ESOS EXTRAÑOS DEFENSORES DE LA VIDA
por Andrés Monares
El Mostrador - 12 de Abril del 2005
En las últimas semanas fuimos testigos de cómo en Estados Unidos el marido de Terry Sciavo finalmente logró dejarla morir a través de un mandato judicial. La mujer se había convertido en todo un símbolo entre quienes en dicha nación dicen defender el derecho a la vida. Al escuchar sus razones sobre lo terrible que es la muerte de un ser humano por hambre, y más aún inducida a propósito, al menos uno no puede dejar de pensar en el asunto. Difícil respaldar algo así. En general, ¿quién podría decir abiertamente y a priori que está contra la vida?
Esa postura pro vida (específicamente anti eutanasia y anti aborto) es apoyada en los Estados Unidos por sectores que en su mayoría son conservadores en lo religioso y/o lo político. En otras palabras, por cristianos evangélicos y católicos ortodoxos, y votantes del Partido Republicano respectivamente. El propio George W. Bush, él mismo un arquetipo de los religiosos y políticos conservadores, dice propugnar en sus dos mandatos una agenda pro vida. Hasta se especula que la última elección presidencial estadounidense se decidió a su favor por los temas éticos: la pureza moral republicana, representante genuina de los valores y el sentir americanos, derrotó la postura libertina de los demócratas.
El problema surge cuando se cae en cuenta de algo que es necesario no olvidar: que ese líder del movimiento pro vida estadounidense ha llevado la muerte a diversos lugares del mundo. Y, precisamente, con el fiel apoyo de esos rabiosos militantes del derecho a la vida. Sólo en Afganistán e Iraq, ¿cuántas personas asesinadas por su ejército -la mayoría civiles no combatientes- se pueden contar?, ¿cuántos cientos? A estas alturas, ¿miles tal vez? Y para qué extenderse en su accionar indirecto a través de su apoyo a dictaduras y gobiernos ilegítimos. Por ejemplo, los disidentes uzbekos secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura aliada de Bush no se han beneficiado en lo má###ínimo del ímpetu pro vida de sus dos administraciones.
Algo extraño debe ocurrir para que la pasión moralista del presidente estadounidense y de sus partidarios sólo se manifieste dentro de sus fronteras y únicamente frente a la eutanasia y el aborto. Incluso, recuérdese la devota fe que tienen sobre todo los republicanos en la pena de muerte, en uno de los pocos países donde se condena a muerte a menores de edad y a débiles mentales. El propio Bush como gobernador de Texas -un estado con un singular entusiasmo por la pena de muerte- al negarse a indultar a condenados a morir ya había dejado en entredicho su apología en defensa de la vida y su afán legislativo al respecto.
Históricamente los Estados Unidos nos tienen acostumbrados a los dobles discursos. A sus repudiables acciones en lo externo en base a la política de hechos consumados, le siguen -siempre a posteriori- debates públicos internos y comisiones investigadoras del Congreso. Mas, la hipocresía no es patrimonio de una nación, por mucho que por más de dos siglos abuse de ella. Sino que es una elección de los individuos y de las sociedades.
Así, sea por imitación o por efectos de la globalización, la discusión sobre la muerte inducida de Sciavo llegó a nuestro país. En Chile también encontramos sectores pro vida que se oponen al aborto y a la eutanasia. Aquí también están representados en un número no menor -o son los que más se hacen notar en los medios- por sectores conservadores en lo religioso y lo político. Aquí también se puede encontrar entre ellos a quienes están a favor de la pena de muerte. Y, más todavía, aquí también muchos de ellos apoyaron la institucionalización estatal de la violación del derecho a la vida por la dictadura. En este país esos pro vida tampoco defienden incondicionalmente ese derecho. Sino que a veces, según el contexto y de quién se trate.
Lo siento, sé que es cuento viejo y majadero para los que quieren cerrar las heridas del pasado y mirar hacia el futuro. No obstante, es evidente que los mismos que ahora alegan furibundos por el derecho a la vida, ayer no sólo dieron vuelta la cara, sino hasta respaldaron a la dictadura que los violaba. Justamente esa actitud deja su actual empeño pro vida en meros aspavientos de fariseos: rasgan sus viejas túnicas que llevan sobre unas nuevas y costosas. Como esos hipócritas, los nuestros tampoco son mejores. Dados sus actos y omisiones, su pretendida superioridad moral además de falsa es un insulto. De hecho, sus verdaderos valores y prioridades han quedado al descubierto: para ellos el dinero es más importante que la vida. ¡Sólo ahora se decepcionan del ladrón, cuando por años han apoyado al asesino!
Con todo, estos extraños defensores de la vida seguramente hacen gala pública de su piedad cada domingo al repetir: Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Aunque ni siquiera se deben golpear su propio pecho... sino el de quien está a su lado. Sin embargo, su dios ya los describió. Cuelan el mosquito, pero tragan el camello. Son sepulcros bien pintados, pero por dentro están llenos de toda clase de podredumbre.
Aparecen exteriormente como hombres justos, pero en su interior están llenos de hipocresía.
Nadie es perfecto, pocos pueden ser ejemplo de algo. Pero específicamente en el tema de la vida -¿o de la muerte?- somos muchos los que en Chile sí podemos tirar la primera piedra.
