre global, para discernir las ambiciones que la acechan.
El resto dependerá de nuestra voluntad e inteligencia.
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