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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

andrés monares ruiz


ESOS EXTRAÑOS DEFENSORES DE LA VIDA

por Andrés Monares
El Mostrador
- 12 de Abril del 2005

En las últimas semanas fuimos testigos de cómo en Estados Unidos el marido de Terry Sciavo finalmente logró “dejarla morir” a través de un mandato judicial. La mujer se había convertido en todo un símbolo entre quienes en dicha nación dicen defender el derecho a la vida. Al escuchar sus razones sobre lo terrible que es la muerte de un ser humano por hambre, y más aún inducida a propósito, al menos uno no puede dejar de pensar en el asunto. Difícil respaldar algo así. En general, ¿quién podría decir abiertamente y a priori que está contra la vida?

Esa postura “pro vida” (específicamente anti eutanasia y anti aborto) es apoyada en los Estados Unidos por sectores que en su mayoría son conservadores en lo religioso y/o lo político. En otras palabras, por cristianos evangélicos y católicos ortodoxos, y votantes del Partido Republicano respectivamente. El propio George W. Bush, él mismo un arquetipo de los religiosos y políticos conservadores, dice propugnar en sus dos mandatos una agenda “pro vida”. Hasta se especula que la última elección presidencial estadounidense se decidió a su favor por los temas “éticos”: la pureza moral republicana, representante genuina de los valores y el sentir “americanos”, derrotó la postura libertina de los demócratas.

El problema surge cuando se cae en cuenta de algo que es necesario no olvidar: que ese “líder” del movimiento “pro vida” estadounidense ha llevado la muerte a diversos lugares del mundo. Y, precisamente, con el fiel apoyo de esos rabiosos militantes del derecho a la vida. Sólo en Afganistán e Iraq, ¿cuántas personas asesinadas por su ejército -la mayoría civiles no combatientes- se pueden contar?, ¿cuántos cientos? A estas alturas, ¿miles tal vez? Y para qué extenderse en su accionar “indirecto” a través de su apoyo a dictaduras y gobiernos ilegítimos. Por ejemplo, los disidentes uzbekos secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura “aliada” de Bush no se han beneficiado en lo má###ínimo del ímpetu “pro vida” de sus dos administraciones.

Algo extraño debe ocurrir para que la pasión moralista del presidente estadounidense y de sus partidarios sólo se manifieste dentro de sus fronteras y únicamente frente a la eutanasia y el aborto. Incluso, recuérdese la devota fe que tienen sobre todo los republicanos en la pena de muerte, en uno de los pocos países donde se condena a muerte a menores de edad y a débiles mentales. El propio Bush como gobernador de Texas -un estado con un singular entusiasmo por la pena de muerte- al negarse a indultar a condenados a morir ya había dejado en entredicho su apología en defensa de la vida y su afán legislativo al respecto.

Históricamente los Estados Unidos nos tienen acostumbrados a los dobles discursos. A sus repudiables acciones en lo externo en base a la política de hechos consumados, le siguen -siempre a posteriori- debates públicos internos y comisiones investigadoras del Congreso. Mas, la hipocresía no es patrimonio de una nación, por mucho que por más de dos siglos abuse de ella. Sino que es una elección de los individuos y de las sociedades.

Así, sea por imitación o por efectos de la globalización, la discusión sobre la “muerte inducida” de Sciavo llegó a nuestro país. En Chile también encontramos sectores “pro vida” que se oponen al aborto y a la eutanasia. Aquí también están representados en un número no menor -o son los que más se hacen notar en los medios- por sectores conservadores en lo religioso y lo político. Aquí también se puede encontrar entre ellos a quienes están a favor de la pena de muerte. Y, más todavía, aquí también muchos de ellos apoyaron la institucionalización estatal de la violación del derecho a la vida por la dictadura. En este país esos “pro vida” tampoco defienden incondicionalmente ese derecho. Sino que a veces, según el contexto y de quién se trate.

Lo siento, sé que es cuento viejo y majadero para los que quieren “cerrar las heridas del pasado” y “mirar hacia el futuro”. No obstante, es evidente que los mismos que ahora alegan furibundos por el derecho a la vida, ayer no sólo dieron vuelta la cara, sino hasta respaldaron a la dictadura que los violaba. Justamente esa actitud deja su actual empeño “pro vida” en meros aspavientos de fariseos: rasgan sus viejas túnicas que llevan sobre unas nuevas y costosas. Como esos hipócritas, los nuestros tampoco son mejores. Dados sus actos y omisiones, su pretendida superioridad moral además de falsa es un insulto. De hecho, sus verdaderos valores y prioridades han quedado al descubierto: para ellos el dinero es más importante que la vida. ¡Sólo ahora se decepcionan del ladrón, cuando por años han apoyado al asesino!