(*) Andrés Monares. Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
El Mostrador - 12 de Abril del 2005
En las últimas semanas fuimos testigos de cómo en Estados Unidos el marido de Terry Sciavo finalmente logró dejarla morir a través de un mandato judicial. La mujer se había convertido en todo un símbolo entre quienes en dicha nación dicen defender el derecho a la vida. Al escuchar sus razones sobre lo terrible que es la muerte de un ser humano por hambre, y más aún inducida a propósito, al menos uno no puede dejar de pensar en el asunto. Difícil respaldar algo así. En general, ¿quién podría decir abiertamente y a priori que está contra la vida?
Esa postura pro vida (específicamente anti eutanasia y anti aborto) es apoyada en los Estados Unidos por sectores que en su mayoría son conservadores en lo religioso y/o lo político. En otras palabras, por cristianos evangélicos y católicos ortodoxos, y votantes del Partido Republicano respectivamente. El propio George W. Bush, él mismo un arquetipo de los religiosos y políticos conservadores, dice propugnar en sus dos mandatos una agenda pro vida. Hasta se especula que la última elección presidencial estadounidense se decidió a su favor por los temas éticos: la pureza moral republicana, representante genuina de los valores y el sentir americanos, derrotó la postura libertina de los demócratas.
El problema surge cuando se cae en cuenta de algo que es necesario no olvidar: que ese líder del movimiento pro vida estadounidense ha llevado la muerte a diversos lugares del mundo. Y, precisamente, con el fiel apoyo de esos rabiosos militantes del derecho a la vida. Sólo en Afganistán e Iraq, ¿cuántas personas asesinadas por su ejército -la mayoría civiles no combatientes- se pueden contar?, ¿cuántos cientos? A estas alturas, ¿miles tal vez? Y para qué extenderse en su accionar indirecto a través de su apoyo a dictaduras y gobiernos ilegítimos. Por ejemplo, los disidentes uzbekos secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura aliada de Bush no se han beneficiado en lo má###ínimo del ímpetu pro vida de sus dos administraciones.
Algo extraño debe ocurrir para que la pasión moralista del presidente estadounidense y de sus partidarios sólo se manifieste dentro de sus fronteras y únicamente frente a la eutanasia y el aborto. Incluso, recuérdese la devota fe que tienen sobre todo los republicanos en la pena de muerte, en uno de los pocos países donde se condena a muerte a menores de edad y a débiles mentales. El propio Bush como gobernador de Texas -un estado con un singular entusiasmo por la pena de muerte- al negarse a indultar a condenados a morir ya había dejado en entredicho su apología en defensa de la vida y su afán legislativo al respecto.
Históricamente los Estados Unidos nos tienen acostumbrados a los dobles discursos. A sus repudiables acciones en lo externo en base a la política de hechos consumados, le siguen -siempre a posteriori- debates públicos internos y comisiones investigadoras del Congreso. Mas, la hipocresía no es patrimonio de una nación, por mucho que por más de dos siglos abuse de ella. Sino que es una elección de los individuos y de las sociedades.
Así, sea por imitación o por efectos de la globalización, la discusión sobre la muerte inducida de Sciavo llegó a nuestro país. En Chile también encontramos sectores pro vida que se oponen al aborto y a la eutanasia. Aquí también están representados en un número no menor -o son los que más se hacen notar en los medios- por sectores conservadores en lo religioso y lo político. Aquí también se puede encontrar entre ellos a quienes están a favor de la pena de muerte. Y, más todavía, aquí también muchos de ellos apoyaron la institucionalización estatal de la violación del derecho a la vida por la dictadura. En este país esos pro vida tampoco defienden incondicionalmente ese derecho. Sino que a veces, según el contexto y de quién se trate.
Lo siento, sé que es cuento viejo y majadero para los que quieren cerrar las heridas del pasado y mirar hacia el futuro. No obstante, es evidente que los mismos que ahora alegan furibundos por el derecho a la vida, ayer no sólo dieron vuelta la cara, sino hasta respaldaron a la dictadura que los violaba. Justamente esa actitud deja su actual empeño pro vida en meros aspavientos de fariseos: rasgan sus viejas túnicas que llevan sobre unas nuevas y costosas. Como esos hipócritas, los nuestros tampoco son mejores. Dados sus actos y omisiones, su pretendida superioridad moral además de falsa es un insulto. De hecho, sus verdaderos valores y prioridades han quedado al descubierto: para ellos el dinero es más importante que la vida. ¡Sólo ahora se decepcionan del ladrón, cuando por años han apoyado al asesino!
Con todo, estos extraños defensores de la vida seguramente hacen gala pública de su piedad cada domingo al repetir: Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Aunque ni siquiera se deben golpear su propio pecho... sino el de quien está a su lado. Sin embargo, su dios ya los describió. Cuelan el mosquito, pero tragan el camello. Son sepulcros bien pintados, pero por dentro están llenos de toda clase de podredumbre.
Aparecen exteriormente como hombres justos, pero en su interior están llenos de hipocresía.
Nadie es perfecto, pocos pueden ser ejemplo de algo. Pero específicamente en el tema de la vida -¿o de la muerte?- somos muchos los que en Chile sí podemos tirar la primera piedra.
(*) Andrés Monares. Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
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