NACIDO EL 4 DE JULIO, NACIDO PARA MATAR
NACIDO EL 4 DE JULIO, NACIDO PARA MATAR
SOBRE BUSH, KERRY Y EL DESTINO MANIFIESTO (*)
Por Andrés Monares Ruiz (**) www.elmostrador.cl
La ilegal invasión y ocupación de Irak llevada a cabo por Bush habría puesto en cuestión su administración. Más allá que su gobierno de hecho esté en cuestión desde lo que a todas luces sería el fraude electoral que lo llevó al poder, parecería un poco ingenuo limitar ese enjuiciamiento sólo a la administración Bush.
Es cierto que Bush ha dado cátedra de cómo ignorar y violar el derecho de las naciones con las mentiras más burdas que últimamente se hayan dado en el concierto internacional; que su indiferencia por las violaciones a los derechos humanos que cometen sus tropas es indignante (y no hablamos sólo de las recientemente publicitadas torturas a prisioneros iraquíes, sino a las que se realizaron y realizan en Afganistán y Guantánamo y al asesinato de cientos, sino miles, de civiles en ambas invasiones y ocupaciones ilegales); y que llega a ser increíble que ni siquiera disimule cómo todas esas barbaridades se llevan a efecto en pro de los intereses económicos de los grupos empresariales de su país. No obstante, ¿es Bush una excepción o un ejemplo más de la ideología nacional estadounidense del Destino Manifiesto que impulsa y legitima ese tipo de acciones?
El Destino Manifiesto es un concepto que, aunque acuñado con posterioridad, nombra una concepción religiosa que en su esencia ha estado vigente desde la colonización puritana (interpretación británica del calvinismo) de los que hoy llamamos Estados Unidos. Se basa en la doctrina de la elección de ciertos pueblos por Dios y de su consiguiente obligación de materializar Su voluntad de someter a Su ley al mundo y a los no elegidos o condenados. En el transcurso de la historia estadounidense dicho dogma teológico ha tomado expresiones particulares racistas y/o nacionalistas; o, la primaria idea religiosa se sintetizó con ellas. Sin embargo, sea como sea, es evidente su continuidad.
Los llamados Padres Peregrinos llegados en el siglo XVII y sus descendientes directos pretendían fundar la Nueva Jerusalém en el desierto y, como los territorios no estaban precisamente desiertos, no dudaron mucho en exterminar con la venia de su dios a sus ocupantes nativos. Al estructurarse las trece colonias y posteriormente la Unión, la piedad puritana ya estadounidense propiamente tal seguía afirmando la preferencia divina: Thomas Jefferson, uno de los Padres Fundadores, en el siglo XVIII mostraba su convencimiento de que el pueblo norteamericano era un pueblo elegido, dotado de fuerza y sabiduría superiores, la más pura esperanza del mundo. En el siglo XIX, la continuación del genocidio de las naciones indígenas del país y la anexión de la mitad de lo que era México, también se justificó en ambas cámaras del Congreso y en la prensa expansionista por la urgencia de obedecer el designio bíblico que mandaba hacer fructificar la tierra; la que de seguir en manos de razas inferiores se mantendría infértil. Y, a comienzos del siglo XX, el presidente Wilson afirmaba que los Estados Unidos poseen el infinito privilegio de realizar su destino y de salvar al mundo.
Considerando lo anterior, no es raro que en el siglo XXI Bush diga que su país es un regalo de Dios al mundo. Y menos extraño cuando aún hoy los niños y jóvenes realizan un juramento a la bandera en las escuelas que afirma que Estados Unidos está regido por Dios (under God). Entonces, lo que podría parecer simple populismo presidencial se muestra sincero o, al menos, toma lógica en un país donde aproximadamente un 94% de la población cree en Dios, un 88% que Dios lo ama, donde el 90% reza o donde unos 50 millones de cristianos evangélicos se oponen al plan de paz entre Israel y los palestinos del propio Bush, ya que la entrega a estos últimos de parte de la tierra prometida a los judíos por Jehová retrasaría la segunda venida de Jesús.
El Destino Manifiesto, fruto la nacionalización del Dios cristiano en un dios estadounidense, es la viga maestra de su mitología religiosa-racial-nacionalista sobre sí mismos. Ahí radica la fuerza espiritual, moral y patriótica que los ha impulsado a guerrear por todo el mundo casi sin pausa durante su nacimiento como república. Si bien es cierto que en los Estados Unidos ha existido y existe un amplio movimiento progresista y laico, la historia demuestra su continua ineficacia para imponer la paz a sus propios gobiernos. Esa general debilidad por la guerra no se explica sólo por la conocida ignorancia del pueblo estadounidense, ni por la actual manipulación informativa de que son víctimas. Es un hecho que una mayoría no despreciable de los estadounidenses han apoyado a través del tiempo los actos ilegales, antidemocráticos y atroces de sus sucesivos gobiernos (tanto los cometidos por ellos mismos, como por las naciones, grupos paramilitares y sobretodo las dictaduras amigas). De ahí que, como buenos estadounidenses, aquellos sólo les empiecen a molestar cuando les aumentan los impuestos para financiarlos.
Un pueblo que cree sin lugar a dudas en su posición preeminente en el mundo, es obvio que entienda que no puede someterse a las reglas o leyes vigentes para el resto. Por lo que las viola desde su autoconstruida legitimidad mesiánica o asume que posee un marco normativo especial para él. Cuando los americanos celebren un nuevo 4 de julio, debemos recordar que si para Monroe América era para los americanos, hace rato que el continente les ha quedado estrecho. Los porfiados hechos nos dicen que tenerlos en cuenta no es una histérica exageración antiestadounidense. Esta columna no lleva su título por tratar de cine; sino de historia, actualidad y, pareciera que lamentablemente, de futuro.
(*) El subtitulado es nuestro.
(**) Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
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