Con todo, estos extraños defensores de la vida seguramente hacen gala pública de su piedad cada domingo al repetir: “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Aunque ni siquiera se deben golpear su propio pecho... sino el de quien está a su lado. Sin embargo, su dios ya los describió. Cuelan el mosquito, pero tragan el camello. Son sepulcros bien pintados, pero por dentro están llenos de toda clase de podredumbre.

Aparecen exteriormente como hombres justos, pero en su interior están llenos de hipocresía.

Nadie es perfecto, pocos pueden ser ejemplo de algo. Pero específicamente en el tema de la vida -¿o de la muerte?- somos muchos los que en Chile sí podemos tirar la primera piedra.

(*) Andrés Monares. Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.


AHORA HABLEMOS DE LOS VIVOS

<hr><h2><u>AHORA HABLEMOS DE LOS VIVOS</h2></u>

(A propósito de Gladys Marín)


por Andrés Monares

El Mostrador
- 16 de Marzo del 2005

No quiero escribir sobre Gladys Marín. Venimos saliendo de una sobresaturación mediática donde se le trató con exagerada zalamería y, como es costumbre en el país, una vez fallecida se elevó su vida por sobre el resto de los mortales. Además, ya se ha hecho en este mismo espacio. Pero, sí quiero escribir a partir de su figura pública sobre los políticos que se quedaron.

Como se repitió hasta la saciedad luego de su muerte, destacó sobre todo en los últimos años por no callar lo que creía tenía que decirse. En lo personal, su estilo no me cautivaba: no me seducía su discurso ni sus muletillas de la cultura de izquierda. Aunque, al escucharla las veces que fue candidata, le dejaba a uno la agradable convicción de que en verdad creía en lo que hablaba y proponía. O sea, tuvo la credibilidad para convencer que tras sus palabras estaban ideas sentidas y no eslóganes vacíos ni jingles pegajosos con letras igual de vacías. Por mucho tiempo debe haber sido una de las pocas candidatas reales. Lo cual se realzaba más en nuestro ambiente “político” lleno de malos actores y actrices inventados en brain storming de publicistas (¡y que aún así salen elegidos!).

De hecho, dentro de las zalamerías mediáticas, la más repetida fue sobre su consecuencia. Sus críticos dirán que es fácil serlo cuando no se tiene el poder y más cuando no hay ni visos de acceder a él. Puede ser. Sin embargo, lo que debería de ser signo de que algo anda mal, es escuchar repetidamente a los propios políticos destacando tanto esa cualidad. Me refiero a que cuando uno cree en un modelo de sociedad, se supone que habla desde esa base y actúa en consecuencia. No debería ser una gracia, sino lo lógico. Lo cual nos da una pista del nivel al que hemos llegado en nuestra “democracia”: cuando un político se comporta como político se le admira... ¡y sobre todo sus pares!

Por algo, de la gran mayoría de quienes pertenecen al ámbito político-partidario de la Concertación o la Alianza, unos se enorgullecen de su buena administración del modelo y los otros -huérfanos por el plagio que los dejó sin propuesta- sólo reclaman acerca de detalles. Mas, ninguno osa salirse ni un pelo del libreto preestablecido para hacer “política”. Por eso, a estas alturas a nadie debería sorprender que se rechacen de plano hasta insinuaciones sobre discutir una posible alteración del orden existente. Porque ni pensar en cambios al modelo. Sin que llame la atención, cualquier propuesta de fondo es deslegitimada como demagogia y desechada luego. Hasta las campañas han dejado de ser una instancia de debate político real o de ideas. Así, de haber algo que discutir en este paraíso del consenso cupular, sólo debe circunscribirse a tecnicismos que mejoren la administración de lo que hay.

Esos mismos administradores, con cara compungida o de estadista en situación, robaron cuanta cámara pudieron para dar una declaración que dejara en evidencia su “altura”. Aunque, fueron esos mismos los que por años, fuera de declaraciones, no han movido un dedo para cambiar el sistema binominal y que el PC esté debidamente representado en el Congreso. Otros compungidos, los hoy salomónicos-reconocedores-de-méritos, sólo ayer fueron cómplices en secuestros, torturas, exilios, muertes y en desaparecimientos de cuerpos de los propios militantes del PC. Desaparecidos entre los que aún se cuenta el esposo de la que ahora ensalzan -la cual de haber sido ubicada habría sido también asesinada- y que murió sin conocer el paradero de los restos de su marido. ¡Con razón se admiran tanto de la consecuencia!

