TABARÉ PRESIDENTE
VINO TRAÍDO POR UN ALUVIÓN
DE VOTOS NUNCA VISTO
Por Eleuterio Fernandez Huidobro *
La República de Uruguay - 24 de febrero de 2005
El 22 de noviembre de 1989, pocos días antes de las elecciones nacionales de ese año, finalizábamos una columna en Mate Amargo escribiendo: "Hermanos: a clavar nuevamente el tricolor pabellón de Artigas en las almenas más altas de la capital del país. América lo está esperando."
Y el 29 de noviembre de 1989 pudimos decir allí: "La multitud derramada por las calles, los bailes en las esquinas, los festejos en todos los barrios y en las ciudades del Interior, todo, es para agradecérselo a la vida que milagrosamente nos quedó. Estuvimos, compañeros, a la altura de América" (Mate Amargo).
En aquella campaña electoral, ciertos adversarios levantaron el mismo tipo de propaganda que repitieron el año pasado: advertían que si Tabaré llegaba a ganar construiría en Montevideo un muro como el de Berlín... Justo cuando el de Berlín se estaba viniendo abajo.
Posteriormente Jorge Batlle, tratando de analizar, comentaba: "Es inexplicable que cuando el socialismo retrocede por todos lados, acá siga avanzando". Los errores de ese "análisis" producido a fines de 1989 y principios de 1990 eran varios: confundía el derrumbe citado con las ideas socialistas. Jorge Batlle y quienes analizaban como él se creyeron su propio cuento. Ignoraba, por ejemplo, que en esas mismas horas en Brasil, Lula ganaba en primera ronda y una derecha desesperada y sin candidatos conquistaba el balotaje gracias al invento apurado de Colhor quien en poco tiempo demostró lo que era.
Creía como Fukuyama (¿se acuerdan de Fukuyama?) que se había acabado la historia. Con tamaña victoria de los Estados Unidos sobre la Unión Soviética y tal como ella se produjo, debemos reconocer que caer en el error fue fácil. Como dijo Ehrlich hace pocas horas: "Nuestro mayor peligro es creernos dueños del poder y la verdad".
No hay que ser esclavos de las derrotas pero tampoco de las victorias. Estas últimas generan casi siempre el mismo error que venimos señalando. Las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, trataron a la derrotada Alemania con tanta soberbia y abuso que sembraron por ello inmejorables condiciones para la próxima e inminente matanza mundial.
Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía en 2001, principal asesor de Clinton y luego vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial (protagonista de la década de los 90 desde el corazón mismo) publicó recientemente un libro titulado: "Los felices 90: la semilla de la destrucción", en el que formula una aguda y hasta despiadada autocrítica.
Comienza su Epílogo diciendo: "La burbuja estalló. La economía entró en recesión. Era inevitable que ocurriera: los días de los felices noventa se habían construido sobre unas premisas tan falsas, que finalmente tenían que acabar".
Resulta curioso que los tres capítulos en que divide dicho Epílogo se llamen: "La mala gestión de la economía global", "La mala gestión de los escándalos empresariales" y, "La mala gestión de la globalización".
Hasta no hace mucho, encaramado en mi soberbia de campanario, creí que los fenómenos de alta corrupción en estas regiones eran propios de países como los nuestros. Pronto me enteré que uno de los pueblos más
golpeados por ese flagelo es el de los Estados Unidos.
Acá no inventamos nada: se hizo y pasó exactamente lo mismo que allá. Lo que es peor: acá se copió servilmente la sarta de gruesos errores, adquiriendo de paso las mismas pésimas consecuencias inexorables. Ni siquiera fuimos originales: nos equivocamos por cuenta ajena. Con una gran diferencia: allá, ahora, hacen autocrítica y debaten febrilmente acerca de esos desastres, una política económica nefasta y sus consecuencias. Acá, los grandes portaestandartes de ellas siguen olímpicos.
Como si tal cosa. Se ve que no leen...
Jorge Batlle inicia esta loca carrera, con todo el viento en la camiseta exactamente el 15 de julio de 1990 en el Club Huracán de Paso de los Toros donde en nombre de su fuerza política lee solemnemente la
"Declaración del Batllismo Radical al país" (¿se acuerdan acaso?). Algo así como "El Grito del Huracán".
Gobernaba Lacalle y cogobernaba el Partido Colorado como siempre, pero por fin, dados los acontecimientos mundiales, les había llegado la hora tan anhelada: creían tener la cancha abierta.
Baste para sintetizar recordar lo que comentando el Grito del Huracán, decía Marcelo Pereira en Brecha: "Frente a ella los alegatos ideológicos herreristas quedan reducidos a un balbuceo incoherente".
La estuve releyendo y es verdad: la "Declaración del Batllismo Radical" de 1990 contiene toda la panoplia, completa como en un bazar, y bastante bien traducida del inglés, de las ideas que condujeron al abismo. Según decían, nosotros éramos conservadores y ellos unos estupendos radicales revolucionarios. De sofá. Tuvimos que pararles el carro con la paliza propinada en el referéndum de diciembre de 1992. Pero no fue suficiente para detenerlos.
El resto de la historia es conocido y sufrido por la inmensa mayoría de la gente acá y en todas partes. Crecimos en las elecciones de 1994, 1999 y 2004. Trataron por todos los medios de impedir nuestro triunfo.
El martes próximo Tabaré Vázquez será el Presidente de todos los uruguayos. Vino traído por un aluvión de votos nunca visto. Lo dijimos durante la campaña electoral y lo repetimos ahora: ese enorme apoyo expresa entre otras cosas pero fundamentalmente la conciencia generalizada de una gravísima crisis nacional. Tan grave que amenaza la existencia misma del compromiso político llamado República Oriental del Uruguay. Lo mismo les pasa a muchos otros Estados y naciones del planeta.
Ha fracasado una política económica mundial y una política a secas que muestra hoy además de su horror su empantanamiento. No se trata de soplar tizones viejos para incendiar almas con nacionalismos extravagantes y trasnochados. Tampoco de poner la cuestión nacional como un capricho sobre la mesa. Es simplemente una cruda realidad.
En estas postrimerías, además, caen con toda su crueldad algunas de las consecuencias que faltaban (tal vez esperando hasta después de las elecciones): los ciento veinte o ciento cincuenta millones que por
otro garrafal error de Jorge Batlle nos reclaman quienes fundieron al Banco Comercial; los doscientos cuarenta que por crasos errores (o por causas peores aún) le reclaman al Ministerio de Defensa. ¿Falta algún otro golpe todavía? Mucho me temo que sí.
Mucho temo ojalá me equivoque que el próximo gobierno encuentre un panorama peor del que imaginamos. Los organismos internacionales de crédito, duros de pelar, siguen apremiando: exigen sin misericordia un superávit fiscal primario de cifras escalofriantes que este pueblo deberá poner sobre el mostrador de cada año sacándolas de su propia calamidad.
Y entonces ahora también debemos decir: solo una gran unidad popular de anchos ribetes nacionales nos permitirá afrontar la situación y superarla; solo un gobierno como el que se instala podrá estar bien al lado de la gente como para poder llevar a delante esa tarea que como propuso el futuro intendente de Montevideo, también será "entre todos y para todos".
* Senador de la República.
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