Con todo lo que se le pueda criticar, Gladys Marín llegó a ser una especie de conciencia de nuestro sistema “democrático”. No ella, sino lo que representó su figura política. Estuvo encargada de manifestar lo que la mayoría de los políticos “progresistas” (o incluso los que por ser simplemente chilenos) debían decir y han callado para no perder su sillón en el Congreso o su puesto de trabajo en el aparato del Estado. Eso creo que explica la cantidad de gente que asistió a su velatorio y a su funeral. Si cree Ud. que exagero con eso de “conciencia”, se lo concedo. Pero, lo siento, no es mi culpa que en el país de los ciegos el tuerto sea rey.

No obstante, los “políticos” (esos “administradores realistas”) ya estarán preparando sus intervenciones y campañas calculando que conceptos como “debate”, “redistribución”, “justicia social” o “leyes laborales” deberán emplearse en los discursos, carteles y jingles. Sesudamente habrán concluido, del funeral de Marín como antes del Foro Social Chileno, que eso le interesa a la “gente”. Claro que en su caso es oportunismo. No convicción, ni consecuencia, ni real interés en las verdaderas condiciones de vida del pueblo.

Ojalá algún día nuestros “políticos” se aburran de la administración de empresas y del mercadeo y quieran hacer política, vuelvan a tener ideologías y las confronten. Tal vez hasta les guste. Debe ser satisfactorio eso de trabajar en verdad para quienes les pagan su sueldo legal. Debe ser bueno vivir con honor y morir con gloria.


SOBRE LA EDUCACIÓN EN CHILE

<hr><h2><u>SOBRE LA EDUCACIÓN EN CHILE</h2></u>

EL JAGUAR PORRO



por Andrés Monares - El Mostrador

Una reciente medición que dejó al descubierto el bajísimo nivel de los conocimientos matemáticos de los jóvenes chilenos, provocó una ola de alegatos contra la educación del país. Cuando en realidad no son una novedad los malos resultados educacionales en Chile. No queramos engañarnos rasgando recién ahora vestiduras. Que salgan a la luz pública pésimas cifras de alguna prueba específica cada cierto tiempo es otra cosa. De tal modo, por nuestro nivel quedamos apenas en lista de espera para ser jaguares (y para qué decir por inversión en educación).

Por unos diez años he trabajado con jóvenes de dos “mundos” diferentes. Mundos que les han entregado recursos y posibilidades muy distintas. Por un lado, con universitarios que en su mayoría provienen de la educación secundaria pagada privada: los más con grandes potencialidades a la vez que con una débil formación general. Por otro, con jóvenes que pasaron por el sistema municipalizado de educación, donde un número no menor son verdaderos analfabetos funcionales. Y, en el caso de muchos jóvenes con talento, esas instituciones municipalizadas no tienen la capacidad o los recursos (ni a veces las ganas) de desarrollarlo.

No obstante, a pesar de las diferencias en ambos grupos se deja notar una generalizada y tremenda falta de información, una deplorable capacidad de expresión oral y escrita, de análisis, de establecer relaciones certeras y más aún de crítica. Su sociedad y el mundo les son lejanos o ajenos, con sus vagas nociones no pueden comprenderlos ni menos enjuiciarlos. A lo que hay que sumar que están insertos en una cultura donde disentir y discutir es mal mirado, y hasta una forma indebida de desafío a la autoridad del educador.

Aunque no pretendo situar mi experiencia como una muestra estadística totalmente válida, tampoco creo que sea poco generalizable. Más todavía con las mediciones internacionales y nacionales que dan cuenta de nuestra ignorancia. Entonces, ¿no es hora que después de tantos años de vigencia de la educación municipalizada se acepte su fracaso?. Porque a los años de la dictadura hay que sumarle los de democracia.

En cuanto a la educación básica y secundaria privada pagada, por tanto para una minoría, tampoco su formación sería ni de lejos óptima. Simplemente pareciera que se realiza un buen entrenamiento, de hecho mejor que el de las instituciones municipalizadas, para contestar antaño la PAA y hoy la PSU. Y en el caso de la educación superior, también limitada a quien pueda pagarla, hay sospechas razonables sobre cuál es el peso real de un título hoy.

Después de tantos resultados deplorables, creo que llegó la hora de preguntarse qué educación queremos dar a nuestros niños y jóvenes. Porque el mercado autorregulado -¿el mejor asignador de planes de estudio?- es un hecho que no sirve tampoco en este ámbito. El modelo implementado desde mediados de la década del setenta del siglo pasado a la fecha es entrenar mano de obra con ciertos rudimentos de lo que antiguamente se llamó educación liberal. Fuera de eso, o por eso mismo, la política educacional ha sido no tener política educacional. El resultado está a la vista. Así, por obvio que suene, se debería abrir un debate racional, sensato y general que fije prioridades, roles del Estado y los privados, y planes de financiamiento. Porque el tema no compete exclusivamente a los padres, ni menos sólo a los empresarios. Es un problema de la nación. En realidad, como es una discusión por el futuro de todos, interesa hasta a los que ya estudiaron. Hay que ponerse serios y dejar de confiar ciegamente en las señales irracionales del “mercado laboral” para guiar el “mercado educacional”.

Aquí creemos en la formación de ciudadanos virtuosos capacitados en diversos ámbitos técnico-profesionales para satisfacer las necesidades de sus compatriotas y desarrollar al país en su conjunto. Porque Chile no es sólo economía. Incluso básicamente es un sistema sociopolítico que requiere algo más que analfabetos funcionales que produzcan y hedonistas que consuman. Porque en Chile viven millones de personas más fuera de las élites empresariales y como cualquiera tienen requerimientos materiales, de salud, artísticos, recreacionales, etc. Porque Chile es una nación particular y la educación permite su reproducción como esa entidad cultural particular que es o que aspiramos que sea.

La actual educación para el mercado es simple entrenamiento. Es crear brutos hábiles. Es fabricar en serie algo parecido a las focas de un circo que realizan piruetas mecánicamente a cambio de un pescado. Entrenar exclusivamente o con grosera preeminencia para el trabajo, es un aprendizaje para esclavos: para quienes están condenados a vivir sólo para producir. Es negar la riqueza de la vida humana, es sentenciar a los chilenos a la vacuidad.

Pero además, lo que no es un detalle menor, ese tipo de “educación” es un medio efectivo para facilitar que el Estado siga en manos de los “especialistas”, no de los ciudadanos. Aquellos pueden así continuar gobernando y legislando a favor de los grupos económicos bajo la cantinela del bien común. Pues, una mala educación permite engañar a los ignorantes. Por ejemplo, a principios del siglo XXI se ufanan de la ley que rebaja la jornada laboral, ¡cuando ése fue un logro del movimiento obrero de Europa y Estados Unidos en el siglo XIX!.

El apagón cultural en dictadura fue fruto de una política que buscó banalizar el país para minimizar la posibilidad de pensamiento crítico y distraernos de la realidad: si no había pan, por lo menos de circo no podíamos quejarnos. Actualmente, es resultado de una política nefasta que busca consagrar nuestra vida a la producción que crea riqueza (y no vamos a preguntar para quién)
.

En ese contexto hay que destacar también la responsabilidad de los medios que, en tanto son los actuales referentes masivos, no sólo sostienen la superficialidad sino que la ensalzan y multiplican al punto de dejarnos casi sin otro tipo de oferta. Basta escuchar a esa especie de Corte de los Milagros intelectual que aparece en televisión: novias y amigas de, animadores, modelos, periodistas, actores, cantantes y otros tipos de famosillos. Del mismo modo, una buena
cuota de responsabilidad la tiene parte importante del periodismo que ha rebajado la profesión a nivel de pasatiempo. Han asumido un rol de comparsa del sistema que es un insulto para las pretensiones de ser un cuarto poder.

En ese escenario general el jaguar seguirá siendo porro por mucho tiempo. En verdad, seguirá sin ser jaguar.

(*) Andrés Monares. Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.


LA UNIDAD SUDAMERICANA DESDE CHILE

<h2><hr><u>LA UNIDAD SUDAMERICANA DESDE CHILE</h2></u> por Andrés Monares

El Mostrador
– 14/12/2004

No hará mucho, en un partido de fútbol se enfrentaban uno de nuestros equipos “grandes” con uno argentino del montón. Este dominaba claramente el juego. Desde un sector de las graderías, que dista mucho de ser la de su barra brava, un hincha les gritó molesto: “¡Pobretones!”. La especificidad del “insulto” y su connotación evidente me pareció notable. Una joyita que mostraba nuestra idea de vecindad y cómo nos vemos los chilenos... Lástima que los ricachones, que casualmente están quebrados, hayan terminado perdiendo 2x0...

Mientras, en el Perú, el famoso “sueño bolivariano” ha vuelto a salir a la palestra. No obstante, a estas alturas pareciera que en Chile se le tiene precisamente por un “sueño”. Un mero romanticismo inviable. Aunque el proyecto original del Libertador tenía un ingrediente ideológico-emocional, era de hecho muy práctico: América del Sur debería unirse en un sólo país para equilibrar las relaciones internacionales y para poder negociar de igual a igual con las potencias europeas y Estados Unidos. Los caudillismos, la ceguera, el afán de poder, terminaron con esos sensatos planes. Llevamos casi dos siglos pagando el precio de haber construido pequeños países de un peso insignificante a nivel internacional. Estados separados y hasta enemigos a pesar de que en general —si nos comparamos con la Unión Europea— al menos nos unirían el idioma, experiencias comunes, enemigos comunes y la religión.

Respecto del proyecto comunitario en un diario electrónico aparecían opiniones de lectores de diferentes países del continente. Tras leer unas cuantas, comencé a detenerme sólo en comentarios de chilenos. En su gran mayoría se oponían al plan. No por imposible, sino por indeseable. Sus argumentos olían al mito de la mansión en medio de una población callampa. Casi se podía palpar su aversión a que Chile se rebajara a mezclarse con esa gentecita de piel tan oscura, tan corrupta, de indicadores macroeconómicos tan mediocres cuando no negativos, tan pobres, de democracias tan inestables, tan poco modernos.

Lamentablemente, opiniones de ese tipo y carentes de toda autocrítica nacional no es algo extraño en Chile. En nuestro país de espíritu “nuevo rico” (pero en realidad con pocos ricos), está instalada hace tiempo la firme creencia de que no necesitamos a nuestros vecinos. Lo que se suma al creciente sentimiento de superioridad sobre ellos. De ahí se pueda decir, sin miedo a equivocarse, que es generalizada la opinión de que la unidad suramericana sería un plan que no nos incumbe. Sería algo así como un salvavidas para los fracasados, esos otros que no son exitosos por sí mismos como nosotros.

En ese contexto, no puede ser sorpresa el estudio de Unicef que mostró a un 46% de nuestros niños estima que hay una o más nacionalidades inferiores a la chilena (del total 32% respondió que los peruanos y 30% que los bolivianos). No pocos se preocuparán ante esos juicios. Pero la verdad es que indican la formación que los niños han recibido en sus familias y la escuela. Sus respuestas son reflejo de los patrones culturales del país. Pasada la breve inquietud políticamente correcta por las cifras de Unicef, muchos chilenos de cualquier clase social seguirán usando la palabra “indio” como insulto o etiqueta de inferioridad. Seguirán mirando por sobre el hombro a peruanos y bolivianos, seguirán diciendo que algo chabacano es “tropical” o explicarán la crisis argentina por la corrupción y la flojera transandina. En fin, seguirán saliendo airosos en cualquier comparación a que ellos mismos se sometan con otros suramericanos.

A nivel gubernamental, ante el proyecto comunitario, imaginamos que Chile seguirá expectante. La política de buscar negocios, no aliados, habría dado frutos y muchos... Al menos a ese pequeño grupo que monopoliza la riqueza del país. Para hacer pasable ese “detalle” nos alimentan con un premio de consuelo que se sirve de nuestro sustrato chovinista: somos un ejemplo para el mundo y la envidia de los vecinos. ¡Y funciona! Se ha construido una imagen “país” que ha tenido eco en un número no despreciable de chilenos, dándoles un sentido de unidad y de dignidad. Aunque no puedan acceder a salud decente, a educación superior gratuita o sea un hecho que la mayoría no participa de las ganancias del crecimiento económico, al menos están convencidos de que como “país” están “mejor” y/o como “chilenos” son “mejores” que ese o aquel otro.

(Interesante sería saber qué criterio se usa para determinar nuestra superioridad. Pues, por ejemplo, nuestros gerentes tienen un nivel de comprensión lectora semejante al de un obrero sueco, el porcentaje del PGB destinado a investigación científica es bajísimo, un 60% de los capitalinos no ha leído ni un libro en el último año, estamos entre los países con peor distribución del ingreso del mundo, tenemos un sistema electoral donde el que pierde empata o deportivamente ni hablar).

Me confieso culpable de ser partidario de una unidad basada en la “hermandad”. Sin embargo, también la sigo sosteniendo en las mismas razones prácticas que ya enunció Bolívar en el siglo XIX. Es la sencilla conclusión empírica de que tarde o temprano todos necesitamos amigos, de esos tan cercanos que los consideramos hermanos. Con la salvedad que son hermanos que uno eligió. No es poco para un país pequeño y de poca población poder sumarse a nueve países y conformar una comunidad de más de 17 mil kilómetros cuadrados con unos 380 millones de habitantes.

Para empezar, sería difícil que desde el exterior nos intervinieran, nos presionaran, organizaran golpes y dictaduras en la región. No es poco para quienes algo conocemos la historia de América del Sur alcanzar una verdadera autonomía y fuerza de negociación. Tal unión es del mismo modo atractiva como bloque económico. Más, cuando la megalomanía ataca a los tenderos se olvidan que los clientes lo son sólo hasta que encuentran precios más bajos. Los tecnócratas con su soberbia miopía han de haberse olvidado, a pesar de que se identifican a sí mismos como realistas, que la producción y los negocios necesitan de una base política. Con mayor razón cuando en este mundo globalizado que tanto los fascina, el que no se une a algún bloque político estará perdido.

Un chileno tipo clase media emergente (primera generación con zapatos, como diría alguna señora empingorotada, que hacía todo lo posible porque notaran su nuevo calzado) humillaba cada vez que podía al mozo peruano de un bar santiaguino. Relacionaba su nacionalidad a una mala situación económica. Lástima que él mismo estuviera metido en un bar de medio pelo... Así es Chile. Con una singular y complaciente autopercepción. Convencidos que la cordillera no nos aísla, nos salva. Así es Chile, un poquitín patético.

(*) Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.


NACIDO EL 4 DE JULIO, NACIDO PARA MATAR

<h2><u><hr>NACIDO EL 4 DE JULIO, NACIDO PARA MATAR</h2></u>

SOBRE BUSH, KERRY Y EL “DESTINO MANIFIESTO” (*)


Por Andrés Monares Ruiz (**) www.elmostrador.cl

La ilegal invasión y ocupación de Irak llevada a cabo por Bush habría puesto en cuestión su administración. Más allá que su gobierno de hecho esté en cuestión desde lo que a todas luces sería el fraude electoral que lo llevó al poder, parecería un poco ingenuo limitar ese enjuiciamiento sólo a la administración Bush.

Es cierto que Bush ha dado cátedra de cómo ignorar y violar el derecho de las naciones con las mentiras más burdas que últimamente se hayan dado en el concierto internacional; que su indiferencia por las violaciones a los derechos humanos que cometen sus tropas es indignante (y no hablamos sólo de las recientemente publicitadas torturas a prisioneros iraquíes, sino a las que se realizaron y realizan en Afganistán y Guantánamo y al asesinato de cientos, sino miles, de civiles en ambas invasiones y ocupaciones ilegales); y que llega a ser increíble que ni siquiera disimule cómo todas esas barbaridades se llevan a efecto en pro de los intereses económicos de los grupos empresariales de su país. No obstante, ¿es Bush una excepción o un ejemplo más de la ideología nacional estadounidense del Destino Manifiesto que impulsa y legitima ese tipo de acciones?

El Destino Manifiesto es un concepto que, aunque acuñado con posterioridad, nombra una concepción religiosa que en su esencia ha estado vigente desde la colonización puritana (interpretación británica del calvinismo) de los que hoy llamamos Estados Unidos
. Se basa en la doctrina de la elección de ciertos pueblos por Dios y de su consiguiente obligación de materializar Su voluntad de someter a Su ley al mundo y a los no elegidos o condenados. En el transcurso de la historia estadounidense dicho dogma teológico ha tomado expresiones particulares racistas y/o nacionalistas; o, la primaria idea religiosa se sintetizó con ellas. Sin embargo, sea como sea, es evidente su continuidad.

Los llamados Padres Peregrinos llegados en el siglo XVII y sus descendientes directos pretendían fundar la Nueva Jerusalém en el desierto y, como los territorios no estaban precisamente desiertos, no dudaron mucho en exterminar con la venia de su dios a sus ocupantes nativos. Al estructurarse las trece colonias y posteriormente la Unión, la piedad puritana ya estadounidense propiamente tal seguía afirmando la preferencia divina: Thomas Jefferson, uno de los Padres Fundadores, en el siglo XVIII mostraba su convencimiento de que “el pueblo norteamericano era un pueblo elegido, dotado de fuerza y sabiduría superiores”, “la más pura esperanza del mundo”. En el siglo XIX, la continuación del genocidio de las naciones indígenas del país y la anexión de la mitad de lo que era México, también se justificó en ambas cámaras del Congreso y en la prensa expansionista por la urgencia de obedecer el designio bíblico que mandaba hacer fructificar la tierra; la que de seguir en manos de razas inferiores se mantendría infértil. Y, a comienzos del siglo XX, el presidente Wilson afirmaba que los “Estados Unidos poseen el infinito privilegio de realizar su destino y de salvar al mundo”.

Considerando lo anterior, no es raro que en el siglo XXI Bush diga que su país es un “regalo de Dios al mundo”. Y menos extraño cuando aún hoy los niños y jóvenes realizan un juramento a la bandera en las escuelas que afirma que Estados Unidos está regido por Dios (“under God”). Entonces, lo que podría parecer simple populismo presidencial se muestra sincero o, al menos, toma lógica en un país donde aproximadamente un 94% de la población cree en Dios, un 88% que Dios lo ama, donde el 90% reza o donde unos 50 millones de cristianos evangélicos se oponen al plan de paz entre Israel y los palestinos del propio Bush, ya que la entrega a estos últimos de parte de la tierra prometida a los judíos por Jehová retrasaría la segunda venida de Jesús.

El Destino Manifiesto, fruto la “nacionalización” del Dios cristiano en un “dios estadounidense”, es la viga maestra de su mitología religiosa-racial-nacionalista sobre sí mismos. Ahí radica la fuerza espiritual, moral y patriótica que los ha impulsado a guerrear por todo el mundo casi sin pausa durante su nacimiento como república. Si bien es cierto que en los Estados Unidos ha existido y existe un amplio movimiento progresista y laico, la historia demuestra su continua ineficacia para imponer la paz a sus propios gobiernos. Esa general “debilidad” por la guerra no se explica sólo por la conocida ignorancia del pueblo estadounidense, ni por la actual manipulación informativa de que son víctimas. Es un hecho que una mayoría no despreciable de los estadounidenses han apoyado a través del tiempo los actos ilegales, antidemocráticos y atroces de sus sucesivos gobiernos (tanto los cometidos por ellos mismos, como por las naciones, grupos paramilitares y sobretodo las dictaduras “amigas”). De ahí que, como buenos estadounidenses, aquellos sólo les empiecen a molestar cuando les aumentan los impuestos para financiarlos.

Un pueblo que cree sin lugar a dudas en su posición preeminente en el mundo, es obvio que entienda que no puede someterse a las reglas o leyes vigentes para el resto. Por lo que las viola desde su autoconstruida legitimidad mesiánica o asume que posee un marco normativo especial para él. Cuando los “americanos” celebren un nuevo 4 de julio, debemos recordar que si para Monroe América era para los “americanos”, hace rato que el continente les ha quedado estrecho. Los porfiados hechos nos dicen que tenerlos en cuenta no es una histérica exageración antiestadounidense. Esta columna no lleva su título por tratar de cine; sino de historia, actualidad y, pareciera que lamentablemente, de futuro.

(*) El subtitulado es nuestro.
(**) Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.


LOS OTROS SOLDADOS, LOS OLVIDADOS

<h2><hr><u>LOS OTROS SOLDADOS, LOS OLVIDADOS</h2></u>
Foto: Gral. Carlos Prats


por Andrés Monares Ruiz

El Mostrador – 8 de Octubre de 2004

El último 30 de septiembre el Ejército de Chile rindió homenaje oficial al General Carlos Prats González. Tuvieron que pasar treinta años para ello, por una razón bastante obvia: fue asesinado por la DINA, organismo que dependía directamente de Augusto Pinochet. Los antaño subordinados de Prats, planearon y ejecutaron el asesinato de quien fuera su superior, su camarada de armas, de un miembro de la familia militar (matando también a su esposa). El olvido posterior en que el Ejército lo tuvo no hacía más que resaltar su culpa. Al tiempo que, como otros tantos hechos, esa actitud hizo coherente que lamentablemente se hable con propiedad de un gobierno militar y no de la dictadura de Pinochet.

Mas, el 30 de septiembre el General Cheyre eludió el delicado asunto de quién ordenó matar a Prats y organizó el crimen. Dejando la duda si sus palabras conciliadoras y de homenaje responden a un sentimiento verdadero, pero con una insuficiente autocrítica institucional; o, a una limpieza de imagen que al tiempo deje tranquilos a sectores “duros” del Ejército activos o en retiro (con lo inapropiado y peligroso que sería que un Comandante en Jefe tuviera que hacerlo). De esa forma, respecto al bombazo que quitó la vida lo denominó un “irracional asesinato” y declaró: “El Ejército de Chile rechaza una vez más [sic] la sevicia de los autores de este vil crimen, cuyo ejecutante material y confeso goza de libertad al amparo de una ley extranjera”.

Ese “ejecutante material” es Michael Townley, quien actuó en tanto miembro de la DINA, es decir, como agente del Estado de Chile. Por lo que sólo fue el último eslabón de una cadena que sube por otros militares implicados (algunos altos ex oficiales ya declarados reos en Chile) hasta el jefe de dicha organización criminal: Augusto Pinochet. El silencio de Cheyre respecto a esto respondería, siguiendo sus dichos, a su explícito rechazo a “transformar (...) en villanos a los que hasta hace poco cumplimentábamos”. No obstante, ¿es posible mantener tal actitud y hacerla pasar por legítima cuando esos cumplidos eran para asesinos comprobados?. O sea, ¿su villanía sería supuesta al radicar en meras opiniones tendenciosas? Las miles de fojas de cuantiosos juicios testimonian por sí solas.

En su alocución el actual Comandante en Jefe del Ejército también habló de “cientos de chilenos y chilenas, civiles y militares caídos” fruto de la “irracionalidad” de un período. Pocos podrían hoy no estar de acuerdo en la crisis vivida. Sin embargo, el culpar a una época tiene el problema moral de exculpar a los hechores de crímenes atroces, horribles en sí mismos, en su sistematicidad y ensañamiento. No estamos hablando de cualquier falta, ni de esa falacia de los “excesos” esporádicos de mandos medios. Hablamos de crímenes de lesa humanidad organizados y ejecutados desde el Estado. Tan terribles que no hace falta tener un posgrado en derechos humanos para rechazarlos. Basta la más mínima humanidad para sostener que nadie, piense como piense o haga lo que haga (hasta los mismos torturadores y asesinos de la dictadura), merece ser tratado así.

Uno de esos “militares caídos” es recordado hoy en el Parque por la Paz Villa Grimaldi. Es en ese sitio y no en algún lugar relacionado al Ejército, porque no perdió la vida defendiendo el gobierno de Pinochet. Por el contrario, fue muerto por sus camaradas de armas. Se trata de otro miembro de la familia militar: el Cabo Segundo Carlos Alberto Carrasco Matus. Como tantos otros jóvenes, por simplemente estar cumpliendo su servicio militar en 1973, se vio atrapado por las circunstancias y fue obligado a ser partícipe de delitos.

Carlos Carrasco fue destinado a la DINA y ejerció funciones de guardia en Villa Grimaldi. Dentro de la más extrema y casi inimaginable maldad que se vivía a diario en dicho lugar, él se mostró humanitario con los “prisioneros”. Testimonios indican que al ser sorprendido (¿se puede a alguien “sorprender” por estar “cometiendo” un acto humanitario?) el coronel Marcelo Moren Brito ordenó que, en presencia del resto de los guardias, se le golpeara con cadenas hasta morir. La sádica y brutal lección para esos espectadores, obligados a participar en el asesinato, era que no se aceptarían “traidores”.

El Parque por la Paz Villa Grimaldi, con sus hermosos jardines, es en cierta medida una forma de recordar a la vez que de intentar superar tanta maldad. Cuando lo visité, una sobreviviente de ese horror fue narrando parte de lo que les ocurrió a las cuatro mil quinientas personas que estuvieron allí secuestradas entre 1973 y 1979 (226 de ellas desaparecidas o ejecutadas). Cuatro mil quinientas en la más atroz indefensión ante la cotidiana rutina de vejaciones, arbitrariedades y tormentos, ante la muerte. Cuatro mil quinientas a las que nunca se le formularon oficialmente cargos. En ese relato que se va haciendo en los lugares respectivos del Parque, se pueden llegar a palpar esas abstracciones jurídicas denominadas secuestro, apremios ilegítimos, homicidio.

Esos hechos nos recuerdan que el mal existe. No la mera denominación legal de delito, ni ése de nuestras miserias y mezquindades diarias. Sino el mal con mayúscula, el casi inimaginable. Por eso, me parece que Carlos Carrasco es una muestra real de que hasta en las peores condiciones, en las más difíciles, viles y perversas, la bondad humana puede manifestarse. Aunque incluso llegue a costar la vida por una espantosa muerte. Por eso, tal vez el mejor lugar para recordar a Carrasco y su ejemplo sea justamente la Villa Grimaldi.

Carlos Prats González, con su alta investidura, procuró (mal o bien) contribuir a encontrar una salida pacífica para el país. Carlos Alberto Carrasco Matus, un suboficial convertido en carcelero, trató de paliar con pequeños pero inmensos gestos el sufrimiento de otros seres humanos. Dijo Cheyre en el homenaje al primero refiriéndose a su asesinato y al de su esposa: “nada puede justificar este horrendo crimen (...) sólo una mente turbada pudo concebir que al quitarles la vida los privaría a ambos de sobrevivir a la muerte en el pensamiento de los hombres y sus conciudadanos”.

¿Se referirá así un día algún Comandante en Jefe del Ejército para expresar su homenaje a Carlos Alberto Carrasco Matus y a los otros militares muertos por sus propios compañeros de armas? Por ahora, esa deuda sigue pendiente para con los otros soldados, los olvidados. Esos que tuvieron que callar y actuar contra sus convicciones para salvar su vida, los que perdieron su trabajo, los que sufrieron cárcel, los que fueron asesinados.

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(El discurso del General Cheyre se puede encontrar en www.ejercito.cl; información sobre Villa Grimaldi en www.villagrimaldicorp.cl)
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(*) Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.